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  • Gabriela A. Vázquez Rodríguez

Hasta no verte, Antropoceno mío: las imprescindibles humanidades ambientales

Pocos conceptos científicos han sido adoptados con tanto entusiasmo como la idea del Antropoceno. No solo los académicos lo emplean cada vez más; los medios de comunicación y los sectores público y privado también lo usan con fruición. Quizás su éxito se deba a que su etimología es evidente para la población medianamente educada, y a que remite a la inconmensurabilidad de las eras geológicas, se conozcan o no.


Efectivamente, este concepto tan popular se refiere al período geológico en el que nos encontramos tras el fin del Holoceno, el breve interludio acaecido al finalizar la última glaciación, hace cerca de 12,000 años. Fue acuñado por el químico holandés Paul Crutzen en el año 2000 para distinguir la época en que la humanidad se convirtió en una fuerza geológica capaz de alterar el sistema biofísico que la sustenta. Así, este concepto reconoce el impacto de las actividades humanas, capaces de dejar vestigios en el registro geológico terrestre análogos a los que dejó el meteorito que hace 65 millones de años aniquiló a los grandes saurios. La cara visible del Antropoceno es la crisis ecológica, a su vez puesta en evidencia por el cambio climático, la acidificación de los océanos y la pérdida masiva de biodiversidad, entre otras amenazas planetarias (Vázquez Rodríguez, 2015).


En este ensayo se discute por qué este concepto, nacido de las ciencias exactas, es criticado principalmente por las humanidades. Aquí se propone que el humanismo ambiental tiene mucho que aportar en una discusión que nuestra sociedad líquida, en términos baumanianos, le escatima.


Las humanidades ambientales


El prestigio social del que gozaba el conocimiento humanista es cosa del pasado. Tras siglos de considerar que la filosofía, las artes, las lenguas clásicas o la teología eran parte fundamental de la educación, hoy estos saberes parecen estar en declive, despreciados por su escasa demanda en el mercado laboral o por que se les cree poco prácticos. En aras de hacer espacio a los saberes de la sociedad globalizada, que exige amplios conocimientos de informática y designó al inglés como lingua franca, las humanidades suelen ser relegadas, cuando no expulsadas, de los currículos de educación básica. La sociedad líquida que vislumbró Zygmunt Bauman, por una parte, glorifica los avances del saber tecnocientífico que produce la cultura material actual. Por otra parte, prefiere el conocimiento que se consume y digiere de mod instantáneo, cual hamburguesa de McDonald’s o consulta rápida a Wikipedia; este carácter prefabricado, estandarizado y de un solo uso escapa a los saberes humanistas que privilegian la reflexión y la crítica más que el pragmatismo (Arias Rubio, 2016).


A pesar del panorama descrito, las humanidades ambientales surgieron en el mundo anglosajón a mediados de la década de 1990 como transdisciplina holística. Bajo este término abarcador se han colocado disciplinas tales como la historia ambiental, la filosofía ambiental, la ecología política y la ecocrítica, entre otras, con el objetivo de acercar el conocimiento generado por las humanidades a la esfera pública, concretamente a la solución de la crisis ambiental, desde una óptica crítica (Heise, 2013).


Tal superposición de los terrenos de la ecología y de las humanidades espera trascender la separación que históricamente ha imperado entre las ciencias exactas y las ciencias sociales y humanas, la cual no es sino una extensión de la dicotomía naturaleza-cultura presente en el pensamiento griego clásico e intensificada luego por el paradigma cartesiano (Arias Rubio, 2016). Numerosos pensadores actuales, entre los que destacan Edgar Morin y Edward O. Wilson, han señalado que este pensamiento dicotómico es un impedimento de primer orden para que la crisis ecológica se solucione, y la integración de las humanidades ambientales puede verse como un paso en esta dirección.

Figura 1. Anthropocene de Duncan Rawlinson.


Una de las humanidades ambientales más consolidadas es la ecocrítica, al menos en el ámbito anglosajón. La ecocrítica explora la relación que existe entre literatura y medio ambiente, desde una conciencia militante y abierta en favor de este último. Para la ecocrítica, la literatura representa una poderosa herramienta capaz de construir relatos transformadores acerca de la compleja relación entre lo humano y lo no humano (García Única, 2017). Uno de los mejores ejemplos de lo anterior es Primavera silenciosa, el libro de Rachel Carson publicado en 1962 que se considera fundador de las ciencias ambientales y del ecologismo, y que logró mover conciencias en lo concerniente a los efectos nefastos de los pesticidas organoclorados. Gracias a la pluma apasionada y sensible de Carson, en la “Fábula para el día de mañana” con la que empieza el libro, los lectores norteamericanos fueron invitados a imaginar un futuro en el que el canto de los pájaros dejaría de oírse debido al uso indiscriminado de pesticidas como el DDT:


Se produjo una extraña quietud. Los pájaros, por ejemplo... ¿dónde se habían ido? Mucha gente hablaba de ellos, confusa y preocupada. Los corrales estaban vacíos. Las pocas aves que se veían se hallaban moribundas: temblaban violentamente y no podían volar. Era una primavera sin voces. En las madrugadas que antaño fueron perturbadas por el coro de gorriones, golondrinas, palomos, arrendajos, y petirrojos y otra multitud de gorjeos, no se percibía un solo rumor; sólo el silencio se extendía sobre los campos, los bosques y las marismas (Carson, 2010).


