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  • Julio Cesar Alfonso Ruiz

La luna: representaciones, mitos y su influencia en la vida cotidiana.




Al pasar de los milenios, el ser humano ha buscado entender los procesos y fenómenos naturales característicos de las latitudes en las que éste se asienta, por tal motivo no es de extrañarse los cuestionamientos en torno a su posición en el cosmos. En este contexto, encontramos referencias mitológica alrededor de cuerpos celestes y su influencia en la vida cotidiana, ritual y religiosa de las sociedades pretéritas, así como en los métodos de producción agrícola que transformaron la subsistencia humana del nomadismo al sedentarismo.


Muchas culturas alrededor del mundo, han elevado a calidad de dioses ciertos fenómenos naturales como la lluvia y las tempestades, así como cuerpos celestes entre los que podemos encontrar principalmente, al sol, Venus y la luna. En esta última centraremos el presente ensayo. Por ejemplo, las sociedades mesoamericanas configuraron su cosmovisión y el modus operando de su vida ritual a través de sofisticados calendarios lunares y solares.


Pero ¿cómo es que la luna y otros cuerpos celestes, forman parte importante de la vida ritual en diferentes culturas? Para ello debemos remontarnos a la época en la cual el ser humano solía trasladarse de un lugar a otro en busca de presas durante las diferentes estaciones del año debido a que las sociedades nómadas, tenían que estar sumamente atentas al movimiento de los cuerpos celestes. Por tal motivo, la luna se encuentra representada en cientos de pinturas y petrograbados alrededor del mundo llegando hasta los territorios que años más tarde ocuparon sociedades mesoamericanas.


Las interpretaciones en torno a la representación de nuestro satélite natural son variadas, según el autor, época y disciplina académica a la cual se pertenezca; no obstante, si algo si puede asegurar es la importancia de ésta en la configuración de la vida de los cazadores y recolectores. Por ello no es de extrañarse la exactitud de la marcación de los cuerpos celestes, por parte de los astrónomos prehistóricos alrededor del mundo. Entre algunas de las representaciones de esta entidad celeste se pueden rastrear desde el paleolítico, hace aproximadamente 11.000 años, y el neolítico, aproximadamente unos 6. 000 años:


Gentes primitivas de la historia de la humanidad, la luna al igual que la totalidad de la naturaleza se experimentaba como la diosa madre, de manera que las fases lunares pasaron a ser las fases de la vida de la madre. La luna creciente era la joven doncella; la luna llena la mujer en cinta, la madre; la luna nueva, la anciana sabia cuya luz estaba en su interior (Baring, 2005: 36).


Algunos de los ejemplos de la luna como deidad en el paleolítico se localizan en la cueva de Abri du Roc aux soliers, en Angles-sur-I´Anglia, la cual data de aproximadamente 11.000 años antes del presente. Aunque existen datos de un sistema de notación lunar de hace poco más o menos 40.000 años atrás y algunas muestras se pueden hallar entre la cultura Grovetiense en Checo Eslovaquia, Teyjat en Francia, Rusia, Ucrania, entre otras que analizan en el libro el mito de la diosa: evolución de una imagen, Anne Baring y Jules Cashford.


Otros referentes grabados de estas épocas, las podemos localizar en sitios como el Peñón del Majuelo Valonsadero en Soria castillo y León España, donde se aprecia una representación del astro lunar sobre algunos animales en el campo, otros en Monterrey, México y a lo largo de Latinoamérica. Estas referencias pueden ser algunos de los indicadores más arcaicos sobre conteos lunares. Incluso, pueden considerarse el origen de la cuenta menstrual entre las féminas, así como de los ciclos de reproducción de los animales por parte de cazadores y recolectores (as).


Unos de los apuntes referidos al culto y admiración a la luna es el señalado por Galindo en Carrasco (1996):


En el libro "Arqueo astronomía en la América Antigua", Jesús Galindo hace notar la importancia que tuvo la Luna para algunas culturas mesoamericanas. El autor cuenta que el pueblo otomí, del que se dice que cuando llegó al Altiplano Mexicano no tenían ídolos ni adoraban cosa alguna; sólo miraban al cielo. Como observadores de la Luna, los otomíes erigieron en Metztitlan, que quiere decir lugar de la Luna, un importante santuario y la consideraban su deidad principal. La llamaban Madre Vieja ya que era la madre creadora de los otomíes y representaba a la Luna y a la Tierra a la vez (Carrasco, 1996:1).

