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  • Johan Sebastián Mayorga

¿Es Trump el culpable del declive de la democracia estadounidense?



He visto en todos los medios de comunicación a los cuales puedo acceder y en el discurso de los académicos, investigadores e intelectuales de Latinoamérica y el mundo, cómo culpan sistemáticamente a Donald Trump de todos los males que aquejan no solo a Estados Unidos (racismo, machismo, xenofobia, crisis económica acompañada de una elección de dudosa legitimidad política y negación del cambio climático) sino al mundo en general. Esto se ve reflejado en la crisis con Corea del Norte, las malas relaciones bilaterales con Rusia y China, la agresividad contra los mexicanos y la propuesta de construcción de un gran muro fronterizo, y ni hablar de una posible invasión militar a Venezuela, pues las sanciones económicas son un hecho. Los analistas argumentan que desde que llegó Trump al poder, los ánimos bélicos se han exacerbado, la discriminación ha florecido y se ha esparcido a lo largo y ancho de Estados Unidos debido, en parte, a la actitud pedante y pendenciera con que el nuevo presidente ha asumido su cargo, además de la legitimidad que le ha otorgado y que, a su vez, le han dado los grupos supremacistas blancos que, peligrosamente, se amparan bajo su manto. El asesinato de Heather Heyer en las pasadas manifestaciones del 13 de agosto por parte de supremacistas blancos en Charlottesville, Virginia, es sólo una de las posibles consecuencias que se han desencadenado. Esto ha conducido a que la opinión general cuestione la democracia estadounidense, por la que antaño se ufanaban de tener, pues se concebían como la tierra de la libertad y la oportunidad, donde cualquiera podría cumplir el American dream, sin ser discriminado por ninguna condición. Se consideraban y se les consideraba como el paradigma moderno de democracia; hasta tenían la legitimidad suficiente para llevar la “democracia” a países donde las “dictaduras” estaban a la orden del día, como en el caso de Medio Oriente.


Ahora bien, todos esos análisis me parecen coherentes con lo visto hasta el momento: es cierto que la actitud de este nuevo presidente es muy distinta a la de sus predecesores; es cierto que ganó la campaña presidencial impulsado no sólo por Rusia, sino por un ataque sistemático a las minorías que en ese país trabajan. También ganó prometiendo la vuelta a la grandeza, sea por cualquier medio, de un país que poco a poco va perdiendo protagonismo ante un mundo multipolar. Cierto es, además, que tiene un prontuario de maltrato hacia las mujeres. Todo esto es verdad. Pero ¿es por ello Trump el culpable del declive de la democracia estadounidense? Sostendré que no, que Trump es apenas la punta del iceberg, es la cara visible de todo un proceso histórico que empezó hace más de 500 años. Donald Trump es apenas la encarnación de los valores que empezaron con la modernidad, es la consecuencia de este proceso histórico, no la causa de los problemas del mundo moderno.


La primera generación de la escuela de Frankfurt criticó duramente a la racionalidad ilustrada, a sus ideales y principios, achacando a ésta el triste y amargo final de las dos guerras mundiales y la pérdida de millones de vidas en los campos de concentración y de exterminio nazis. En este texto se darán unos pasos más atrás aunque, espero, con el mismo espíritu crítico con que Horkheimer y Adorno criticaron a la ilustración. En efecto, me remitiré a finales del siglo XV y principios del XVI, a la época de la colonización y saqueo del nuevo continente, pues basado en los estudios de Enrique Dussel (1994, 1998, 2014) y de varios pensadores decoloniales como Ramón Grosfoguel (2013, 2016), es en la interacción de las comunidades indígenas con los europeos que nace y se configura la mentalidad moderna y las posteriores instituciones que guiarán y legitimarán todos los procesos de la modernidad y sus consecuencias: el capitalismo, el racismo, la xenofobia, el machismo y la destrucción de la naturaleza. Argumentan Dussel y Grosfoguel que son caras de una misma moneda, de un mismo proceso. Son intrínsecos los unos con los otros, lo cual también conlleva que para luchar contra uno, hay que luchar contra todos.


