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  • Luis Romani

Los niños bárbaros. Temporada de huracanes de Fernanda Melchor


Algunas veces cuando eres joven el

único lugar adonde puedes ir es dentro

tuyo.

Kids (1995)



La última novela de Fernanda Melchor, Temporada de huracanes (2017) con la fuerza de una manguera a propulsión, nos arrastra al corazón en carne viva de un crimen pasional. Luego de haber tenido un poderoso debut con Aquí no es Miami y Falsa liebre, y de ser nombrada la escritora emergente del año en 2013, Melchor se ausentó por un tiempo de las publicaciones para dedicarse por entero a ésta novela.


Cuatro años fueron suficientes para concebir una obra de dimensiones titánicas, narrada con maestría con un lenguaje que evidencia no solo un oído muy agudo, pues cada capítulo avanza como torbellino, sino que su prosa viene cargada de carroña. Se trata de palabras escupidas que fluyen en una suerte de literatura oral a presión, cual chorro de agua que no se detiene, y va directo a las vísceras.


La lectura de su novela, y sin ser pretensioso, nos recuerda al realismo mágico de García Márquez, con la dureza terrenal de las obras de Rulfo y la potencia bíblica de Faulkner; influencias orgullosas para la autora. Pero que, en esta ocasión, se caracteriza, por un estilo de orgiástica fatalidad.


Temporada de huracanes apareció en varias de las listas hechas sobre los mejores libros publicados en México durante 2017. Aunque ya han salido decenas de reseñas al respecto, existe un elemento todavía no comentado. El cine. La gran influencia que tienen las películas de adolescentes gringos de finales de los noventa y principios del dos mil en la obra melchoriana.



Los protagonistas de Fernanda se asemejan a los personajes creados por Harmony Korine, Larry Clark y Gus van Sant en Kids (1995), Gummo (1997), Ken Park (2002) y Elephant (2003), respectivamente, películas consideradas de culto hoy día. Éstas trataban el mundo de los niños o los adolescentes a punto de convertirse en adultos. Eran ficciones contadas con una estética sucia, con escenas de sexo explícito y tramas donde los padres se ausentaban la mayor parte del tiempo o, en su defecto, eran los verdugos de sus propios hijos.


Lo que más llamaba la atención de dichos filmes era la constante violencia, manifestada de diversas formas, que arremetía contra el universo de los púberos. En estos cuatro títulos había menores de edad sexualmente activos, niños armados para el combate que primero aprendían a besarse bajo la regadera y después iban a masacrar a su escuela, pequeños californianos con una rutina de tedio, hastío, que atravesaban largos veranos de sufrimiento.


Las historias de aquellos cineastas estaban pobladas por personajes torcidos como los de Melchor. En el cine, los protagonistas eran una niña con síndrome de down prostituida por su hermano, un negro homosexual con enanismo, un grupito de adolescentes con sida ofreciendo fiestas de orgía, un joven que fornicaba con la madrastra de su novia y un nieto asesino de abuelos; había un par de amigos que pasaban el rato cazando gatos, otros, que jugaban a dispararse en un jardín de chatarra. Eran niños ebrios; violados por sus padres; envueltos en una precoz violencia de lo cotidiano: drogas, alcohol, sexo, masturbación, enfermedad, sueños chasqueados, pero, sobre todo, un sentimiento de honda soledad.



La propia Fernanda ha confesado su fascinación por estas películas y la influencia que tienen en su obra; incluso, hace un tributo. El título de la novela Falsa liebre se debe al niño que vaga semidesnudo por la ciudad, con unas orejotas rosas de conejo en la cabeza, en Gummo. Los niños bárbaros de Falsa liebre son: Andrik (pequeño prostituto), Zahir (mozo asesino), Pachi (prematuro padre drogadicto), Vinicio (soñador con una enfermedad del trópico) y Aurelia (estudiante teibolera). Ellos viven en el puerto custodiados por un mar inmenso que se come el horizonte y un tremendo calor que les ahoga las expectativas.


Por su parte, la trama de Temporada de huracanes se ubica en una ranchería. Nos traslada a un mundo tan esotérico como mundano, un punto negro al norte de la costa, comarca de gente áspera que vive rodeada de selva y río, un sitio escondido donde se dejan florecer los instintos y los deseos más animales: La Matosa. Luismi, Brando, Norma y Yesenia son los niños bárbaros de esta novela. Los cuatro son menores de veinte años, los cuatro están involucrados en el asesinato de la bruja de la comuna, los cuatro han ensuciado sus manos. Brando, Luismi y Norma están enamorados de diferentes objetos del deseo, pero que de cierta manera es él mismo.


En La Matosa los muchachos porculizan con travestis que parecen sacados de un cuento horroroso, mientras que las putas de arrabal dan consejos a las niñas y las abuelas rapan a sus nietas con tijeras de carnicero. Brando es un joven con cara de diablo, perverso y hermoso como los nenes sicarios de Elephant (2003), obsesionados con Hitler, pero la peculiardiad de Brando radica en su deleite por el bestialismo. Esa pornografía de animales que planea traducir a su realidad: él será un perro; su víctima, un pequeño de seis años con labios gruesos que al morderlos «seguramente derramarían jarabe de frambuesa y no sangre».


