top of page
  • Cristián Márquez Romo

El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y la tercera oleada en América Latina: ¿ruptura

¿Escucharon?

Es el sonido de su mundo derrumbándose.

Es el del nuestro resurgiendo.

El día que fue el día, era noche.

Y noche será el día que será el día.

Subcomandante Insurgente Marcos


Cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se declaró públicamente en guerra contra el Gobierno mexicano, el 1º de enero de 1994 —hecho en el que tomó cuatro cabeceras municipales importantes del estado de Chiapas—, contaba con más de una década de vida en clandestinidad como grupo insurgente. Como tal, se trató de una ventana de oportunidad que dicho grupo, que había experimentado a la fecha una serie de cambios, utilizó en un momento en el cual la visibilidad nacional e internacional estarían aseguradas, dado el foco de atención que recaía sobre México luego de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).


En este sentido, sobre todo a nivel internacional, suele relacionarse al levantamiento zapatista con dicho suceso. A la vez, se le identifica como un movimiento que inspiró indirectamente un modelo de movilización de izquierda heredado de la revolución cubana, que en ese momento se encontraba en un proceso serio de desgaste político-ideológico tras la caída de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría. Así pues, el levantamiento zapatista surge a dos años del fin de la tercera oleada de violencia política internacional, que la historiografía latinoamericana ubica en el periodo de 1960-1996.


Entender al EZLN desde esta lógica podría colocar al movimiento en un terreno polémico y difuso. Si bien es cierto que se trata de un levantamiento similar, en cuanto a los medios utilizados, a los movimientos guerrilleros surgidos en América Latina a partir de los años 60, sus objetivos son radicalmente distintos y presenta una serie de dinámicas singulares. A diferencia de los levantamientos guerrilleros latinoamericanos previos a 1994, el zapatismo no buscaba la toma del poder, como lo pretendían las FARC en Colombia, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador, o El Frente Sandinista (FN) en Nicaragua. Se trataba, en este caso, de un movimiento de resistencia que sumaba elementos y consignas distintas, formado además por grupos insurgentes integrados en su mayoría por indígenas mayas de las etnias tzeltal, tzotzil, tojolabal y chol, del estado de Chiapas (Antón González, 2010: 140).


Sin embargo, esto no implica que el EZLN no tuviera similitudes con los movimientos guerrilleros de la tercera oleada. ¿Qué ubica, entonces, al EZLN en ese terreno intermedio, aparentemente anacrónico en tanto no se trata propiamente de un movimiento insurgente y de guerrilla marxista tradicional, sino más bien singular, al incorporar ya no sólo elementos de clase, sino además elementos étnicos y milenarios? ¿Qué influencia tuvo la tercera oleada de violencia política internacional en el EZLN y qué similitudes tiene con los movimientos de dicho ciclo histórico?


La tercera oleada de violencia política (1960-1996). Izquierda y revolución


Hablar de ciclos y agrupar países en áreas geográficas es un recurso muy usual en el conocimiento de la realidad, aunque ello implique imprecisión en las fechas y heterogeneidad regional, particularmente en áreas de tan complejo análisis como América Latina (Alcántara, 2015). En este sentido, con el término oleada se hace referencia a un ciclo caracterizado por fases de expansión y contracción, en el que ciertas actividades similares ocurren en países distintos, guiadas por elementos comunes que caracterizan a los grupos participantes y sus relaciones mutuas (Rapoport, 2004: 41). Ideologías, procesos de aprendizaje, medios de difusión, etc., son algunos ejemplos de ello.


Como se ha dicho, la historiografía ubica la tercera oleada de violencia política internacional en América Latina a partir del detonante de la revolución cubana en 1959, la cual representó un cambio de paradigma en el concepto de revolución, tras la difusión del “foquismo” —ideología que representó un giro “del etapismo a la inmediatez” (Tristán, 2016)—. El foquismo rompió con la ideología de las dos oleadas previas en la región, las cuales tuvieron como punto de partida las ideas provenientes del socialismo utópico, los orígenes del movimiento obrero y el socialismo parlamentario hasta la revolución rusa (1800-1917), por un lado; así como el impacto de la revolución rusa, el surgimiento de los partidos comunistas y reformistas, y la transformación del anarco-sindicalismo al sindicalismo comunista (1917-1959), por el otro.


