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  • Diana Karen Espinosa Dimas

El café como creador natural de espacios públicos en una ciudad caótica


La ciudad abruma, sus sonidos saturan, su movimiento marea y su ritmo acelera. Un citadino ha perdido la habilidad de caminar lento, siempre está apresurando el paso, pensando en qué sigue, qué tiene que hacer ese mismo día y lo agotado que está por toda esta rapidez. Por esto mismo uno está en busca de refugios y santuarios en donde al menos por media hora se pueda detener el ritmo y sólo estar: uno de estos lugares es uno que involucre un café.


El café es, paradójicamente, una bebida energizante, por sí sola activa. Pero si consideramos el ambiente en el que se toma y la intención con la que se sirve una taza, que usualmente es acompañada por la expresión “deja me hecho un cafecito”, dejando ver en ese diminutivo el cariño a esta bebida. Porque se entiende como una pausa en la vida cotidiana, disminuye el ritmo, pero activa el flujo de ideas, da cabida a la reflexión sobre el día, crea una atmosfera de conversación y genera un espacio público.


Según Habermas (2014), el espacio público es en donde todas las ideas, las discusiones y conversaciones se dan; ahí caben todos, ya que no es un espacio institucionalizado como una Cámara de Diputados, pero tampoco es privado, como la sala de estar de una casa. Es decir, en una cafetería, cabe todo aquel que quiera entrar. En estos espacios, argumenta Habermas (2014), se dan las decisiones políticas del público y se forma la opinión pública; es una especie de ágora moderno que da lugar a las confrontaciones de posiciones diferentes.


Si se estudia a fondo la historia, se puede ver que en varios países el café ha llegado a ser un factor político e histórico importante. En los países cafeteros, que generalmente son del llamado Tercer Mundo, esta industria es un sector importante que puede ser uno de sus mayores ingresos económicos como en Etiopia y Uganda (Beltrao, 1992). En la política, tanto el café como los cafés han tenido un papel importante, era justo en estos espacios en donde se gestó la Revolución francesa; otro ejemplo más cerca sería en el Café La Habana en la Ciudad de México, lugar en donde Ernesto “El Ché” Guevara y Fidel Castro departieron previo a efectuar la Revolución cubana (Cardona, 2002).


Estas revoluciones que cambian todo un contexto sociopolítico pueden verse magnas, como fenómenos que no se dan en la vida cotidiana, ni que son producto de las personas que caminan apresuradamente por las calles. Sin embargo, es ahí donde hay un error, empezaron como discusiones de café en donde se construyeron significados que afectaron las relaciones sociales y se entró en un proceso de negociación de los significados de ciertas temáticas sociales. Las conversaciones crean condiciones históricas que presenta la sociedad (Shotter, 2001). En especial las discusiones de café, esas pausas cotidianas, provocan que las personas discutan cuestiones de interés común. Dos amigos conversando en el café crean un proceso de reflexión, de descubrimiento y formación de opinión pública como primer eslabón para estos fenómenos magnos, porque esa discusión tiene una repercusión limitada de dos personas. En efecto, haber compartido temas de interés en común entre ellos y la sociedad es público, pero no lo suficiente para decir que se ha creado un espacio público en donde todos tengan cabida y sea el escenario de perpetuo intercambio de opiniones, sentimientos, y pensamientos (Mora, 2005); es como tirar la primera ficha de dominó.


Pero ¿qué pasacuando estos cafés no son una cafetería o un lugar especializado? Son las cocinas de los lugares de trabajo, los puestos de las esquinas a las 8 de la mañana para los que tienen que trabajar temprano, o bien los de 24 horas para los de turno nocturno. Uno no queda con los amigos para reunirse ahí, uno platica con el desconocido sólo porque sí, porque los ha unido el café que comparten. Su interacción puede empezar quejándose del clima hasta terminar planeando una revuelta en la oficina para mejorar las condiciones de trabajo: el café abre una posibilidad de que convivan esas personas que en otras situaciones no lo harían, el de limpieza hablando con el jefe no como una relación de trabajo, sino de camaradería; dos desconocidos que cruzaron sus caminos y terminaron contándose sus historias de vida para jamás volverse a ver. El café en sí pareciera ser el espacio público ideal en donde todos tienen cabida, en esa bebida caliente todos podemos nadar.



