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Valentín Eduardo Ibarra

Cuando Paul escribió Testo yonqui aún se decía Beatriz. A diez años de la aparición de una obra fund

Uno. No te ofendas por nada de lo que leas a continuación.

Dos. Olvida tus inhibiciones.

Tres (y muy importante). A partir de ahora,

todo lo que voy a contarte debe quedar entre tú y yo. Vale. Ahora, vayamos al grano.

Sasha Grey, La sociedad Juliette

… te han dejado a solas con tu cuerpo,

el tiempo suficiente para abandonar toda esta miseria en calma…”

Paul B. Preciado, Testo yonqui

[Advertencia] El texto que sigue combina de manera aleatoria los géneros femeninos, masculinos y neutros de manera deliberada, la obra sobre que la versa el presente artículo es un itinerario, un camino de deconstrucción/construcción corporal y cultural. Cuando Paul lo escribió aún se decía Beatriz.

“Paso los días rodeada de amigos trans. Algunos toman hormonas siguiendo un protocolo de cambio de sexo, otros trafican y se administran hormonas sin esperar un cambio de sexo legal y sin pasar por un protocolo psiquiátrico, sin identificarse como disfóricos de género (…) yo pertenezco a este grupo de usuarios de testosterona”, afirmó Paul, porque “consideramos las hormonas sexuales como biocódigos libres y abiertos cuyo uso no debe ser regulado por el Estado ni confiscado por las compañías farmacéuticas”. Veremos cómo el itinerario filosófico de Preciado se caracteriza por la plasticidad con la que conjuga la teoría de la arquitectura, la teoría queer, los artefactos y dispositivos que, a modo de complementos y suplementos atraviesan la existencia actual en la era de la fármaco-pornografía. El itinerario de Preciado es a priori una cartografía del cuerpo en los espacios urbanos y virtuales desde finales del siglo XX hasta nuestros días.


En 2008 apareció en el universo editorial una pieza fundamental de la literatura queer, impreso en España y difundido por doquier con voracidad y expectativa, despertó amores y odios como todo texto-dinamita. Testo yonqui, según las palabras de su autor, no es un libro de autoficción sino que “se trata de un protocolo de intoxicación voluntaria a base de testosterona sintética que concierne al cuerpo y los afectos de B.P., es un ensayo corporal”. Una ficción autopolítica o una autoteoría de la mutación, una cartografía de la extinción y un manual de bioterrorismo de género a escala molecular, donde ella misma se tomó como caso y objeto de estudio a partir de la hipótesis de que nuestros cuerpos son un producto permanente e inacabado de la manipulación institucional.

En aquel año, el verbo mas utilizado fue el neologismo googlear (o guglear) según The American Dialect Society. Y no es un dato menor, si hacemos el ejercicio de conjugarlo por mera curiosidad o para adentrarnos en los suburbios de la sexualidad de(s)generada y ponemos en las palabras clave del buscador: “Paúl Preciado + teoría queer” veremos que aparecen cerca de cuarenta y tres mil ochocientos resultados de búsqueda en castellano, es que es con él que se define la teoría incluso con sus críticas y contradicciones actuales. Nacida en Burgos pero migrante irrestricto, sobreviviente de todo protocolo, norma y frontera, dueño de una locuacidad colorida y explosiva, Preciado es, con luces y sombras, uno de los intelectuales faro de esta hora. Para leerla, es necesario antes bucear por el entramado terminológico de la teoría queer: abyecta y marginal en sus orígenes que lucha en la actualidad para no ser vaciada de contenidos por la academia y la moda, Paul Preciado y su narrativa estético-política es una hoja de ruta ineludible para dinamitar estereotipos y aprender nuevas lenguas y nuevos modos de habitar el espacio. Una literatura de resistencia contra compartimentos estancos. En Testo yonqui, retoma algunos conceptos rectores de su obra anterior, condensados en artículos y conferencias pero especialmente los delineados en el “Manifiesto contra-sexual” editado por Opera Prima en 2002.