Dichas ideologías planteaban el camino a la revolución a través de etapas sucesivas. Pero la revolución cubana marcó un parteaguas al mostrar nuevas posibilidades para hacer la revolución, partiendo de la idea de que las condiciones objetivas para hacerlo estaban dadas y, por tanto, no había que esperar, sino más bien generar condiciones subjetivas a través de “focos”. De este modo, había un cambio en: i) las ideas con las que se interpretaba la realidad; ii) el posicionamiento de los actores respecto de esa “nueva realidad”; y iii) el modo de actuar de los actores en esa realidad (Rey Tristán, 2017).


Al mismo tiempo, la revolución cubana marcó el inicio de una generación que encontró en la violencia una “vía” para hacer la revolución, sin necesidad de contar con un gran ejército, un partido de clase o una lucha electoral. Esto sentó las bases para la propagación de las siguientes tesis: i) las fuerzas populares pueden ganar una guerra contra el ejército; ii) no siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para la revolución; el foco insurreccional puede crearlas; y iii) en la América subdesarrollada, el terreno de la lucha armada debe ser fundamentalmente el campo (Guevara, 1997).


No obstante, como apuntan Martín Álvarez y Rey Tristán (2012: 10), a pesar de que el ciclo de la tercera oleada suele establecerse desde el inicio de la revolución cubana en 1959 y hasta 1996 —año de los acuerdos de paz en Guatemala y del abandono de las armas por parte de la última organización representativa de dicha oleada—, hay casos singulares que resultan difíciles de clasificar, tales como las FARC[if !supportFootnotes][1][endif] y el EZLN.


El EZLN es un movimiento complejo de analizar bajo esta lógica, dado que si bien entra en la periodización de la tercera oleada y refleja su influencia, representa al mismo tiempo:



Una nueva apuesta revolucionaria que desde prácticamente su primer documento público de reivindicaciones, quedó patente la diferencia entre lo que se proponía y las experiencias previas: las demandas que justificaban el alzamiento no planteaban un desafío al poder establecido; esto es, no era una propuesta revolucionaria en el sentido de que no pretendía una reconstrucción radical de la autoridad [...] no tenía como objetivo final el poder y la transformación radical de la sociedad mexicana de forma general [...] (y además), sus reivindicaciones eran regionales y parciales, no globales (Álvarez y Tristán, 2012: 10).


[if !supportFootnotes]

[endif]

La influencia de la tercera oleada en el EZLN

Desde la primera declaración de la Selva Lacandona, a finales de 1993, elementos como “tomar el poder” o “revolución socialista” estuvieron ausentes en el discurso[if !supportFootnotes][1][endif] del EZLN, algo contrario a las ideas que predominaron en los discursos de los movimientos guerrilleros de la tercera oleada. En este caso, en cambio, se hablaba de soberanía, democracia, salud, autonomía, etc. Además, se hacía alusión al artículo 39 de la Constitución mexicana y se apelaba al derecho constitucional como mecanismo para ejercer el “inalienable derecho a alterar o modificar la forma de gobierno”. A partir de ello, el longevo lema revolucionario “tomar el poder para transformar a la sociedad” empezó a sustituirse por “cambiar el mundo sin tomar el poder” (Holloway, 2005).


Sin embargo, las “vías” para alcanzar estos fines fueron las mismas que utilizaron las guerrillas de la tercera oleada: el movimiento insurgente tomó cuatro cabeceras municipales importantes de Chiapas, cuyos enfrentamientos más letales se registraron en el municipio de Ocosingo. Por consiguiente, cabe preguntarse, ¿es posible encontrar vínculos o influencia de los movimientos insurgentes de la tercera oleada en el origen del EZLN, más allá de los medios utilizados para lograr sus objetivos?


Con el fin de dar respuesta a esta interrogante, es necesario remontarse por lo menos al año de 1968, momento de efervescencia revolucionaria a nivel mundial, ilustrado por movimientos como la Primavera de Praga, el mayo francés, los movimientos estudiantiles, y de los derechos civiles en Estados Unidos, a los cuales México no fue ajeno. A tono con el descontento internacional, en México estalló uno de los movimientos estudiantiles más importantes del país, que retrató al régimen autoritario, incapaz de responder a las demandas de una población que había comenzado a exigir un proceso de democratización, mayor participación, y más libertades civiles y políticas.


