top of page
  • Valentín Eduardo Ibarra

Crónicas del cruce. Paul B. Preciado y la historia de la tecnosexualidad


Todos somos cyborgs


[Play] Durante la travesía que se inicia en el Testo Yonqui allá por el 2008, la de Burgos explica con detalle minucioso el proceso de naturalización de las ficciones y normas sexo-genéricas, influenciadas y determinadas por poderes fácticos, institucionales y prácticas coercitivas desde donde emerge la categoría crítica de capitalismo-fármaco-pornográfico, en el que la máquina no es una cosa que deba ser animada, trabajada y dominada sino que la máquina, como dice Donna Haraway, somos nosotros y nuestros procesos. En la actualidad el cuerpo individual funciona como una extensión de las tecnologías globales de comunicación, el cuerpo del siglo XXI es una plataforma tecnoviva, el resultado de una implosión irreversible de sujeto y objeto, de natural y artificial. Las imágenes, programas informáticos, los virus, usuarios, los fármacos y los animales en los que son probados, los embriones congelados, las células madre, no presentan en la economía global actual un estatus en tanto vivos o muertos según definiciones canónicas sino más bien en relación a la capacidad de ser integrados o no a la tecnovida desde donde emerge el cyborg: ni organismo ni maquinaria, tecnocuerpo que confunde las fronteras de la imaginación y de lo material.


El cyborg es una criatura en un mundo post genérico. No tiene relaciones con la bisexualidad, ni con la simbiosis preedípica, ni con el trabajo no alienado u otras seducciones propias de la totalidad orgánica, mediante una apropiación final de todos los poderes de las partes en favor de una unidad mayor (...) se sitúa decididamente del lado de la parcialidad, de la ironía, de la intimidad y de la perversidad. Es opositivo, utópico y en ninguna manera inocente (Haraway, 1984: 5).


En los años que siguieron al fordismo, durante la crisis energética en Europa y, con ella, la caída en las cadenas de montaje, se buscaron nuevos sectores para dar curso a la economía global. Se hablará de las industrias bioquímicas, electrónicas, informáticas o de la comunicación como los nuevos soportes del capitalismo. A partir de éste período la gestión política y técnica del cuerpo, del sexo y de la sexualidad cobrarán un papel preponderante, lo que nos lleva a pensar que es filosóficamente pertinente realizar un análisis sexopolítico de la economía mundial. Desde ésta perspectiva, durante la segunda posguerra se gesta un nuevo tipo de capitalismo y régimen gubernamental pero ¿cómo el sexo y la sexualidad llegaron a convertirse en el centro de la actividad política y económica?


Durante el período de la Guerra Fría, Estados Unidos invierte más dólares en investigación científica sobre el sexo y la sexualidad que ningún otro país a lo largo de la historia. La mutación del capitalismo a la que vamos a asistir se caracteriza no solo por la transformación del sexo en objeto de gestión política de la vida sino porque esta gestión se llevará a cabo a través de nuevas dinámicas de tecnocapitalismo avanzado (Preciado, 2008: 27).


asociada a estrategias y dispositivos de disciplinamiento de las identidades y de las prácticas sexuales. El sexo es una tecnología de dominación heterosocial y además, afirma Preciado ya que la proletarización global del sexo privada de reflexión, multiplica las formas de opresión y sumisión.


Los cyborgs son los hijos ilegítimos del militarismo y del capitalismo patriarcal, por no mencionar el socialismo de estado, afirma Haraway; en la década de 1950 con la producción de las primeras hormonas sintéticas, cuando el capitalismo intuye las ventajas de trabajar con un cuerpo sexualmente plástico que puede transformarse intencionalmente en femenino, masculino, ser reactivo a cualquier estimulo de índole sexual, de medios de producción de placer y posible comprador de fuerza orgásmica exterior, entonces, la heterosexualidad pasó a ser un programa político-sexual que no deja de perder valor al verse desplazado por las representaciones LGBTTTIQ++ y es ahí donde la disidencia puede encontrar grietas y empoderar su posición, no solo como representación de otros modos de existencia posibles sino también como vanguardia y acción de denuncia contra las estructuras institucionales: normalizadoras por definición y usualmente violentas y segregatorias.


Tecnosexualidad y arquitectura disciplinaria


Ambos vectores que Preciado retoma en su Pornotopía, partiendo desde la idea foucaultiana que las sociedades europeas de finales del siglo XVIII pasaron de ser una “sociedad soberana” a una “sociedad disciplinaria”, idea fundada en el desplazamiento hacia un poder que calcula técnicamente la vida en términos de población, una tecnología política con arquitectura disciplinaria (prisión, cuartel, escuela, fabrica, hospital entendidas como estructuras análogas y a las que podemos hoy sumar las redes sociales).


