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Rita María Mora Guajardo

Antropología a través de la cámara



Cuando surge la curiosidad e iniciativa de retratar la otredad de manera científica, de documentar o registrar los nuevos sucesos sociales y de conocer las costumbres y tradiciones de los pueblos, la antropología combina bien con una cámara, ya que más allá de los fines prácticos que se le puedan dar, se convierte en una procesadora de información; como menciona Adriana Durán (2014: 61), “… lo visual se asocia a la construcción de lo social, es decir, al campo social de la mirada que involucra la construcción de la subjetividad, de la identidad, del deseo, de la memoria y de la imaginación”.


La producción audiovisual, en la actualidad, es más factible debido a que la tecnología digital ha puesto al alcance de nuestras manos dispositivos cada vez más accesibles para la grabación o toma de fotografías. Lo anterior ha sido el detonante de que hoy en día exista un sinfín de reportajes televisivos, canales en internet de creadores independientes de video, exposiciones fotográficas, muestras de cine, entre otros, los cuales se logran difundir de manera rápida y efectiva mediante sitios web especializados, medios de comunicación o redes sociales.


El presente artículo se centra en el documental antropológico, se describe cuál es su estructura y cómo se legitima científicamente; se analiza el concepto de antropología visual, la eficacia del uso de la cámara en el trabajo de campo y cómo la tecnología digital traza un nuevo camino para la divulgación de las ciencias sociales.


Comenzaremos por definir a la antropología visual, la cual es un área de conocimiento dedicada al estudio de los sistemas de comunicación social y de la transmisión de conocimiento sobre los procesos sociales y culturales. Además de explorar la imagen y su lugar en la producción, tiene como objetivo el desarrollo de teorías que relacionen la antropología con el medio cinematográfico.


Ésta surgió desde que el trabajo de campo se acompañó de la fotografía y la grabación como instrumentos de recopilación de datos etnográficos (Ardévol, 1994), se trata de la realización de registros audiovisuales (fotos fijas, películas, videos, etcétera) y el análisis de los existentes para la generación de un conocimiento antropológico donde confluyen los nuevos saberes en relación con los grupos humanos (Paniagua, 2013), y su principal aporte es que muestra de manera gráfica el drama, las expresiones corporales, las emociones y sentimientos, lo cual en una etnografía escrita es muy difícil plasmar o tiene muchas limitantes (Gaspar de Alba, 2006).


En cuanto a la importancia de la cámara en el quehacer antropológico, Guillermo Bonfil menciona cuatro grandes beneficios: en primer lugar, nos permite adquirir documentación gráfica de gran valor en el trabajo de campo; en segundo, la consulta de material audiovisual enriquece las investigaciones puesto que es una importante fuente de información; tercero, la cámara genera situaciones especiales donde los informantes responden en función de su propia cultura y, por consiguiente, es un instrumento activo para la investigación; y cuarta, los antropólogos pueden hacer uso científico del documental y de la fotografía para hacer llegar los resultados de sus investigaciones, a través de imagen y sonido, a un público no especializado (Bonfil, citado por Paniagua, 2013). De igual manera, para el cineasta y antropólogo francés Jean Rouch, la cámara es una insustituible herramienta de investigación para las ciencias sociales y considera el cine como un medio de comunicación científica (Gaspar de Alba, 2006).



Documental antropológico


De las diversas vertientes de la antropología visual, este trabajo se centra en el documental. Desde la invención del cinematógrafo en 1895, los hermanos Lumière comenzaron a grabar breves fragmentos de la vida social, ese fue el comienzo de la historia del cine como actualmente lo conocemos.


En 1922 culminó la grabación de Nanook of the North, un documental sobre la vida de un esquimal y su familia pertenecientes a la cultura inuit. En él, el director Robert Flaherty recreaba escenas de caza, y alteró el tamaño de un iglú para obtener mejores condiciones de rodaje; a pesar de esto, muchos autores lo consideran el primer trabajo documental con vetas etnográficas (Paniagua, 2014). Asimismo, Jean Rouch es considerado el fundador ilustre de la antropología visual, entre sus obras destacan: Les Maîtres Fous (1955) y Chronique d’un été (1961), en las cuales combina el arte cinematográfico con su bagaje antropológico (Gaspar de Alba, 2006).


