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  • Gonzalo Zurita Balderas

La libertad en La vida es sueño: el conflicto entre libertad y determinismo


Introducción


La obra La vida es sueño (1635) de Calderón de la Barca contiene múltiples temas de reflexión. En ella se pueden encontrar imágenes que reflejan la concepción barroca de la vida, algunas posturas acerca de la legitimidad del monarca, o bien, reflexiones sobre el honor y el comportamiento adecuado del príncipe. La vida es sueño es una obra de teatro en la que Calderón de la Barca plasma su tiempo de forma magistral. Debido a su formación,[1] el madrileño era un conocedor de los problemas filosóficos, morales, y teológicos que aquejaban a su época. En particular, el interés del presente escrito es analizar las diferentes concepciones sobre la libertad que existen en el drama de Segismundo.[2]


Es verdad que para la segunda mitad del siglo XVII el teatro español era un espacio de entretenimiento y espectáculo; mas no por ello hay una carencia de reflexiones de corte filosófico o político (Sabik, 1998: 714). Desde luego, Calderón de la Barca no es un filósofo y La vida es sueño no es un tratado de filosofía (Frutos, 1948: 25). Sin embargo, es a todas luces cierto que el problema entre libertad y destino, además de las consideraciones sobre las incipientes libertades jurídico-políticas son cuestiones centrales en la obra antes mencionada. Como atinadamente señala Zambrano (2003: xi),[3] el pensamiento en el mundo hispano no se concretó en tratados a la inglesa como los de Locke o Hobbes; sino que se expresó en forma poética y teatral, como en el caso de Calderón de la Barca.


La reflexión de Calderón de la Barca sobre la libertad puede ser dividida en dos grandes esferas. En la primera, Calderón introduce el tormento que Segismundo padece al carecer de lo que se puede denominar la libertad negativa.[4] La libertad negativa consiste en que el sujeto no sea coartado u obstaculizado en la realización de sus propios planes ni verse impedido de actuar según su voluntad. En el caso de La vida es sueño resulta manifiesto que Segismundo ve restringida su libertad negativa por el contenido de ciertas leyes que él sufre. En el segundo ámbito de reflexión, es evidente la oposición trágica que se da entre libertad y determinismo. El problema estriba en decidir si el ser humano es capaz de determinar su voluntad según su propio criterio; o si, en cambio, existe una fuerza externa que lo domina y le hace actuar de una forma preestablecida. Este último tema será el que conecte de lleno a Calderón de la Barca con el clima de la contrarreforma al sobreponer la libertad humana frente al determinismo ciego del protestantismo luterano. Estos dos temas se cruzan y relacionan entre sí en la obra de Calderón de la Barca y constituyen un tópico de reflexión del mundo barroco, particularmente del teatro español (Sabik, 1998). En lo que sigue, se analizarán ambos problemas en dos secciones diferentes, una dedicada al drama del prisionero y la otra centrada en su actuar ético.

  1. El tormento de Segismundo

Segismundo es el hijo natural del rey de Polonia, Basilio. Desde la primera jornada de la pieza teatral es evidente que él se encuentra cautivo en contra de su voluntad. Sin embargo, Segismundo no tiene claro la razón por la que no goza de libertad. En efecto, el encarcelado se queja de la siguiente forma:


Nace el ave, y con las galas / que le dan belleza suma, / apenas es flor de pluma, / o ramillete con alas, / cuando las etéreas salas corta con velocidad, / negándose a la piedad / del nido que dejan en calma; / ¿y teniendo yo más alma, / tengo menos libertad? (Calderón de la Barca: vv. 123-132)


