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Lilia González Sonck

Peces en el aire



Imaginaba que una fantasmagoría fluídica cobraba vida, una substancia seminal recorriendo calles, avenidas, ejes viales, después me fijé y si, las calles de la Ciudad de México que alguna vez fueron afluentes hídricos aún conservan nombres de ríos como invocación de esas memorias, Río Consulado, Río Churubusco, Río Piedad, Acueducto de Guadalupe, Salto del Agua.


Miles, millones de personas transitando apresuradas a través de ellos, nos imaginaba siendo peces de todos tamaños, cardúmenes yendo y viniendo, ballenas, cachalotes transitando corpulencias motorizadas exhalando humo negro, algo que sólo la necia imaginación puede asociar con una naturaleza marina.


Paradójicamente encontraba la calma suficiente para verme reflejada, como un Narciso al atardecer, en la inacción de una azotea, pensando en el lago, en sus lirios, sus cantos, sus chalupas tumultuosas de flores, su fango de axolotes y ranas.


Pensé entonces en el paisaje que disuelve el cielo y ese lago imaginario en un sueño integrador, la necesidad de unir, de fundir elementos en sus naturalezas abiertas, sus ensoñaciones, agua y aire, substancias vitales.


El agua con esa vocación de tránsito, ese río que nunca es el mismo río, mágica esencia de movimientos y secretos, vértigo de morir y renacer, ese ahogamiento de quien inhala bocanadas de substancia etérea, CO2 y kilos de substancias tóxicas, anfibios extrañamente adaptados a un aire viciado.


Pero el aire todo lo sublima, gas homogéneo que en su ánimo liberador eleva, esencia sin ley que invita a lanzarse, a la ligereza del impulso, a los artificios de ensueño, fue entonces que lancé peces en el aire, seres de filiación acuosa por anatomía tomando el aire para existir, figuras de cartón, papel china y una cierta ingeniería derivada del juego y la intemperie que todo lo transforma.


En ese flotar en el aire pensé en los pies alados, imagen mercurial de quien se eleva con un talonazo, baile de altos vuelos y vocación religiosa, mirando los zapatos colgantes y debatiéndome en que tan real es la leyenda urbana de “colgó los tenis”, eso reafirmaría la vocación transitoria de esos seres en pleno vuelo, pero también tal vez se trate de un extraño deporte de quien afina su tino con los zapatos en desuso.


Lo cierto es que los peces, deificados a partir de un bagre de la pescadería del mercado, pasado a un ritual de yeso vuelto molde tienen la medida un zapato mío y una onomatopeya compartida, peces y pies, ambos recorren la ciudad transitando ríos de la memoria, río es todo lo que corre, río que canta en el bullicio, río cuando me acuerdo. Miro de nuevo el paisaje, los cielos con su temperamento de vocación celestial, de presagio incontenible, como el agua que es destino...


 

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