El resultado es conocido. El 2 de octubre, el ejército y los grupos paramilitares como el escuadrón Olimpia, por órdenes del presidente Gustavo Díaz Ordaz y su secretario de Gobernación, Luis Echeverría, dispararon a cientos de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas, provocando muertos y desaparecidos cuya cifra exacta se desconoce hasta la fecha. Ese momento marcó un parteaguas que cambió la historia de los movimientos sociales en México y su papel en la larga transición hacia la democracia. Y es que si bien el movimiento de 1968 logró aglutinar y cohesionar a la comunidad estudiantil y a amplios sectores sociales, la represión provocó su fragmentación, lo que derivó en la creación de grupos distintos que buscaron darle continuidad a partir de estrategias diversas.


Así, algunos abandonaron la lucha y trataron de seguir por otros medios, tales como la sociedad civil, la academia, o incluso las filas gubernamentales. Otros decidieron continuar una lucha político-electoral y sentaron las bases de un movimiento que más tarde, en las elecciones de 1988, aglutinó a distintos sectores de izquierda en torno al Frente Democrático, que impulsó la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas rumbo a la presidencia. Por último, algunos más llegaron a la conclusión de que la vía pacífica estaba agotada y por tanto, la única salida para cambiar el régimen era la vía armada.


A partir de ese momento, en 1969 surgieron las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN), dirigidas por los hermanos César Germán y Fernando Yáñez Muñoz, Alfredo Zárate y Raúl Pérez Vázquez. Este grupo tenía la intención de acumular fuerzas progresivamente y en forma discreta, razón por la cual en 1972 se estableció en Chiapas el campamento denominado El Diamante, donde operaba el Núcleo Guerrillero Emiliano Zapata (NGEZ), que tras cinco años logró establecer redes en Tabasco, Puebla, Estado de México, Chiapas, Veracruz y Nuevo León (Romero, 2013).


Un paralelismo claro que podemos identificar entre la tercera oleada y el EZLN es que el FLN era un movimiento con ideología marxista-leninista, que mezclaba dicha matriz ideológica con elementos endógenos propios de líderes mexicanos, como Emiliano Zapata, Ricardo Flores Magón o Vicente Guerrero. En consecuencia, el grupo clandestino se vio increpado constantemente por el ejército mexicano durante el periodo de la guerra sucia —comprendido desde finales de la década de los 60 a finales de los 70—, con los asesinatos de distintos grupos de forma efectiva. Como señala Castellanos (2008), por esta razón la historia del FLN es compleja de entender durante el periodo de 1975-1983, ya que, debido a la magnitud de la represión, existe poco registro acerca de aquella etapa. Sin embargo, sobre lo que sí se tiene constancia es que durante esta etapa el FLN comenzó a realizar incursiones en la Selva Lacandona de forma más recurrente, para reiniciar desde ahí labores de reclutamiento. Así fue como reclutó a muchos estudiantes de universidades en las que el marxismo tuvo mucha influencia, como la Universidad Autónoma Chapingo, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) (Romero, 2013). De esta esta última, precisamente, fue profesor Rafael Sebastián Guillén, principal ideólogo, portavoz y mando militar del EZLN hasta 2014, conocido como Subcomandante Marcos.


En este sentido, el origen del EZLN como movimiento insurgente singular puede atribuirse a la transformación progresiva en este periodo, durante el cual el FLN comenzó a tejer redes con distintos grupos —desde aquellos con ideología maoísta hasta indígenas que habían desarrollado trabajo comunitario con la iglesia católica mediante el obispo Samuel Ruiz— que habían comenzado a trabajar previamente con los indígenas del sur de México. Sin embargo, al mismo tiempo, bajo la inspiración del FMLN, el FN o la guerra civil que duró más de treinta años en Guatemala, se reavivó la intención del FLN de conformar no sólo un grupo guerrillero sino un ejército. Así, en los documentos de la guerrilla comenzó a aparecer el acrónimo FLN-EZLN, lo que establece el precedente más claro y la “cuna del EZLN”, el cual se concreta en el primer campamento denominado La Garrapata (Morquecho, 2011).