Segismundo está consciente de que cuenta con más alma que un ave. Esto quiere decir que él, en tanto ser humano, goza de mayores facultades anímicas que un animal; pero, paradójicamente, ésta tiene mayor libertad que él pues el pájaro puede surcar los cielos a placer. Cuando Segismundo solloza en su mazmorra, se vale de toda una serie de imágenes poéticas. El punto central de todas éstas consiste en mostrar que todos los entes que él mienta (un pez, un cristal, un bruto y un ave) no están encadenados; él, en cambio, no conoce más mundo que las paredes de su prisión. De ahí que Segismundo afirme dramáticamente que todos éstos disfrutan de una libertad mayor que la suya, a pesar de que él es humano y por ello posee una capacidad mayor. “¿Qué ley, justicia o razón / negar a los hombres sabe / privilegios tan suave, / excepción tan principal, / que Dios le ha dado a un cristal, / a un pez, a un bruto y a un ave?” (Calderón de la Barca: vv. 167-172)


Con las palabras anteriores, el príncipe de Polonia señala con claridad que su situación de prisionero no se debe a una cuestión natural; sino a un artificio exterior, a saber, la ley. La libertad de Segismundo es coartada por la ley, no por naturaleza. Calderón de la Barca está en sintonía con el movimiento del pensamiento de su época. Precisamente, en estos siglos se fortalece la reflexión acerca de la legitimidad de las leyes y su capacidad para restringir las libertades económicas y políticas de los súbditos. La relación entre ley divina y ley positiva es el quid de la discusión teológica y filosófica del mundo hispano. En efecto, es por mandato del rey que Segismundo no puede abandonar su prisión y se le restringen lo que hoy se llamarían sus derechos. Para el príncipe la libertad es un bien del cual prácticamente todos gozan, a excepción de él mismo. El designio del rey impide que el desdichado prisionero pueda ver la luz fuera de su cárcel –cuna y sepulcro para él– por lo cual sus lamentos se refieren siempre a su situación de encadenamiento. “¡Ah, cielos! / ¡Qué bien hacéis en quitarme la libertad (…)!” (Calderón de la Barca: vv. 329-331)


Las leyes pueden delimitar la libertad negativa de los individuos y, por ello, imponer obstáculos para la realización de los fines de su voluntad. Este es el caso de los derrotados en guerras o de aquellos que han sido encarcelados –sin importar si fue justa o injustamente. El hecho es que hay algo que sujeta al individuo y es capaz de obligarlo a un comportamiento determinado en contra de su voluntad. En el caso de La vida es sueño esto es patentizado por el personaje de Segismundo. Sin importar su condición como ser humano, esto es, como ser racional capaz de determinarse, el príncipe de Polonia no puede elegir libremente la vida que desea tener. Únicamente puede ser un prisionero de acuerdo con el contenido de la ley. Además, no se puede obviar que Segismundo es súbdito de un reino; por ende, debe acatar y obedecer el orden del reino establecido en la ley del rey. Precisamente por ello, Segismundo se rebela en contra de la autoridad cuando afirma que si no estuviera atrapado por fuerza, no se rendiría ante ninguna ley. “En llegado a este discurso, / mis desdichas me consuelan; / pues, por lo menos, si estoy / sujeto, lo estoy por fuerza; / porque voluntariamente / a otro hombre no me rindiera” (Calderón de la Barca: vv. 1058-1063) Segismundo padece, muy a pesar suyo, el yugo de una ley que le es impuesta.


El mandato del rey, empero, no fue un mero capricho. Basilio no obró de forma tiránica a placer, sino que decidió encarcelar a su hijo basándose en el conocimiento que él adquirió por mor de la ciencia.[5] El saber del cual el rey se jacta de ser experto es la astrología. Para la época actual resulta inaceptable pensar que las estrellas pudieran llegar a ser una fuente de conocimiento sobre los asuntos humanos. Sin embargo, para el siglo XVII esto era algo todavía común e, inclusive, científico. No se olvide, por ejemplo, la interpretación que Marsilio Ficino hace del Timeo y que repercute en la teoría que afirma que los astros influyen en el ánimo de las personas. Según Basilio, una lectura adecuada de los fenómenos celestes le permitiría tener un conocimiento sobre los acontecimientos presentes y futuros:


esos globos cristalinos / que las estrellas adornan / y que campean los signos, / son el estudio mayor de mis años, / son los libros donde en papel de diamante, / en cuadernos de zafiros, / escribe con líneas de oro, / en caracteres distintos, / el cielo nuestros sucesos / ya adversos o ya benignos (Calderón de la Barca: vv. 629-639).