Por ello se ha pensado que "es imposible determinar cuándo y cómo se descubrió la relación entre las fases lunares y los fenómenos naturales que se desarrollan en la tierra" (Mainardi, 2004:8). No obstante, partiendo de estudios arqueológicos alrededor del mundo podemos observar que existe una continuidad en la fascinación por ver hacia el cosmos. Poder entender los ciclos de la vida en la cual nos encontramos inmersos, siendo la luna uno de los elementos de mayor importancia por sus continuos cambios durante su rotación en el globo terráqueo.


La observación sistemática por parte de chamanes y sacerdotes durante el paleolítico y el neolítico, permitió a las sociedades comprender los ciclos vegetales y los movimientos de las manadas a lo largo de los diferentes ecosistemas durante los meses del año, con una precisión tan semejante a la de los astrónomos actuales. A lo anterior debe sumarse el conocimiento sobre las marcas y sus ciclos de movimiento, lo cual puede ser base de la creencia de los cambios de humor en los seres vivos en las fases crecientes de la luna como lo señala Mainardi en su libro Calendario Lunar para el huerto y el Jardín de 2004:


Se dice por ejemplo que la causa de la influencia que ejerce en la sangre y las funciones vegetales en general la luna llena y en cuarto menguante. Influye negativamente en el sistema nervioso excitándolo por tanto provoca insomnio y el recrudecimiento de enfermedades como la epilepsia (Mainardi, 2004:9).

Con este tipo de creencias se han generado mitos y leyendas, tal es el caso de los hombres lobos y el rapto de infantes por parte de brujas o hechiceras. Es importante mencionar que la comunidad científica astronómica suele permanecer escéptica sobre la veracidad de las narraciones y la influencia lunar en la vida terrestre, por la complejidad de examinar la experiencia secular mediante los comportamientos en los seres vivos –aunque es aceptada la hipótesis y la innegable influjo de la luna en los mecanismos marítimos-.


Entre los mitos de la creación de los cuerpos celeste podemos mencionar: el ser dual llamado Awenawilona, el cual suele cambiar de sexo durante los eclipses solares y lunares; los Zuñi y la omnipotencia de deus otiosus o la representación de la luna tallada en una escultura lítica llamada clava, la cual guarda semejanza con los bastones de mando de otras culturas como la náhuatl en México. También, la cultura mapuche le otorgo el nombre de Toqui-curra y su uso está asociado a funciones rurales, cabe señalar que estas insignias también se han encontrado en Argentina como lo señala Saubrette Asmussen Gaston (2015) en Nuestro Pasado indígena; por mencionar algunos ejemplos.


Algunas de las principales hipótesis hechas por algunos antropólogos y arqueólogos, versan sobre la asociación de las Toqui-Curra con la representación de las fases de la luna por un semicírculo que se encuentra en estas esculturas menores. El ente lunar es comúnmente llamada Kuyen y se asocia por los mapuches con la fertilidad y la vida, algo similar con otras culturas americanas posiblemente siendo insignia de gobernantes y chamanes.


Entre los pueblos serranos, Carlo Antonio Castro señala que la Luna se denomina papa´, o papá´ en la zona dialectal Zacatlán-Papantla. Ambos vocablos se relacionaron morfológica y semánticamente “con el sustantivo papa” (variante: papa´), que significa “abuelo viejo” en la entera comunidad de habla totonaca. De acuerdo con ello este notable lingüista apunta que “el par papa´/papa (o papá´/papa) también nos hace percibir su origen común ya que la luna es, por decirlo así, un sol viejo indeciso, nocturno” en la cosmovisión totonaca Sol y Luna se consideran masculinos, concepción semejante a la que se expresa en el códice vaticano b, en que se representa al dios lunar con barba y en el códice Borgia, que presenta la imagen masculina de la deidad selénica con senos descubiertos. (Castro, A. citado en Báez, 2011:167)