Textos científicos, tablas estadísticas, recomendaciones de uso, manuales de instrucción, calendarización de la reproducción bajo la fachada de planificación familiar, esterilización programada, categorización de las conductas, psiquiatrización de los placeres y una larga lista de etcéteras. En 1868 se codifican las identidades sexuales en normales y perversas donde estas últimas se vuelven objeto de persecución jurídica. Ser hombre o mujer se resuelve mediante ecuaciones, coeficientes y planillas. Se controla la masturbación y el orgasmo, la vestimenta, el decoro, forjando subjetividades dependientes y obedientes a un panóptico estatal, fabril y de mercado.


Según Preciado, esta sexualidad decimonónica implica una territorialización precisa de la boca, la vagina, la mano, el pene y el ano, construyendo así en el horizonte de sentido del capitalismo, ya no una sexualidad sino más bien un régimen político como dijimos precedentemente.


Guerra fría, carrera espacial y emplazamiento del dildo


El período que va desde la Primera Guerra Mundial hasta el final de la Guerra Fría, constituye también un momento sin precedentes de visibilidad de la mujer en el espacio público así como la emergencia de formas de homosexualidad politizada en lugares insospechados como el ejército de los Estados Unidos. El macartismo despliega recursos ilimitados para la lucha contra el comunismo y la homosexualidad, exaltando los valores de la familia tradicional.


En este período van a desarrollarse tablillas de sujeción de miembros mutilados en el campo de batalla, lo que dará origen a los primeros prototipos de dildos y prótesis masturbatorias. Se pone en marcha la utilización clínica de hormonas (progesterona y estrógenos) provenientes del suero de yegua y más tarde aparecerán en el mercado las hormonas sintéticas. A partir de 1946 se comercializará la primera píldora anticonceptiva a base de estrógenos sintéticos. En 1947 la metadona se utilizará como analgésico y tiempo después se convertirá en el sustituto de la heroína y pasará a ser una droga en sí misma con su consecuente mercado ilegal.


Durante los primeros años de la década de los cincuenta, el lifting facial y otras intervenciones pasarán a formar parte de la cultura de masas y en 1953 el soldado norteamericano George W. Jorgensen se transformará en Christin. Ese mismo año, Hugh Hefner creará el imperio Playboy con la foto de Marylin Monroe en la portada del primer número. De esta manera, la década de 1950 fue la antesala de una verdadera revolución cultural y


se inicia así durante los años sesenta una operación mediático-inmobiliaria sin precedentes: Playboy construye un archipiélago de clubes nocturnos y hoteles diseminados a lo largo de los enclaves urbanos de América y Europa, llenando después las páginas de la revistas con reportajes que permiten observar el interior habitado de esos singulares espacios. Este doble proceso de construcción y mediatización alcanza su momento más álgido con la mudanza desde la Mansión de Chicago a Los Angeles y con la restauración de la Mansión Playboy West en 1971 (Preciado, 2008: 15).


La del conejo no es simplemente una revista de contenidos más o menos eróticos, sino que forma parte del imaginario arquitectónico de la segunda mitad del XX.


Playboy es la mansión y sus fiestas, es la gruta tropical y el salón de juegos subterráneos desde el que los invitados pueden observar a las Bunnies bañándose desnudas en la piscina (...) Playboy es el ático de soltero, es el avión privado, es el club y sus habitaciones secretas, es el jardín transformado en zoológico, es el castillo secreto y el oasis urbano... Playboy iba a convertirse en la primera pornotopía de la era de la comunicación de masas (Preciado, 2008: 16).


Transformar al hombre heterosexual americano en un playboy suponía inventar un topos erótico alternativo a la casa familiar suburbana.


Artefactos de intensificación del placer


La teoría queer propone un cuerpo con tantos órganos como capacidades de reterritorialización parcial puedan promover. Considerando al cuerpo desorganizado y fragmentado como superficie, terreno de emplazamiento del dildo, espacio de reproducción de imágenes y placeres. El cuerpo queer es materia propicia para la contrasexualidad, es decir, como soporte del uso y significación desnormativizadas de sus partes sexuadas y generizadas, intervenidas por una exuberancia de dispositivos.


