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  • Jorge Andrés Gordillo López

¿Leer la indocumentación?


Ilustración: Ximena Gordillo López


Del caminante nos quedan sus huellas. En ellas inscribe su tránsito. Son la estela de su existencia. Sin movimiento no habría narración y, sin ella, creaciones de mundos. Cada historia es un nuevo comienzo, una combinación inédita de los elementos que los otros han dejado. Andar es relatar. Hospedar es escuchar, dar lugar a la vida y perpetuarla. En el intercambio de historias, la fusión y la mezcla renuevan, en derivas inesperadas, las bifurcaciones de los caminos. Migrar es asumir el riesgo de existir. Turbulencia, agitación, pérdidas, incorporaciones, todo sucede. La migración nos constituye, sucedemos en ella. La pertinencia de su reflexión nos compete a todos.


I


En la actualidad la migración y sus múltiples significados aparecen como lugar común en la sociedad. Su constante aparición, lejos de aclarar el término y la acción, es una muestra de su incomprensión. De lo que no se puede dejar de hablar es de aquello que no se ha comprendido del todo. De otra manera, dejaría hablarse de ello. Cada vez que la migración es comentada, es un esfuerzo por pensarla. Entre más aparece, mayor es la urgencia de captarla, como mayor es la dificultad para hacerlo. En especial si, como en el presente, la migración está profundamente asociada a la catástrofe social de la que todo el mundo es parte. Pues, lo que está en juego, es el destino tanto de los migrantes como de aquellos que los reciben. La migración no se agota en ese fuerte, profundo y caótico movimiento forzado. También están, por otro lado, las movilizaciones cada vez mayores de turismo, trabajo, etc. Ambas migraciones, como apuntó el sociólogo Zygmunt Bauman, en La globalización. Consecuencias humanas (1998), suceden en el mismo registro: la pérdida de la seguridad existencial. Ante la ausencia de un proyecto común que ofrezca un lugar de regulación y certeza a la vida común, la vorágine de la incertidumbre instaura la dinámica de “sálvese quien pueda” en cualquier circunstancia, aun si esta requiere de la marginación de los demás. Una de las singularidades de las migraciones actuales, en este sentido, radica en la inexistencia de sus horizontes de recepción más allá de la llegada inmediata a un lugar en el que, la mayoría de las veces, no está dispuesto a recibir a los recién llegados. Si bien en la transición de la década de los treinta y cuarenta del siglo XX, en México, había una recepción del exilio español a nivel institucional y un proyecto hospitalario que permitía trazar un horizonte de vida, sorprende que, en la actualidad, la migración indocumentada venida de Centroamérica sea de las más ferozmente violentadas.


La situación que hemos generado en el mundo y con la que lidiamos ahora, en cuanto a la atención de los movimientos migratorios de toda índole, ha desplegado muchas iniciativas prácticas para atender uno de los principales problemas: el lugar del recién llegado en la ley del país al que arriba. De no estar respaldados por leyes, ya sean nacionales o internacionales, las migraciones quedan sujetas a merced de un camino en el que pase lo que pase no habrá nada ni nadie que responda en caso de ser necesario. En el libro Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida (1998), el filósofo, Giorgio Agamben, recuperó el concepto del derecho romano antiguo: homo sacer, para nombrar a la figura que no tiene significado en una ley, ni derechos, ni reconocimiento a la vida ni a la muerte, y cuya desaparición está ausente de sentido. Podemos afirmar que en el presente, las migraciones forzadas están conformadas por homo sacer. Situación que, en la inestabilidad de la institución del Estado, cuya respuesta es aplicar medidas de seguridad nacional, deja clara su postura desplazando su trabajo a las organizaciones privadas y de la sociedad civil.


