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  • Luis Romani

El color carne: notas para una literatura indígena


y labrase la raza en mi palabra

como estrella de sangre a flor de músculo.

César Vallejo


La coreógrafa alemana Pina Bausch realizó una estancia artística en Lisboa a finales de los noventa. Después de su montaje, la prensa cuestionó el porqué había utilizado ritmos y símbolos de Cabo Verde (África) para representar Portugal, a lo que la autoridad de las artes escénicas respondió que cuando su equipo de bailarines salió a las calles para buscar inspiración todo lo que vieron fueron negros, migrantes del otro continente que ya poblaban la capital portuguesa. Bausch quiso mostrar aquello en su danza: la conciencia multicultural. En la actualidad, con las olas de inmigración y la presencia cada vez más notoria de la diversidad racial en el mundo, podría considerarse que Europa ya es África.


Con este ejemplo de mestizaje a manera de arranque, voy a comentar un fenómeno interesante en otra más de las manifestaciones artísticas, la literatura, y su intención por clarificar la denominada corriente indigenista. En su ensayo, “Las corrientes de hoy. El indigenismo” (2007), José Carlos Mariátegui (1894) analizó las características y el fundamento que debe tener este tipo de escritura; habla sobre la visión cultural que se tiene del cosmos indígena, y a pesar de que su trabajo lo hace referente al Perú, bien podría ser una especie de tratado de toda literatura que hable sobre el asunto indio; como él mismo asegura, no es solamente algo que pueda explicarse con factores literarios. Mariátegui hace la distinción entre las obras y los escritores que tratan temáticas de la tierra, y la literatura que en su momento debería ser escrita por los propios indígenas.


En mi afán de reflexionar más este asunto, y hablando desde mi México, primero, voy a apuntalar lo que parece ser más superficial; establecer a qué podría llamarse literatura indígena y por qué a fuerza un nombre. Sé que es sólo un rótulo para clasificar determinado tipo de obras, armadas con tales rasgos o escritas por cierta gente, pero sería importante considerar algunas cosas para así nombrar, con el merecido respeto, las diversas manifestaciones literarias.


¿Cómo se podría tener una literatura llamada indígena cuando en muchas de las lenguas maternas mexicanas no existe un equivalente al término “indígena” en el vocabulario nativo? Aquellos no se nombran ni se reconocen así; ellos son mixes, zapotecos, huicholes, no indígenas; esa palabra arremete contra su identidad cada vez que pisan la ciudad y “deben ser catalogados”. Maribel, una poeta del Totonacapan, al norte de Veracruz, me decía que cuando le piden leer sus poemas, ella como bilingüe, recita los escritos en español en español, mientras que, los escritos en totonaco los recita en totonaco; no puede simplemente traducir unos para que todos entiendan, porque no es igual, ni se entiende ni escucha igual, la poesía cambia. Cuando ella escribe en su lengua también piensa en su lengua. Y eso algo que Mariátegui pasó por alto, probablemente no era su intención ahondar en ello, pues él escribe precisamente sobre el indigenismo, no lo indígena. El autor prefiere debatir con las obras que presumen tratar dichos temas.


“Los indigenistas auténticos -que no deben ser confundidos con los que explotan temas indígenas por mero ´exotismo´- colaboran, conscientemente o no, en una obra política y económica de reivindicación -no de restauración ni resurrección” (Mariátegui,2007:281). Sin embargo, aunque se tenga a varios autores del indigenismo, en México, por ejemplo, lo son Francisco Rojas Gonzáles, Rosario Castellanos y Eraclio Zepeda, es importante poner sobre la mesa otra nota que hace Mariátegui al respecto: “La literatura indigenista no puede darnos una versión rigurosamente verista del indio. Tiene que idealizarlo y estilizarlo. Tampoco puede darnos su propia ánima. Es todavía una literatura de mestizos. Por eso se llama indigenista y no ´indígena´. Una literatura indígena, si debe venir, vendrá a su tiempo. Cuando los propios indios estén en grado de producirla” (Mariátegui ,2007:283).


Yo decidí comenzar mi exposición escribiendo sobre el concepto de literatura indígena, a diferencia del autor, porque me pareció importante visibilizar aquello que, en su época, José Carlos Mariátegui todavía no veía realizado. Pero en nuestrostiempos está presente (tan presente como que hubo una mujer nahua de candidata por la vía independiente en la contienda presidencial pasada y tan presente como que la actriz hollywoodense más destacada de estos momentos es originaria de la Mixteca Alta oaxaqueña). Los habitantes de los pueblos originarios ya están escribiendo, y sí, tal y como señaló el autor, quizá aún no aparece o no se ha producido una obra maestra que represente esas letras; de haber poetas y narradores nativos, al igual que el famoso “mal de la provincia” padecido por los autores que no habitan el centro de la república, estos no gozan de una digna distribución editorial.


