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  • Ana Gabriela Vázquez de la Torre

Cuando los intelectuales se visten de políticos y viceversa


La sociedad requiere de la crítica para lograr el progreso. Es este el papel de los intelectuales: criticar el gobierno, la moral, los hechos y todo aquello que deba ser juzgado en el ámbito social. Así, lo que todos pensamos se lleva al papel y se crea la prueba de lo que sucede. Los pensamientos más pobres se dejan seducir fácilmente por estos juicios y de esta forma la sociedad toma una actitud. En este sentido, es claro el poder de los intelectuales: ataca al sistema viejo y defiende, de manera casi imperceptible, a uno nuevo, aún no establecido. Por tanto, en este ensayo se analizará cómo el intelectual se suma al mismo sistema al que refuta. De estas circunstancias nacen los tres periodos en los que los intelectuales fueron imprescindibles en la política mexicana: El Ateneo de la juventud en el Porfiriato, la intervención de los intelectuales para la institución de los estados en los años 20 y la politización intelectual en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). Será esta última etapa en la que se enfocará este ensayo. Visto desde las posturas de Gabriel Careaga (2009), Pierre Bourdieu (2002), Antonio Gramsci (1967) y Pablo Ángel Palou (2007) sobre los intelectuales y el poder. El sistema nos absorbe, nos come y nos integra a él sin darnos cuenta. Es esto lo que provoca que el crítico se pregunte si realmente es crítico del sistema o parte de éste. Pues, si bien lo analiza y lo juzga, hace todo esto a costa del gobierno que lo solventa.


¿En qué momento el crítico se convierte en político? En ocasiones se podría pensar que lo es desde un principio, pero hace política de manera pasiva, a través de palabras que le ayudan a mantener su título de académico. Tómese como muestra la enorme cantidad de revoluciones causadas a partir del pensamiento, desde la francesa hasta la industrial, y en toda revolución efectuada han intervenido las grandes mentes. Por tanto, es indudable su relación directa con la política. Un par de décadas anteriores a 1988 se había perdido la importancia de los académicos en México. Ningún funcionario se hubiera atrevido a invertir en ellos, pues era imperceptible el impacto social que podrían provocar. Sin embargo, a partir de 1980 el interés social por la cultura aumentó y de esta manera los intelectuales adquirieron relevancia. Salinas notó este hecho y lo usó a su favor al entrar al poder, adentrando a un grupo significativos de escritores, sociólogos e investigadores al gobierno, tales como Aguilar Camín, Bolívar Meza, César Cansino, entre otros, así como revistas e instituciones entre las que destacan Letras libres, Clío, Conaculta y Fonca. Todos ellos se politizaron en contra de sus propias críticas hacia la política. Así se contradice al pensamiento en favor a uno mismo. Pues es bien sabido que hay que mantener a tus amigos cerca y a los enemigos aún más. De modo que tanto al gobierno como a los intelectuales les favorece un convenio mutuo.


Ellos son los límites de la hipocresía social. Aquellos que apedrearon a las instituciones y ahora levantan una nueva con las mismas piedras. Engatusaron al pueblo con un ideal firme que defraudaron a la primera oportunidad. Conviene definir al intelectual como aquel académico cuya función principal consta en juzgar un entorno con base en sus conocimientos, de manera objetiva y con la finalidad de causar una mejora sobre aquello que critica. Por tanto, según Wright Mills “cuando callan, cuando no exigen, cuando no piensan, no sienten, ni proceden como intelectuales, y en consecuencia como hombres públicos, también ellos fomentan la parálisis moral, la rigidez intelectual que ahora aprisiona a dirigentes y a dirigidos en el mundo entero” (1996, p. 63). Ya no sólo niega el bien, que como intelectual debe otorgar al pueblo, sino que le hace creer que sí lo provee. Vale la pena recordar a Aguilar Camín, cuya literatura crítica de izquierda, perdió lo crítico y la izquierda a partir de su amistad con Salinas durante el gobierno de éste. Así pues, los académicos politizados pierden la valía de intelectuales; ya no piensan, no critican, no exigen; son marionetas talladas por sí mismos a lo largo de los años hasta convertirse en obras de arte dignas de admiración, pero cuyos hilos son manejados por maderos huecos. Entonces, ya no son más que otros políticos portando anteojos para lucir inteligentes.


