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  • Xicoténcatl Servín

Retóricas del dolor: la sociedad del espectáculo y la crisis del mirar moderno


Cada persona que muere

Es un pedazo del mundo que muere

Sebastiáo Salgado

Hemos presenciado en los últimos meses noticias terribles enfocadas en la crueldad y la miseria humana. Casos como los de Ingrid Escamilla o la pequeña Fátima son muestra de la degradación social que vive México. Degradación que nos está consumiendo. Pero sobre todo tiene que ver con la exacerbación de un sistema de misoginia y machismo que oscurece nuestro entorno, así como de la expresión de la violencia histórica que han sufrido a lo largo de tanto tiempo las mujeres. Sin embardo, algo todavía aún más lamentable ha sido la ola de morbo que ha surgido en torno a las imágenes propagadas por algunos medios periodísticos y por usuarios de los medios digitales.


Cada mañana al caminar por la ciudad es inevitable tropezarse ante imágenes realmente grotescas y burdas de violencia y crueldad, imágenes que por lo regular van acompañadas de un texto “llamativo” y mediocre describiendo la imagen. Este tipo de imágenes, cada vez más explicitas y burdas, evidentemente están dirigidas a un tipo de receptores en específico; están dirigidas a una sociedad del espectáculo.


En este tipo de contenidos no se cuida en ningún sentido el carácter sensible ni de la imagen ni de los espectadores, ni mucho menos se tiene en cuenta el mínimo respeto por la víctima que se exhibe. La única finalidad de estas imágenes es llamar la atención, entretener, vender. Estos contenidos se caracterizan por presentar lo grotesco y lo burdo de la realidad, por capturar una tragedia o un suceso desagradable y mostrarlo sin otorgarle lenguaje sensible alguno. La sangre y la crueldad son la principal retórica de estos contenidos. Las imágenes explícitas de los periódicos lucran con la crueldad y la violencia, mismas que en una sociedad del espectáculo se hacen medios de consumo y entretenimiento.


Aunado a esto, si consideramos que los periódicos han dejado de ser para muchos el principal medio de información, hoy, en la era digital, el consumo y la producción de este tipo de imágenes crece desbordantemente, el medio digital explota a mayor nivel la exhibición de la crueldad, generando un hiperconsumo y una hiperproducción de imágenes y contenidos violentos. En estos nuevos medios la crueldad y la violencia quedan sometidas al exceso. El exceso lo único que provoca es indiferencia, adormece la capacidad para sentir el dolor de los otros, anula la compasión. Mucho de lo mismo simplemente normaliza a un grado extremo lo que de anormal tiene la crueldad humana.


El exceso de imágenes y contenidos que se producen a diario en los medios de digitales cancela de cierto modo todo tipo de sublimación de la sensibilidad. Hablamos de que en la “catarsis moderna” se cancela todo tipo de sublimación a causa de la exposición masiva de contenidos violentos. En este sentido, es el exceso y la repetición de un mismo suceso lo que en realidad provoca una pérdida total de la sensibilidad humana y lo que al mismo tiempo alimenta el gusto y placer de una sociedad del consumo y del espectáculo.


Michela Marzano en La muerte como espectáculo (2010: 70) identifica un doble fracaso de la catarsis moderna: “el fracaso de la mirada, enturbiada por la violencia difusa, extrema y confusa; y el fracaso del pensamiento por la ausencia deliberada de todo elemento susceptible de hacer posible la sublimación de las emociones.” Es así como podemos identificar que una de las principales causas del fracaso de la “catarsis moderna” es el torrente masivo de información, lo que oscurece al mismo tiempo la claridad sensible del hombre. Lo que quiero decir es que la gran cantidad de imágenes y contenidos sensacionalistas de los medios masivos de información enturbian la capacidad humana para sentir el dolor del otro: es el exceso y no la imagen propiamente lo que debilita y corrompe la sensibilidad y la compasión humana.


En sus Meditaciones, el filósofo romano Marco Aurelio (1977) hacía referencia a un tipo de “mirar” que denominaba “mirada sana”, a lo que, según él, debía de contemplar todo lo visible sin limitarse a mirar solamente lo agradable. En este sentido, una mirada plena o completa de la vida incluye tanto lo agradable como lo desagradable de ésta. La “mirada sana” de la que habla Marco Aurelio, tiene como única finalidad e intención observar lo desagradable o doloroso para contemplar la vida en su plenitud, es decir, para el estoico la vida se comprende tanto de momentos agradables como desagradables, y, por lo tanto, de imágenes que muestran lo agradable de la vida, así como imágenes que muestran lo contrario.