Basilio toma como paradigma el conocimiento que recibe de las luces celestes y basa su ley humana en la ley del cielo. Con esto, el rey justifica su decreto y previene el advenimiento de un tremendo mal para su pueblo. El cielo muestra el plan de Dios: el hombre ha de adecuarse a éste para no caer en desgracia.


En los planteamientos de Basilio se encuentra la cúspide de la idea barroca del mundo. Walter Benjamin, en El origen del Trauerspiel alemán, mostró la forma en que el conflicto dramático del barroco se desenvuelve entre el mundo que está gobernado de forma absoluta por Dios y el sino trágico de los individuos. La vida es sueño patentiza perfectamente lo anterior. El mundo está configurado fatalmente, o dicho de otra forma, el mundo es determinista; esto es, una sucesión de eventos inexorables. Esto se puede observar en los planteamientos de la postura de Basilio ya que en éstos se muestra que los sucesos pasados, presentes y futuros han sido establecidos de una manera determinada. El rey, sirviéndose de la ciencia astrológica, es capaz de leer, como si se tratará de una novela, en el libro del cielo el hado venidero. Fiándose de su lectura, Basilio tomó la decisión de coartar la libertad de su hijo y encerrarlo en una torre. “Pues dando crédito yo / a los hados, que adivinos / me pronosticaban daños / en fatales vaticinios, / determiné de encerrar / la fiera que había nacido, / por ver si el sabio tenía / en las estrellas dominio” (Calderón de la Barca: vv. 730-738).


Este último punto es crucial ya que en él ambas ideas sobre la libertad se entrecruzan. La libertad de acción de Segismundo se ve restringida por la ley de Basilio, que no es otra, de acuerdo con el rey, que la ley del destino. Basilio está convencido de los vaticinios que auguran males a Polonia. Sobre todo, duda que su hijo sea capaz de sobreponerse a su hado: “A Segismundo, mi hijo, / el influjo de su estrella, / —vos lo sabéis—, amenaza / mil desdichas y tragedias” (Calderón de la Barca: vv. 1098-1101).


Si los sucesos ya han sido establecidos, ¿qué pasa con la capacidad de los seres humanos para elegir? ¿Se trata realmente de una ley del cielo, o más bien de un craso error humano? Este, precisamente, es el quid de la cuestión. Tanto la segunda como la tercera jornada de La vida es sueño muestran que, en realidad, el hado del ser humano es el resultado de dos factores. Su ethos depende de la capacidad de decisión para anteponerse a las circunstancias que el destino le presenta. Segismundo encarnará a dos figuras que muestran ambas dos caras opuestas: en un primer momento se convierte en el tirano vaticinado por los astros; después logrará vencer a sus impulsos y derrotar a las estrellas, convirtiéndose en rey prudente. Como telón de fondo, se encuentra el drama entre los designios de un Dios que, según Lutero, ya ha decidido la salvación de algunos y la promesa de alcanzar la salvación mediante una vida guiada por acciones y preceptos morales.


