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  • Astrid Dahhur

¿Por qué acudir a un curandero en lugar de un médico? La relevancia de la medicina popular para ente



En un mundo en el que la sociedad ve como la medicina avanza a pasos agigantados respecto a un siglo atrás, la pregunta es cómo era el sistema de salud antes que hubiesen médicos, hospitales, clínicas, aparatología de imágenes ¿Cómo se curaba la gente? Muchos debemos haber escuchado alguna vez: “el té de boldo es bueno para el hígado”, “una tisana de tilo te servirá para calmar los nervios”. “¿Te duele el estómago? Seguro que estás empachado andá a que te tiren el cuero”. Algunos dirán que son cosas antiguas que no sirven, que puede haber un componente supersticioso pero más allá de los prejuicios en nuestras sociedades existen conocimientos transmitidos de boca en boca por generaciones que han permeado y forman parte de nuestras prácticas médicas habituales. En la Argentina, los debates en torno a la salud y la enfermedad desde los años ochenta del siglo XX hicieron que los historiadores se interesaran por la formación del sistema sanitario.


Esto mismo se ha dado en distintos países de nuestro continente. En la actualidad existen numerosos trabajos que han reconstruido el cómo se llegó al sistema de salud que hoy en día conocemos. Por eso, uno de los temas insoslayables para comprender el proceso de medicalización- se denomina medicalización al proceso por el cual la medicina toma injerencia en políticas de estado intentando modificar la vida de las poblaciones en post de la salud- es la llamada medicina popular. En Argentina como en otros países, la existencia de la medicina popular era asociada a prácticas supersticiosas que carecían de fundamentos científicos; este fue un discurso recurrente desde mediados del siglo XIX y que llega inclusive a los días que vivimos.


Ahora bien, conviene preguntarse ¿qué es la medicina popular? A simple vista es un cúmulo de prácticas y creencias que supuestamente son efectivas para ciertas enfermedades. Algunas prácticas son realmente efectivas. Por ejemplo, el empacho, estudiado para toda América Latina por Roberto Campos Navarro (2009), es una indigestión que se da con mayor asiduidad en niños pequeños y lactantes. Existen dos formas de curarlo. La primera es con la medida, se emplea una cinta se miden tres codos -de la persona que lo sanará- desde la punta de la cinta y se doblan los tres codos. Luego se coloca la parte doblada en la boca del estómago del enfermo y se vuelve a doblar la cinta tres veces. Si esta se “acorta” se está empachado, se le hace luego de cada medición una cruz y se reza de manera inteligible. Según los casos, esto debe repetirse durante tres días. La otra forma de curarlo es “tirando el cuerito”, el empachado se pone boca abajo y quien lo cura toma una porción de piel y la jala hacia arriba efectuando un efecto de sopapa, si la piel suena es que se está empachado por lo que el procedimiento al igual que el anterior debe repetirse durante tres días.


Este es uno de los tantos ejemplos que podríamos describir, posiblemente cada uno de nosotros tiene una experiencia similar con alguna otra dolencia. Entonces, durante un periodo de expansión y desarrollo de las ciencias biológicas, la química y la farmacia, que coincidió con el fortalecimiento de los Estados nacionales en Latinoamérica, se inició una persecución a los médicos populares por parte de los médicos y apoyados por los Estados, que buscaban garantizar la salud de la población como una forma de enriquecimiento. Es decir que para poder crecer económicamente era imperativo poseer una población sana y apta para trabajar, según lo ha estudiado Foucault (2008) para el caso de la Francia de los siglos XVIII y XIX.


Como ya mencionamos, desde la historia se ha prestado atención al desarrollo de la medicina académica y para ello fue necesario entender el rol de la medicina popular. Esta última se convirtió en el cabeza de turco para fundamentar el accionar de los médicos durante un periodo en el que las epidemias infectocontagiosas asolaron a los países. En Argentina desde mediados del siglo XIX y hasta la introducción de la bacteriología fue difícil controlar enfermedades como la tuberculosis, la fiebre amarilla, el cólera, la sífilis, sarampión entre otras. Los estudios al respecto no se encontraban muy desarrollados y la idea de la transmisión de enfermedades por microorganismos era aun ajena. En una sociedad en la que la medicina estaba desarrollándose, donde no abundaban médicos salvo en la ciudad capital el rol de la medicina popular era necesario.