¿Por qué buscaría el gobierno el bienestar del pueblo, si conseguir el conformismo de éste es más sencillo? Desde hace décadas la política en México consta de privar la educación para mantener ignorante a la sociedad, y en cuanto un individuo dentro de esa multitud comienza a pensar más, se debe excluir, meter en una élite y utilizar para manipular mentes. Sin embargo, existen también los que se han negado a pertenecer al régimen, y, sin quererlo, son voz de todos los callados. Así, desquebrajan al sistema, llámese gobierno o sociedad, que rige la forma de vida de las personas, favoreciendo a unos pocos. Existen tres maneras en las que los intelectuales se relacionan con el gobierno: la crítica, el servicio diplomático (donde se enfrenta a los conflictos generales de su propio país) y la sobrevivencia del escritor dentro del servicio público, según la postura de Gastón García Cantú. Es de significativa importancia recordar que a partir del movimiento romántico del siglo XIX se rompe la relación público-crítico, y ahora el crítico sólo escribe para una élite de eruditos, cuyo juicio se emplea en analizar lo leído. Mas la política rompió el encanto del arte por el arte. Tomó lo escrito para mentes cultas, lo masticó, transformó el sabor y lo convirtió en algo fácil de digerir (pero que en nada se parece al original) para aquellos hambrientos de cultura. Transformaron al caviar y el vino en pan y agua. Así, dejaron al público con el estómago lleno de chatarra.


Al pueblo se le ha vuelto sordo y ciego para facilitar la política. Se ha dado uso al materialismo propio de nuestros días, de la futbolización y de los melodramas de las novelas para mantener calmados a los mexicanos. Mientras tanto, tras bambalinas se roba el valor del país. Pero no todos se quedan callados, porque guardar silencio es estar de acuerdo. El crítico debe influir en el pueblo antes de que la política influya en él, pero ¿es posible dedicarse a ello sin pertenecer al Estado? Habría que ser muy astuto para juzgar sin ser derrocado. Habría que ser Monsiváis, Poniatowska, Paz o Krauze. Palou señala que “debemos ejercer la cultura en todas sus variables funcionando como conciencia del poder, como espacio de creatividad, como forma de libertad y flujo ante los «estriamentos» del poder. Es nuestra única oportunidad de supervivencia” (2007, p. 88). Sin esto volvemos al papel de populacho, sometidos a una esclavitud encubierta. A mi parecer, el poder de crítica es lo único que nos distingue ahora de las máquinas, negarnos a juzgar nos vuelve obsoletos, no sólo al crítico, sino también a la humanidad. Entonces el intelectual que no critica es sólo una celebridad desfilando por pasarelas. ¿Dónde queda el aporte a la sociedad? Incluso la gente que ruega por un poco de cultura nota el déficit del académico cuando se politiza.


La generación del 68 marcó un provechoso impacto sobre México. Trajo consigo un aire que favoreció al estado y a la cultura, una revolución del pensamiento. Se recordó que pensar era importante. Fue la generación de los intelectuales en México, los que se aventuraban a ver atrás de la pantalla y cuestionar al sistema, todo desde el intelecto. Recalcando la importancia de los intelectuales en la política, Carlos Salinas declara en un número la revista Nexos en 1990: “… ha modificado la respuesta plural de representantes políticos, de intelectuales, académicos, periodistas y de distintos actores sociales del país. Creo que este concurso diverso ha permitido un ejercicio de interlocución democrática que, sin duda, enriquece la perspectiva de todos y promueve una reflexión más ponderada y compartida respecto al estado que queremos y necesitamos los mexicanos para enfrentar los enormes desafíos de nuestro desarrollo” (citado por Zamitiz, 1996, p. 220). No cabe duda de que Salinas sabía bien del poder que poseen los intelectuales desde antes de su gobierno. Como yo lo veo, esa fue su arma más letal contra el país, pues encantó a una población con las palabras de los renombrados e hizo creer que se encontraba en el auge de su historia. La gente se dejó llevar en un principio por un Bolívar Meza que hablaba por ellos ¡Oh decepción! Al descubrir que los llevaron a una emboscada. ¡Traición a la patria!


