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  • Victor Gabriel García

Identidades-nodo. El Yo como narración transmedia



La primera vez que entré a una sala de chat tenía 12 años. Era el año 2000 y en mi casa aún no había Internet –apenas si teníamos una computadora de caja blanca que había sido ensamblada por un primo que estudiaba una ingeniería en sistemas–, así que pasaba mis tardes en un cibercafé al que iba con mis amigos después de la escuela para jugar Starcraft. Uno de esos compañeros había abierto una sala de chat en el mIRC con otros aficionados del juego con la intención de organizar partidas. Para participar en el chat elegí un alias acorde a los gustos de mi adolescencia temprana, <dexter_sk8>, el nombre del vocalista de mi banda favorita en ese tiempo y sk8 porque, pues, me gustaba patinar (aunque confieso que siempre he sido pésimo para ello).


En esos tiempos la Web 2.0 y sus redes sociales no existían como tal. El Internet funcionaba más como un repositorio de información que los usuarios consumían de una manera más pasiva y unilateral. Aún así, entrar a algún foro o sala de chat y hablar con un extraño que se encontraba al otro lado del país, o quizá del mundo, era algo emocionante y liberador. Uno podía ser lo que quisiera y esconderse bajo avatares y nicknamespara pretender una nueva personalidad. El anonimato era la norma. Como afirma Juan Martín Prada:


El individuo tenía por fin la oportunidad, a través de la conexión, de interactuar socialmente sin exponerse ni arriesgarse afectivamente. El sujeto podía aquí revelarse sólo lingüísticamente en actos de habla, como en los chats o en los espacios de encuentro de desconocidos, en los que el <> y el <> apenas serían los puntos de fuga de una interacción comunicativa generadora de contactos carentes casi siempre de todo compromiso o de cualquier pretensión de verdad o autenticidad (Prada, 2012: 148).


En mi caso, había elegido un alias que tomaba elementos de mi vida real y los presentaba como referentes de mis gustos e intereses, pero otros decidían ir más allá, adquirir personalidades fantásticas, derivadas de la ciencia ficción, o simplemente retomadas de los personajes de algún videojuego. En esos tiempos la identidad era un campo abierto para la experimentación.


Sin embargo, en la medida que el Internet ha ido transformando con el tiempo sus dinámicas de interacción, también lo han hecho sus usuarios. Con el apogeo de las redes sociales, el anonimato pasó a un segundo plano y a los usuarios se nos comenzó a exigir una transparencia total: compartir hasta los momentos más íntimos de nuestras vidas, hacernos públicos en el Internet, lo cual nos empujó a desechar los alias para adoptar la construcción de una personalidad virtual que fuera más acorde con nuestra realidad offline.


Resulta más que evidente que en la segunda época de la web se ha producido una radical reivindicación de un <> identitario que quiere hablar de sí mismo, de lo que hace, de lo que opina, de lo que quiere, pues frente a la idea de una comunidad laxa de sujetos que interactúan tras el anonimato de un nickname o un chat, tan característica de lo que podríamos denominar como <>, el blogger y, sobre todo, el usuario de las redes sociales actúan desde el compromiso con la expresión de su perspectiva personal y opinión sobre las cosas (Prada, 2012: 149).



Es así que, en la Web 2.0, la persona se presenta como la misma en las distintas plataformas, como estructuras interconectadas que proyectan distintas facetas relativamente coherentes de su personalidad, sin importar que éstas sean parcial o totalmente “verdaderas” o “ficticias”.


Entendemos que la segunda condición no excluye a la primera, ya que en Internet podemos seguir siendo uno y muchos a la vez mediante el uso de avatares que nos permiten ocultar nuestra “verdadera” identidad y refugiarnos en el anonimato. Sin embargo, la norma ha cambiado, ahora usamos medios como el audio, la imagen o el video para proyectar una versión aumentada de nuestro propio Yo. Nos exigimos a nosotros mismos replicar nuestra propia imagen y hacer más robusto el Yo. Es algo que sucede frecuentemente en los usos que le damos a las redes sociales, por ejemplo, Instagram nos permite mostrarnos a través de la fotografía y el video corto; en Twitter a través del texto corto y, en Facebook, podemos crear todo un perfil virtual donde se publican y comparten nuestros intereses a través de diferentes instrumentos multimedia que expanden la proyección del Yo y que son reconocidos por los demás. De esta manera, cada aplicación plantea unas reglas tácitas de interacción que el usuario mismo interpreta a su manera, pero todas sirven para conectar nodos de información identitaria.