Pero qué sabemos de ella y cómo reconstruir su historia es algo complejo. A diferencia de otras cuestiones todo lo que tenemos sobre los médicos populares nos llega de forma indirecta, mediada por otras personas por lo que saber a ciencia cierta qué pensaban y cómo actuaban puede resultar dificultoso. En principio sabemos que los médicos los denostaban por los artículos que publicaban en revistas especializadas, para el caso de Argentina la Revista Médico Quirúrgica, Anales del Departamento Nacional de Higiene, Revista de Farmacología son ejemplo de ello, pero poco sabemos de lo que los médicos populares pensaban o cómo actuaban al igual que sus clientes. La mayoría de la documentación al respecto consta de registros oficiales y la prensa, pocos son los casos en los que se accede al testimonio directo de los médicos sin titulación.


La forma más sencilla de encontrar sus pareceres es a través de los expedientes judiciales caratulados como “ejercicio ilegal de la medicina”. Mediante esta documentación hallamos los principales motivos por los cuales las personas acudían a estos curanderos como eran denominados. Las fuentes nos cuentan para fines del siglo XIX y principios del XX en la provincia de Buenos aires, Argentina, tres motivos eran las causales para que las personas acudieran a médicos populares. La primera la escasez de médicos, la segunda la falta de dinero para pagarle a un médico y la tercera la cultural.


Una de las motivaciones para acudir a los médicos populares era la escasez o ausencia de recursos humanos diplomados en diferentes puntos de la provincia de Buenos Aires. Especialmente en lugares en los que la inmigración poseía un peso en la composición demográfica pues la mayoría de los médicos preferían las ciudades más populosas para establecer sus consultas. Un caso por ejercicio ilegal de la medicina en 1898 tuvo lugar en Coronel Dorrego, provincia de Buenos Aires. La muerte de un menor en esa localidad disparó una investigación sobre un curandero español, Ernesto Preciado. Todo se desencadenó cuando el padre del niño llamado Alfredo Rust presentó un certificado de defunción ante el Jefe del Registro Civil, quien se negó a recibirlo pues argumentaba que el individuo que lo había firmado carecía de autorización para ejercer la medicina. A partir de este certificado rechazado las autoridades tomaron conocimiento formalmente de que en la localidad de Coronel Dorrego una persona aparentemente se hacía llamar médico sin serlo. El acusado en esta oportunidad era un inmigrante español de cuarenta y siete años quien declaró ser propietario y que en ningún momento se autoproclamó “Doctor”. Las veces que curó, según sus dichos lo hizo por pedido de algún vecino y por no haber ningún facultativo cerca según sus propias palabras. La declaración del padre del fallecido, un comerciante de cuarenta y nueve años argentino, confirmaba las deficiencias en materia sanitaria en la región:


“tiene conocimiento por referencias y por habérselo dicho además el mismo Preciado de que durante la ausencia hasta la fecha del Dr. González García, osea (sic) desde el tiempo que este falta de la localidad, a ejercido la medicina, lo que es de pública notoriedad y que en cuanto a los medicamentos que haya suministrado a los enfermos no los declara porque ignora los que haya empleado" (Exp.193/11/1897; fs. 13).


Dos cuestiones se desprenden de estos dichos. La primera que la ausencia de un médico aparentemente por un tiempo prolongado en el poblado derivaba en la búsqueda de la mejor opción para las curaciones. Evidentemente Preciado tenía alguna fama en la zona por lo que las personas acudían a él, entendemos que poseería conocimientos rudimentarios de las propiedades de ciertas plantas, lo que hoy llamaríamos medicina doméstica, y lo empleaba en las personas que solicitaran sus servicios. En segundo lugar la notoriedad y lo pública que era su actividad, es decir que la denuncia en su contra se disparó por la muerte de un niño y un certificado que propulsó todo. Ese papel fue la prueba tangible de sus actividades y lo que derivó en la averiguación de sus credenciales para ejercer el arte de curar.