La fusión con grupos indígenas fue mucho más compleja de lo que suele afirmarse, dado que provocó una transformación del movimiento guerrillero en su totalidad. El Subcomandante Marcos lo narra de la siguiente manera:


[...] Sufrimos realmente un proceso de reeducación, de remodelación. Como si nos hubieran desarmado. Como si nos hubiesen desmontado todos los elementos que teníamos: marxismo, leninismo, socialismo, cultura urbana, poesía, literatura, todo lo que formaba parte de nosotros y también cosas que no sabíamos que teníamos. Nos desarmaron y nos volvieron a armar, pero de otra forma. Y esa era la única manera de sobrevivir (Romero, 2013).


Por tanto, para entender el surgimiento del EZLN, es necesario atender a las causas y al proceso histórico de auge y contracción de las luchas sociales en México. Aunque existió una influencia de factores internacionales, respecto del conocimiento previo, la diseminación de ideas y de marcos culturales, así como de conectores ideológico-políticos, el elemento étnico y la larga y efectiva represión en el caso mexicano, diferencian al EZLN de los demás movimientos que tuvieron lugar durante la tercera oleada.


No obstante, a partir de ello es posible establecer que, más que un movimiento guerrillero anacrónico, el zapatismo forma parte de un saldo histórico con las comunidades indígenas del país, y al mismo tiempo, de larga tradición de injusticia heredada del régimen autoritario —cuya represión fue sumamente efectiva tanto para exterminar grupos sociales, como para borrar la memoria histórica, lo que provocó un legado de impunidad que se remonta hasta nuestros días—. Finalmente, la politización de distintos grupos, tanto rurales como urbanos e indígenas, fue el puente que permitió establecer un espacio de cooperación y de lucha ante la opresión y la impunidad prevalecientes en México, como vínculo de resistencia para la reivindicación de valores comunes contra la injusticia, y que permita forjar un camino y avanzar en la construcción de paz.



[1] En este caso nos enfocaremos sólo en el EZLN. El caso de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) es también singular, dado que si bien surgen en la década de los 60, su origen puede ser rastreado a partir del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, por lo que supera el periodo vital de la tercera ola y se extiende hasta el presente.


[2] Véase la Primera Declaración de la Selva Lacandona. Disponible en: http://palabra.ezln.org.mx/comunicados/1994/1993.htm

[if !supportFootnotes]

 

Referencias

Alcántara, M. (2015, 1 de febrero). ¿Fin de ciclo político en América Latina? El País. Disponible en: http://internacional.elpais.com/internacional/2015/01/30/actualidad/1422633530_391338.html


Antón González, E. (2010). Las paradojas del movimiento zapatista en la construcción de paz: “El ejército que nace para que no haya más ejércitos”. Revista Paz y Conflictos, (3), 140-153.


Castellanos, L. (2008). México armado, 1943-1981. México: Era.


Guevara, E. (1985). Guerrilla Warfare. Lincoln: University of Nebraska Press.


Holloway, J. (2005). Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy. Caracas: Editorial Melvin.


Martín Álvarez, A. y Rey Tristán, E. (2012). La oleada revolucionaria latinoamericana contemporánea, 1959-1996. Definición, caracterización y algunas claves para su análisis. Naveg@mérica. Revista electrónica de la asociación española de americanistas, (9), 2-36.


Morquecho, G. (2011). La Garrapata en el Chuncero, cuna del EZLN. América Latina en Movimiento. Disponible en: http://www.alainet.org/es/active/50889


Rapoport, D. C. (2004). Modern terror: the four waves. En Cronin, A. K. y Ludes, J. M. (eds.). Attacking terrorism: elements of a grand strategy. Washington: Georgetown University Press.


Rey Tristán, E. (2016). Del etapismo a la inmediatez. Debates en torno a la idea de revolución en América Latina a partir de 1959. Semata. Ciencias Sociais e Humanidades, (28), 363-388.


______________(2017). Izquierda y revolución en América Latina. La tercera oleada de violencia política internacional (1960-1996). Programa de Estudios Abiertos. Salamanca: Universidad de Salamanca.


Romero, R. (2013, 17 de noviembre). EZLN. Una mirada a su historia. Parte I. El núcleo guerrillero. SubVersiones. Disponible en: https://subversiones.org/archivos/15405



 



[if !supportFootnotes]

Entradas relacionadas

Ver todo
Síguenos
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
bottom of page