La matriz comercial que pone a andar los dispositivos vinculados a la producción de placer como mercancía es la pornografía, imbricada, obviamente, con las nuevas tecnologías de la comunicación, nuevos hábitos de consumo, fármacos y la cambiante noción de abyección. La pornografía forma parte de un régimen más amplio (capitalista, global, mediatizado) de producción de subjetividades a través de la gestión técnica de imágenes, sonidos y texturas, que intervienen en la creación de disposiciones de deseo estandarizadas. En la noción de Preciado, la industria farmacéutica y la audiovisual del sexo son los pilares sobre los que se apoya el capitalismo contemporáneo, vivimos en una era toxico-porno donde el biocapitalismo no produce cosas sino que produce ideas móviles, símbolos, deseos, reacciones químicas y estados. Intenta explicar lo que podríamos denominar una biopolítica de la representación pornográfica partiendo de las siguientes preguntas: ¿cuándo aparece la pornografía como discurso y saber sobre el cuerpo? ¿Cuál es la relación que existe entre porno y producción de subjetividades?



La industria del sexo no es únicamente el mercado más rentable de Internet, sino que es el modelo de rentabilidad máxima del mercado cibernético en su conjunto, venta directa del producto en tiempo real produciendo la satisfacción del consumidor (…) las verdaderas materias primas del capitalismo actual son la excitación, la erección, la eyaculación, el placer y el sentimiento de autocomplacencia… (Preciado, 2008: 36).


Es decir una lógica masturbatoria de excitación-frustración. Ya en su “Pornotopía”, mediante el análisis de lo que supuso la irrupción de la estética Playboy para la arquitectura, la división sexual del trabajo, la reorganización política del binomio público/privado y la apertura de una nueva versión del sueño americano, quedó claro que la pornografía es una forma de producción cultural a la que concierne el debate sobre la construcción de los límites de lo socialmente visible y lo placenteramente experimentable del sexo. Este debate repara en las relaciones con la historia del arte, las estrategias biopolíticas de control del cuerpo y de producción de placer a través de aparatos de intensificación de la mirada. Son éstas las categorías que nos ayudarán a comprender por qué la pornografía se ha convertido, a partir de los años setenta y ochenta del siglo pasado, en un espacio crucial de análisis, crítica y reapropiación para las micropolíticas de género, sexo, raza y clase.


Desde sus inicios, la industria del placer ha cosechado defensores y detractores y, por su carácter controversial, el debate ha quedado generalmente limitado a la posibilidad de su existencia o no, sin avanzar más allá, siendo cooptado por discursos morales, religiosos y sus respectivas influencias políticas.


Sin embargo, desde mediados de la década de 1980 comienzan a emerger nuevos actores como William Kendrik o Thomas Waugh, que van a extender sus investigaciones sobre las relaciones entre cuerpo, mirada y placer junto a la representación pornográfica. Estos estudios abrirán la puerta a los “estudios sobre el porno”, realizando profusos análisis críticos, históricos y políticos, los cuales asumirán la tarea de deconstrucción de un permanente exilio hacia el escenario público actual. Siguiendo la línea de aquéllos estudios, desde la teoría queer se ha considerado siempre que los dispositivos destinados al placer, que emergen como material, encuadre, accesorio y eje del porno, son objetos de la cultura, en tanto se asumen como modos de producción, distribución y consumo de placer.


Hacia fines del siglo XIX, la fotografía y el cine irrumpieron como aparatos técnicos de intensificación de la mirada. En este nuevo campo semántico por donde se segmentaban, diferenciaban y sancionaban las prácticas y discursos, aparecieron las denominadas “películas para solteros” –inicialmente mudas y de corta duración–, en las que aparecían cuerpos desnudos, contacto físico y actividad genital en el contexto del burdel o club nocturno. El consumo era masculino y colectivo en un ritual cargado de una fuerte significación homoerótica.


Las tecnologías de reproducción audiovisual fueron desplazándose unas a otras, generando distintos nichos de audiencia y consumo. La televisión desplazó a la radio, pero enfocada a un espectador silencioso y conservador, y, esencialmente, miembro de una familia americana tipo. La revolución de la TV en la década de 1950 se hizo de espaldas al submundo de la pornografía, que comenzaba a sofisticarse en revistas –desde las pensadas para el “incentivo” de las tropas en la Segunda Guerra Mundial hasta la insigne Playboy.


El cine separó sus aguas entre uno de corte convencional masivo, y otro denominado “X” evidenciando en su sello (como marca de pecado original) y la semi-clandestinidad. Ahora bien, con la invención de nuevos dispositivos de reproducción, primero las videograbadoras y videocaseteras y, posteriormente, la realidad virtual a la que accedemos vía internet, el desplazamiento del consumo de la industria pornográfica es absolutamente irrevocable, completando un ciclo que se inició en el prostíbulo pasando a las salas de cine, luego a las cabinas individuales, hasta llegar a la intimidad del hogar. Esta radical metamorfosis desarma la críptica representación de guetos de dudosa reputación que tuvieron desde el comienzo las salas masculinas, privatizando el consumo y produciendo un salto exponencial en sus números de producción, distribución, acceso, venta y gratuidad. Se dejó de pensar en la pornografía como en una pedagogía del sexo para desvalidos, ancianos y solitarios onanistas, pasó a arrastrar a los dandis, a los padres de familia, a los púberes hasta llegar finalmente a mujeres, gays, lesbianas, trans que ya no sólo producen porno sino que lo consumen masivamente. La industria se ha ido transformando en una de consumo mucho más expandida de lo que parece. También es cierto y debemos disentir con la perspectiva de Preciado, que en sociedades profundamente machistas y conservadoras, como es hasta ahora la Argentina, el porno ha reproducido y enfatizado la cultura de la violación y es una dudosa pedagogía del sexo y sobre los cuerpos, sin perjuicio de su estatus de legítimo dispositivo de intensificación del placer.


