Apuntes socio-históricos sobre la política del conocimiento útil
“Las claves del presente están en el pasado” es una máxima de los historiadores. Dicho más o menos de esa manera significa que para explicar o entender cualquier situación presente es indispensable hacer primero una retrospectiva al menos para no dar opiniones infundadas. Actuar así nos da elementos para entender el conflicto actual entre las comunidades científicas mexicanas, y en el cual sobresalen los divulgadores de la ciencia –quienes están familiarizados con el empleo de los medios de comunicación pública. En este ensayo propongo una retrospectiva sobre la política del conocimiento, particularmente del conocimiento calificado como útil, con el apoyo de la sociología política. Para tal efecto, parto del presupuesto que dice que los conocimientos son el resultado de una política, es decir, de múltiples interacciones, transacciones y negociaciones entre factores epistémicos y no epistémicos. En este sentido el conocimiento útil, particularmente el conocimiento científico-técnico, es considerado como resultado de una interacción político-epistémica.
Sistema político
Por política entendemos, de la mano de la sociología política, un tipo de relación entre sujetos cuyo fin es obtener un efecto deseado en el comportamiento y en la organización de la sociedad a la que pertenecen. Norberto Bobbio reconoce que el fin mínimo de la política consiste en establecer un orden (incluso un nuevo orden) en las relaciones entre sujetos organizados. El Estado, denominado también como sistema político, es la forma que adquirió dicho orden en la modernidad. Estos son algunos patrones apuntados por Bobbio (1998: 954-962):
Se trata de un espacio regido por normas escritas (el régimen político) y normas no escritas (los hábitos, los comportamientos y las costumbres), que tienen como propósito regular las relaciones entre los sujetos organizados. Ninguna de estas reglas es imperecedera, pero la vigencia de las segundas corresponde a una temporalidad más extensa.
Es un espacio conformado por sujetos organizados y con intereses particulares que aspiran a detentar o a conservar el poder por medios pacíficos o violentos. A estos sujetos corresponde el término de actores políticos, puesto que buscan incidir en el orden político de la sociedad colocando sus intereses particulares en la posición del interés general.
Es un espacio ideológicamente orientado. Su orientación ideológica, comúnmente expresada en las constituciones políticas, depende de las ideologías de los actores políticos. Si bien hay ideologías predominantes en una época, detentadas por sujetos con intereses específicos, cabe esperar la incorporación de rasgos provenientes de otras ideologías en la organización política (lo que podríamos llamar transacciones ideológicas). Esto puede ser contrastante en términos doctrinarios.
Es un espacio, o debería serlo, relativamente autónomo de otros poderes como son el económico y el ideológico (por ejemplo, la iglesia). La autonomía es una condición fundamental para el ejercicio de la negociación y la coacción como facultades del Estado.
Intelectuales
En los procesos de conformación del Estado (o de los estados) los intelectuales (entre los cuales incluimos a los científicos y a los profesionistas con una formación científico-técnica) han desempeñado una actuación relevante. Nuevamente, echando mano de la sociología, podemos identificar históricamente a los intelectuales como (Fiorucci et al, 2018 y Rodríguez et al, 2018):
Agentes implicados en la producción y circulación de conocimientos. Son poseedores de un capital cultural diferenciado. Aspiran al monopolio del conocimiento o alguna de sus áreas. Basan su autonomía (relativa) en dicha posesión, por lo que además buscan ser reconocidos como expertos o voces autorizadas para hablar de asuntos que solo a ellos compete.
Actúan organizadamente a través de asociaciones (gremios, clubes, sindicatos y partidos) con el fin de satisfacer sus intereses, iniciativas o proyectos. Para promoverlos recurren a medios públicos (publican periódicamente, dictan conferencias y participan en foros), y en los cuales plasman sus iniciativas como el medio adecuado para satisfacer el interés general.
