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  • E. Javier Correa

19 de febrero


El hecho debiera ser narrado de mejor forma, debiera decir:

Las luces del escenario se desvanecen tenuemente en el momento que los héroes traspasan tramoyas, al encontrarse en el centro del escenario se apagan por completo y el cañón los ilumina, el director de orquesta aumenta el suspenso con un Cressendo, los personajes se toman de las manos y se miran a los ojos. El cañón se apaga, la orquesta guarda silencio, el escenario queda a ciegas un minuto. El tramoyista enciende los lekos; sobre el escenario queda un diario y un par de piedras con forma de corazón; sin embargo, esto no es teatro y está no es una ficción.

22 de febrero, México, Ciudad de México, antes Distrito Federal.

Leobardo Roca, Agente de Tránsito, Alcaldía X.

Reporte del día.


El hecho ocurrió sobre las nueve con cinco de la mañana en la avenida Miguel Hidalgo con cruce Av. Emiliano Zapata, lugar donde desempeño mis funciones desde hace más de trece años.


Se suscitó una colisión entre un Taxi marca Volkswagen con placas MON-2012 y un microbús de la ruta 28 con placas DGON-993 a causa del mal estado de las avenidas y de la considerable cantidad de encharcamientos que se observan en la zona, soy testigo del incidente, posteriormente me traslado hasta el lugar del percance, es de que la discusión se torna acalorada, el chofer del microbús baja con un bate de beisbol, el taxista desciende de la unidad con un arma de fuego y la empuña con dirección al microbús. Mas sin en cambio pocas personas en la calle son testigos, un ruido muy fuerte me hace voltear; los miro: una pareja se toma de las manos bajo la lluvia, la lluvia empaña mis ojos, la lluvia los convierte en fuentes que se desvanecen, desaparecen ante la mirada atónita del chofer del microbús y la mía, el acto dura apenas unos segundos, la lluvia los ha convertido en agua, gritos, ambos choferes detienen la discusión para observar lo que acaba de ocurrir, sobre el asfalto una libreta queda abandonada, no hay ropa, un par de corazones laten sobre la banqueta y quedan como evidencia del evento. La lluvia sigue cayendo.



19 DE FEBRERO.


Me levanto por la mañana con un poco de sueño, prendo el televisor mientras me visto, en las noticias matutinas ninguna nota vale la pena recordar todo suena como un rumor lejano en medio de la tormenta, precios que suben, niños desaparecidos, una moneda que se deprecia, una señora que clama justicia en medio del congreso, aves en peligro de extinción, nada en particular. Ya en la calle tomo el autobús de costumbre al trabajo, un ciempiés se arrastra en medio del asfalto. Sumo, resto, anoto en cuenta, deduzco, vuelvo a la suma y trato de acomodar el balance, dos pesos menos, dos pesos más, la suma no cuadra y paso dos horas viendo cifras de la riqueza que no se acumula en mis manos, Collazo encuentra la falla; una caca de mosca justo en medio de una cifra, cierro el balance, es tarde y regreso a casa en el mismo autobús colorado. El ciempiés avanza lento bajo la lluvia a mitad de un tráfico insalubre, bajo de sus intestinos y corro a casa esperando que el saco de la oficina no se encoja como el anterior.


Algo no me deja dormir, repaso las cuentas en mi cabeza, no estoy cansado y decido abrir la botella de tequila que guardo desde mi cumpleaños, bebo un sorbo mientras enciendo la radio, hace meses que permanece muda a la espera de que me decida a romper el silencio que me impuesto, no es que no me gusté la música es que odio perderme en ella. Para salir de la monotonía decido sacar los tennis del armario y correr un par de cuadras, desisto de la idea a penas miro el reloj, de todos modos paso media hora moviendo cajas, pienso que sería más fácil comprar un par nuevo y olvidar que tengo unos guardados, antes me he hecho la promesa de correr mañana cuando vuelva del trabajo; por fin los encuentro en una caja abandonada junto con un par de jeans viejos, unas fotos y un diario que no ha sido escrito desde que cumplí 23 años. Guardo todo menos los tennis, los jeans, las fotos y el diario.


Paso media hora mirando los tesoros de una época arcaica, escribo,


me reencuentro con mi pasado y me asaltan viejos temores, cada hoja guarda un recuerdo petrificado en tinta, una vida que fue mía y que de todos modos ya no me pertenece. –Todo comienza con las palabras- me dijo el psicólogo cuando me arrojó el diario a las manos, tenía 22 en ese momento y una grave sensación de vacío en el pecho. Todo había comenzado una noche en que me ataco una crisis nerviosa, luego un terror cotidiano se había anidado en mí. –Lo que tienes no es otra cosa que miedo a lo desconocido, quizás algún síntoma de neurosis, pero nada más, es momento de que te hagas cargo, escribe, saca todo en las hojas, es tu tarea, sabes que me es imposible vernos en vacaciones, pero empezando el próximo año nos veremos y leeré lo que has escrito, yo sé que lo tuyo no es grave y sólo necesitas desahogarte, dejar salir de ti todo lo que pesa- Esa fue la última vez que le vi, el pendejo se suicidó después de navidad, a pesar del inconveniente de un terapeuta muerto no deje de escribir hasta casi llenar la libreta, ahora que le miro cinco hojas me quedan; he decidido llenarlas, ahora son cuatro.