2. La libertad en acción: Segismundo


Mientras que en la primera parte Segismundo es un personaje cuyas acciones principales son lamentarse y enfurecerse, por lo cual se perfila esencialmente como pasivo; en los siguientes apartados el príncipe tendrá que mostrarse capaz de templar su ánimo para, consecuentemente, actuar de forma virtuosa. Esto hace patente que era del interés de Calderón de la Barca, una vez más, señalar la relación que establecen entre sí destino y libertad humana. Basilio, paradójicamente, es el personaje que expone de manera más explícita el paradigma de la contrarreforma: las estrellas “inclinan” el albedrío, pero de ninguna manera lo fuerzan. Si bien los astros indican el futuro, éste –para que llegue a existir– depende del arbitrio del sujeto que realiza las acciones. “Pues aunque su inclinación / le dicte sus precipicios, / quizá no le vencerán, / porque el hado más esquivo, / la inclinación más violenta, / el planeta más impío, / sólo el albedrío inclinan, / no fuerzan el albedrío” (Calderón de la Barca: vv. 784-790). Estas palabras indican la posibilidad ética que ofrece la libertad. Sin importar lo imponente que parezca la inclinación o la tendencia que los astros dictan, el ser humano es quien de forma libre determina su voluntad para actuar en el mundo.


En La vida es sueño se halla de forma explícita y trágica la reivindicación de la libertad humana por encima de la tiranía de las estrellas. Calderón hace eco de Pico de la Mirandolla y el humanismo al poner en boca de Segismundo que el ente al cual se le debe poner mayor énfasis es al ser humano, pues éste es un mundo breve. “Leía / una vez en los libros que tenía / que lo que a Dios mayor estudio debe, / era el hombre, por ser un mundo breve” (Calderón de la Barca: vv. 1562-1566). Esto, empero, no quiere que el hombre se sitúe por encima de Dios, ya que el barroco aún está lejos de la modernidad exacerbada. La idea del hombre como un mundo breve debe ser entendida como una nueva valoración e imagen del hombre. El conocimiento del universo humano cesa de ser considerado como algo trivial e ímprobo. El humanismo muestra que este conocimiento no aparta ni extravía al hombre del camino hacia la contemplación divina; por el contrario, conduce y encamina al ser humano hacia un mayor conocimiento de Dios.[6]


La revaloración del estatus del ser humano y de su libre arbitrio permiten entender uno de los sentidos fundamentales de la obra. Clotaldo expresa la finalidad ética de La vida es sueño de forma magistral. La totalidad de la pieza teatral puede ser interpretada bajo la siguiente clave: conocer si el hombre es capaz de afrontar una fuerza extrínseca a él –el fatum de las estrellas– y vencerla para convertirse en un ser virtuoso. “Mas, fiando a tu atención / es que vencerás las estrellas, / porque es posible vencedlas / a un magnánimo varón” (Calderón de la Barca: vv. 1284-187). Clotaldo, quien fue el tutor del prisionero y es la mano derecha del rey, le indica a Segismundo que tiene en sus manos la posibilidad de revertir lo que los hados habían previsto sobre su persona. El peso del mundo cae sobre las decisiones y acciones de Segismundo. Únicamente él podrá convertirse en tirano a través de la soberbia; o bien, llegar a ser magnánimo príncipe.


La primera aparición de Segismundo ante sus pares es sumamente desafortunada ya que se presenta como un tirano. El tirano es la figura simbólica que Calderón y el espíritu de su época utiliza para designar al tipo de ser humano que renuncia al uso prudente de sus facultades y únicamente piensa en obrar según su antojo; o lo que es lo mismo, aquel que deja que sus pasiones determinen sin más su voluntad. Cuando Segismundo por fin se halla libre en el palacio de Polonia, decide obrar con soberbia y a su antojo. Al verse imbuido de un poder que jamás había gozado, Segismundo realiza atrocidades como amenazar de muerte a Clotaldo y arrojar por la ventana a un criado que defendió a su amo. Segismundo presta voz al tirano cuando clama: “A mí / todo eso me causa enfado; / nada me parece justo / en siendo contra mi gusto” (Calderón de la Barca: vv. 1415-1418).


