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  • José Luis Sánchez Canseco

La cosmovisión indígena del territorio: defensa e identidad

I. Introducción

Desde una apreciación simple el concepto territorio puede ser visto como algo meramente material, es decir, como extensiones de tierra o roca inerte que sólo está ahí dispuesta por la naturaleza para ser transformada, utilizada o devastada y de ello obtener un beneficio práctico o inmediato. Es lamentable decirlo, sin embargo, como realidad, la concepción de territorio antes descrita es parte de las políticas y prácticas de consumo que caracterizan al mundo capitalista, al mundo moderno: ver la naturaleza como un medio para obtener un resultado en ganancia material.


Esa visión del territorio choca con la forma o cosmovisión indígena sobre el mismo. La cosmovisión como un entramado diferenciado, en este caso, colectivo, son saberes, conocimientos alternos, significados que tuvieron un origen y que, a contra corriente, siguen teniendo una finalidad. En palabras sencillas es algo que tiene razón de ser para una comunidad o pueblo indígena. En ese sentido nuestros ancestros originarios concebían la tierra (la naturaleza), como algo vivo, como un ser con sensibilidad y que, al entrar en contacto con ella para su subsistencia la hicieron parte de ellos mismos, no para adueñarse a manera de propietarios absolutos, sino para formar una unión de seres iguales. Para decirlo de alguna manera: con derechos y obligaciones mutuas sin que uno tuviera poder sobre el otro y con igual responsabilidad de cuidado y preservación.


II. Cosmovisión indígena del territorio vs imperativo categórico


La tierra a partir de los saberes y conocimientos indígenas es un territorio, comprendiendo su dimensión no solo física o material sino como organismo vivo e independiente, un ser que necesita protección y respeto con la finalidad de su uso razonable. Es evidente que esta forma de pensar es contradicha por la idea de explotación sin límites que tienen los gobiernos o las empresas, a las que aquellos gobiernos les dan autorización para extraer los recursos naturales que contiene ese ser viviente. Aún en el trasfondo de la moderna estructura jurídica y de las políticas públicas occidentales, podemos ver la antigua máxima francesa “Laissez faire, laissez passer”: “dejar hacer, dejar pasar” la cual sigue apuntalando la libertad de mercado y, en consecuencia, la explotación desmesurada de la naturaleza como mercancía.


La contradicción de estas dos formas de racionalidad, la indígena y la occidental, la podemos analizar desde el fundamento que sostienen una u otra. Immanuel Kant (2014: 126), filósofo alemán, describió que el ser humano nunca podría ser un medio para un fin, ya que su racionalidad le situaba como fin en sí mismo y que los seres (las cosas) cuya existencia descansa en la Naturaleza tienen un valor meramente relativo, es decir, son medios y como tales son cosas. Este pensamiento que dimensiona a las personas con un valor y, por lo tanto, con un poder por encima de la naturaleza, rompe con la cosmovisión indígena sobre el territorio ya que sitúa al ser humano en una posición de privilegio, como fin al cual la naturaleza que le rodea no encuentra otro sentido que servirle como medio.[1]


Es pertinente decir que los derechos humanos como fundamento construido desde la segunda mitad del siglo pasado, a raíz de los genocidios causados por Alemania, encuentran una buena razón para afirmar al ser humano como fin en sí mismo, y en ese contexto, una refutación en contrario no se sostiene. Ya que la posible argumentación teórica que exista para justificar las masacres de seres humanos como objetos, no sería otra cosa que quitarles su valor como fines y tomarlos como cosas dispuestos para ser desechados. La fuerza de los derechos humanos como fundamento teórico es imprescindible en tal escenario, sin embargo, el conocido imperativo categórico de Kant en el contexto indígena adquiere una categoría que enfrenta un desafío actual: la urgente necesidad de proteger la naturaleza ante la devastación provocada por el ser humano, cuyo antropocentrismo ha puesto en peligro los territorios indígenas.


Para la cosmovisión indígena la persona no es el centro del universo, sino por el contrario como describe Jaime Martínez Luna:


Lo natural es lo que engendra, no es el hombre, es la naturaleza quien engendra al hombre. Es por ello que también surge una ideología naturólatra. Este pensamiento lo desarrollarán todos los pueblos no homólatras, es decir, los que encontraron en la naturaleza el origen de su proceder. (Martínez Luna 2003, 24).