II


La migración no solamente es un tema y un movimiento. Puede ser planteada de tantas maneras como personas la piensen. El historiador Michel de Certeau propuso, en La toma de la palabra (1968), que la figura del migrante puede entenderse como un agente de innovación en el orden social establecido, dando lugar a una cultura plural, propia de la época moderna marcada profundamente por su carácter cosmopolita. En otras palabras: comprender la migración como una forma de sociabilidad, podría fundar un principio hospitalario que buscaría integrar a los recién llegados, con el fin de enriquecer a la cultura. Esta propuesta permite pensar cómo sería posible aproximarse a la condición actual de la migraciones forzadas en todo el mundo, en sus propios términos. Llevando hasta sus máximas consecuencias asumir a la migración como una manera de sociabilidad, habría que preguntarse si podría crearse una forma de escuchar/leer/percibir a los recién llegados desde otro registro que no sea el que hasta ahora ha imperado y creado como homo sacer.


La migración indocumentada centroamericana en su tránsito por México, además de ser un tema, un movimiento, una tragedia, una necesidad de atención, es una propuesta para leer la condición social del presente, y con ello, alumbrar nuevas posibilidades de mundo. La intención fundamental de este ensayo es: proponer al carácter indocumentado de la migración como una forma de lectura. En otras palabras: pensar el carácter indocumentado de la migración como la apertura de la posibilidad para preguntarse cómo leer lo que hasta ahora no tiene registro, pero que sabemos que existe.


La pertinencia de esta pregunta radica en la manera en que, hasta ahora, afirmamos que somos sólo si hay un soporte de una institución estatal que compruebe nuestra existencia. “Mi vida tiene sentido sólo si estoy documentado en los términos oficiales, de no estarlo, no existo”. Esta problemática no es menor, pues pone en cuestión la forma en que damos cuenta de la existencia de nosotros mismos y la de los otros. No es casualidad que, la posibilidad de plantear estos pensamientos vengan de la crisis actual de la ausencia del sentido de la existencia, en concreto, de los migrantes indocumentados. Su carácter indocumentado como potencia de su disolución sin sentido, o bien, como la apertura de un camino que pueda no solamente significarlos a ellos como existencias, también a todos los otros indocumentados.


III


El carácter indocumentado de la migración centroamericana refiere a la ausencia de documentos identitarios reconocidos por los Estados (mexicano y estadounidense) para ingresar al país legalmente. Indocumentado: sin papeles oficiales, sin archivo, sin soporte, sin lugar, sin reconocimiento, sin nombre, sin ley. Habría que preguntar, ¿para quién hay indocumentado? ¿Quién lee y dicta lo que es un documento? El indocumentado no lo es para todos, ni lo ha sido siempre. La historiadora Aviva Chomsky escribió en Indocumentados: cómo la inmigración se volvió ilegal (2014), una historia detallada de los procesos que crearon la categoría, tanto en México como en Estados Unidos, de indocumentado (e ilegal) y sus consecuencias en el trato a los migrantes a partir de su instauración oficial. Una de las aportaciones críticas y más importantes del libro, es mostrar que la indocumentación ha sido un proceso de construcción social que responde a momentos y espacios en específico –siendo, 2001, una de las fechas más significativas–. La indocumentación es histórica, está sujeta a cierta concepción de la migración y, en consecuencia, está sujeta a cambiar. Lo sorprendente, en este caso en particular, es que el carácter indocumentado, a pesar de ser una creación estatal, ha sido normalizada en el lenguaje común afirmando la carga de rechazo, exclusión e incluso de exterminio que el término lleva consigo. La indocumentación se encarnó en la percepción del discurso común, siendo un modo de asociar de inmediato un migrante a las ideas xenófobas y totalitarias. Las consecuencias de esta encarnación de la lectura indocumentada del migrante han posibilitado y reproducido la necesidad de tener que estar adscrito en su sistema para ser reconocido bajo la ley. De no ser así, la persona no existe. No hay vida más allá de su registro para el Estado, por consiguiente, para el discurso común. “Si no tienes papeles, eres nadie en la nada”. Asumir esta forma de leer la indocumentación requiere cancelar todo tipo de reconocimiento más allá del oficial. Es la aniquilación de la pluralidad.


La indocumentación es histórica, contingente, no se reduce a un sentido. Podemos entrecomillarla y preguntarnos: ¿Es posible leer la migración desde otro lugar? Si es el Estado aquel que fija la atención en lo que es válido y lo que no, ¿nuestra mirada puede leer otro tipo de documentación? ¿Qué tipo de documentación es ilegible para el Estado? ¿Cuál es el documento residual que el Estado no puede captar en distinción entre documentación e indocumentación?