La cita anterior, tiene conexión importante con la configuración de la visión del universo y el cosmos de la etnia totonaca a través de las representaciones de la luna, Venus y el sol, las cuales se encuentra en algunos edificios prehispánicos, tal es el caso del Templo de las caritas ubicado en el sitio arqueológico de Cempoala y algunos edificios configurados con el mes lunar por contar con un total de 28 escalones asociándose así con el ciclo menstrual. Lo anterior, también lo encontramos en Templo Mayor en la Ciudad de México, donde hace 39 años se localizó la escultura de Coyolxauhqui haciendo alegoría al mito de la batalla entre la antes mencionado y Huitzilopoxtli, y del cual existen muchas referencias tanto, en escritos como en pinturas, tal y como lo señala en “Coyolxauhqui en el mito y Templo Mayor en el imaginario del mexicano” de Eduardo Matos Moctezuma (2010).

Eclipse lunar 2017 visto desde Michoacán México. Foto del autor.


Por su parte, los eclipses para las culturas mesoamericanas se encuentran representados como el pa’al k’in o ‘Sol roto’ en el códice Dresde, da muestra de la atenta observación de estos fenómenos a través de la iconografía del registro donde se muestra “debajo de una banda celeste que contiene símbolos uranios y nocturnos ubicamos al Sol, del cual se desprenden dos fémures alargados en señal de muerte” (Velásquez, 2013:67)

Así, un eclipse era considerado como un suceso dramático, un signo de mal augurio que anunciaba acontecimientos funestos. Comúnmente se pensaba que los jaguares que atravesaban la oscuridad se tragaban a los astros privando a los hombres de su luz. Era el felino, que en este caso encarnaba las fuerzas y los poderes destructivos de la oscuridad, esta agresividad desencadenada, que devoraba a los cuerpos celestes, tanto a la Luna como al Sol, durante los eclipses (Valverde, 2011: 47).

En algunas áreas de Yucatá en México, se le llama chi'bil k'in, o "mordida de sol", a raíz de la forma curvada en la sombra o parte eclipsada, dando la apariencia de la huella de una mordida o fragmento de un bocado; mientras en algunos mitos sobrevivientes hasta la actualidad señalan el coito entre el sol y la luna durante la duración del obscurecimiento algo semejante a la concepción del continente africano mencionado anteriormente mientras que entre los mexicas recibía el nombre de Metzqualoniliztli.


Lo anterior resultó en buscar un origen de los cuerpos celestes por las culturas del mundo entre algunos de los remitentes de mitos de la creación del sol y la luna, donde se hace referencia a inmolaciones de individuos o personajes o de la asunción de éstos como entidades divinas. Por tal motivo, en muchos mitos se pueden identificar como hermanos, conyugues o un ser antecesor que acompaña a su sucesor en su recorrer por el cosmos pero en algunos relatos se hace referencia al sol como quemado o sacrificado y a la luna como un acompañante del sacrificio. De acuerdo a lo anterior, suele ser asociado al sol un ente masculino, aunque en el Japón existe el mito de una diosa solar llamada materatsu “La luna casi siempre es mujer fría y acuática la luna es hombre y mujer combinados nos dice Lumhultz de los coras, los hombres ven en ella una mujer y las mujeres un hombre “(Lumhultz, 1904:106-111 en Ramírez, 2009: 14).


En otra leyenda sobre el parentesco y/o hermandad de los cuerpos celestes, lo encontramos en la mixteca poblana y oaxaqueña donde la historia oral refiere a dos hermanos quienes realizan un salto al fuego de un temazcal inmolándose y convirtiéndose en los entes solar y lunar, aunque al momento de lanzarse al fuego uno de los individuos lleva consigo unos cuernos de venado y por tal motivo la luna posee cuernos como lo señala en el Nacimiento del Sol y la Luna 2 Elisa Ramírez.