Es evidente que el autor nos muestra una concepción que valora a la naturaleza como madre y, en ese sentido, adquiere un carácter relevante, o mejor dicho reverente, que llega a ser espiritual. Sin embargo, como afirma otro reconocido autor, el indígena y la naturaleza llegan a ser dos seres que se necesitan mutuamente como complemento que forma una identidad propia:


Ellos, los Pueblos Originarios, saben de qué se trata. Siempre lo supieron. Su relación con la naturaleza no es sólo de carácter económico, sino cultural y espiritual. Su identidad se juega con ella. Saben que si se destruyen o agotan sus territorios es la supervivencia misma la que se arriesga. […] El cuidado del medioambiente sobre el que vienen alertando los ecologistas desde hace décadas ellos lo sabían desde el comienzo de la Historia […]. (Stavenhagen 2010, 7).


Tanto Stavenhagen como Martínez Luna exponen la fractura de la que adolece la filosofía kantiana: el ser humano como fin en sí mismo por sobre todas las cosas (la naturaleza, el territorio, el medio ambiente) está consumiendo el planeta. Es ingenuo pensar que lo anterior sólo es un debate académico o teórico, no obstante, los valores que se contraponen sostienen en la práctica, por un lado; una economía de mercado liberalizada cuyos límites únicamente son una normatividad jurídica endeble y complaciente,[2] que a su vez genera políticas públicas que menosprecian la cosmovisión indígena de la preservación del territorio, su medio ambiente y su naturaleza como hábitat y, por supuesto, como forma de concebir un modo de vida diferenciado.




III. La idea de desarrollo económico del territorio


Uno de los argumentos que más se ha reiterado para defender el carácter económico que como medio tiene la naturaleza para el ser humano, ha sido a decir de Rodolfo Stavenhagen (2010: 57) la idea de desarrollo económico que tiene como fondo el concepto de "modernización", promovido según sus defensores para incluir a todas las formas tradicionales, atrasadas o pre-modernas, en las cuales incluyen a las comunidades indígenas. Lo anterior como argumento hegemónico ha provocado la urgente organización de colectivos indígenas para la defensa de su territorio. Un ejemplo de ello y de toda la cosmovisión espiritual que le subyace, es la acción que llevan a cabo diversas organizaciones civiles, pueblos originarios, ciudadanía y académicos, en relación a la implementación de Zonas Económicas Especiales en el estado de Oaxaca. Se puede leer en la declaratoria del 22 de junio de 2017, el sentir siguiente:


La absoluta pobreza en el pensar y actuar de nuestros gobiernos, porque no escuchan a los pueblos y no tienen una visión integral de nuestras necesidades, […] No fomentan los mercados locales y regionales. No hacen estudios verdaderos de impacto ambiental e impacto humano de sus megaproyectos. Desconocen y violan sistemáticamente los derechos de los pueblos indígenas a vivir nuestras propias culturas y definir nuestro propio desarrollo en nuestro propio territorio. (DECLARATORIA, 2017).


Provocar una visión alterna a la idea de modernización o desarrollo, resulta no solo justo sino imprescindible para un manejo razonable de los recursos naturales. Esta práctica encuentra sentido, si sostenemos que la naturaleza no es un medio sino un fin en sí mismo a la par que lo son las personas, los individuos y, desde luego, los colectivos indígenas. Otro de los frentes de defensa es el agua, que como recurso natural es extraído de las entrañas de nuestros territorios indígenas, sin embargo, en la cosmovisión originaria se le concibe como lo que han llamado: la sangre que le da vida a la tierra. [3] Esta idea del agua es fundamental para poder cuidarla y defenderla como sustancia indispensable para la sobrevivencia del territorio indígena y, por consecuencia, para la subsistencia de los seres humanos que habitan esos territorios.


IV. La actividad proactiva indígena


Una actitud como ejemplo a seguir es la que ha realizado el colectivo indígena Coordinadora de Pueblos Unidos para el Cuidado y en Defensa del Agua (en adelante COPUDA), en el valle de Ocotlán y Zimatlán en Oaxaca. Ellos ejecutaron, por iniciativa propia, trabajos de captación de agua en los años 2007 y 2008 luego de una sequía de dos años recuperando así el manto acuífero (COPUDA 2017: 5). Así mismo, realizaron una defensa legal a través de la interposición del amparo colectivo número DA.-282/2012. (DA.-4953/12-11).


Tal resolución les permitió exigir a su vez al gobierno federal, la implementación de un procedimiento de consulta respecto a la solicitud de modificación del Decreto de Veda del acuífero de valles centrales de Oaxaca (EXPEDIENTE 9216/2011-17-01-4 2013: 59). La solicitud de modificación de dicho Decreto, llevó implícita la propuesta compromiso de las comunidades de la región para realizar una reglamentación para el uso, administración, control y sanción sobre el agua, bajo el marco del ejercicio de la libre determinación, así como bajo la cobertura de la cosmovisión ancestral del respeto al territorio como ser viviente (COPUDA 2017: 4, 9-10).