IV


Tanto el Estado como algunas organizaciones de la sociedad civil e iniciativas privadas que atienden a los indocumentados, suelen registrar su información en bases de datos para esforzarse en llevar un control acerca de las condiciones de la migración. Esta información les permite hacer cartografías del tránsito, así como localizar, a medida de lo posible, los riesgos y peligros que suelen impedir y traficar con la situación de los indocumentados. Usualmente, el migrante que pase por dichas instituciones es interrogado en varias ocasiones con datos precisos, y otras con la intención de escuchar sus historias, ya sea por psicólogos, trabajadores sociales, agentes estatales, voluntarios, etc. En los archivos de cada institución, en la actualidad, hay miles de datos y entrevistas. Varias de ellas suelen quedarse resguardadas para la protección de los indocumentados, pues varios salen de Centroamérica debido a las condiciones de violencia en las que se encuentran. Para adentrarse a la complejidad de la vida diaria y común de los países involucrados, el libro Una historia de violencia. Vivir y morir en Centroamérica (2016), del periodista Óscar Martínez, da un panorama general y particular de cómo las condiciones de vida, en esas latitudes, expulsan sistemáticamente a sus habitantes.


En el proceso de registrar los datos y testimonios de los indocumentados hay un esfuerzo por dar lugar a sus historias. No obstante, el problema de su indocumentación no se resuelve, pues el hecho de leer y escuchar sus testimonios, de poco (o de nada) sirve si se hace desde la mirada común, usualmente cargada en los sentimientos de lástima, culpa e impotencia. Lo más alarmante es que, aún estando esos relatos y datos a disposición para su lectura, nada o muy poco, ha cambiado en tanto forma de sociabilidad entre el recién llegado y la cultura que lo recibe. Esta suele alojar al migrante integrándolo a la dinámica social del lugar al que llegue sin considerar su la singularidad. Pero, ¿la integración del recién llegado a la sociedad podría ser la continuación de su marginación por otras vías? Aceptar al recién llegado es hacerlo sin condición. Es aquí donde la lectura indocumentada, aquella que se ocupa de lo aparentemente ilegible, debe de ponerse a prueba. Pues, al no tener los documentos oficiales, lo único que queda de los recién llegados a modo de documento es su relato, su historia singular. Su relato es su documento, su archivo, su soporte y su dimensión existencial. Leer ese documento, su historia singular, para el Estado, resulta imposible y poco fiable. No obstante, puede ser distinto. Escuchar su historia hasta sus máximas consecuencias, cancela toda posibilidad de integración del recién llegado a una sociedad. Pues escucharlo sin condición es aceptar su historia, sus prácticas, sus formas de vida, lo cual, produce una fusión, un cambio radical tanto del recién llegado como de aquel que lo recibe. El mundo no es igual después de escuchar un relato, pues un nuevo mundo ha sido expuesto. Tras el encuentro, las relaciones entre las personas, la lengua, la noción del tiempo, etc., no puede ser el mismo. Hay mutación. De leer y escuchar el documento del recién llegado, es necesario un acto de individuación, es decir, una apropiación del quehacer común. Por ejemplo: si el recién llegado es carpintero y se le da un lugar en un taller, su manera distinta de crear muebles, alteraría las dimensiones del espacio debido a su noción del mismo, creando nuevas maneras de comprenderlo y habitarlo. Hospedarlo sería crearle un lugar de enunciación, tanto de su palabra como de su oficio. Sería una tontería asignarle un trabajo de cajero en una tienda de autoservicio, cuya presencia es totalmente prescindible siendo, su potencia de mundo, aniquilada. Otro ejemplo, es el de los escritores. Al venir de una forma de relacionarse con el lenguaje de otra manera, el recién llegado revitaliza tanto su lengua como la del lugar al que llega abriendo lecturas, sentimientos y nociones inéditas gracias a la hospitalidad. Sería absurdo integrar al escritor recién llegado a un trabajo en el que su labor sea repetir, día tras día, una operación en la que es prescindible y niega su diferencia. El escritor Philippe Ollé-Laprune ha investigado los procesos de asimilación entre los escritores exiliados de países de todo el mundo en México en libros como: Entre desterrados (2010) y Los escritores vagabundos. Ensayos sobre la literatura nómada (2017). Cada arribo de un recién llegado es una puesta a prueba de nuestra lectura de su historia. Leer la indocumentación es un esfuerzo por restituir el sentido de una vida.