Además de ser científicamente exacto, y de poner al alcance del público lego sofisticados conceptos científicos como el de bioacumulación, Primavera silenciosa es rico en estrategias retóricas, vigorosas metáforas y alusiones literarias, que lo convirtieron, según The Times Literary Supplement, en el vehículo de un mensaje que nadie podía darse el lujo de ignorar (Sikora, 2017). De hecho, diez años después de la publicación del libro, las peticiones ciudadanas lograron que el DDT se prohibiera en su país.


¿Por qué son cruciales las humanidades en el Antropoceno?


En la idea del Antropoceno, la humanidad está implicada a título protagónico en un drama cuyas consecuencias ella misma no logra prever, cual aprendiz de brujo perplejo ante el alcance de sus creaciones. El personaje de esta historia es, por vez primera, la especie humana, algo que fue asumido sin muchos reparos por científicos como Crutzen[1]. Sin embargo, en las disciplinas humanistas, esto implica pasar por alto las diferencias entre los comportamientos humanos que se esfuerzan por comprender y analizar, y que a su vez dependen de contextos sociales, culturales y temporales. Disciplinas como la antropología y la historia, por ejemplo, se han especializado en destacar y conceptualizar las diferencias entre momentos históricos, comunidades y culturas, lo que tampoco ha impedido que se hayan postulado varias “verdades humanas universales” (Heise, 2013).


Desde las humanidades ambientales, el Antropoceno es una generalización peligrosa e inexacta, que no cuestiona el papel diferenciado que han jugado ciertos países y grupos sociales, particularmente élites, en desestabilizar los cimientos de la vida en la Tierra. ¿A la idea tan arraigada, hobbesiana, de un ser humano oscuro y violento[2], hay que sumarle una tendencia innata por destruir nuestro ambiente? ¿Es tan culpable del calentamiento global una niña mura, de la Amazonía brasileña, como un jeque petrolero de Dubai, cuyos compatriotas tienen la huella ecológica más alta en el mundo? Para autores como el historiador inglés Jason Moore o la filósofa y bióloga norteamericana Donna Haraway, el prefijo Anthropos invisibiliza responsabilidades y vulnerabilidades muy desiguales, ya que son los países del Norte global (con la participación creciente de China) los que más contribuyen a la emisión de gases de efecto invernadero, o GEI; asimismo, ignora que las emisiones de GEI son impulsadas por patrones de producción, distribución y consumo que difieren notablemente, incluso en cada país. Por último, los efectos del cambio climático afectarán de modo desigual a toda la humanidad, lo que el término Antropoceno también pasa por alto (McManus y Reyes, 2019).


Jason Moore propuso que no es la especie Homo sapiens la culpable de la crisis ecológica actual, sino el sistema capitalista en el que estamos inmersos, que concibe la naturaleza como “recursos” cuyo costo hay que abatir, con el único e ilusorio propósito de acumular riqueza indefinidamente. Para Moore, el uso del término Antropoceno es un truco del capitalismo para desviar la atención desde el verdadero origen de la crisis ecológica actual, el capital, hacia la humanidad en general, por lo cual propuso el concepto de Capitaloceno (Wedekind y Milanez, 2016). El Capitaloceno sería entonces un concepto más preciso para describir la condición del planeta, no como resultado de la presencia de H. sapiens, sino de fenómenos tales como el colonialismo, la industrialización, el neoliberalismo, el racismo y el patriarcado, que a su vez se originan en grupos con intereses y contextos específicos (Serratos, 2019). En consecuencia, para filósofos marxistas como Slavoj Žižek, el problema del cambio climático no podrá resolverse ni por la ecología ni por la tecnociencia en general, si no se erradica previamente el capitalismo (Žižek, 2015).


Desde otras perspectivas de las humanidades ambientales se han propuesto categorías semejantes. Para Donna Haraway, el Capitaloceno deberá coexistir con el Cthulhuceno, en el que impere un aparato crítico tentacular (de ahí su nombre) y ecofeminista que apueste por la simbiosis con especies animales compañeras y que haga colapsar las fronteras entre lo humano y lo no humano (McManus y Reyes, 2019). También desde el ecofeminismo, se ha sugerido el término Faloceno para resaltar que el patriarcado es otro de los fenómenos sociales identificables detrás de esta crisis ecológica. El Faloceno saca a la luz el estrecho y soterrado vínculo que existe entre la subordinación de las mujeres y la destrucción de la naturaleza. Según esta perspectiva, el paso del Paleolítico al Neolítico intensificó la desigualdad de género que caracteriza al modelo civilizatorio, patriarcal y occidental que propicia la acumulación de riqueza en detrimento del sostén planetario de la vida (LasCanta, 2017).


