Aún podía saborear la ceniza: cinco poemas de Ocean Vuong
[1]
ROMPE HOGARES
Y así es como bailábamos: los vestidos blancos de nuestras madres
desbordaban nuestros pies, mientras un agosto tardío
teñía de rojo oscuro nuestras manos. Y así es como amábamos:
medio litro de vodka y una tarde en el desván; tus dedos
entre mi pelo, mi pelo un incendio fuera de control. Cubríamos
nuestras orejas y los berrinches de tu padre se volvían
latidos. Cuando nuestros labios se tocaban, el día se cerraba
como un féretro. En el museo del corazón
hay dos personas sin cabeza que construyen una casa en llamas.
La escopeta siempre estaba sobre
la chimenea. Siempre había tiempo que matar, aunque al final rogábamos
que algún dios nos lo devolviera. Si no era el desván, era el auto. Si no
el auto, el sueño. Si no el niño, su ropa. Si no estaba vivo,
cuelga el teléfono. Pues el año es una distancia
que recorrimos en círculos. Eso quiere decir: así es como
bailábamos: solos en cuerpos dormidos. Eso quiere decir:
así es como amábamos: un cuchillo sobre la lengua volviéndose
una lengua.
SIN TÍTULO (AZUL, VERDE Y CAFÉ):
ÓLEO SOBRE LIENZO: MARK ROTHKO: 1952
La tele dice que los aviones han derribado los edificios.
Y yo dije Sí porque me pediste
que me quedara. Quizá rezamos de rodillas porque dios
sólo escucha cuando estamos así de cerca
del diablo. Hay tanto que quiero decirte.
Cómo mi orgullo más grande
era atravesar el Puente de Brooklyn
sin pensar en volar. Cómo nuestras vidas se parecen al agua: mojamos
una lengua nueva sin confesar
a lo que nos hemos enfrentado. Dicen que el cielo es azul
pero sé que es negro si lo miras desde muy lejos.
Siempre recordarás lo que estabas haciendo
cuando te duela más. Hay tanto
que necesito decirte, pero sólo me gané
una vida. Y no tomé nada. Nada. Digamos un par de dientes
al final. La tele siguió diciendo Los aviones…
Los aviones… y yo me quedé parado en el cuarto, esperando,
hecho de cenzontles rotos. Sus alas palpitando
entre cuatro paredes borrosas. Y tú estabas ahí.
Eras la ventana.
UN POCO MÁS CERCA DEL PRECIPICIO
Son lo suficientemente jóvenes para creer
que nada puede cambiarlos y así entran de la mano
al cráter que dejó la bomba. La noche está colmada
de dientes negros. Su Rolex falso, que en unas semanas
se estrellará contra su mejilla, ahora se desvanece
como una pequeña luna detrás de su pelo.
En esta versión la serpiente no tiene cabeza; está inerte
como una cuerda desatada de los tobillos de los amantes.
Él levanta su falda blanca de algodón y revela
otra hora. Su mano. Sus manos. Las sílabas
dentro de ellas. Oh, padre, Oh presagio, empuja
hacia su interior, mientras el campo se hace trizas
con el gemir de los grillos. Muéstrame cómo la ruina construye su hogar
con huesos de cadera. Oh, madre,
Oh, minutero; enséñame
a estrechar a un hombre como la sed
estrecha al agua. Permite que todos los ríos envidien
nuestras bocas. Permite que cada beso golpee el cuerpo
como una estación. Donde las manzanas retruenan
sobre el mundo con pezuñas rojas. Y yo soy tu hijo.
A MI PADRE / A MI FUTURO HIJO
“Las estrellas no son hereditarias”.
–Emily Dickinson.
Había una puerta y luego una puerta
rodeada por un bosque.
Mira, mis ojos no son
tus ojos.
Me atraviesas como lluvia
que se oye
desde otro país.
Sí, tienes un país.
Algún día lo encontrarán
mientras buscan barcos perdidos…
Una vez me enamoré
durante un choque en cámara lenta.
Nos veíamos tan en paz, el cigarro flotando desde sus labios
mientras nuestras cabezas latigueaban
en el sueño y todo
estaba perdonado.
Pues lo que oíste, o vas a oír, es verdad: yo escribí
un tiempo mejor sobre la página
y miré cómo el fuego la reclamaba.
Algo siempre se estuvo quemando.
¿Entiendes? Cerré mi boca
pero aún podía saborear la ceniza
porque mis ojos estaban abiertos.
De los hombres aprendí a alabar el grosor de las paredes.
De las mujeres
aprendí a alabar.
Si te dan mi cuerpo, tíralo.
Si te dan cualquier cosa,
asegúrate de no dejar
huellas en la nieve. Sabe
que nunca elegí
el sentido en que las estaciones se suceden. Que siempre fue octubre
en mi garganta
y tú: cada hoja
que se rehúsa a oxidarse.
Rápido. ¿Puedes ver el rojo oscuro cambiando?
Esto significa que te estoy tocando. Esto significa
que no estás solo, incluso
cuando no lo estás.
Si llegas antes que yo, si no piensas en nada
y mi rostro aparece ondeando
como una bandera rota, date la vuelta.
Date la vuelta y encuentra el libro que dejé
para nosotros, lleno
de todos los colores del cielo
que los enterradores han olvidado.
Úsalo.
Úsalo para probar que las estrellas
siempre fueron lo que sabíamos
que eran: las heridas
de cada
palabra mal disparada.
ODISEO RETORNADO
Entró a mi cuarto como un pastor
salido de un Caravaggio.
Todo lo que queda de la frase
es una línea
de pelo negro encallada
a mis pies.
De regreso del viento, me llamó
con un bocado de grillos:
humo y jazmín se desprendían
de su pelo. Esperé
que la noche decreciera
en décadas, antes de intentar tocar
sus manos. Entonces bailamos
sin saberlo: mi sombra
extendía la suya sobre la alfombra.
Afuera, el sol seguía saliendo.
Uno de sus pétalos rojos cayó
a través de la ventana y se prendió
a su lengua. Traté
de arrancárselo
pero me detuvo
mi propio rostro, el espejo,
sus grietas, los grillos, cada sílaba
que se derramaba.
[1] Los poemas están tomados de: Ocean Vuong, Night Sky With Exit Wounds, Londres, Jonathan Cape, 2017.