El segundo encuentro entre Rosaura y Segismundo es sumamente significativo. Rosaura se encuentra presente desde la primera jornada y es la mujer que —disfrazada de hombre— escucha los lamentos de Segismundo encadenado. En este nuevo encuentro Rosaura encarna a la doncella noble que ve ofendido su honor por los deseos desmedidos de alguien poderoso como el príncipe. Segismundo se ve seducido por la belleza de la joven dama y pierde el dominio de sí mismo. A pesar de que Rosaura le pide en reiteradas ocasiones que le preste licencia para retirarse, aduciendo razones válidas, Segismundo no cesa en su cometido. Inclusive, Segismundo afirma que sería capaz de pasar por encima del honor de la dama con tal de satisfacer su anhelo y demostrar su poderío: “y así, por ver si puedo, cosa es llana / que arrojaré tu honor por la ventana” (Calderón de la Barca: vv. 1644-1645). Rosaura, entonces, le replica que al obrar de tal forma renuncia a su humanidad y se torna más bien en fiera que cumple los funestos hados: “¿Mas, qué ha de hacer un hombre / que de humano no tiene más que el nombre? / ¡Atrevido, inhumano, / crüel, soberbio, bárbaro y tirano, / nacido entre las fieras!” (Calderón de la Barca: vv. 1648-1658)


La segunda jornada de la obra revela a un Segismundo que confirma su hado al determinar sus acciones de forma insensata. Él mismo se sentenció a regresar a la prisión al no vencer su estrella y cometer hybris en contra de sus familiares y congéneres. El príncipe se asume a sí mismo como un tirano –“Soy tirano” (Calderón de la Barca: vv. 1667), exclama con ira– y actúa en consecuencia como tal. Segismundo cree, erróneamente, conocerse a sí mismo y esa es una de las razones por las cuales se vuelve tirano. Lejos de calmar su ánimo se exalta y justifica diciendo que él es príncipe y fiera por nacimiento. “Pero ya informado estoy / de quién soy y sé que soy / un compuesto de hombre y fiera.” Será por mor de un adecuado conocimiento de su ser y de su obrar que Segismundo revertirá esta situación.


Cuando Segismundo es devuelto a la prisión y despierta, se ve confundido. Para él se ha vuelto claro que es prácticamente imposible distinguir entre sueño y realidad, por lo cual afirma que la vida es sueño. Sin embargo, el pueblo lo aclama y pide su retorno, pues no aceptarán por rey a un extranjero. Este punto es crucial para entender la transformación de Segismundo.


Para él ya no existe una diferencia esencial entre el sueño y la realidad. El mundo puede presentarse de forma engañosa a la consciencia humana; por lo cual depende del ingenio y de la prudencia humana evitar ser embaucado por las falsas apariencias. Poco importa si se sueña o se duerme, el destino del hombre yace en ser un ente ético. En consecuencia, la opción más prudente es actuar conforme a principios de razón, para no sufrir al despertar con el desengaño.[7] “Pues la vida es tan corta, / soñemos, alma, soñemos / otra vez; pero ha de ser / con atención y consejo / de que hemos de despertar / de este gusto al mejor tiempo” (Calderón de la Barca: vv. 2358-2363). Segismundo escoge obrar de la mejor manera posible y por ello determina su voluntad hacia una causa justa, en este caso, derrotar al extranjero que usurpa su trono. La actitud y actividad propia del hombre prudente no es otra que el uso adecuado del libre arbitrio para encaminar la voluntad hacia el buen obrar.


Tal será la máxima ética de La vida es sueño. No importa si se encuentra uno despierto o soñando, en ambos casos el ser humano retiene la libertad. Por ende, el ser humano es capaz de actuar bien, sin importar si se sueña o si se vive realmente. “Que estoy soñando, / y que quiero obrar bien, pues no se pierde / obrar bien, aun entre sueños” (Calderón de la Barca: vv. 2399-2401). La verdadera realización de la libertad coincide con la potencia del ser humano para actuar bien. En consecuencia, el varón verdaderamente libre no es el tirano que da rienda suelta a sus pasiones como la fiera; sino el magnánimo príncipe que derrota el hado y a sus inclinaciones.