El intelectual es la excepción de la defectuosa educación de México. Es el que de niño se le escapó al televisor y se relacionaba entre libros; el que se atrevió a cuestionar y no se tragó la pinta del policía como superhéroe; ha descubierto lo nefasto del mundo y aun así lo encuentra bello. Trágicamente, se ha visto obligado a involucrarse con lo más bajo de la sociedad y a costa de ellos los juzga. Aquello se convierte en una lucha de astucia donde el intelectual se alimenta del gobierno por juzgarlo y el gobierno usa este juicio para loarse. Pero, recientemente han comenzado a caminar a favor del otro. El intelectual deja de ser crítico y apoya posturas absurdas. De estas circunstancias renace Aguilar Camín en el gobierno de Salinas para actuar a favor del entonces presidente, mismo que hace ahora con Peña Nieto por lo que Carlos Salinas, quien, irónicamente, lo reformó en lo que es, lo llamó “intelectual mutante”. Sobra decir que Camín le fue infiel a sus ideales, para serle fiel a Salinas. Basta como prueba comparar sus juicios críticos de Historia: ¿Para qué? (1980) o La frontera nómada. Sonora y la Revolución mexicana (1977) contra sus alientos melodramáticos después de 1988. En consecuencia, se perdió el prestigio que había armado durante años, fue el intelectual politizado más criticado de todo el sexenio. Había pasado de crítico a político y le rendía tributo a la farsa de democracia que pintaba Salinas. Aún peor, era parte de ésta. Se vendió. Segó su voz por conveniencia y sus adeptos notaron el cambio y lo rechazaron.


El hombre ha despegado la vista del circo y ha visto más allá. Descubrió que las bestias luchando en la arena no son bestias y que el poder del césar nada tiene de divino. Sólo cuando ha visto más de lo que le muestran, tiene voz, y esa voz debe usarse, debe resonar, hacerse oír. El hombre ve ahora que el pueblo no entiende lo que en verdad pasa. Entonces, ¿cómo podría atreverse a callar y dejarlos en la ignorancia? De ahí que sea necesaria la crítica, hacer notar lo que los ojos cegados no son capaces de observar, puntualizar la injusticia, el error, el fraude. Pues, ¿de qué otra manera podría detenerse? “Para Gramsci, dentro de su idea del intelectual orgánico, éste protagoniza el tiempo histórico en el que vive, explicando su mundo por medio de la inteligencia y convirtiéndose –de acuerdo con Labastida– en el nombrado «intelectual político» cuya influencia en la élite que toma las decisiones, llámese democracia, orienta la interpretación del momento histórico” (Palou, 2007,p.78). Así el erudito influye en toda la sociedad. Cabe recordar a Rafael Sebastián Guillén Vicente, o mejor conocido como el Subcomandante Marcos, quien a partir del discurso desengañó el encanto que había conjurado Salinas sobre los mexicanos durante su sexenio. Con palabras se rompen las vendas de la opresión silenciosa. Se alborota a los hombres y se les recuerda que tienen derecho a pensar. Sólo basta esperar que las mentes no hayan nacido flojas y se atrevan a hacerlo.


Salinas arma su ejército intelectual que abre fuego a base de palabrerías contra la ciudadanía. Los primeros en caer son los que no tienen armas para defenderse, la educación. Los otros hacen un esfuerzo por mantener firme su escudo de conocimiento y evitar sublimarse bajo el régimen democrático. El académico se rebajó a arma por un puesto. Pero permanece su contraparte. Aquellos que, independientemente de la izquierda o derecha, mantuvieron su postura firme y ahora se atreven a contraatacar el fenómeno nacional, rompiendo la maldición de la ignorancia mexicana. Hay que hacer notar que ellos han sido nombrados académicos a causa de sus juicios y no por el poder otorgado por los dioses al mandatario. No olvidemos que “el intelectual asociado al poder justifica los actos del gobierno” (Cantú, 1993, p. 162). Las derechas e izquierdas firmes juzgaron el silencio de los intelectuales politizados. A mi entender las voces que debían dar razón de lo que sucedía con los zapatistas y la economía estaban calentando asientos en la asamblea. Ahí, en el lugar en que todo se sabe primero y se oculta para mantener ignorantes a los espíritus revolucionarios. El académico dejó de razonar y ya ni siquiera se daba cuenta de la situación en que se encontraba. El sistema lo tomó desprevenido y lo engañó para que hiciera un pacto con el demonio en el que renunció al razonamiento, permitió que lo cegaran, esclavizaran y trituraran sus ideales.


