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  • Ariet Castillo Fernández

¿De qué hablamos cuando hablamos de identidad cultural?



La aportación principal del libro La identidad cultural no existe de Françoise Jullien es que debemos denostar el inmovilismo que sólo estandariza los estereotipos del pensamiento. La identidad cultural no existe porque es móvil. La cultura también está en constante transformación. El aplanamiento comercial y mundial imperantes en la actualidad buscan empobrecer las culturas y olvidar la diversidad de lenguas para orientarse a una asimilación del “todo” universal. No podemos olvidar que cultura e identidad son creaciones que vuelven a los sujetos tanto activos como explotadores de recursos que “se realzan unos a otros”.


Si no consideramos la identidad en estos términos, se tratará de un aplastamiento de la comprendida como diversidad cultural bajo la opresión mundial, la globalización que estandariza y que no permite hallar un terreno común.


Françoise Jullien es filósofo y sinólogo francés, profesor en la Universidad de París VII Denis Diderot y director del Instituto del pensamiento contemporáneo y el Centro Marcel Granet y miembro senior del Instituto Universitario de Francia. Es, asimismo, doctor en Estudios del Lejano Oriente.


Para él, la identidad cultural no existe, sino que son los recursos los que posibilitan la idea de “lo común”. Es la inclusión y no la exclusión la que lleva, en el propio término, el concepto de “identidad”. Hablamos de recursos que son públicos, accesibles para todos y no en función de su pertenencia. Así, el autor trae la idea de que los écarts culturales, esos entres llenos de posibilidades, abren la senda de nuevos recursos como producciones culturales. Es la diversidad y no la diferencia. Diversidad que produce “lo común” que es, por supuesto, un ente activo. Por ende, un común diverso considerando que, valga la redundancia, lo común no es lo similar.


No es asimilación sino “bienes comunes”, un “común” construido gracias a las diversidades y a las diversas “identidades” y “culturas”. Un diálogo para entender al uno para/con el otro que vendría a conformar un, le denominaré, unotrointensivo que surja de la potencialidad inventiva del écart que nos trae Jullien.


Lo contrario, como ya dijo Thomas Friedman, respecto a su Globalización 3.0., haría alusión a una “integración” subordinada. Manuel Castells traería a colación cómo, desde el sistema neoliberal que mueve la globalización que a su vez uniformiza, es la estructura red la que supera a los Estados articulando segmentos dinámicos de las sociedades en todo el planeta, mientras desconecta y margina a quienes no tienen más valor que su propia vida. He aquí una noción de esa identidad cultural, una manera de exclusión que es, además, asimétrica.


MacClancy, al hablar de identidad, confirma los modos de identificación. Identificar ¿gente o personas? No podemos considerar entidades homogéneas a la diversidad de sujetos. La identidad se sitúa en un plano central cuando se habla de ella en términos de diferencia. Por otro lado, se pone de manifiesto la convivencia, la comunalidad cuando deberíamos hablar de estrategias de conexión respecto a esa considerada “identidad”.


Coincido con el autor en no estar de acuerdo con la exclusión de esta identificación que ordena para unos y no para otros, puesto que lo que se “ordena” es la diferencia. Podríase, sin embargo, llamar convivencia a la coexistencia pacífica basada en la tácita aceptación de la diferencia. La comunalidad, no es universal, sino que reside en la diversidad de localidades, de “parcialidades”. Negar la diferencia supondría negar la diversidad lo que parecería imposible. El “problema” reside en la propia consideración de una problemática, en pensar que hay algo que resolver y que supone enfrentar a uno con el otro uno; quienes no dejan de ser “iguales” en su diferencia, en su “desorden” que no es, necesariamente, desordenado. ¿Por qué desordenado? ¿Respecto a qué orden? ¿El desorden es problemático? Habría que pensar en la necesidad de control instaurada desde “ese arriba” que ordena. Una ley del embudo que supone ese refrán de “lo estrecho para otros, lo ancho para uno”.


Barth, en 1969, postulaba que la diferenciación entre el Self y el Other es más fuerte que lo que se encuentre en el límite. Guillen, con sus écarts, vendría a decir que es en esos entres donde se descubren recursos que generan “lo común” que es, activo y móvil y que está muy lejos de los estáticos e inmóviles estereotipos. Como enunciaría Neuman, la existencia del otro es una parte constitutiva del propio uno. La identidad, como la cultura, no está muerta, sino que está en constante transformación por lo que no existe más que en esos entres, en esos espacios de interrelación.


En torno a ello, el pilar fundamental del libro es comprender que la transformación activa es una condición inherente a lo cultural. Estamos ante un sobrecalentamiento global de lo social donde los otros no pueden ser representados ni como entidades ausentes ni pasivas ni sometidas. No son entes sedentarios y tampoco estructuras sino procesos que fluyen en contextos sociales donde hay que considerar el tiempo y el espacio en el que emergen. Si negamos lo que es el otro es porque creemos que amenaza a nuestro yo. Ello supone mostrar al uno vivo en frente del otro muerto. El otro no es representado, como carne sino como huesos que ya son inmóviles y que subsumen la forma de ese other realzando la de ese otro self. Se trataría, del cuerpo político de la considerada “identidad cultural” que sostiene la autoridad, también política, del yo como única, legítima y que “debe ser sostenida” para mantener el supuesto “orden” social.


Como expondría Neuman (2016: 230): “el renacimiento del yo toma nueva intensidad con el advenimiento del nacionalismo”. La identidad cultural, estaría sostenida en los Estados –nación. Además, se habría experimentado una tendencia supina a encapsular las identidades en “objetos”, que presentan el “potencial” del yo mientras que la “ausencia” reside en el otro. Con ello, es relevante destacar lo que trae a colación Jullien; son sólo, representaciones, creaciones sociales, constructos que sostienen el “orden” nacional porque ni las nacionalidades ni la identidad cultural existen.

 

Fuentes consultadas


Jullien, Françoise (2017). La identidad cultural no existe. Madrid: Taurus.

Hylland Eriksen, Thomas y Schober, Elisabeth (2016). Identity destabilised: Living in an overheated world. Chicago: University of Chicago Press.

 

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