Sumado a lo anterior, entre los otomíes se tenía la costumbre de contar el mes mediante la transición de luna llena a luna nueva, configurando así un calendario lunar, el cual regia ciertos factores de su subsistencia considerando que el ciclo agrícola se encontraba dentro de los elementos regidos por dicho almanaque, además de cultos entre cada uno de sus meses.


El códice Borgia presenta a la Luna frente a la diosa Tlazolteotl, la que era asociada al acto carnal, provocaba la lujuria y la perdonaba, aquí aparece con una nariguera justamente en forma de perfil lunar. Junto a esta diosa se tenía otra que también puede ser identificada como de naturaleza lunar: se trata de Mayaguel, la diosa del maguey y del pulque (Carrasco, 1996:1).

En la creación del quinto sol entre los nahuas los dioses eligieron a dos candidatos, uno humilde llamado Nanahuatzin quien se lanza sin pensar a la hoguera y otro rico que por temor duda en lanzarse y para demostrar su valentía se arroja al fuego sagrado tras Nanahuatzin. El primero resurge triunfante elevándose en el cosmos como el sol mientras el segundo es castigado por su dudar y temor y cuando surge de entre las llamas le arrojan un conejo para oscurecerlo por lo cual la luna siempre es acompañada de un Tochtli (conejo) para recordarle lo acontecido en aquel día permitiendo de esta manera configurar el axis mundis como se referencia en el texto el agua y el fuego en el mundo náhuatl prehispánico de Patrick ohansson.


En suma a lo anterior entre las culturas mesoamericanas, la tierra es concebida como la madre de la luna, partiendo del mito de Coatlicue y el nacimiento de Huitzilopochtli y la batalla contra su hermana Coyolchauhqui. Quizá por la concepción del parentesco materno entre la luna y la tierra, en la actualidad encontramos realizas espirituales para conectar el espíritu y el alma con nuestro satélite natural, entre algunas de las practicas encontramos el sembrar la luna y el manejo del subconsciente a partir del empleo de un huevo de obsidiana por su conexión con la fuerza terrenal, por su origen volcánico con la intención de depurar energías carnales y traer sanación y luz, lo anterior se realiza mediante el análisis del calendario lunar y sus fases.


Se debe señalar que el uso de la obsidiana es milenario, considerando su importancia por diversas culturas mesoamericanas y su uso desde la ritualidad en los sacrificios humanos, ofrendas de entierro y armas de guerra la cual provenía de diversos yacimientos en el interior de la república mexicana y con pureza diversa. Entre las mayormente comerciadas por su calidad se encuentran la de Oyameles en el estado de Puebla distribuida por el sitio arqueológico de Cantona y la verde proveniente de Pachuca comerciada por Teotihuacán.


La asociación de la obsidiana en la época mesoamericana se afilia a dos personajes principales uno de corte femenino representado por Iztapapalotl mariposa de obsidiana y un ente masculino Tezcatlipoca espejo de obsidiana siendo de esta forma una entidad dual. La primera también recibía el nombre de Tlazolteolt deidad de la tierra asociada con la sexualidad, en tanto la segunda era el señor de la noche representado por el jaguar y en la iconografía se presentaba un espejo de este cristal volcánico en el pie o en el tocado de mencionado personaje, otros usos de la obsidiana en la época mesoamericana se realizaban durante el embarazo y como se señala en el artículo, magia medicinal azteca de Bernard Ortiz de Montellano (2004).


Los milenios de años de observación celestial y adaptación de los ecosistemas dieron pie “a la técnica de cultivar mirando el cielo se adopta bien a la tendencia actual al retorno a lo natural” (Mainardi, 2004: 9). Siendo así, una de las pruebas tangibles de un conocimiento astronómico complejo y la influencia de los cuerpos celestes en los cultivos consumidos por nuestros antepasados tanto en el viejo como en el nuevo mundo.


Un aspecto interesante en algunas comunidades indígenas de México es la relación del ente lunar con el sexo de los individuos como control de natalidad formando ciclos para concebir varones en luna creciente y mujeres en la fase opuesta, algo semejante a lo que Gordon Childe argumentaba en su libro Caníbales y Reyes de 1977 esta concepción del cielo y la sexualidad aún puede verse en el calendario agrícola con el que estas sociedades se rigen en su día a día.