Más que solo proponer términos alternativos al Antropoceno, las humanidades ambientales subrayan que la crisis que caracteriza a la “era de los humanos” es sistémica y multicausal. Su origen ciertamente son los comportamientos humanos; no obstante, estos comportamientos se derivan de una conjunción de ideas, valores y emociones, así como de las historias que nos contamos a nosotros mismos (Arias Rubio, 2016). Transformar los comportamientos humanos mediante el cambio en estas subjetividades está fuera del alcance de las ciencias exactas. Estas, por sí solas, no pueden crear la conciencia ético-política necesaria para mover a las personas a la acción, ni en favor del medio ambiente ni de ninguna otra causa. Ante la triunfante afirmación de Pandit Nehru, ex primer ministro de la India, de que


solo la ciencia puede resolver los problemas de hambre y pobreza, de sanidad y analfabetismo, de superstición y de costumbres y tradiciones de mala muerte, de que se malgasten enormes recursos, de que un país rico esté habitado por gente hambrienta,


la filósofa Mary Midgley revira que “leyes decentes, políticos y administradores honestos, sentido común, un modo de vida agradable” también son necesarios (Midgley, 1996).


Conclusiones


La construcción de una sociedad sustentable deberá recurrir a un esfuerzo imaginativo y a enormes dosis de creatividad. La concienciación de las personas requerirá que se susciten ciertas emociones y se mitiguen otras, y que los sentidos se involucren en la búsqueda del bien común y del mantenimiento del sostén de la vida en la Tierra. Para alcanzar estos objetivos, los aportes de las ciencias exactas deberán acompañarse de la crítica, el debate y el llamado a la acción que las humanidades ambientales podrían aportar. El impulso que las sociedades humanas necesitan para reinventarse y reconstruirse en busca de la sustentabilidad podría provenir, quién lo diría, de aliados tan poderosos como la filosofía y la literatura; en suma, de las humanidades ambientales.

[1] Las críticas al Antropoceno desde las ciencias exactas han tenido lugar, principalmente, en el mismo campo de la geología. Tras la puesta en marcha del Grupo de Trabajo sobre el Antropoceno, que busca formalizar el reconocimiento de este período como una unidad cronoestratigráfica de la Carta Estratigráfica Internacional, que a su vez es la base de la Escala de Tiempo Geológico, ante la Comisión Internacional de Estratigrafía, mucho del debate se centra en el marcador que podría señalar el inicio de esta era.


[2] Idea también debatida por humanistas críticos como el antropólogo norteamericano Marshall Sahlins, en su libro La ilusión occidental de la naturaleza humana (2011), editado por Fondo de Cultura Económica (colección Umbrales), México.


 

Referencias


Arias Rubio G. (2016) La hora de las humanidades ambientales. Ecologista 90: 44-45.


Carson R. (2010) Primavera silenciosa. Barcelona: Drakontos.


García Única J. (2017) Ecocrítica, ecologismo y educación literaria: una relación problemática. Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado 31(3): 79-90.


Heise U. K. (2013) Comparative Ecocriticism in the Anthropocene. Komparatistik. Jahrbuch der Deutschen Gesellschaft für Allgemeine und Vergleichende Literaturwissenschaft: 19-30.


LasCanta L. (2017). El Faloceno: Redefinir el Antropoceno desde una mirada ecofeminista. Ecología Política 53: 26-33.


McManus S. G., Reyes A. M. (2019) Mundos en colisión: Antropoceno, ecofeminismo y testimonio. Sociedad y Ambiente (19): 7-29.


Serratos F. (2019) ¿Antropoceno o Capitoloceno? Revista de la Universidad de México 348: 120-123.


Sikora A. (2017) The roots of ‘ecocriticism’: Exploring the impact of Rachel Carson’s ‘Silent Spring’. The Gale Review (en línea). Recuperado el 17 de mayo de 2020 en: https://review.gale.com/2017/12/21/the-roots-of-ecocriticism-exploring-the-impact-of-rachel-carsons-silent-spring/ (


Vázquez Rodríguez G. A. (2015) La ingeniería geológica en la era del Antropoceno urbano. Herreriana - Revista de Divulgación de la Ciencia 11(1): 13-20.


Wedekind J., Milanez F. (2016) Entrevista a Jason Moore: Del Capitaloceno a una nueva política ontológica. Ecología Política 53: 108-110.


Žižek S. (2015) Ecology against Mother Nature: Slavoj Žižek on Molecular Red. Verso Books, New York (en línea). https://www.versobooks.com/blogs/2007-ecology-against-mother-nature-slavoj-zizek-on-molecular-red(accesado el 17 de mayo de 2020).

 


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