Tras este breve preámbulo histórico nos disponemos a adentrarnos en materia. Es necesario aproximarnos a una definición de ‘documental’ a partir de las ideas y conceptos de varios autores que han abordado el tema. Alejandro Tapia (2014) señala que es una unidad cinematográfica delimitada que se centra en desarrollar un tópico, es una acción comunicativa que se compone de imágenes y palabras dentro de una secuencia planificada que depende de un sistema de argumentación y creatividad, donde las tomas y el montaje establecen relaciones de causa-efecto, oposición o contraste. Por su parte, Carlos Mendoza (2014) menciona que es un proceso basado en la investigación de campo que se fundamenta en el registro de información testimonial que, a posterior, es analizada con el fin de crear un hilo argumental que guíe el producto final. Elisenda Ardévol (1994) indica que es un discurso construido con formas y sonidos, lo propone como una forma de ver e interpretar a las culturas desde la viva voz de las personas filmadas sin un agente externo que lo explique.


En este trabajo se opta por lo propuesto por Bill Nichols (1997), quien dice que el documental es el trabajo con la realidad, de carácter vivencial y sin necesidad de intérpretes. En el género documental los personajes narran las historias y sucesos relevantes de su existencia mostrando sus emociones de manera espontánea.


Vivimos en la era mediática donde la imagen es un vehículo trascendental para la comunicación, actualmente mucha de la información se encuentra y se concibe en formatos virtuales y/o visuales, y es responsabilidad de la comunidad científica proponer y crear proyectos que alienten la difusión del conocimiento a partir del uso ético de las nuevas tecnologías digitales.


María Magdaleno (2014) señala que un gran número de mexicanos tiene conocimiento de hechos históricos no por la lectura, sino por el cine, donde el género documental ha desempeñado un papel relevante, ya que sus características inspiran en los espectadores la sensación de confiabilidad. Por lo tanto, es captado como un portador de la verdad; he ahí la importancia de fomentar la investigación y la producción documental en beneficio de difundir los conocimientos académicos a la colectividad.


A pesar de todo lo expuesto, en la academia antropológica, las ventajas de la fotografía y el documental no han ocupado un lugar destacado como metodología de investigación u objeto de estudio; no se considera necesaria una preparación especializada y, en consecuencia, se desconoce el manejo técnico y las posibilidades creativas del uso e incorporación de la cámara en el trabajo de campo (Ardévol, 1994), “… lo anterior ha dado como resultado productos muy descriptivos en términos visuales, carentes de eficacia audiovisual, que despiertan interés únicamente entre los mismos especialistas” (Cordero, 2014: 40). Además, al interior de las ciencias sociales imperan los formatos de investigaciones escritas como libros, publicaciones en revistas arbitradas o ponencias (Novelo, 2014), lo que reduce el alcance de las investigaciones a un sector especializado y limita las posibilidades de divulgación científica al público en general.


Por supuesto, existe un amplio catálogo de documentales culturales que abordan temáticas de la antropología muy bien logrados, sin embargo, Ardévol (1994) señala que son realizados desde una visión periodística o aventurera donde en ocasiones intervienen antropólogos en la investigación, pero no son los que dirigen la producción. Ese es, en efecto, uno de los huecos que la antropología visual pretende llenar al encaminar a los investigadores a la utilización del lenguaje cinematográfico y capacitarlos en el manejo profesional de un equipo de grabación.