Su principal interés es incidir en el comportamiento y en la organización política de la sociedad a la que pertenecen; son por tanto, actores políticos que aspiran a detentar o a conservar el poder político (luchan por el poder), ya sea directamente (como intelectuales de Estado) o a través de otros actores que los representen (como podrían ser los partidos políticos). El principal proyecto de los intelectuales, dar un orden político a la sociedad, está orientado por sus afinidades ideológicas.
Participan en la administración pública para satisfacer sus intereses o realizar sus proyectos. Desde la perspectiva de Max Weber actúan desde las oficinas públicas como un cuerpo de expertos o personas calificadas (Weber, 2001). De acuerdo con Pierre Bourdieu, actúan como profesionales e intelectuales de Estado, hablan en nombre del Estado (Bourdieu, 1997: 91-125); es decir, de la sociedad organizada políticamente. Como intelectuales u operadores del Estado generan o difunden conocimientos que en primer lugar ellos consideran útiles. Esto es: conocimientos destinados a la formación de políticas públicas o políticas para gobernar que se materializan en instituciones, reglamentos u obras públicas destinadas a satisfacer un interés general.
Utilitarismo moral
Lo anterior nos conduce a la filosofía moral utilitaria. El “cultivo del buen gusto”, una “sociabilidad amable” y el “conocimiento como medio” son tres aspectos programáticos de esta filosofía en los siglos XVIII y XIX (Covarrubias, 2005). Los tres corresponden a las dimensiones estética, ética, política y epistémica del utilitarismo. En materia de conocimiento, el utilitarismo moral indica que se trata de un medio para:
Acceder a la verdad, los principios, los patrones, las leyes que rigen el comportamiento de la naturaleza y de las sociedades humanas, y
Obtener riqueza personal y riqueza pública, felicidad personal y felicidad pública.
Desde la perspectiva utilitaria el conocimiento, particularmente el conocimiento científico, es concebido como una acción motivada por un propósito prefigurado. De acuerdo con la filosofía moral este fin puede ser el bien, la verdad, la belleza o la prosperidad material. Propósitos que corresponden a la obtención de satisfacciones o de un estado de placer generalizado que John Stuart Mill definió en el siglo XIX como el Principio de la Mayor Felicidad, según el cual el conocimiento es –en términos racionalistas- un medio para liberarnos del sufrimiento o cuando menos para mitigar la infelicidad. Visto de esa manera el conocimiento es calificado por el utilitarismo moral como una acción correcta y, por lo tanto, deseable o cuando menos más deseable que otras para la obtención de la Mayor Felicidad. En consecuencia, el conocimiento útil sería un tipo de conocimiento subordinado al interés colectivo o al bien público (Ambos términos son empleados por el utilitarismo moral para referirse a la Mayor Felicidad).
El utilitarismo moral considera que la falta de cultura intelectual, el egoísmo, las prohibiciones nocivas, las restricciones a la libertad, la violación de las leyes, la pobreza, la enfermedad y la falta de afecto hacia uno mismo son los obstáculos para alcanzar la Mayor Felicidad, y corresponde al conocimiento útil ayudar a combatirlos. De manera específica, para Mill, “el progreso de la ciencia significa la promesa para el futuro de conquistas todavía más directas” sobre adversarios como la enfermedad (Mill, 2014: 76). En ese sentido, postula que a la ciencia corresponde suministrar al arte (a la técnica) “la proposición [obtenida mediante los métodos inductivo o deductivo] de que por medio de la realización de determinadas acciones se alcanzará tal fin [en primer lugar, la Mayor Felicidad]. A partir de estas premisas el Arte concluye que la realización de tales acciones es deseable y, comprobando que también es posible, convierte el teorema en una norma o precepto” (Mill, 2014: 174).