Teniendo todo este marco en cuenta, hay un caso particular que es el punto de observación perfecto para el científico social: hubo un café que marco la vida de varios transeúntes en la Ciudad de México; especificamente en Insurgentes Sur, una de las avenidas más concurridas de la “selva de concreto”. No era una cafetería, ni un establecimiento formal, era una carpa verde con un mostrador en donde el barista hacía su café. En sí, el objetivo de este pequeño lugar era divulgar la cultura del café, desde los cafetales hasta la taza; buscaba que fuera más conocida la industria mexicana y se supiera que era café de calidad, no como el que venden en establecimientos de empresas trasnacionales; vinculaba el arte y la literatura con esta industria para resaltar el papel del café en México y en Latinoamérica: no era solo un lugar, era toda una idea que perseguía abrir posibilidades a todos.


El café era una mezcla de método de preparación turca con grano mexicano, es decir, ponía en la arena un ibrik, que es un recipiente de metal, en donde vertía agua y después el café de grano molido fino; el barista movía el ibrik para que tanto el agua como el grano alcanzaran su punto y fuera un café de excelente calidad. El precio era realmente accesible, por ello es que tenían a las personas de todos los perfiles socioeconómicos deteniéndose por un café.


Este café, al estar en una esquina, daba la posibilidad de ver a todos los que pasaban por ahí, se veían unos con curiosidad de saber qué era ese lugar tan fuera de lo común, otros se veían completamente ajenos al hecho de que había gente esperando a recibir su café; pasaban estudiantes de todas disciplinas, personas que trabajan en oficinas, los policías de tránsito y los indigentes de la zona. Los que ya se paraban a descubrir el café eran también personajes de toda índole, con perfiles más o menos así:


-Los profesores que estaban cansados después de haber dado clases todo el día; iban al café a descansar de hablar. Sin embargo, eran los que más hablaban y tenían ganas de dar una cátedra sobre algún tema que conocieran a fondo para generar conversación con el barista.


-Los estudiantes que querían conocer una opción de café más barato para poder mantenerse despiertos durante la noche para realizar sus tareas. También estaban los estudiantes que necesitaban desprenderse de la escuela e iban con sus amigos a descubrir nuevos lugares en vez de ir al bar de siempre.


-Los indigentes de la zona tratando de negociar un café gratis cantando o diciéndole que limpiaba el lugar de trabajo del barista. Los limpiaparabrisas que necesitaban que les cuidaran sus cosas para ir a conseguir más material para seguir limpiando las ventanas de los autos.


-Los señores que siempre que aparecían ahí estaban en estado de ebriedad, iban a bajarse el alcohol con café mientras contaban sus penas al barista o a quien quisiera escucharlos atentamente, ellos querían compartir su vida porque ya habían sido desterrados de muchos lugares.


-Las parejas que querían un refugio para perderse en la mirada del otro, sin mencionar que ignoraban a todos los que pasaran o al mismo barista. Generalmente sus cafés se enfriaban y pedían otro para poder seguir estando ahí con el pretexto del café.


-Los policías de tránsito que estaban cansados de que todos los automovilistas les ofendieran más de 30 veces al día. También los policías de la zona haciendo sus rondas, cansados de estar en vigilancia todo el tiempo. Si se les encontraba especialmente vulnerables, probablemente le contaban al barista algún delito que les marcó de por vida o uno que les está aquejando en ese momento.


-Los oficinistas que jamás se quedaban a tomar el café en la carpa y sólo querían que se los diera rápido para regresar a trabajar; aunque durante su tiempo de espera le hacían la plática a quien estuviera ahí y terminaban felices.


-Los personajes más extraños del barrio, esos personajes que toda colonia tiene, pero son tan particulares que no hay categoría sociológica que les pueda definir. Saben todo de esa colonia, los conoce a todos, puede estar en estado de ebriedad, bajo la influencia de drogas, o completamente sobrio, un personaje humorístico que siempre tiene una historia nueva para cautivar o hacer reír a carcajadas a su audiencia temporal.