Sin embargo, hoy nos encontramos demasiado lejos de una “mirada sana”, nuestro mirar está más enfermo que nunca. Miramos la crueldad como un medio más de consumo, como un simple entretenimiento. El exceso de estos contenidos enferma nuestro mirar, nos convierte en una sociedad del espectáculo la cual solamente busca consumir todo tipo de imágenes con el único afán de satisfacer sus deseos morbosos, nos convierte en una sociedad que no genera ningún tipo de reflexión ni conciencia ante el sufrimiento, una sociedad que se encuentra aturdida de imágenes de violencia y crueldad y que ha perdido la capacidad de la sensibilidad ante el sufrimiento de los otros, una sociedad adormecida y aturdida que solamente genera indignación y nada de acción.


Susan Sontag apunta en Ante el dolor de los demás (2004: 15) que, "desde que se inventaron las cámaras en 1839, la fotografía ha acompañado a la muerte.” Hoy podemos identificar una exacerbación tremenda de la propagación y viralización de imágenes y contenidos que sirven solamente para alimentar la mirada morbosa de las personas. Hemos perdido la capacidad de una mirada sana, estamos tan acostumbrados a la violencia y la crueldad que nos parece baladí exponer y propagar el sufrimiento. Con la pérdida de una mirada sana, se pierde también el respeto y la dignificación ante la muerte del otro.


Hasta que no seamos capaces de dar un paso atrás y observar nuestra realidad desde nuevas perspectivas que nos permitan la alteridad ante el dolor de los otros, dejaremos de contribuir a esta viralización de la morbosidad, dejaremos de alimentar a esta bestia que se alimenta de nuestros propios deseos. La mirada ante el dolor de los demás es una puerta posible para la sensibilidad humana, pero tenemos que aprender a mirar, a ponernos en los zapatos del otro, a sentir la muerte ajena como parte de nuestra propia vida.


El “mirar” puede tender tanto al mero morbo como a la parte más sutil y sensible de un suceso, el mirar tiene estas dos posibilidades que responden a un tipo de sensibilidad configurada socialmente, a un aprendizaje en el “mirar” que tiende a asimilar el dolor y el sufrimiento de una determinada manera. Crecimos en una sociedad que nos educa a percibir la violencia y la crueldad como un mero medio de consumo y entretenimiento, como un mero espectáculo.


Tenemos que aprender a mirar el mundo desde una nueva óptica. Educar nuestra mirada a ver más allá del juego retórico de los medios informativos, darle a la mirada otro ritmo que no sea el del flujo constante del exceso del mundo digital. Contemplar desde una mirada educadamente sensible como lo concebía Friedrich Nietzsche; un mirar que sea capaz de percibir lo sutil y no sólo lo burdo de la realidad. Comprender que el mundo no es sólo eso que nos muestran y comunican los medios masivos de información, sino que son sólo una mirada fragmentada y cubierta por retóricas diseñadas para una sociedad de consumo y de espectáculo.


Solamente ante el reconocimiento del dolor de los otros es que es posible sentir emociones como la empatía o la compasión, y es a partir de estas emociones que se hace posible actuar ante ese dolor. Evidentemente la contemplación y el reconocimiento del otro no es lo único que influye en el poder de acción de los hombres, pero sí es el detonante para la acción. Solamente reconociendo el sufrimiento del otro e interiorizándolo, reconocerlo como propio, hacerlo parte de sí mismo en tanto posibilidad abierta para mi propio sufrimiento, es que se abre el campo de la reflexión y la acción humana.


Evidentemente, en una sociedad que prefiere el espectáculo, que se encuentra sometida ante los imperativos del consumo, parece escasa, casi nula la posibilidad para abrir estas dimensiones de lo humano. Es importante también comenzar a pensar sobre los límites de la libertad de expresión en los nuevos medios digitales, así como en las implicaciones que tiene el excesivo consumo y producción de imágenes que circulan libremente en estos medios, pues el embotamiento de este tipo de imágenes no ayuda a generar ninguna reflexión, por el contrario, cancelan de cierta manera toda posibilidad para sentir empatía. Las vísceras expuestas no son condición de posibilidad alguna para la sensibilidad humana, sino que solo despiertan emociones y sentimientos como los de repulsión y angustia, que invitan apartar la vista, a alimentar el placer vulgar de la mirada, no presuponen ninguna “mirada sana”, por el contrario, enferman el mirar, y con esto, nuestra sensibilidad.


Por último, me parece importante tener consciencia de que aquellas imágenes y contenidos que aparecen desbordantemente frente a nuestras pantallas son tan sólo fragmentos e instantes de una realidad que se viene tejiendo a lo largo de la historia. Una imagen no es sino sólo una pequeña parte de esa realidad que es mucho más aterradora y cruel. Una imagen es “solamente” una ventana abierta a una realidad que nos debería invitar a pasar de una simple mirada pasiva a una mirada sana, activa y creativa.

 

Referencias consultadas


Marco Aurelio (1977). Meditaciones. Traducción: Ramón Bach Pellicer. Madrid: Gredos.


Marzano, Michela (2010). La muerte como espectáculo. Traducción: Nuria Viver Barri. México: Tusquets.


Sontag Susan (2004). Ante el dolor de los demás. Traducción: Aurelio Major. Madrid: Editorial Santillana.


 

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