Como parte de este desarrollo, la producción amateur de videos caseros se ha convertido en un boom, siendo incluso una técnica reiterada de estimulación de parejas, dándoles nuevos soportes al voyeurismo y al exhibicionismo. El sexo amateur capturado con la webcam, así como las aplicaciones pensadas para tener encuentros sexuales casuales, nos presentan un abanico inmenso de dispositivos destinados al agenciamiento del sexo que si bien están atravesados por la mercantilización del placer rebasan a ésta ampliamente posicionándose como motores y facilitadores de búsquedas, encuentros y relaciones en la solitaria liquidez de nuestro tiempo. Al mismo tiempo, como parte de esta fragmentación especializada, las nuevas filmografías XXX dejan de lado para siempre el tradicional rodaje de la historia semi-guionada muy propia de los años ´80 y ´90, de trasfondo caricaturesco para pasar a contar escenas, distribuidas y comercializadas, aisladas entre sí.


Desde principios del 2000, el porno se ha diversificado. La lógica del mercado obligó a romper (literalmente) cada film en cuatro o cinco escenas breves –posiblemente teniendo en cuenta el tiempo orgásmico promedio–, que bien pueden reunirse bajo un mismo título o no, pero que siempre responden a “categorías” que refieren a prácticas sexuales explícitas y que pueden encontrarse en casi todos los sites: “anal” “bondage”, “trans”, “lesbian”, “gay”, “gangbang”, “hentai”, entre tantas otras, vamos a destacar la nueva impronta de un porno feminista que viene marcando una senda alternativa y antipatriarcal, como el trabajo de Erika Lust.


El siglo XXI también trajo consigo un nuevo modo de contar la sexualidad en versión fashionista. Locaciones minimalistas sirven de telón de fondo para la exultante voluptuosidad de la starlet como su único centro y observamos el ascenso de mujeres fálicas, tatuadas, irreverentes, que reaccionan ante el modelo icónico de la rubia siliconada de los '90 y toman el control de la escena en la meca californiana. Mujeres como Sasha Grey (hoy devenida en escritora y DJ) o Christy Mack tomaron para sí la herencia de aquella radical Belladonna, chica punk de finales del siglo XX.


Además, frente a esta reafirmación del lugar heteronormativo de construcción de la sexualidad surgió el posporno, inventado en los ochenta por el fotógrafo erótico Wink Van Kempen quien expuso un conjunto de fotos de genitales que en vez apuntar a la excitación, invitaban a la parodia y a la crítica. En este sentido, el cine pospornográfico feminista, experimental lésbico, experimental queer, no busca representar la auténtica sexualidad de los cuerpos no-blancos, transexuales, intersex, transgénero, deformes y discapacitados afirma Preciado en una entrevista para el sitio “Parole de queer”, sino que trata producir contra-ficciones visuales capaces de poner en cuestión los modos dominantes de la norma y la desviación. La cuestión que subyace no es saber si una imagen es una representación verdadera o falsa de una determinada sexualidad, sino saber quién tiene acceso a la sala de montaje, a la representación estetizada de las prácticas y discursos, al conjunto de convenciones visuales y políticas de la mirada. La pregunta gira en torno a cómo desplazar los códigos visuales, que históricamente han servido para designar lo normal y lo abyecto, sin perder el efecto del estímulo erótico amplificado. Es a este ejercicio de crítica y reapropiación de las tecnologías, a lo que llamamos pospornografía. No es una estética sino el conjunto de representaciones experimentales que surgen de los movimientos de empoderamiento político-visual de las minorías.

 

Fuentes consultadas

Donna Haraway (1984). Manifiesto cyborg. [Online] Recuperado el 17 de julio de 2020 en: https://xenero.webs.uvigo.es/profesorado/beatriz_suarez/ciborg.pdf.

Paul B. Preciado (2008). Testo yonqui. Barcelona: Anagrama.

 

Entradas relacionadas

Ver todo
Síguenos
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
bottom of page