La fortuna sólo puede ser vencida determinando correctamente la voluntad. Esto sólo se consigue ejerciendo dos virtudes fundamentales: prudencia y templanza. La victoria de la libertad acontece cuando se supera la inclinación natural de las estrellas: “La Fortuna no se vence / con injusticia y venganza, / porque antes se incita más; / y así, quien vencer aguarda / a su fortuna, ha de ser / con prudencia y con templanza” (Calderón de la Barca: vv. 3214-3219). Segismundo da muestras de su nueva actitud al ser consciente de que por medio de la tiranía no puede vencer al destino. Sólo mediante de acciones prudentes y justas, como rendir las armas ante su padre o recobrar el honor de Rosaura, se volvió posible que Segismundo venciera a la Fortuna y se coronara como rey. La actitud prudente del príncipe de Polonia no surgió espontáneamente; sino que vino acompañada de un conocimiento de su propio ser y de su libertad.


Calderón de la Barca muestra de forma magistral cómo coincide el actuar virtuoso con la felicidad. “pues así llegué a saber / que toda la dicha humana, / en fin, pasa como sueño, / y quiero hoy aprovecharla / el tiempo que me durare” (Calderón de la Barca: vv. 3311-3315). Con lo anterior, el madrileño hace explícito el vínculo entre una acción moral y la dicha. Los actos buenos conducen al sujeto a un estado de alegría. La felicidad del hombre sólo dura un momento, por lo cual hay que gozar de ella. La felicidad, entonces, no es otra cosa que el estado anímico resultante del uso verdadero de la libertad.


3. Calderón y la contrarreforma


En las páginas anteriores se ha mostrado que Calderón de la Barca hace uso de dos ideas diferentes de la libertad. Por momentos se relacionan entre sí; sin embargo, es posible distinguir claramente entre ellas. Por un lado, Calderón ilustra la naciente reflexión de las libertades jurídico-políticas en España. Segismundo ejemplifica al prisionero que ve restringida su libertad de acción por el mandato del rey. Por otro lado, el dramaturgo español recupera a la tradición que le precedió mediante una puesta en escena que patentiza a la libertad como libre arbitrio. Segismundo es un paradigma tanto del uso incorrecto como del uso correcto del libre arbitrio. Cuando éste se asume como tirano y fiera, pierde la lucha en contra de su inclinación natural. En cambio, cuando se vale de la templanza y la prudencia, triunfa sobre las estrellas como varón virtuoso.


Los dramas que Calderón de la Barca escribió están impregnados del clima de la contrarreforma. Una de las premisas más importantes del luteranismo era el determinismo de la voluntad divina. La contrarreforma pone en cuestión lo anterior con la reivindicación del libre arbitrio. Esta disputa se encuentra presente en La vida es sueño de forma explícita mediante la oposición entre el influjo del hado y la capacidad de decisión humana. En buena medida, se podría decir que Segismundo es un héroe moral de la contrarreforma ya que logra vencer al determinismo natural. La virtud del ser humano se revela cuando logra sobreponerse a la fuerza de su hado. Sin embargo, vale la pena destacar que el príncipe de Polonia no es el único personaje que logra lo anterior; en mayor o menor medida, cada uno de los personajes hace evidente la importancia de actuar conforme a las virtudes cardinales de la contrarreforma: templanza y prudencia.


Lo anterior ha conducido a algunos intérpretes a clasificar la obra del madrileño bajo la categoría de auto sacramental. Por lo cual, resulta importante aclarar que el teatro de Calderón de la Barca no se reduce a autos sacramentales. Es verdad que en los dramas calderonianos se pueden encontrar alegorías propias de esta figura teatral; sin embargo, los personajes de Calderón superan con creces a los de un auto sacramental por su profundidad psicológica y conceptual.[8] Esto hace que una obra como La vida es sueño pueda presentarse como una comedia para el pueblo iletrado, pero que tenga como trasfondo temas de índole filosófica, política y teológica. El teatro de la contrarreforma busca incidir en la vida pública por medio del ejemplo vivo y de la enseñanza moral. En el caso de la pieza analizada, el problema moral consiste en vencer las inclinaciones naturales o el destino gracias a un uso virtuoso del libre arbitrio. No es extraño, entonces, que Calderón definiera a los autos sacramentales como sermones puestos en verso.[9]