Rupturas, renuncias y nuevas acepciones


Queer es un artefacto transformado hoy en un “chic cultural” dijo nuestro intelectual de referencia en un opúsculo publicado en 2012, por lo que quizá convenga recordar que detrás de cada palabra hay una historia como detrás de cada historia hay una batalla por fijarla a determinadas acepciones. De esta manera vemos que hablar de queer (quier, o cuier y tantos otros derivados propios de las geografías) requiere algunas aclaraciones semánticas. El término fue apropiado por una parte de los movimientos sexuales disidentes de los años 80 del siglo pasado, el adjetivo que apuntó a la convergencia de todas las combinaciones de género imaginables y articulables respecto de la heterosexualidad blanca de clase media. En este sentido, queer es más que la sumatoria de gays y lesbianas pues incluye a éstos y a muchas otras figuras identitarias sexuales y genéricas construidas y deconstruidas: bi, trans, intersex, etc. Como señala Preciado en su Manifiesto contra-sexual., el movimiento queer no es la invención de una nueva sexualidad sino la renuncia o ruptura con una sexualidad institucionalizada. Entonces, dejó de ser un adjetivo (des)calificativo para ser una identidad disruptiva. La teoría queer emerge en sintonía con el feminismo radical, lésbico, negro, anticolonialista, encabezado por Monique Wittig, Gayle Rubin, Ángela Davis y Donna Haraway entre otras, a lo que debemos sumar la influencia de Michael Foucault, Gilles Deleuze y Felix Guattari, cuyos aportes fueron fundamentales para establecer un replanteo teórico del cuerpo, la sexualidad, el poder, el deseo, el saber y de los vínculos posibles entre estos elementos en clave política. Hablar de lo queer es hablar de un cuerpo en tránsito, experimental, poderoso y desmembrado, único y diluible a la vez, más allá de los laberintos de la individuación liberal pero solo posible luego de un fuerte proceso re-identitario.


Cita con T y pornopoder


“La sexualidad es como las lenguas”, dijo el filósofo en una entrevista periodística, “no hay dos sexos sino una multiplicidad de configuraciones genéticas, hormonales, cromosómicas, genitales, sexuales y sensuales”. No hay verdad de género, de lo masculino y de lo femenino fuera de un conjunto de ficciones culturales-normativas. El autor, desde su feminismo trans, propone una revisión de las prácticas corporales ahora liberadas de las normalizaciones binarias.


La hoja de ruta que se traza en el Testo yonqui comienza su pista en la sala de un departamento, narrando la sentida aparición sin vida del cuerpo de un amigo, una analogía perfecta con la experimentación que está por atravesar ella: “te han dejado a solas con tu cuerpo, el tiempo suficiente para abandonar toda esta miseria en calma”. Luego Beatriz rapa su caballera como gesto de renuncia a su identidad biopolíticamente asignada mujer y mediante una elocuente e impactante video-presentación que incluye prácticas masturbatorias vaginales y anales, administración de fármacos y confesiones existenciales a modo de réquiem, se remonta desde la intimidad de su sala hacia lo que llama la historia de la tecno-sexualidad. Durante la travesía, explica con detalle minucioso el proceso de naturalización de las ficciones y normas sexo-genéricas, influenciadas y determinadas por poderes fácticos tales como: las instituciones religiosas, el Estado y sus corporaciones médicas, legislativas, psiquiátricas, carcelarias, farmacológicas y laborales, entrelazadas a través de los causes formales al mismo tiempo que con discursos y prácticas coercitivas, desde donde emerge la categoría crítica de capitalismo-fármaco-pornografico. La lectura de Testo yonqui es cautivante desde la puesta en escena de sus primeras líneas, y a lo largo de sus más de trescientas páginas configura un raid rebelador y revelador que termina (quizá comienza) haciendo estallar las convenciones explícitas e implícitas que nos anclan a reduccionismos heteronormados.


En esta nueva era, el sexo y la sexualidad se convirtieron en el centro de la actividad política y económica que condujo a la sustitución de la noción de biopolítica por aquella de sexopolítica, asociada a estrategias y dispositivos de disciplinamiento de las identidades y de las prácticas sexuales. El sexo es una tecnología de dominación y además, afirma Preciado que: “el capitalismo fármaco-pornográfico ha seguido utilizando para gestionar el cuerpo social, representaciones en las que domina la diferencia sexual, la heterosexualidad como orientación fundamental, la equivalencia entre masculinidad y erección, entre femenino y penetrado” ya que la proletarización global del sexo, privada de reflexión, multiplica las formas de opresión y sumisión.