Dentro de la perspectiva utilitaria, la promoción de los conocimientos útiles es una responsabilidad pública puesto que son un medio para cumplir el principal objetivo de la sociedad políticamente organizada en un Estado. Esto es, el interés colectivo, el bien público o la Mayor Felicidad. En suma, al Estado tocaría definir, producir y difundir los conocimientos útiles. Y para llevar a cabo dicha labor cuenta con los intelectuales.
Los conocimientos útiles en México
Los sistemas políticos, los intelectuales y los conocimientos útiles son configuraciones socio-históricas. Veamos algunos ejemplos de los intelectuales mexicanos, especialmente aquellos interesados en la divulgación de la ciencia y las artes o con una formación científico-técnica, quienes promovieron los conocimientos útiles en los siglos XVIII al XX con el objetivo de incidir en la organización política de la sociedad de su época para alcanzar la felicidad pública. No omito que la definición y la clasificación de los conocimientos útiles, como también veremos, han sido un territorio disputado por los intelectuales que desean incidir en el Sistema Político.
En 1788 José Antonio Alzate, editor de las Gacetas de Literatura de México, se refirió a su desempeño como divulgador en términos utilitarios. En primer lugar, planteó que su obra obedecía a una condición de tipo moral: “la obligación de ser útil a sus semejantes”, “ser útil a la patria” (en este caso, a la patria americana). En segundo lugar, señaló que la utilidad de su obra radicaba en el ejercicio de la crítica para “contener la impresión de obras inútiles” y en contribuir a la obtención de riqueza mediante la publicación de conocimientos útiles. En tercer lugar, apuntó que estos conocimientos eran los relativos al comercio, la navegación, la historia natural, la geografía, la jurisprudencia, la física experimental, las matemáticas, la medicina, la química, la agricultura y la historia, con un énfasis en el progreso de las artes y en la historia natural americana. El editor de la reimpresión de las Gacetas, publicada en Puebla cuarenta y tres años después de la original, reconoció el utilitarismo de Alzate al mencionar que presentó “producciones útiles de nuestro suelo” y ponderó “a los verdaderos sabios que escribieron con utilidad”. Pero, principalmente, porque su obra de divulgación fue motivada por el amor a la patria y el interés por verla prosperar. Para el editor, la obra de Alzate se subordinó a la máxima del utilitarismo moral: el “beneficio del común”. (Alzate, 1831)
La literatura para viajeros fue otro medio empleado para promover los conocimientos útiles. Aunque dirigida a un público amplio, esta literatura hizo énfasis en los migrantes europeos y en los hombres de negocios. Tales son los casos de dos obras publicadas por autores del llamado partido conservador entre los años de 1850 a 1860. Me refiero a la Guía de forasteros, y repertorio de conocimientos útiles de Juan Nepomuceno Almonte, y El viajero en México: completa guía de forasteros de 1864: obra útil a toda clase de personas de Juan N. del Valle. Ambas obras incluyeron datos sobre la organización política del país, el clero y el estado de ramos específicos como eran la industria, la minería, la instrucción, el comercio y la hacienda pública. Almonte esperaba suplir el vacío dejado por la falta de una obra de su género (Almonte, 1852: V-VI). Juan N. del Valle esperaba que el emperador Maximiliano apreciara la utilidad de su obra, realizada bajo el amparo de la estadística y la cartografía. Más allá de los propósitos particulares de los autores, sus obras están subordinadas a un interés general. Juan N. del Valle lo expresó en términos de “la felicidad del pueblo mexicano”, al referirse a los motivos de Maximiliano para aceptar el gobierno mexicano (Valle, 1864: 2).