Los niños siempre han sido seres vejados a lo largo de la historia de la humanidad. En los relatos del “Génesis” en la Biblia, Lot ofrece primero a sus hijas a la multitud colérica antes de que permitir que abusen de sus invitados. Freud apuntaba que en el niño cabe toda clase de perversiones, lo que lo convierte en la criatura más letal del planeta. Los personajes de Fernanda Melchor son mancebos, carne tierna, criaturas inocentes que destruyen, rechazan y transgreden su génesis. Ellos deciden crear su propia ley en esa zona ultraviolenta en la que nacieron, pues, al no tener otro lugar adonde escapar, como todas las especies de la Tierra, tienen que adaptarse para sobrevivir.


Al igual que las películas de Korine, Melchor plantea, en sus dos novelas, una peculiar retórica del adolescente. El caso más famoso es El señor de las moscas (1954) de William Golding y el gran antecedente Dos años de vacaciones (1888) de Julio Verne, obras que retrataban la pérdida de la civilización ante el mundo bárbaro, bajo la óptica de un grupo de infantes extraviados en una isla. Otros ejemplos acerca de esta visión de la juventud en territorio salvaje son Battle Royale (1999) de Koushun Takami y Los juegos del hambre (2008) de Suzanne Collins; novelas que contaron con adaptaciones cinematográficas muy exitosas debido a que los personajes juveniles eran tratados desde una perspectiva de guerra. Temática que, en su momento, se percibió novedosa, sobre todo para las generaciones nacidas a finales de los noventa e inicios del nuevo milenio; época en la que Fernanda Melchor era una joven obsesionada con el cine de Harmony Korine.


En la brutal Ken Park (2002) y Kids (1995) dirigidas por Larry Clark, pero con un guion elaborado por Korine, los jóvenes vivían la epopeya de la ciudad, ambientes extremos en las áreas de juego y skateboarding de los suburbios. Estas historias plagadas de pederastia, incesto, enfermedad, el amor entre amigos, el rencor a los padres y algunas ideas sobre el aborto, sembrarían estímulos en la creatividad de la escritora que muchos años después retomaría para hablar de la violencia mexicana.


La película de Clark inicia la mañana en la que el joven Ken Park se suicida al enterarse de que su novia de catorce años está embarazada. La trama gira en torno a las vidas infelices de sus cuatro amigos y de cómo la muerte pudo afectarle o no. Sin embargo, la historia de Ken nunca se cuenta ¿qué pasaba entonces en la vida de un chico para que decidiera tomar una pistola antes de que tener un hijo?


El asunto de la irrupción del embarazo es el mismo que detona el crimen en Temporada de huracanes. La pareja de amigos, Luismi y Brando, deciden acabar con la bruja, luego de enterarse de que fue ella quien proporcionó el brebaje para que Norma se deshiciera de lo que crecía en sus entrañas. Se podría decir que aquella es el gran germen que origina los huracanes en la novela. Llena de los tópicos que obsesionan a Fernanda: el amor prohibido, la homosexualidad, la sordidez de los personajes, la mitología, el habla popular, las experiencias de los niños que van creciendo, menstruando, emborrachándose, cogiendo, robando, lastimándose, engañando a todos y, al mismo tiempo, descubriendo su identidad en el mundo.



Hay que recalcar que la novela empieza con una tribu de pequeños hallando un cadáver. Esa escena recuerda inmediatamente a la película Cuenta conmigo (1986), de Rob Reiner cuyo guion está basado en la novela de Stephen King, El cuerpo, que forma parte de Las cuatro estaciones (1982). King también se presenta como un referente de las historias figuradas por niños vejados que consiguen rebelarse (por ejemplo, Carrie de 1974), y, junto a J.T. Leroy, es una influencia notable para la veracruzana.


Fernanda Melchor ha confesado su afecto a la escritura de Jeremiah Terminator Leroy, avatar de Laura Albert, cuyas andanzas son estelarizadas por críos. En Sarah (2000) y en El corazón es mentiroso sobre todas las cosas (2001), llevada al cine por la polémica Asia Argento; Jeremiah es un bello niño al que su madre trasviste y prostituye bajo el nombre de Cherry Vanilla. El pequeño confronta y divierte el entorno con el único anhelo de parecerse a ella. En Temporada de huracanes el primer crimen que comete Norma con su padrastro es, precisamente, llamar la atención de mamá.


Si bien hay que aclarar que la presencia de los niños bárbaros ha tenido una larga trayectoria en la literatura [desde el marqués de Sade describiendo a la perversa Juliette o 120 días de Sodoma (1785) y una larga representación en el cine, incluso en la televisión, [ejemplos como la series Élite (2018), La sociedad (2019), y el fenómeno Juego de Tronos (2011) lo demuestran], hay que hacer énfasis en que la peculiaridad expuesta en la obra de Fernanda Melchor, y su relación con las películas de Harmony Korine, Gus van Sant y Larry Clark, radica en que los niños, a pesar de todo, logran transformarse en los justicieros más crueles del mundo que les tocó vivir.

 

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