A manera de conclusión

Lo abordado durante los párrafos anteriores, nos dan muestra de la importancia, de la luna en la vida de la tierra, desde las épocas más remotas de la humanidad, llevando a configurar una infinidad de mitologías de la creación del astro nocturno, entre los cuales se guardan semejanzas. A pesar de la distancia geográfica de las culturas y de los asentamientos, se puede definir un carácter semi dual de nuestro satélite natural, según la cultura y zona geográfica donde se analice.


Si algo queda claro, tanto por los datos dados por los astrónomos, arqueólogos y los mitos, como los que se abordaron en lo largo del presente texto, es la influencia en los cambios terrestres, tal es el caso de las mareas e incluso en la vida humana. Tomando en cuenta el empleo de la observación de las fases de la luna para los cultivos agrícolas y el control de la natalidad en comunidades indígenas, de la misma manera su empleo para la sanación espiritual desde la época precolombina hasta la actualidad. Incluso llegando a ser parte primordial de la edificación de monumentos como la pirámide de la luna en Teotihuacán. Y otros referentes alegóricos al ciclo lunar por sus 28 escalones y referentes a la lucha entre Coyolxauhqui y Huitzilopochtli. Además, es innegable que gracias a la observación de nuestros antecesores prehistóricos, actualmente seguimos contando nuestra existencia en la tierra mediante calendarios, y en las féminas es sumamente importante por el ciclo biológico de su vida menstrual, en tanto en la vida del varón forma parte de su sentido del humor y un vínculo con la espermaquía. Además de representación dentro de textiles e incluso en la manufactura de cinturones para darle calor al útero femenino, pinturas y esculturas, mientras que para las plantas y animales, la luna representa un marcador de reproducción, polinización, germinación y cosecha, si bien es difícil poder comprobar todos los cambios que nuestro satélite natural genera en cada uno de los seres que habitamos el planeta tierra, la unión entre los dos entes celestes hacen posible nuestra existencia y el control de las estaciones climatológicas aunque actualmente el cambio climático ha roto esa relación milenaria.


Si bien hablar sobre la Luna es sumamente extenso y podría ser base para la creación de tesis y libros, hay dos cosas que no cambiarán, la fascinación humana al contemplarla y la mitología y respeto hacia ella que llevamos en nuestro interior, muchas veces de manera inconscientemente.


 

Bibliografía


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Báez Jorge, Feliz, Vásquez Zárate Sergio (2011). Cempoala, Fondo de Cultura Económica y el Colegio de México. México.


Baring Anne, Cashford Jules (2005). El mito de la diosa: evolución de una imagen. Ediciones Siruela. España.


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Iwaniszewski, Stanislaw (2012). “Los ciclos lunares y el calendario maya”, Arqueología Mexicana núm. 118, pp. 38-42.


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Mainardi Fazio Fausta (2004). Calendario Lunar para el huerto y el Jardín. Editorial De Vecchi S.A.U Balmes Barcelona.


Ohansson, Patrick (2007). “El agua y el fuego en el mundo náhuatl prehispánico” en Arqueología Mexicana núm. pp. 78-83.


Ortiz de Montellano, Bernard (2004). “Magia medicinal azteca”, en Arqueología Mexicana núm. 69, pp. 30-33.


Ramírez, Elisa (2009). “Nacimiento del Sol y la Luna 1”, Arqueología Mexicana núm. 95, pp. 14-15.


(2009). “Nacimiento del Sol y la Luna 2”, en Arqueología Mexicana núm. 97, pp. 16-17.


Saubrette Asmussen Gaston (2015). "Nuestro Pasado indígena, la clava insignia de mando” en Cultura, Creatividad, diversidad dedal de oro.


Valverde Valdés, María del Carmen (2011). “El jaguar entre los mayas. Entidad oscura y ambivalente”, en Arqueología Mexicana núm. 72, pp. 47-51.


Velásquez García,(2003) Erik Códice de Dresde. Parte 1, en Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 67.



 


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