Otras publicaciones muestran el utilitarismo de los intelectuales mexicanos en el siglo XIX, quienes se refirieron de forma cada vez más explícita al conocimiento útil como un medio para satisfacer el interés común o alcanzar la felicidad. En el primer número de La Abeja, revista bisemestral de conocimientos útiles, dedicada a la clase obrera e industrial, publicado en 1875, el escritor Ildefonso Estrada dijo que su misión era proporcionar a la clase obrera “toda clase de conocimientos útiles” ante la falta de obras y periódicos “verdaderamente útiles y accesibles”. En sus páginas, los artesanos obtendrían “instrucción, recreo y moralidad” (Estrada, 1875: 2-3). La divulgación de los conocimientos útiles, entre los cuales enlistó en primer lugar al dibujo y a la geometría lineal, e incluyó a la historia y a la literatura, tendrían como interés principal la prosperidad y el bien general del país y de los hombres. Un cuarto de siglo después, en pleno Porfiriato, el médico Luis E. Ruiz empleó una expresión digna del utilitarismo moral para definir el arte y la ciencia en un tratado de pedagogía: el “arte tiende a conseguir inmediata y directamente nuestra felicidad, en tanto que la ciencia aspira al mismo objeto solo mediatamente y por intermedio del arte” (Ruiz, 1900: 5).
Al comenzar el siglo XX veremos la emergencia de otros actores con una formación científico-técnica, entre ellos los arquitectos e ingenieros, como los principales agentes del conocimiento útil. Para el ingeniero Agustín Aragón, quien fue uno de los promotores más activos del positivismo en México, la función de los ingenieros consistía en la aplicación del conocimiento útil; es decir, en aplicar las verdades de la ciencia para servir a los hombres (Aragón, 1900: 73-74). En las últimas décadas del siglo XIX los ingenieros se auto percibían como productores de conocimientos útiles para beneficio de la sociedad, y percibían a las obras materiales como el parámetro para medir la utilidad del conocimiento. Desde su perspectiva, el espectro de los conocimientos útiles se encontraba restringido a los conocimientos científico-técnicos que podían ser aplicados al bien colectivo a través de las obras públicas. En este sentido, Agustín Aragón aseguraba que el papel de los ingenieros era de los más importantes para el orden social.
En 1920 José Vasconcelos, quien fungía como funcionario de la administración pública en el ramo educativo, rechazó la postura positivistas sobre el conocimiento útil. Para él, se trataba de una “falsa ciencia”, motivo por el cual se dio a la tarea de difundir a través de publicaciones periódicas como El Maestro lo que a su juicio eran los verdaderos conocimientos útiles, aquellos que se encontraban al servicio del país entero e inspirados en el interés general de la humanidad [Al finalizar el siglo XIX la iglesia católica también emprendió a nivel mundial una campaña contra la ciencia moderna o “falsa ciencia” mediante la publicación de obras útiles para su feligresía (Segur, 1894)]. Desde una perspectiva moral afirmó que el fin principal del conocimiento útil, en el que incluyó a la literatura, la geografía, la pedagogía, la historia, el arte, la geología, la sociología, la geometría, la salud, la agronomía y la veterinaria, era la felicidad de todo el mundo. Llevar a la humanidad por el sendero de la felicidad no era una misión de los científicos ni de los técnicos, o no exclusivamente de ellos, sino de los hombres de letras, de los intelectuales como él (idealistas), cuyo liderazgo consistía en establecer las directrices para la acción colectiva (Vasconcelos, 1921).
Todas estas posturas están inmersas en la tradición utilitaria según la cual la utilidad del conocimiento, expresado en obras materiales o de otros tipos, está subordinada al interés colectivo, al bien público o la Mayor Felicidad. Históricamente, la definición y calificación de los conocimientos útiles, o de la utilidad del conocimiento, se ha mantenido en correlación con la disputa de los intelectuales por el poder, por incidir o por dirigir la organización política de la sociedad.