Sin la colonización del territorio americano no hubiese sido posible el nacimiento del capitalismo, pues fue gracias a la explotación de la naturaleza, a la extracción del oro y la plata sacadas de las minas del Perú, de Bolivia y México, que se acumuló lo suficiente para la posterior industrialización de Europa a costa del declive del mundo musulmán, que era el que entonces gobernaba buena parte del mundo conocido. Y como bonus, no tuvieron que pagar nada por esa mano de obra indígena y negra, puesto que era mano de obra esclava. Es lo que, en términos de Marx, se conoce como “acumulación originaria”, condición de posibilidad del desarrollo del capitalismo. Por otro lado, la segregación racial era el método no sólo para justificar la esclavitud y la superioridad del hombre blanco; también para explotar al indio y al negro, pues se les concebía ontológicamente inferiores a los europeos. Esto está constatado por los textos de Ginés de Sepúlveda que, basado en Aristóteles, justificó la esclavitud de los indios y negros. Contra esta posición esclavista, una voz disidente se alzó en el siglo XVI, la de Bartolomé De las Casas (1484-1566), quien no sólo luchó y abogó por la libertad de los indios, sino que también los consideró personas con alma, capaces de un posible diálogo y consenso sobre su situación. Que De las Casas haya considerado que los nativos tenían alma era, sin duda, un gran paso para la época, pues el sistema esclavista, así como los argumentos de Sepúlveda, se basaban en que, como los nativos no tenían alma, eran por tanto ontológicamente inferiores a los españoles que sí la tenían. Era la justificación de un sistema de explotación. Considerarlos como iguales, por lo tanto, era completamente revolucionario para la época, pues la explotación y esclavización de los indios tendría una carga ética negativa. Y si bien el argumento de De las Casas no fue bien recibido, y al contrario fue criticado, es el germen incipiente del pensamiento crítico contemporáneo.


Son entonces los siglos XV y XVI la clave para entender el mundo en el que hoy vivimos, pues es a partir de esta coyuntura, que una serie de valores se empezaron a imponer en la cotidianidad, por ejemplo, la acumulación obsesiva por parte de los grandes empresarios y la explotación de la mano de obra, sea india, negra y posteriormente obrera. Esto acompañado de una deshumanización del otro, pues para poder justificar dicha explotación, ese otro tenía que ser inferior al dominador. La destrucción de la naturaleza es otro de los valores que se impusieron, pues ésta es distinta a la vida humana, esta es “otra cosa”, cosa que está a nuestro servicio, que se puede explotar. Es nuestra reserva de material para el trabajo y por tanto es potencialmente explotable. La cosmogonía del mundo moderno, enfocada en el antropocentrismo, ve como único fin en sí mismo al hombre, mientras que el resto de objetos sólo son mediaciones para la conservación de la vida de éste. Los objetos pierden su dignidad intrínseca como “cosas vivas” y se vuelcan al servicio del hombre (Cfr. Arendt. 2005. Cap. 4. §21).


Me parece entonces que el análisis de estos siglos es esencial para entender la lógica y la dinámica que ha funcionado hasta el día de hoy. Por ejemplo, son éstas precisamente las características de la sociedad estadounidense, pues desde que las colonias inglesas arrasaron con la población nativa (primer acto de racismo y genocidio, pues se mata al otro por serdistinto) se impusieron como un imperio a través de la esclavización de población negra traída del África, y forzada a trabajar en los campos de algodón - campos cuya flora y fauna nativa tuvieron que ser destruidos con antelación. Esto es conocido como ecocidio. Como fue mano de obra esclava, es decir, no se le retribuyó nada, todas las ganancias hicieron que el país se convirtiera rápidamente en una potencia militar y económica, que hasta el día de hoy sigue vigente. Para Grosfoguel, la modernidad está fundada sobre cuatro genocidios (el de los pueblos nativos en América, el de las mujeres "brujas" en Europa, el de la población negra en África y la población judía y musulmana en el territorio de Al-Andalus) (Cfr. Grosfoguel, 2013) El de la población nativa en lo que hoy es Estados Unidos, es apenas una instancia de lo ocurrido, pues esto ocurrió en todas las partes del mundo donde hubo colonias. Me gustaría agregar además, dos exterminios sistemáticos más, a saber: el epistemicidio de toda tierra colonizada, pues el conocimiento de dichas culturas no sólo no era tomado en cuenta, tampoco importaba y por lo tanto era destruido; y por otro lado el ecocidio, pues la fauna y flora de cada lugar es destruida para extraer los recursos naturales que el colonizador considerara pertinentes.


