Poemas inéditos de la Serie D

Horas atravesadas
Vengo de una familia grande (en número) de ellos viene esta añoranza de lluvias del Caribe (si no de dónde) de ellos viene esta arrogancia culpable y unos brazos abiertos.
Vengo de una familia tórrida (como todas) con sus trágicas nimiedades y sus pequeñas catástrofes.
En esta familia que puede ser cualquiera (incluso la mía) hay truhanes adorables y respetuosos insoportables.
Vengo de una familia errante (no feriante pero casi) Que vive en horas atravesadas: no nos perdimos ni un solo golpe de estado,
control cambiario, guerra civil, cracks de todo tipo, intervenciones bancarias y terremotos.
Vengo de una familia que ha sufrido naufragios (en sentido literal y figurado) que se ha preocupado por gallinas ponedoras y por el índice bursátil. Algunos fueron poetas (y no lo sabían) algunos fueron abogados (y lo sabían) futbolistas, doctoras, contables, diseñadoras, ferreteros, carreteros y amas de casa siempre. De ellos esta ficción grande, tórrida, cualquiera, errante y atravesada.
Te recitaba
Puedo decirte que dormías poco.
Cuando lo hacías, en el paseo de la mañana, leía ávido a tu lado.
Recuerdo algún libro de Piglia, Chimamanda,
Eliseo Diego, Rafael Cadenas.
Me veo en La Baronesa o en los Jardines de Cristina,
un lector prófugo cabalgando en tus primeros sueños.
Camino a la biblioteca te dormías
y podía consultar tranquilamente el catálogo,
leer en los sillones, alerta.
Siempre estuviste a mi lado. Y recuerdo que éramos felices.
Como dormías poco te recitaba.
Leímos clásicos españoles y venezolanos.
Leímos poesía céltica en gallego.
Ni siquiera esto último funcionó.
Por último te cantaba. Lo siento.
Esto te vencía por cansancio o por horror.
Pocas cosas puedo decirte hijo.
Una de ellas es que leas,
que leas como si tu hijo fuese a despertar en breve.
Sobre volar
— Ayer soñé que volaba — te dije mientras plantabas los geranios.
— ¿Sobre qué volabas? — me dijiste.
— No lo sé bien — te respondí mientras hundía mi dedo en la tierra haciendo pequeños agujeritos.
— ¿Y a dónde ibas? — me preguntaste introduciendo las semillas diminutas
en los agujeritos.
— Tampoco sé, solo volaba — te dije tapando los agujeritos con el mismo dedo.
— Entonces solo volabas — me dijiste.
— Solo volaba — te dije.