De la etnografía a la antropología visual


Todo documental antropológico “… se construye desde un saber previo, nunca es sólo un registro del otro” (Peirano, 2008: 40). La etnografía es el principal método de investigación social, se basa en la observación, descripción y análisis de aspectos culturales de la humanidad; es producto del trabajo de campo y su ejercicio es una aproximación científica que marca una diferencia sustancial entre el modelo que rige gran parte de reportajes televisivos de “llegar-filmar y marchar” (Ardévol. 1994). La investigación y las consideraciones teóricas son imprescindibles para legitimar al documental como fuente de conocimiento. La antropología visual dota de las habilidades técnicas e intelectuales necesarias para edificar un discurso audiovisual que evidencia las aptitudes cinematográficas de los realizadores.


Para que un documental antropológico pueda representar la realidad cultural y social de un grupo, recurre a las técnicas y metodologías propias de la etnografía visual, y para poder transmitir de manera eficiente el mensaje, utiliza el lenguaje cinematográfico como registro y narración. La presencia de cualquier investigador inevitablemente provocará cambios en la conducta de los informantes.


La confiabilidad del documental depende de que en su esqueleto narrativo se recurra al “testimonio, la entrevista, la observación participante, el plano, la composición, el tiro de cámara, la distancia con respecto a los sujetos y objetos que aparecen a cuadro. Con todos estos elementos se promueve cierta idea de mayor proximidad a lo real en relación a las ficciones convencionales” (Paniagua, 2013: 17); se remarca la importancia de la etnografía, ya que es donde el antropólogo visual comprende de manera integral el porqué de un suceso, a partir de ahí selecciona los informantes clave, construye y analiza datos con los que, de manera posterior, se crea una historia audiovisual fundamentada en el uso consciente de la cámara.


El eje conductor del documental es la entrevista y Bill Nichols (2013) la menciona como la técnica más común del documentalista, las preguntas se formulan siguiendo protocolos o líneas de acción específicas y siempre se realizan durante el trabajo de campo. Asimismo, indica que además de entrevistar a los actores sociales en lugares o en sucesos históricos, es importante equilibrar puntos de vista opuestos, así como incluir entrevistas a expertos acreditados institucionalmente en el tema.


En este punto vuelve a resaltar la necesidad de una etnografía de calidad, pues para obtener la confianza de los informantes y que permitan ser entrevistados por los antropólogos para que estos, a su vez, puedan adquirir información sustanciosa de primera mano, “es esencial establecer una colaboración estrecha con personas de la localidad, mantener apertura a sus maneras de comprender el mundo y respeto al valor de sus conocimientos. La integración de los conocimientos locales en la construcción misma […] es rasgo constante del proceso etnográfico” (Rockewell, 2009: 23).


El documentalista extraerá de las entrevistas realizadas fragmentos con los que creará un discurso apegándose al propósito teórico que persiga. No se va a mostrar una verdad absoluta, lo que se pretende es tener acceso a diferentes puntos de vista de un fenómeno social, ofreciendo al público la libertad de generar su propio juicio basado en la información de una temática en específico.


Otra técnica muy recurrente para guiar los documentales es la utilización de la voz en off de un único experto que va interpretando lo que se ve en las imágenes, su uso está ligado a los reportajes televisivos. En el caso del documental antropológico, los que tienen mayor conocimiento al respecto, debido a que es parte de su realidad, son los informantes. Por lo mismo no es recomendable la utilización de la voz en off por parte el antropólogo, ya que éste juega el papel de agente creativo y mediador de la información sustentada en la teoría. Por tanto, se propone “cederle la palabra a los entrevistados, a los habitantes y a los teóricos […] e ir estructurando con esa base las unidades que dan sentido al documental” (Gerber, 2012: 88). Esto desarrolla una estructura dramática con la que el receptor se identifica en el plano emocional.


Para lograr que el espectador comprenda la estructura anterior, María del Carmen Lara (2014) indica que la historia del documental debe desarrollarse en una línea de temporalidad, como la secuencia de un día (mañana-inicio, noche-fin) o la metáfora de un viaje (salida-inicio, regreso-fin), lo cual proporciona ritmo a las imágenes y mantiene el hilo conductor del discurso e intención a expresar. Además, hay que permitir que las imágenes apoyen lo que la voz en off de los informantes va narrando. Al respecto, Lucía Sánchez (2014) indica que la autoridad narrativa de las imágenes se hace presente en la vanguardia del montaje, donde se hace la mezcla de fotografías, entrevistas y escenas que fueron tomadas o filmadas en la búsqueda de un producto estético y científico.