La actitud proactiva que ha desarrollado la COPUDA mantiene vivo el pensamiento indígena, que como base filosófica se funda en el sentido de preservar el entorno. La lucha por el respeto y la protección de nuestros territorios indígenas es y seguirá siendo, la lucha por el reconocimiento de otra forma de ver la vida, otra forma de concebir lo que es la calidad de vida, en donde al territorio y la sangre que le da vida, se ve como un ser a la par de las personas humanas y nunca como un medio. Así, la lucha de la COPUDA es una lucha por la identidad, una lucha por la alternativa de solución a un dilema vigente: el uso racional del agua como líquido vital para la subsistencia.


R. Stavenhagen (2010, 75) reitera la idea: “En el fondo de estas manifestaciones encontramos una necesidad humana fundamental: la que tiene todo grupo humano de poder vivir de acuerdo con sus valores y su cosmovisión, la que tiene toda persona de sentirse pertenecer a una colectividad con la cual comparte estos valores y que le proporciona identidad y seguridad. […]”. La propuesta pues del colectivo indígena, no es otra que el reencauzamiento de una identidad espiritual con la naturaleza que lleva implícito el sentido práctico de conservación mutua de la que hablaba Stavenhagen. Esta responsabilidad mutua entre el hombre y su hábitat nos lleva finalmente a cuestionar paradigmas antropocéntricos como el de Kant, y políticas públicas que apuntalan una modernidad y desarrollo a costa del menoscabo de los territorios indígenas.


El pensamiento originario ancestral, lejos de ser una idea romántica del indígena o una retórica más, se convierte en una base filosófica fundamental para la defensa práctica por la subsistencia del territorio. Ahora más que nunca estamos llamados desde distintos frentes y espacios de discusión, a poner sobre la mesa la opción de la cosmovisión indígena como alternativa a las consecuencias de una devastadora visión occidental que ha cosificado la naturaleza.



[1] Pensamiento, por cierto, muy parecido al antiguo canon bíblico de: “Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra” (Génesis 1:28).

[2] Un ejemplo de ello es la Ley Federal de Zonas Económicas Especiales publicada el 1º de junio de 2016, la cual tiene la intención de afectar de manera directa territorios indígenas del sureste mexicano, y cuya aprobación denuesta una visión de Estado que viola los derechos a la consulta previa, libre, informada y culturalmente adecuada según el Convenio 169 de la OIT y la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas de la ONU.

[3] La COPUDA ha mantenido esta concepción a lo largo de años de lucha por la defensa y conservación del agua en los valles centrales del estado de Oaxaca: “El agua es la sangre de la madre tierra ella da la vida, con esta visión la COPUDA ha implementado un manejo comunitario que siembra y cosecha agua […]”. (COPUDA 2017, 2).


 

Referencias


Coordinadora de Pueblos Unidos para el Cuidado y en Defensa del Agua (COPUDA). 2017. Xnizaa (Nuestra Agua). México: Centro de Derechos Indígenas Flor y Canto, A.C. Disponible en https://issuu.com/florycanto0/docs/revista-propuestacopuda-final


DECLARATORIA DEL FORO: “ZONAS ECONÓMICAS ESPECIALES Y LAS IMPLICACIONES EN LA VIDA COMUNITARIA Y AL MEDIO AMBIENTE”. 22 de junio del 2017. Disponible en http://crisisclimaticayautonomia.org/declaraciones/868


Kant, Inmanuel. 2004. Lo bello y lo sublime/Fundamentación de la metafísica de las costumbres, trad. Luis Rutiaga, México: Editorial Tomo.


Martínez Luna, Jaime. 2003. Comunalidad y desarrollo. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes CONACULTA.


Sentencia EXPEDIENTE 9216/2011-17-01-4. Actor: Justino Martínez González. Autoridad demandada: Director General de la Comisión Nacional del Agua, de la Secretaria del Medio Ambiente y Recursos Naturales. Disponible en http://aguaparatodos.org.mx/wp-content/uploads/cumplimiento-de-la-sentencia.pdf


Stavenhagen, Rodolfo. 2010. Los pueblos originarios: el debate necesario. Norma Fernández (Comp.). Marcelo Paredes (Coord). Buenos Aires, Argentina: CTA Ediciones CLACSO Instituto de Estudios y Formación de la CTA.


 

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