En otras oportunidades las personas renegaban de la atención de médicos seguramente por no poder costear los gastos. Una de las defensas más comunes en el espectro de los casos caratulados por ejercicio ilegal de la medicina apuntaba a esto, el no cobrar dinero y realizar actos de humanidad, pues esto agravaba la pena de acuerdo a la legislación. A modo de ejemplo hubo un caso en la localidad de Castelli en 1897 en donde un curandero de apellido Blondeau asistió a una niña enferma de difteria que falleció con posterioridad (Exp.172/13/1897; fs.1).


Blondeau, cuando fue interrogado, respondió “que nunca ha cobrado por los medicamentos que hace, dinero alguno, que algunas veces le suelen hacer regalos, como ser un cordero ó algo de poco valor" (Exp.172/13/1897; fs.14). Le favorecía la situación de que no cobrase por sus servicios, sino más bien que su actividad respondía a un cierto grado de reciprocidad en una población rural. Varios testimonios avalaban esto y a su vez reafirmaban que en reiteradas oportunidades los más pobres solicitaban sus servicios. Es decir que a pesar de no poseer dinero las personas el intercambio de favores, curar por algo de comida o valor era habitual y aceptado en las poblaciones rurales de la provincia de Buenos Aires.


Por otro lado negaba las acusaciones sobre tener un botiquín con el cual vendía medicación sin autorización: "no es cierto, que tiene algunas sustancias indispensables en la casa, como ser árnica, glicerina, azufre, etcétera, y que no es cierto tampoco que haga preparaciones para ser expedidas al público" (Exp.172/13/1897; fs.14). No se hacía cargo de la acusación de fabricación y comercialización de medicamentos pues lo enumerado de acuerdo a su declaración eran materiales que cualquiera podía tener en su casa, pero para sus detractores esto no era (Exp.172/13/1897; fs.14).


A simple vista, el accionar de Blondeau no tiene nada de extraordinario, sin embargo si se tiene en cuenta la construcción cultural de la zona el hecho de que una persona poseyera los conocimientos necesarios para curar podía ser asombroso para un amplio sector poblacional. En este caso no se hace hincapié en el origen de los conocimientos, sí en cambio en el reconocimiento y en su efectividad aparente. De otro modo el padre de la niña no hubiese solicitado sus servicios. En este caso que exponemos brevemente se encuentran conjugadas las tres causas.


Comprender la lógica de la medicina popular y su existencia lleva a cuestionarnos qué estamos dispuestos a hacer por nuestra salud y la de nuestras familias. Uno de los argumentos como vimos era la falta de médicos diplomados, sin embargo para un sector poblacional el poseer o no un título no los hacía médicos. La capacidad para curar en estas sociedades era un factor determinante para ser denominado médico. Hoy en día con los controles existentes en más complicado hacerse llamar médico si no se posee un título pero en el siglo XIX y hasta iniciado el siglo XX en las zonas rurales como en varias ciudades el boca en boca y algunas curaciones podían hacer que una persona se convirtiera en médico sin serlo. Por esto mismo estudiar el fenómeno de la medicina popular es fascinante pero a la vez complejo.


Hay testimonios a favor y en contra como en cualquier discusión sobre cualquier tema, pero lo que no puede dejarse de lado es la relevancia que tiene esta práctica en distintas sociedades. La medicina popular es en varios casos la primera asistencia que reciben las personas, especialmente los niños cuando hay trastornos del aparato digestivo. Y hasta de acuerdo a la sintomatología se decide si acudir a un curandero o un médico. En un mundo en donde somos bombardeados por un sin número de terapias alternativas cuestionadas y aceptadas por la medicina académica es importante entender como está última se posicionó en la cima del poder médico y para ello es indispensable entender a la medicina popular y los sujetos que la practican.


 

Referencias


Campos Navarro, R. (2009). Medir con la cinta y tirar del cuerito. Textos Médicos sobre el Empacho. Buenos Aires: Ediciones Continente.


Foucault, M. (2008). La vida de los hombres Infames. Buenos Aires: Ed. Altamira.


Departamento Judicial del Sur de la Provincia de Buenos Aires Exp.193/11/1897.


 

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