20 DE FEBRERO


Despierto temprano. En mi cabeza suena una canción, una nota triste que suena como un corazón cansado, como una copa de cristal a punto de estallar, como un amanecer enfermo: cuando tú te hayas ido me envolverán tus piernas. En la ventana las gotas de lluvia se agolpan y descienden perezosas, no ha parado de llover y siento el frio en los huesos, me levanto sin prisa, la ducha esta fría, el casero olvidó pagar el gas otra vez, la televisión suena inclemente en medio del naufragio que es la mañana, nada nuevo, nada extraño, las mismas notas de ayer sólo un poco revolcadas para que parezcan del día, la chica del clima anuncia una tormenta tropical fuera de temporada y yo adivino el frío que siente tras sus mejillas maquilladas y el diminuto vestido con que se ha cubierto. Bajo las escaleras y me topo con un gato mojado, la señora del 323 que ha olvidado sus llaves una vez más, instintivamente busco las mías dentro del saco, que permanece húmedo después de la lluvia de anoche, la lluvia que no ha parado de caer, me dejo llevar a través de los intestinos del ciempiés.


Sumo, resto, transfiero, cargo a cuenta, deduzco, números negros, cifras rojas, balances, cobros en nómina, facturas y notas por facturar. Nicanor convoca a junta, alguien calculó mal los impuestos del cliente más fuerte de la compañía y se esperan despidos, la junta es sólo un aviso para tomar precauciones, escucho su voz corriendo a través del salón y espero que pida mi cabeza en bandeja de plata, en lo profundo suspiro aliviado al pensar que quizás yo fui quien jodió el asunto y me regodeo ante la posibilidad de dejar la oficina temprano y nunca volver, pero no pasa, miro a todos los presentes y leo en sus caras el temor de perder el trabajo. La junta se extiende por horas, gritos, reclamos, acusaciones, cuestionamientos, malos olores, las eternas dudas de Gutiérrez genio de los números, pendejo de la vida cotidiana. Al final todo queda en amonestaciones, el jefe me felicita por mi trabajo y yo que empezaba acariciar la idea de reventarlo a golpes a cabo por decir tímidamente gracias.


La noche se extiende una vez más y la lluvia sigue cayendo lenta sobre el asfalto, subo a la bestia, me quedo dormido mientras miro la ventana, sueño, sueño callejones, pólvora, luces, laberinto, escaleras, ¿subes o bajas amor mío?, un gigante custodia la ciudad y miramos desde las alturas, un balcón, un beso bajo el balcón, tercer escalón, una fuente, la sombra de una catedral que se ilumina, un charro de bronce me abraza en un canto, ella sonríe para la foto y me abraza mientras un hombre visco y enjuto finge seriedad bajo el yelmo, su risa me despierta. Los papeles se han caído, los recojo ante la mirada atenta de la lámpara, soy el último en bajar de la bestia, en el corredor me asombra una hoja que vuela contra el viento, la tomo, es un dibujo de un pájaro azul, bajo sus alas alguien escribió


there's a bluebird in my heart that wants to get out but I'm too clever, I only let him out at night sometimes.[1]


Me emociono tanto que lloro sin parar hasta llegar a casa, la lluvia se confunde con mis lágrimas, tomo el viejo diario y escribo: Hoy no ha pasado nada.


21 DE FEBRERO


Me sorprendo durmiendo en la sala, es viernes, doña Paula vendrá a limpiar la casa y ordenar lo que me ha llevado una semana completa desordenar cuidadosamente, a veces me pregunto porque sigo dejando que venga dos veces por semana, en algún momento creo que se trata de caridad, de darle un poco de sustento a su vida, luego recuerdo que más que ganarse la vida haciendo el aseo, el trabajo es el método infalible de escape a la libertad que no conoce en casa, es la manera de olvidar que tiene un marido que le engañó con sus dos hermanas antes de quedar postrado en cama con la columna totalmente quebrada, vuelvo a sentir pena por ella y decido que es mejor dejar que venga una vez más a ordenar el caos.


Llueve, siguen cayendo las gotas a través de mi ventana, el frio se siente con más fuerza y la ducha sigue siendo terreno yermo, decido sólo afeitarme mientras el televisor repite una vez más su incansable absurdo, el uniforme sigue mojado, decido tomar la salida fácil y olvidarme de él, me pongo los viejos jeans, los tennis y un abrigo como remedio contra el clima, espero a Paula sentado en la sala, pienso en mis viejos y no puedo evitar sonreír al imaginarlos recostados en la cama con las cobijas hasta el cuello siendo felices y ellos sin saberlo, decido hablarles por la noche. Paula no llega y aunque me parece la excusa más sensata en mucho tiempo para no ir al trabajo –Perdón jefe no llegó la señora de la limpieza y tuve que quedarme en casa para ocuparme de ella- desisto de la idea y le dejo una copia de mis llaves al portero quien me mira como si no me conociera.