La contrarreforma usó al teatro como un medio de convencimiento y de adoctrinamiento moral. En efecto, el sermón y la puesta en escena eran los medios de comunicación que los reyes tenían con el grueso de la población. Frente a la amenaza de una Europa cada vez más amenazada por el espíritu luterano, España desplegó una verdadera política cultural en la que el teatro fue un arma adversa a los planteamientos de la reforma. Como señala Juan Ruíz: “Necesitaron convencerlos a través del sermón eclesiástico y del teatro, los medios de comunicación de masas de la época, de que sus aspiraciones hegemónicas obedecían a la defensa de la fe católica, en una Europa cada vez más amenazada por la herejía protestante.”[10]


Calderón de la Barca era plenamente consciente de este uso ideológico del teatro. Sin embargo, las obras del madrileño no son meras alabanzas al régimen ni se subordinan plenamente al discurso oficial. De hecho, en las obras de Calderón existen contrapesos como el cuestionamiento al poder tiránico del rey o la poca validez que tienen las leyes que pasan por encima de los súbditos. Esto le permitió al artista permanecer en sintonía con la monarquía, sin caer en una actitud doctrinaria. “Por eso, en su discurso dramático encontramos contrapesos que, de alguna manera, matizaron la alabanza a la política oficial. Estos contrapesos garantizaron la verosimilitud del mensaje” (Ruiz, 2013: 42).


El uso de la contraposición entre opuestos como libre arbitrio y hado, fiera y ser humano, es un recurso que pone en evidencia la pertenencia de Calderón de la Barca al barroco. Pero, esto no es únicamente una técnica ornamental aislada: se trata de toda una estructura que articula sus obras teatrales. Horst lo señala adecuadamente: los opuestos de Calderón no se anulan, sino que se mantienen en disputa permanente.[11] Esta oposición es propia de la contrarreforma porque hace evidente el conflicto moral de la época. El ser humano debe actuar éticamente, lo cual implica un ejercicio virtuoso del libre arbitrio. Sólo por mor de la gracia divina el ser humano es capaz de elevarse por encima de las plantas y animales y con ello alcanzar la salvación. Sin esa mediación entre Dios y su criatura, se abre el abismo protestante. Por ello, la contraposición revela una doctrina filosófica y teológica importante: el ser humano necesita de Dios en la misma medida que requiere de un ejercicio moral de sus facultades.[12]


Un último punto de conexión entre la contrarreforma y Calderón de la Barca es el énfasis que éste pone en resaltar el papel de la prudencia. Ésta será la virtud moral que auxilie al ser humano cuando se enfrente al mundo tramposo y embustero. El ejercicio de la prudencia para distinguir entre realidad y fantasía es ejemplificado en La vida es sueño por Segismundo y Rosaura. Ambos deben conducirse de la mejor forma posible en una serie de situaciones sobre las que no tienen completa seguridad ni control. Rosaura se conduce bien desde el inicio de la obra, puesto que, aunque no sabe si es verdad lo que sus sentidos le reportan, ella trata bien al prisionero que se lamenta en su celda. Por otra parte, no es baladí que Segismundo exclame en la tercera jornada que, sin importar si se duerme o no, debe conducirse conforme a principios morales. Además, es menester que los seres humanos se guarden del error y de las apariencias, ya que esto puede conducirlos a la perdición. Esto que Calderón plasma teatralmente será desarrollado filosóficamente por Baltasar Gracián mediante el concepto del ingenio. Pues precisamente será el ingenio el que consiga vincular a la prudencia con el sentimiento y el deseo.[13]


Conclusiones


En el presente escrito se ha mostrado la importancia que el concepto de libertad tiene dentro de La vida es sueño. Calderón de la Barca no era un filósofo, empero, sus piezas contienen reflexiones de gran importancia teórica. El caso del concepto de libertad es paradigmático ya que permite observar varias formas en las que el madrileño se colocó frente al fenómeno de la contrarreforma. La contraposición entre los extremos del tirano y el príncipe magnánimo, muestran que el libre arbitrio faculta al ser humano para decidir éticamente sobre su actuar en el mundo. Asimismo, quedó de manifiesto que la libertad también puede ser impedida por el ejercicio del poder. En el caso de la obra, esto se observa con el aprisionamiento de Segismundo por obra del mandato del rey.