La acumulación de datos y testimonios de los indocumentados de nada sirven si se siguen leyendo y escuchando desde el rechazo a su hospitalidad sin condición. Alguien puede leer mil testimonios sin hacerse la pregunta sobre cómo esos relatos tienen, para siempre, lugar en su vida y, en consecuencia, en su manera de relacionarse con el mundo. La lectura indocumentada es aquella que se cuestiona por lo ilegible. Asimismo, está atenta de las operaciones no dichas de toda práctica que busque postularse como la universal y única. La lectura indocumentada atiende el rechazo necesario de toda afirmación –su residuo–, así como de toda noción cuya certeza no genere sospecha alguna. En términos de la migración indocumentada centroamericana: las relaciones de poder entre sí durante su travesía por México, aquellos relatos que conviene obviar y olvidar en las entrevistas, las intenciones de las organizaciones que los atienden, la distribución y orden espacial de los albergues, etc. La lectura indocumentada no busca armonía, pues en ella se agota toda posibilidad de movimiento. La lectura indocumentada es nómada, migra, no permanece en un lugar, muestra como la existencia está constituida tanto de momentos que perpetúen la vida como aquellos que la aniquilan. Es una lectura crítica. Al esforzarse en darle sentido a la vida, lo hace en sus múltiples dimensiones. La lectura indocumentada es la que da lugar a las infrahistorias: las que han sido marginadas y desechadas de nuestra narración de vida, ya sea por una ideología, ya sea por mantener un orden hegemónico, y sin embargo, regurgitan constantemente disponiendo nuestras prácticas diarias.


V


La indocumentación, como una forma de lectura, cuestiona cómo es que nuestra percepción de la vida, personas, cosas, etc., está configurada desde un orden específico que si bien nos permite observar de cierta manera, no es la única, ni la más verdadera. Asimismo, muestra cómo la lectura común puede llegar a rechazar toda relación con la diferencia, aún estando con ella. La lectura indocumentada atiende lo ilegible de la observación instaurada, aquello que no tiene sentido más que en otro tipo de relación con ello. En el contexto actual, la lectura indocumentada, ante la condición del homo sacer, podría restituir el sentido de una vida. Venida de una ausencia de sentido, la indocumentación, es un carácter crítico en tanto que, en su propia marginación, logra develar los mecanismos de borradura de vidas de la lectura común y corriente de la actualidad.


La figura del indocumentado no ha sido la única que, en las historias de las migraciones hispanas ha mostrado, con tanta fuerza, los límites de los sistemas instaurados. El marrano, usualmente comprendido como el judeoconverso al catolicismo debido a las prácticas inquisitoriales de los siglos XVI y XVII en España y Portugal, es otra figura. Más allá de su contexto religioso, el marrano (ni judío ni cristiano) es doblemente expulsado por no tener una identidad. Su exilio y errancia entre los lugares oficiales es incómoda pues no responde ni corresponde a los sistemas hegemónicos de dominación. El marrano no es una identidad, es una consecuencia de la instauración de un sistema social que ha sido gobernada por el anhelo de la unidad. El marrano, como el indocumentado, son figuras perseguidas, “apestadas”, errantes, incompresibles y borradas, que, como ningunas otras, develan en su tránsito la normalización de los poderes que niegan la diferencia, a la vez que mundos posibles basados en la hospitalidad sin condición pues, al no tener identidad, sus puertas están siempre abiertas al nuevo comienzo.


La indocumentación, como lectura, da lugar a la escritura de las infrahistorias por venir. La restitución del sentido de una vida solo es posible si aprendemos a escuchar. “El principio –escribió el poeta Edmond Jabés– es la hospitalidad”.


 

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