En la calle la ciudad parece vacía, casi nadie camina por las anegadas avenidas y los muros de los edificios parecen sufrir de una extraña enfermedad, las antes grises construcciones son cubiertas por el limo, por un verde lleno de vida; con tanta vida en las paredes no existe a penas casi nadie en el laberinto. Me dejo engullir con desgano por el ciempiés rojo y me sorprendo al no encontrar más que un par de adolescentes dormidos dentro, me dejo caer, pienso, pienso en la chica del sueño, a quien no puedo recordar, pienso en los besos que no fueron, en las noches que no ocurrieron, pienso, en la imaginación que se perdió entre los balances y las cuentas, pienso en la vida que no viví, en los libros que no leí, pienso en las historias de amor que no he vivido, siempre quise sentir un dolor agudo en mi pecho y poder decir


(s)He was my North, my/ South, my East and West,/ My working week and my Sunday rest,/ My noon, my midnight, my talk, my song;/ I thought that love would last forever: I was wrong[2].


El vidrio me devuelve la mirada mientras mis labios murmuran -no he vivido.


El trabajo es la rutina absurda, nadie habla, nadie sonríe, escucho los teclados que unísonos en medio de la batalla por llevar la correcta contabilidad extinguen casi por completo los ruidos de la tormenta. Nicanor ha dado la orden rectificar todas la cuentas, revisar cada nota y factura expedida en los últimos dos meses, nadie lo culpa, nadie quiere ver a los buitres de hacienda tocando a su puerta, está vez nadie encuentra la caca de mosca, pasan horas y todo el mundo mira descorazonado como la tarde se extingue y como las cuentas cada vez más largas no cuadran, la noche llega y Nicanor nos pide volver mañana, relajar los ojos y con suerte descansar.


Es viernes y la ciudad desierta apenas es iluminada por un par de autos que veloces cruzan las avenidas, el ciempiés vuelve a estar lleno de nada, la cabeza me duele y no puedo dormir, me entra un temor extraño al pensar que la ciudad se esté vaciando a causa de la lluvia, siempre es bueno estar sólo alrededor de la multitud así nadie mira su propia soledad. Me deslizo por el corredor con los pasos de autómata domesticado que me ha tomado diez años perfeccionar, me deslizo a través del corredor mirando mis pies en medio del agua que ha dejado la lluvia que no se detiene, no la miro hasta tenerla frente a mí, ella sonríe con sus labios, me sonríe más con sus ojos cafés, me pierdo en su mirada un segundo, me olvido de la lluvia, de las cuentas, de la soledad que se transporta en una bestia roja, me olvido de todo, unas rayas negras en una blusa blanca, un gorro de lana, unas botas cafés, unos jeans, una gabardina y el mundo vuelve a la vida por un segundo, sólo atino a sonreír tímidamente; no digo nada, me pierdo bajo la lluvia mientras pienso en sus labios y en lo tontos que somos cuando alguien nos sonríe, volteo un par de veces antes de que se pierda en la bestia, ella voltea un par de veces antes de que me trague el laberinto.


Ya en casa el portero me dice que doña Paula no llegó, me devuelve las llaves y me sugiere que su hermana haga la limpieza, no digo nada,


me desvanezco por la escalera hasta llegar al departamento, el teléfono no marca línea, la estufa no prende y el diario sobre la mesa me reclama, los focos se apagan, todo queda en silencio, sólo escucho el sonido de la lluvia que no se detiene. Prendo unas velas y un cigarrillo: Ella me miró, ella sonríe bajo las gotas, ella se pierde en la noche y yo me alumbro con pocas luces mientras escribo estas líneas.


22 DE FEBRERO


Despierto temprano y para mi sorpresa la luz ha vuelto a casa, la lluvia no ha dejado caer, el casero sigue sin pagar el gas así que me veo obligado a calentar el agua con una resistencia, en el televisor la chica del clima sufre hipotermia mientras comenta que la lluvia no parará, sugiere no salir a la calle mientras sus ojos revelan disgusto por tener que estar parada en medio de las pantallas de toda una ciudad. El teléfono funciona, hablo con los viejos y descubro que son más felices de lo que había imaginado, salgo a la calle con los jean viejos y rotos, los tennis de correr y una chamarra, llevo el diario en las manos y frente al edificio verde garabateo debo hablar con ella.


Camino hasta la estación, me detengo ante el semáforo, la miro pasar, mismas rayas ahora en una falda, un abrigo y la misma sonrisa, camino hasta ella, ella camina hasta mí, miro sus ojos, ella mira los míos. Nos tomamos de la mano bajo la lluvia que no se detiene.



 

[1] Bukowski, Charles. Bluebird.


[2] Auden, W. H. Funeral blues.


 

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