Si se aplica lo que mencioné un párrafo atrás, a saber, que entender lo sucedido en estos siglos nos daba la clave para entender la lógica y la dinámica de pensamiento que hasta el día de hoy permanece, podemos interpretar los diferentes hechos históricos con esta clave y poder, de esta manera, rastrear los pasos que hoy nos llevan a que Trump sea presidente. Mencionaré algunos ejemplos. Históricamente el des-categorizar al otro como humano, es la táctica para justificar y legitimar la invasión y la masacre. Sucedió con las colonias en África y Asia en los siglos XIX y XX, por ejemplo el apartheid en Sudáfrica y la colonia británica en la India, y sucede ahora con la invasión de Estados Unidos en Irak y Afganistán, pues según los discursos de presidentes y académicos, en el Medio Oriente sólo hay bárbaros y extremistas religiosos que quieren ver a occidente derrumbarse y por ello es “necesario” que las fuerzas “democratizadoras” intervengan para la salvación de dichas tierras. Por otro lado, estos intereses colonizadores también están acompañados de intereses económicos, pues del África se extrajeron recursos naturales y minerales preciosos, de la India se extrajo el algodón y del Medio Oriente se extrae el petróleo. Racismo, capitalismo y destrucción de la naturaleza, van de la mano.


Por eso me parece que Trump encarna estos valores que ha traído consigo la modernidad. Su perfil es el del típico empresario “exitoso” que a costa de los demás ha escalado hasta una posición de poder elevada. No es más que el reflejo de una ontología individualista que inició con Descartes y se desarrolló en los planteamientos del liberalismo, donde cada persona se auto-determina sin depender de nadie más –tesis dudosa, por cierto. Su estrategia del muro no es para nada gratuita y tonta, pues detrás de esta imperan la lógica y la dinámica ya enunciadas. Y es que si se mantiene a los trabajadores mexicanos en su país, las multinacionales, de las cuales él hace parte por supuesto, podrán ganar mucho más dinero, pues mantendrán a los trabajadores en su país de origen y por lo tanto a ganar salarios miserables en largas horas de trabajo. En México se gana 80 pesos al día, esto es más o menos lo que gana un trabajador estadounidense en una hora. Si los trabajadores que ganan poco pasan a un territorio donde su salario sube considerablemente, los grandes empresarios van a dejar de percibir fuertes ganancias, pues parte de ellas deben destinarse a los sueldos; pero, haciendo un muro, sus ganancias incrementarían, pues pueden producir más y más barato, pues los salarios serán miserables. Por eso su discurso contra los mexicanos y en general, contra todo inmigrante (claro está, todo inmigrante que venga de un país pobre) es enfático, pues él y los demás empresarios, serán los principales beneficiados. No es gratuito, por lo tanto, que el discurso racista y xenófobo se imponga en Estados Unidos, pues siempre ha estado ahí, es parte constitutiva de su historia moderna, sólo que antes se maquillaba como una “democracia” dentro del contexto de lo “políticamente correcto”. Tal como lo enunciaba la pancarta en un partido de beisbol el pasado 13 de septiembre: “el racismo es tan americano como el beisbol”.




He escuchado en radio que muchos panelistas se preguntan porqué volvió la xenofobia y el racismo a EEUU y culpan a Trump de ello. Mi respuesta es que nunca se ha ido, sólo que ahora, como hay una cabeza visible, también se muestra con más claridad. Concluyendo este escrito, me parece importante que un personaje como este llegue al puesto más poderoso del mundo, pues sólo así nos estamos dando cuenta del proceso autodestructivo en el que hemos estado desde hace 500 años. Este proceso, por lo general, era oculto e imperceptible a simple vista; pero gracias a Trump, que exalta estos valores escondidos, podemos tomar la suficiente consciencia no sólo para rechazar sus valores, sino también para emprender un nuevo camino.


 

Referencias


Arendt, Hannah (2005). La condición humana. Buenos Aires: Paidós.

Dussel, Enrique (1994). 1492. El encubrimiento del otro: hacia el origen del mito de la modernidad. La Paz (Bolivia): UMSA. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación Plural Editores.

Dussel, Enrique (1998). Ética de la liberación en la edad de la globalización y la exclusión. Madrid: Trotta.

Dussel, Enrique (2014). 16 tesis de economía política. Ciudad de México: Siglo XXI Editores.

Grosfoguel, Ramón (2013). Racismo/sexismo epistémico, universidades occidentalizadas y los cuatro genocidios/epistemicidios en el siglo XVI. Tabula Rasa (19): 31-58.

Grosfoguel, Ramón (2016). Caos sistémico, crisis civilizatoria y proyectos decoloniales: pensar más allá del proceso civilizatorio de la modernidad/colonialidad. Tabula Rasa, (25): 153-174.

 

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