La identidad transmedia se inserta dentro de este fenómeno, es decir, cuando una persona virtual espliega su Yo en diferentes redes sociales para expandir sus alcances y complementarlas de acuerdo a las herramientas multimedia que ofrece cada plataforma digital.


¿Pero qué es lo transmediático y cómo podemos entender la identidad personal a través de este concepto? Transmedia (también transmedia storytelling o multiplatform storytelling) es un concepto que se utiliza para describir un producto cultural que expande su narrativa a través de distintos medios, por ejemplo, una película que viene acompañada de un libro, un comic o un videojuego, o todos los anteriores, es decir, una historia que proyecta un mundo relativamente integral y que demanda la interactividad del usuario.


La narración transmediática se refiere a una nueva estética que ha surgido en respuesta a la convergencia de los medios, que plantea nuevas exigencias a los consumidores y depende de la participación de las comunidades de conocimientos. La narración transmediática es el arte de crear mundos. Para experimentar plenamente cualquier mundo de ficción, los consumidores deben asumir el papel de cazadores y recolectores, persiguiendo fragmentos de la historia a través de los canales mediáticos, intercambiando impresiones con los demás mediante grupos de discusión virtual, y colaborando para garantizar que todo aquel que invierta tiempo y esfuerzo logre una experiencia de entretenimiento más rica (Jenkins, 2008: 31).


Aunque este concepto comenzó a utilizarse en el contexto de los productos culturales, sus alcances han ido creciendo. Si aceptamos la premisa de Paul Ricoeur (1996), en la que se plantea que la identidad se construye como un proceso narrativo, es posible expandir la definición de la identidad para llevarla a los estudios transmediáticos. Cuando llevamos la transmediación a la identidad encontramos que el Yo al que nos enfrentamos en la red es un Yo narrado, cuyos nodos identitarios se reflejan en los usos que éste les da a las plataformas sobre las que despliega su persona en Internet.


A partir del concepto de transmedia es posible hablar de una identidad que tiene una unidad en su dispersión, una multiplicidad conectada, una ramificación enraizada en núcleos dinámicos. El Yo transmedia se presenta a través de cortes que expresan posturas y fachadas en un punto espacio-temporal definido a través de las herramientas multimedia, mismos que sólo es posible explicar por su carácter relacional con las demás presentaciones personales que se dan en diferentes plataformas digitales


La construcción transmediada de las identidades humanas se ha abierto paso gradualmente en la cultura ordinaria. Cualquier persona con acceso a un dispositivo de medios conectado puede registrarse para obtener una cuenta en las redes sociales, comenzar a difundir instantáneas de su vida, recomendar cosas para comprar o lugares para ir, incluso configurar un canal privado de video. Como usuarios de medios, también se espera que cada vez más hagamos esto. Las industrias de los medios sociales solo pueden sobrevivir mientras estemos dispuestos a expresar algo en línea y reconocer activamente lo que otros están haciendo. Como consecuencia, la prevalencia socio-material de lo transmedia en la vida cotidiana ahora afecta las preguntas sobre quién ser, con quién interactuar y, en última instancia, cómo actuar y sentir acerca de la vida de uno, ya sea que esté conectado o no. Incluso aquellos que no están dispuestos a exponerse en línea o poner tiempo y energía en su "imagen de los medios" deben reflexionar sobre la prevalencia de la transmedia (Jansson y Fast, 2018: 340).


Construir una identidad transmedia viene con sus ventajas. Dado que el Internet ha eliminado la necesidad de que las relaciones intersubjetivas sucedan exclusivamente cara a cara –es decir, analógicamente–, ahora es posible para el usuario “corregir” y “editar” su propia presencia de forma instantánea. En este sentido, la presencial de Yo virtual se convierte en un molde holográfico que puede ser diseñado en tiempo real a través del uso de diferentes medios. Así, mi Yo virtual se despliega en diferentes plataformas cuando subo una foto en un concierto a Instagram, cuando comparto un post en Facebook sobre alguna lectura que estoy haciendo, cuando ligo un video de Youtube sobre lo que estoy escuchando, cuando interactúo con alguien en algún videojuego en línea a través de un avatar creado por mí mismo.