Hace un par de años en un foro académico sobre la danza y el caribe, tuve la oportunidad de conocer a un maestro de Venezuela, un tipo moreno de peinado afro, que comentó que su padre era un italiano bajito y su madre una hermosa venezolana de color carne; esto último lo dijo mientras sujetaba una bolsa de cuero negro para ejemplificar a lo que él se refería con “color carne”. Mi segundo afán en este texto es cavilar sobre si esa, aún no reconocida, etiqueta de literatura indígena basta con que sea la escrita por los mismos nativos, ¿qué pasa si dichos autores deciden escribir una novela policíaca? Recuerdo que Maribel, la poeta totonaca, escribía mucho sobre el amor, incluso usaba conceptos de la tecnología. Ya lo decía Mariátegui al respecto: se piensa lo indígena [exclusivamente] como el motivo de una trama exótica. Qué pasa si ellos deciden ser escritores de todos los temas menos el de su mundo, parece un poco racista pensar que los indígenas sólo quisieran escribir sobre indígenas.


Si la poesía es, de cierta forma, liberación, y el mundo indio, desde la concepción estereotipada que tengo, es, de cierta forma, represión, ¿por qué una escritora nativa quisiera hablar sobre él?, ¿para retratárselo a quién?, los textos de Maribel los conocen sólo sus amigos y maestros del Espinal. Tal vez lo indígena no quiere visibilizarse en la literatura, como lo ha creído la academia, con el pretexto de que es indígena, tal vez, al igual que yo sólo quieren escribir. Escriben desde lo que son, la raza autóctona que para ellos no es un mero tono de piel, sino el color de su carne. Aunque claro está, su visión del mundo influiría con mucha notoriedad a la hora de escribir. Pensemos, por ejemplo, en que una novela policiaca hecha por un indígena tendría características distintas a una que estuviera hecha por un mestizo, debido a la manera en que cada uno se relaciona con la realidad; elemento que contribuiría no solo a la riqueza de la obra, sino que sería más que una invitación para repensar de qué forma es contemplada por el otro eso que llamamos “visión occidental”.


Es el afán de la ciudad el que pide a la escritura de los pueblos de lenguas nacionales hablar sobre su identidad nativa, ya que la urbanidad se posiciona desde su “color claro” y su identidad seudoblanqueada, más mestiza que nunca. Sentenció Mariátegui que, como criollos, somosuna nacionalidad en formación, poseedora de identidades híbridas ya mancilladas, descoloradas y, por supuesto, colonizadas. Sin embargo, José Luis Martínez en su ensayo, “Unidad y diversidad” (1972), apunta que desde el siglo XIX la literatura latinoamericana


es la de una época de aprendizaje y formación. El primer aprendizaje tuvo que ser el de la libertad y el de la identidad. Los nuevos países eran ya formalmente independientes y, por ello, se imponía el deber de extender esa independencia a los espíritus, de lograr lo que entonces se llamaba la “emancipación mental”, y de crear, consecuentemente, una cultura original. […] La literatura va a adquirir una intensa carga ideológica que la haría participar, de manera sobresaliente, en el complejo proceso de elaboración cultural. (Martínez, 1972: 74).


Si los indigenistas tienen como acicate esa descripción del exotismo se invaden muchas literatura; son contaminadas por ese prejuicio de exclusividad temática. Allá en Europa, por ejemplo, se piden temas nativos o motivos indígenas. Parecido a lo que ocurre en varios certámenes de México, en las diversas ramas del arte, cuando piden como argumento a los pueblos de origen, para reconocerlos; a veces, hasta la propuesta tiene que estar escrita en ambas lenguas. Es hallar, nuevamente, en las raíces nuestra identidad y reapropiarla ante el mundo globalizante. Similar a lo que todavía pasa con Alemania: a los escritores se les pide limpiar el nombre tan manchado que dejó la época nazi, se quiere una reivindicación de la “alemanidad” a través de la literatura; se les exige a los creadores dar cuenta, registro y relato de ello. Pero es importante mencionar que el olvido también es parte de la recuperación del pasado. Olvidar, no es negar, es avanzar. Evolucionar también es tradición.