Comentarios finales
La confrontación actual de la comunidad científica mexicana nos permite ver el reconocimiento de la política por parte de los científicos y, sobre todo, el reconocimiento de los científicos como actores políticos, como sujetos colectivos que buscan incidir en la organización política de la sociedad, que luchan por detentar o conservar el poder directa e indirectamente. También nos muestra a una comunidad científica heterogénea (con múltiples divergencias y fracturas) e ideológicamente orientada (de manera más o menos explícita) por la tradición utilitaria según la cual el conocimiento es un medio para lograr un fin prefigurado: la prosperidad, el bienestar o la felicidad de la colectividad, de la sociedad, de la nación, del pueblo, de la patria, de la humanidad, etcétera. Esta tradición es la que se encuentra de fondo en las discusiones sobre la función social de la ciencia y la obligación del Estado para tenerla como cimiento de las políticas públicas. No veo a un solo científico (o a otro intelectual) que aspira a recibir dinero público argumentando que su proyecto es completamente inútil, que nada aporta al bienestar de la sociedad. Por el contrario, haciendo gala de elocuencia, buscará convencer a las instancias dictaminadoras de la pertinencia social de su iniciativa. Al proceder así estará, queriéndolo o no, en el terreno de las transacciones político-epistémicas. Finalmente, volviendo a la máxima con la cual inicié estos apuntes socio-históricos, los historiadores, en este caso con la ayuda de la sociología política, podemos aportar al discernimiento del presente pero, ¿podremos hacerlo desinteresadamente al margen del utilitarismo?
Referencias
Almonte, Juan Nepomuceno (1852). Guía de forasteros, y repertorio de conocimientos útiles. México: Imprenta de Ignacio Cumplido, 638 pp.
Alzate Ramírez, José Antonio (1831). Gacetas de Literatura de México, tomo 1, Puebla: Imprenta del Hospital de San Pedro.
Aragón, Agustín (1900). “Función de los ingenieros en la vida social contemporánea”, en: El Arte y la Ciencia, revista mensual de Bellas Arte e Ingeniería, vol. 2, núm. 5, pp. 73-74.
Bobbio, Norberto. “Política” (1998), en: Norberto Bobbio, Niccola Mateucci y Gianfanco Pasquino. Diccionario de política, vol. 1, Brasilia: Editora Universidad de Brasilia.
Bourdieu, Pierre (1997). Razones prácticas sobre la teoría de la acción. Barcelona: Anagrama, 232 pp.
Covarrubias, José Enrique (2005). En busca del hombre útil. Un estudio comparativo del utilitarismo neomercantilista en México y Europa, 1748-1833. México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 472 pp.
Estrada y Zenea, Ildefonso (1875). “Prospecto”, en: La Abeja, revista semestral de conocimientos útiles, dedicada a la clase obrera e industrial, tomo 1 México: Imprenta de Flores y Monsalve.
Fiorucci, Flavia y Laura Graciela Rodríguez (compiladoras) (2018). Intelectuales de la educación y el Estado: maestros, médicos y arquitectos. Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 269 pp.
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Rodríguez, Laura Graciela y Germán Soprano (2018). “De las profesiones liberales y los intelectuales contra el Estado, al estudio de los profesionales e intelectuales de Estado”, en: Rodríguez, Laura Graciela y Germán Soprano (editores). Profesionales e intelectuales de Estado: análisis de perfiles y trayectorias en la salud pública, la educación y las fuerzas armadas. Rosario: Prohistoria Ediciones, pp. 9-67.
Ruiz, Luis E. (1900). Tratado elemental de pedagogía. México: Secretaría de Fomento, 348 pp.
Segur, Mons. (1894). La fe ante la ciencia moderna interesante y útil opúsculo necesario a los católicos actuales, en que se exponen todos los errores de la ciencia moderna. México: Librería católica “El Tiempo”, 125 pp.
Valle, Juan N. del (1864). El viajero en México: completa guía de forasteros de 1864: obra útil a toda clase de personas. México: Imprenta de Andrade y Escalante, 764 pp.
Vasconcelos, José (1921). “Un llamado cordial”, en: El Maestro, revista de cultura nacional, tomo 1, núm. 1, pp. 5-9.
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