-Al ser este un café con café de especialidad, es decir, del mejor café que se puede encontrar, estaban los baristas profesionales, los propietarios de establecimientos y los conocedores de café quienes compartían conocimientos con el barista y enseñaban casi por deber al que estuviera ahí disfrutando de una taza de café, diciendo cuales eran las notas que se debían de percibir y cómo catarlo.


-Los que preguntaban qué era y siempre decían que volverían, pero nunca lo hacían.


-Artistas de diferentes disciplinas que necesitaban un poco de inspiración y energía para volver a sus proyectos.


-Y por supuesto, los cafeinómanos que ya sabían la diferencia entre café quemado y café decente.


Era claro que había más gente en las mañanas y en las noches; en las tardes, al estar el sol a todo lo que daba, casi no había gente, a nadie se le antoja un café a las 3 de la tarde cuando se está cocinando por dentro. En las noches era cuando había una unión extraña, casi bohemia, todos olvidaban sus etiquetas y sólo eran; parecía un espacio de resistencia al contrastar la velocidad de los coches con lo estático de esa esquina. Se podían escuchar las risas y las palabras de las personas: todo era compartido, los pensamientos, los sentimientos, las quejas, llegando a conversaciones más complejas e intercambio de ideas que llevaban a planeaciones de proyectos. Varias veces los oficinistas llegaban con los policías y se hacían amigos; estudiantes de diferentes disciplinas proponían colaboraciones para temas de tesis, los baristas experimentados ofrecían asesorías a los cafeinómanos para que supieran mejor tomar café. Esa esquina fue un verdadero espacio público que le daba voz a todos porque nadie era el líder, el café, a través de las manos del talentoso barista, creaba un ágora moderna situada en medio de la Ciudad de México, un lugar en donde todos somos neuróticos y no hablamos, ni confiamos en la gente a menos que sea absolutamente necesario.


Este café era cotidiano, y aun así recuperaba lo que la misma rapidez nos quitó y las condiciones sociopolíticas arrebataron: una anécdota que captó la indignación de varios fue aquella según la cual había un tipo de grano etíope que se llama gesha, del cual había cultivos de hectáreas en Veracruz. Sin embargo, durante el gobierno de Salinas de Gortari (1988-1994) se destruyeron todos los cafetales y un productor pudo salvar solo un cafeto de estos. Lo que hizo fue plantarlo en su jardín y utilizar la placenta en la que estaba su nieta para nutrirlo y que pudiera crecer: ahora ese cafeto son cultivos gigantescos que preservan una semilla de café que iba a desaparecer sólo en beneficio de un sector privilegiado y no de la mayoría de los agricultores.


Las historias que se cuentan durante la hora del café son esenciales, nos cuentan tanto de nuestra sociedad y nos ayudan a comprenderla, nos hacen darnos cuenta de dónde vivimos y en especial con quién lo compartimos, nos abre el espacio para resignificar todo un sistema de sentidos. Algo tan simple como tomar una taza de café es uno de los placeres pequeños de la vida que desembocan en realizaciones que solo al detenerte a reflexionarlas las puedes aprehender, es darle espacio a lo que lo necesita y darle tiempo a que nos acomodemos para así poder ser, como personas, como seres sociales, y como sociedad: es abrir los ojos al momento en que el vapor cafetero llegue a la conciencia…



 

Referencias



Beltrao, A. (1992). Perspectivas Culturales del Consumo de Café. Ensayos sobre Economía Cafetera.5(8). 7-13.

Cardona, F. (2002). La virtud del café. Barcelona. Iberlibro.

Habermas, J. (2014). Historia y crítica de la opinión pública. Barcelona: Gustavo Gili.

Mora, M. (2005). El poder de la conversación. Elementos para una teoría de la opinión pública. Buenos Aires: La Crujía.

Shotter, J. (2001). Realidades conversacionales: La construcción de la vida a través del lenguaje. Buenos Aires: Amorrortu.

 

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