En esa búsqueda de una identidad literaria apta para ser llamada “literatura indígena” ¿qué es lo que se pide exactamente?, ¿que el autor indígena escriba como qué?, ¿que hablen sobre qué?, ¿se le va a exigir a la literatura escrita por indígenas ser literatura indígena? Para etiquetarla, así como a la “literatura de frontera”, ¿cuál frontera?, y sus temas del norte, cuando en México hay una devastadora puerta sur que involucra otros fenómenos sociales desapercibidos por la crítica; o como a la literatura femenina, “escrita por mujeres que escriben como mujeres y tratan temas de mujeres”, en ese caso ¿no debería de haber un concepto contrario?, la literatura femenina aparece como una categoría, mientras, la literatura masculina es toda la demás. Contrario a lo que ocurre con “la literatura gay”, esta se define solamente por su temática, no su autor; de hecho, varias de las grandes obras literarias han sido escritas por autores homosexuales, ¿qué clasificación se ocupa ahí? A la literatura hecha por los habitantes de la Ciudad de México no se le llama, estrictamente, “literatura capitalina”, y en ocasiones suele ser la más alejada de la realidad nacional, pues aboga por temas cosmopolitas ajenos al acontecer mexicano. Entonces ¿qué realidad se quiere construir?


Yo sé que me he explayado más allá de la reflexión de Mariátegui, pero no me parecieron fortuitos los ejemplos que comenté, ya que son “realidades literarias”: si se quiere establecer un diálogo más cercano entre las Letras y su contexto social es necesario conocer el catálogo con el que se las ha archivado.


Ninguna otra empresa llegó a adquirir la fuerza que tuvo en América Latina, sigo a Martínez, aquella que se propuso conquistar la emancipación literaria, “porque su lucha era por establecer la existencia misma de la expresión literaria propia de América” (Martínez, 1972:75). Parece que el deseo de tener una literatura indígena, también, involucra hablar desde las entrañas de nuestraidentidad tan bastardeada, para conocer aquel mundo nativo y original que la conquista contemporánea del extranjero ha desplazado. En la actualidad se podría gozar de una denominada emancipación literaria, pero la clasificación que se le quiere aplicar a todos los distintos tipos de escritura es más o menos el mismo proceso de castas hechos durante la Colonia. Yo reitero, estoy consciente que es con fines teóricos, de crítica, pero en este caso particular, una posible literatura indígena, a sabiendas de que es un fenómeno de identidad muy grande y que abarca cuestiones sociales, económicas, políticas, incluso antropológicas, no puede fríamente abordarse con herramientas literarias. “El indio no representa únicamente un tipo, un tema, un motivo, un personaje. Representa un pueblo, una raza, una tradición, un espíritu. No es posible, pues, valorarlo y considerarlo, desde puntos de vista exclusivamente literarios, como un color o un aspecto nacional” (Mariátegui 2007: 281). Mariátegui tenía razón. Es mejor seguir llamándola corriente indigenista, una suerte de estética. Por ahora.


Ya en un futuro, no con una mejor producción de obra nacional, sino más bien con una más acertada reflexión de parte de la academia, podría determinarse el título adecuado para la literatura hecha por los escritores de pueblos originarios, sea el que sea, aún si permanece arraigado el término “indígena” o “indigenismo”, espero se trate de la decisión correcta. Sin embargo, me es preciso apuntar que, si bien el arte marcha más rápido que la crítica, una puede alimentarse de la otra: no puede negarse que hay critica que ha inspirado a los creadores.


Para finalizar, sigo insistente en señalar lo oportuno que es reflexionar las palabras con las que nombramos a las “nuevas” cosas en el mundo. ¿Cómo se representa el presente?, ese debería ser uno de los compromisos de los actuales escritores, lo cultiven desde su trinchera o no. La identidad y el color de su carne siempre vendrán labradas en su palabra. Ya no hay razas ni formas puras. Tal vez no se trata de representar el presente, sino de presentarlo. En esta época, donde las fronteras de identidad están cada vez más diluidas, la literatura podría lograr algo similar al Masurca Fogode Pina Bausch, en donde bailarines alemanes y franceses, situados en el corazón de Portugal, danzaban tangos, valses brasileños, piezas de jazz y música caboverdiana para generar una pieza de arte.


 

Referencias



Aguilar, Y. (2017). Ëëts, atom. “Algunos apuntes sobre la identidad indígena”. Revista de la Universidad de México, 828: 17-23.


Lopes, F. (1998). [video] Lissabon Wuppertal Lisboa[en línea]. Documental. https://www.youtube.com/watch?v=FfMBEsrPm74[05.12.2017]


Mariátegui, J. (2007). “Las corrientes de hoy. El indigenismo” en 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Venezuela: Fundación Biblioteca Ayacucho.


Martínez, J. (1972). “Unidad y diversidad” en América latina en su literatura, César Fernández Moreno, coord. e introd. México: siglo xxi/UNESCO.


 

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