Como se ha visto, la base de la producción en antropología visual está fundamentada en el registro de datos por medio de la etnografía visual, “… la idea es realizar un montaje de voces distintas a las del etnógrafo, evidencias encontradas de datos no totalmente integrados a la interpretación general del trabajo” (Peirano, 2008: 33), y como bien señala Clifford Geertz (2003), la esencia de la antropología no es precisamente responder las incógnitas de los investigadores, sino darles voz y voto a los informantes, e incluirlos en un registro consultable de lo que ha dicho el hombre, con lo cual “se rompe con la asimetría que suele imponerse en la antropología y la mirada etnográfica, y se genera un verdadero conocimiento compartido, horizontal, tejido a partir de los encuentros e intercambios interculturales entre todas las partes involucradas” (Zirión, 2017).


Lo anterior propicia un proceso cíclico de reflexividad[1], es decir, la información adquirida en campo cobra sentido cuando se socializa dentro del propio contexto estudiado, y tanto los investigadores como la comunidad involucrada discuten y analizan los resultados abriendo una nueva brecha en el conocimiento antropológico a partir de la retroalimentación, a la cual Jean Rouch también denominó feedback, que “consiste en «compartir» sus filmaciones con los que han sido sujetos y actores de las mismas. Esto permite al cineasta-etnólogo meditar abiertamente sobre su obra e intercambiar reflexiones críticas con los actores” (Gaspar de Alba, 2006: 2), éste es el papel principal de la antropología visual. El documental es, por sí mismo, una fuente de información abierta a nuevas interpretaciones que generan nuevas interrogantes y conocimiento, dada su naturaleza y accesibilidad en medios digitales.


La cámara es una herramienta de mediación subjetiva; por medio del lenguaje cinematográfico (composición, enfoque, ángulo, etcétera), el realizador prepondera a conciencia escenarios, personajes o paisajes que ayudan a una mejor lectura del material audiovisual. Antonio Zirión (2012) menciona que el documental debe entenderse como una interpretación, una representación y una construcción que deja atrás el fantasma de la objetividad y de la neutralidad, convirtiendo en imagen y discurso la mirada del investigador.



El documental como proceso creativo del conocimiento científico


En definitiva, el documental antropológico es una “compleja experiencia etnográfica y estética, donde la imagen representa un terreno fértil para la libertad de expresión, ofreciendo una vía para la comunicación y la comprensión de diferentes culturas” (Zirión, 2017: 3); donde la etnografía y la producción van en caminos paralelos en la búsqueda del conocimiento. También deja entrever la posición teórica por la que se inclina el investigador; asimismo, es una triada que se conforma en las relaciones entre el antropólogo, los informantes y el público. María del Carmen Lara (2014) menciona que el vínculo más importante es el que se genera con los sujetos que depositan su confianza en el documentalista a quien cuentan sus historias; por lo tanto, es vital regresar a la comunidad a proyectar el trabajo final ,y si se cuenta con los recursos necesarios, proporcionarles una copia. Como Bill Nichols (1997) indica, el documental incentiva la formación de la memoria colectiva.


Es urgente e indispensable, no sólo para los antropólogos, sino para todos los científicos sociales y humanistas, buscar otros lenguajes y códigos además del escrito para ampliar la divulgación del conocimiento y, con esto, generar el proceso de reflexividad en y con los miembros de la comunidad estudiada. Acercarnos a los museos para proponer exposiciones o conferencias son otras estrategias de difusión y de retribución social. En el caso de la producción audiovisual es recomendable plantear proyectos culturales y buscar el apoyo institucional y de gobierno para concretarlos.


[1] La reflexividad señala la íntima relación entre la comprensión y la expresión de dicha comprensión. El relato es el soporte y el vehículo de dicha intimidad. (Guber, 2011)



 

Referencias


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