Alan Levine - That Old Barbershop Mirror Effect in Second Life


En este sentido, el Internet nos permite expandir nuestros propios Yo para convertirnos en realidades verdaderamente aumentadas. Esta expansión del Yo se codifica en ambas interfaces: como hardware y como software. Nuestras computadoras, nuestros teléfonos inteligentes, y cualquier otro dispositivo tecnológico, se convierten en extensiones orgánicas de nuestro propio cuerpo. Utilizamos estas herramientas para abrevar procesos que nuestro propio cuerpo natural no podría lograr por sí solo. El Internet se convierte en una prótesis de software que nos permite comunicarnos certeramente sin tener que siquiera hablar y la nube de la información se convierte en una especie de consciencia colectiva separada del cuerpo de algún individuo.


Pero los efectos identitarios no solamente tienen efecto en nuestro cuerpo físico. En Internet nuestros Yo adquieren un cuerpo informacional mediante el cual dejamos una estela de datos en nuestro paso por la red. Es un rastro que se conforma a través de nuestros historiales de conversación, las cookies de las páginas que visitamos, los autocompletadores de los buscadores que usamos, los archivos adjuntos en nuestros correos, entre otros. Esto quiere decir que el cuerpo virtual que despliega el Yo también tiene una identidad codificada en unos y ceros que solamente vive en la red.


Así visto, la identidad digital del Yo se convierte en una historia que se narra episódicamente, editable en tiempo real, a través de las redes que utilizamos, el cuerpo informacional que creamos en la red y nuestro propio cuerpo físico aumentado a través de la tecnología y el Internet como prótesis.


Si la teoría postmoderna ya había planteado que las identidades son flexibles y mutables de acuerdo a la voluntad del individuo y las condiciones que lo circunscriben, las identidades en el contexto de los ambientes virtuales llevan esto a un siguiente nivel. Ya no estamos sólo ante las identidades-accidente o identidades-perchero, sino ante identidades-nodo, es decir, ante una compleja formación reticular de la identidad cuya figuración personal se conforma conjugando proyecciones de un Yo transmedia que le da cierta consistencia relacional y dinámica a la persona en los ambientes virtuales. En este sentido, la identidad atravesada por el Internet se expresa como un cúmulo singular de características co-substancias que le dan relativa coherencia a una figura física, mental y emocional de la persona. La identidad se convierte en nodo que opera reticularmente.


Finalmente, los nodos de identidad pueden estar presentas en la vida dentro y fuera de la red. Uno de estos nodos, por supuesto, es nuestra persona “real”, pero otros nodos pueden estar en nuestro perfil de Facebook, Twitter, Instagram y demás redes sociales que utilizamos. Otros nodos pueden estar en nuestra corporalidad informacional, en donde sea que se encuentren los datos que nos conforman y de los que dejamos un archivo digital. Lo que le da consistencia a esta red nodal es la conexión interdependiente que sostiene estas relaciones reticulares.


Visto así, es posible sostener que la identidad no está fragmentada ni desconectada, al contrario, la identidad pende de las ramificaciones que la persona despliega para presentarse, como uno y muchos, como todo y nada. Como ser que tiende pero que nunca es; como resistencia, tal como se sostiene la tela de una araña. Los autores postmodernos tienen razón cuando dicen que la identidad es flexible, lo es porque no tiene ya una consistencia sólida, sino etérea, pero la identidad nodal permite prescindir y necesitar de sus partes para estar siendoinformación que se dispersa en la red, pero que se interconecta mediante las diferentes redes de las que nos servimos.


 

Referencias


Jansson, A. y Fast, K. (2018), “Transmedia Identities. From fan cultures to liquid lives” en Freeman, M. y Rampazzo, R., The Routledge Companion to Transmedia Studies Routledge, Nueva York: Routledge (pp. 340-349).


Jenkins, H. (2008), Convergence Culture. La cultura de la convergencia de los medios de comunicación, Barcelona: Paidós.


Prada, J. M. (2012), Prácticas artísticas e Internet en la época de las redes sociales, Madrid: AKAL.


Ricoeur, P. (1996), Sí mismo como otro,México: Siglo XXI.


 


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