En los primeros años del sexenio de Salinas todos habían quedado desconcertados. Se callaba y se adornaba todo. Pero, pronto, los intelectuales que seguían ajenos al gobierno se dieron cuenta de lo que pasaba y hablaron. Jorge Volpi no calló y escribió los hechos de La guerra y las palabras (2004) en Cuadernos políticos a El fin de la conjura (2000), y como él otros tantos hablaron. El gobierno actuaba sigiloso, modificó al sistema como más le convino y así rigió la forma de vida de una sociedad. Tal como la política en cualquier país altera el sistema de funcionalidad de un país a partir de la generación de normas o reformas, el de Salinas modificó la vida de una sociedad a partir de los ideales de los intelectuales. Pues bien, se le dijo a la población que la cultura era buena y a partir de eso las personas rearmaron su vida. Es cierto, que México nunca tuvo tanto apoyo al arte y la cultura, pero bajo todo eso, que era tan sólo la máscara, había una innumerable cantidad de tratados que afectaban al país. Luego cayó el imperio en el 94: vinieron la crisis económica, los zapatistas y la muerte de Colosio. Entonces, ya no había necesidad de mantener el silencio. Los intelectuales politizados dejaron la verdad al descubierto. Hablaron de todo lo que habían visto en el sexenio que, por conveniencia, se habían negado a criticar y recobraron su papel de académicos. Aunque, sin lugar a dudas, de nuevo por beneficio propio.


La política se ejerce a través de actos. Pero necesita quien le diga qué actos debe llevar a cabo, pues la función principal de esta no es precisamente pensar. Sin embargo, los letrados, como expresión del intelecto de una sociedad, deben hacerlo, observar, juzgar y debatir. Pues si bien, una persona, por individual, es perfectible la sociedad también lo es. Persigue a una utopía a la que jamás llegará, pero es bueno mantener la esperanza. Por lo cual es necesario el análisis, saber en qué se está errando y qué se está haciendo bien para lograr el tan anhelado progreso. Sin embargo, como dijo Wright Mills “se debe tener mucho coraje para hablar en voz alta, para decir lo que todos sabemos secretamente” [citado por Gabriel Careaga, 1972, p.21]. En efecto a nadie le gusta que le recuerden sus errores, y cuando se enfrenta a los simios mandatarios del país hay que irse con cuidado. Al respecto conviene recordar a los periodistas que han sido encarcelados o asesinados tras hablar en contra del gobierno: María Elizabeth Macías Castro, Humberto Millán Salazar, Luis Carlos Santiago Orozco, entre tantos. Estos son los efectos radicales de la censura en México, donde la verdad se paga con la muerte. Siendo honestos, como intelectual conviene pertenecer al gobierno, saber de qué hablar y en qué momento, tantear el camino. Sin embargo, esto muchas veces representa hablar mucho diciendo poco, derrocar los ideales para lograr la supervivencia.


Carlos Salinas tomó a sus intelectuales y cambió la forma de vida de una nación. El Subcomandante Marcos, alzó sus palabras y destruyó el imperio de Salinas. En tanto, los intelectuales de ideales firmes se aseguraban que no quedará ni una verdad oculta. Es incuestionable que las palabras, usadas sagazmente, pueden construir, destruir o deformar a una sociedad. Basta recordar a Gandhi, Martin Luther King Jr., Simón Bolívar, Karl Marx y un sinfín de intelectuales que a palabras cambiaron el pensamiento. Pues, las mentes flojas necesitan una mentalidad que adoptar y las ágiles buscan una postura que refuerce sus ideales. En mi opinión, el poder de los intelectuales se aviene en ser voz de las ideas. Por tanto, callar es imperdonable. El pensamiento revoluciona al mundo. ¿Qué hubiera sido de nosotros si todos aquellos hubieran callado? Cuantas independencias y revoluciones estancadas. El progreso se hubiera esclavizado. Concibo pues, que se venda el pensador, que muera o se aprisione, pero jamás al pensamiento. Pues las ideas habrán cambiado los hechos. Entonces que se le otorgue pensamiento gratuito a todo el mundo y que lluevan las revoluciones y el progreso.


 

Referencias


Bourdieu, P. (1983). Campo del poder y campo intelectual. Recuperado de: http://ceiphistorica.com/wp-content/uploads/2016/01/bourdieu-campo-de-poder-campo-intelectual.pdf


Bourdieu, P. (2000). Intelectuales, política y poder. Buenos Aires: Eudeba.


Camp, R. A. (1988). Los intelectuales y el Estado en el México del siglo XX. México: Fondo de Cultura Económica.


Careaga, G. (1971). Los intelectuales y la política en México (Vol. 6). Extemporáneos.


García Cantú, G., & Careaga, G. (1993). Los intelectuales y el poder. México: Mortíz.


Monsiváis, C. (1989). Para un cuadro de costumbres de cultura y vida cotidiana en los ochenta. Cuadernos políticos. México: Era.


Palou, P. (2007). Intelectuales y poder en México. En América Latina hoy, 2007 (47): 77-85.


 

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