La división sexual no desaparece sino que se transforma e intercambia. Así, la división sexual del trabajo no depende de una cualidad natural o biológica sino de la especialización técnica y de la posición de enunciación que se ocupa, es decir que hablamos de una división sexual del trabajo como una programación político-somática. La falacia que opera en aquella ecuación comenzó a develarse en la década de 1950, con la producción de las primeras hormonas sintéticas, cuando el capitalismo intuye las ventajas de trabajar con un cuerpo sexualmente plástico que puede transformarse intencionalmente en femenino, masculino, ser reactivo a cualquier estímulo sexual, poseedor al mismo tiempo de fuerza orgásmica, de medios de producción de placer y posible comprador de fuerza orgásmica exterior. Entonces, la heterosexualidad es un programa político-sexual que no deja de perder valor al verse desplazado por las representaciones LGBTIQ+ y es ahí donde la disidencia puede encontrar grietas y empoderar su posición, no solo como representación de otros modos de existencia posibles sino también como vanguardia y acción de denuncia contra las estructuras institucionales: normalizadoras por definición y usualmente violentas o segregatorias.


Resistencias geográficas. Lo queer en clave sudaca


Yo, reivindico mi derecho a ser un monstruo,

Ni varón, ni mujer,

Ni XXI ni H2O.

Susy Shock, Yo monstruo mío


“Hija de perra” es una transformista y activista chilena, fallecida en 2014, que escribió sus “Interpretaciones inmundas de cómo la teoría queer coloniza nuestro contexto sudaca, pobre, aspiracional y tercermundista”, un texto leído en la 1ª Bienal de Arte y Sexo de Santiago de Chile en 2012, en el que denuncia: “… hoy hablo situada geográficamente desde el Sur pero muchas veces pareciera que me he valido hablando desde el Norte, como siguiendo el pensamiento que nos guía la matriz del dominador. Me refiero con esto a cómo los nuevos saberes del género se agolpan en nuestros límites territoriales y nos encasillan con nuevas etiquetas para fomentar y entender el ejercicio de la existencia y sus diferencias sexuales (…) soy una nueva mestiza latina del Cono Sur que nunca pretendió ser identificada taxonómicamente como queer y que ahora según los nuevos conocimientos, estudios y reflexiones que provienen desde el Norte, encajo perfecto, para los teóricos de género en esa clasificación que me propone aquel nombre botánico para mi estrafalaria especie bullada como minoritaria.”


Una declaración incendiaria y visceral, lo que en palabras de Susy Shock se dice en forma de un poema no menos abyecto: “yo, monstruo de mi deseo, carne de cada una de mis pinceladas, lienzo azul de mi cuerpo, pintora de mi andar, no quiero más títulos que cargar, no quiero más cargos ni casilleros a donde encajar, ni el nombre justo que me reserve ninguna ciencia. Yo, mariposa ajena a la modernidad, a la posmodernidad, a la normalidad. Oblicua, bizca. Silvestre, artesanal. Poeta de la barbarie…”


Se afirma desde los activismos sudacas como los de Hija de Perra y Susy Shock que: si lo queer es una categoría apropiada desde la “blanquitud” académica derivada en moda, prefieren recusarla porque hoy se trata de una práctica política de resistencia agenciada por cuerpos etnoracializados, migrantes, negros que posteriormente fueron higienizados y blanqueados por discursos académicos y de mercado. Desde la latinoamericanidad profunda se reivindica el derecho a ser monstruos periféricos, modelados y devenidos trans por la acción experimental de aceites para aviones, hormonas y de corta (cortísima) longevidad cuyas coordenadas viven en las antípodas y son ajenas a lo cuidadosamente “raro” del paradigma del “mutante europeo”.


 

Referencias


Preciado P. (2008). Testo yonqui. Madrid:Editorial Espasa Calpe. SA.


Preciado P. (2002). Manifiesto contra-sexual. Barcelona: Opera Prima.


Preciado P. (2004). Multitudes queer. Notas para una política de los anormales. Revista multitudes (12). Disponible en: http://www.multitudes.net/?id_rubrique=141


Arbuert Osuna Camila y Ibarra Valentín. (2017). Dispositivos y soportes de placer en la teoría queer. El banquete de los dioses. Revista de teoría política contemporánea. 5 (7): 85-113. Disponible en: http://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/ebdld/article/view/2433/2056


(2018). Grupo de lecturas críticas de feminismo y filosofía. ¿Tanto puede un nombre (de varón)? Revista Anfibia. Disponible en: http://www.revistaanfibia.com/ensayo/tanto-puede-un-nombre-de-varon/


 
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