De igual forma queda claro que el conflicto entre destino y libertad es complejo en el pensamiento barroco español. El influjo del humanismo permitió que la idea de que el hombre es un mundo breve floreciera y fomentara la reflexión sobre su condición y problemas. En La vida es sueño se encuentra una reflexión sobre la libertad humana frente a fuerzas externas que le imponían un destino. Segismundo demuestra que el ser humano tiene lo que se podría llamar una naturaleza dual. Si se somete a sus pasiones e instintos más primitivos, se convierte en tirano y fiera; pero, también puede ser prudente y con ello fraguar su propio éthos. Calderón de la Barca deja abierta la puerta a la especulación filosófica, pues no asienta hasta qué punto los astros u otras fuerzas nos determinan y hasta dónde alcanza la voluntad humana. Este problema, empero, será la semilla de reflexión que continuará de forma indirecta en autores como Francisco Suárez y que fecundará al resto de la tradición filosófica.




[1] Sobre la biografía de Calderón puede consultarse la “Genealogía de Calderón” de Narciso Alonso Cortés.


[2] Este ensayo se centrará en el personaje protagónico de Segismundo. Sin embargo, prácticamente en todos los personajes podemos encontrar el problema de la libertad entendida como libre arbitrio. Se trata de un problema que atraviesa a cada uno de los personajes de forma distinta.


[3] “He de confesar que, hasta julio de mil novecientos treinta y seis, (…) no me había hecho cuestión de la trayectoria del pensamiento en España. (…) Son abundantes los tópicos que circulan acerca de ella, pues la situación de España en el concierto de la cultura, es tan singular, que necesitaba de una explicación y no obteniéndola, ha engendrado tópicos a granel.”


[4] Se retoma el concepto de Libertad negativa que expone Isaiah Berlin en Dos conceptos sobre la libertad. En Quinton, Anthony (ed.)(1974) Filosofía Política. México: Fondo de Cultura Económica, 1974.


[5] Basilio encarna a un modelo de rey impopular, pues lejos de cuidar su reino, se ocupa sobremanera de la ciencia. Véase la opinión de Baltazar Gracián. ¿Qué importa que sea el otro Alfonso X gran matemático, si aún no es mediano político? En El político. P. 49b.


[6] Véase el libro de Francisco Rico. El pequeño mundo del hombre. Pp. 46-71.


[7] Véase la lúcida reflexión de María Zambrano. “Pues lo propio del hombre es la doble necesidad de una acción, de una parte requerida por las circunstancias, por ese desafío que las circunstancias lanzan constantemente al hombre y al que ha de responder a trueque de aniquilarse. Y de otra parte, por su misma condición interna; aquí reside lo trágico de la condición humana: que el hombre se conoce a sí mismo antes que pensando, actuando, haciendo: sabe después de haber actuado. Que cuando hace algo, aquello que más responde a sus pasiones, a sus anhelos, lo hace sin saber qué está haciendo…El esperar es el movimiento íntimo de la interioridad, se entiende como alma o persona”(…) “Más hay un modo de afirmarse como persona, un modo trágico que es el afirmarse en personaje; el personaje es siempre trágico; bajo él gime la persona y para liberarse un día se precipita la tragedia, después de haber precipitado a lo que de ella dependió.” Persona y democracia, pp. 63, 65, y 165.


[8] “Por fuerte que sea el significado alegórico atribuido por Calderón a sus personajes, éstos no dejan de tener hondura y verosimilitud interior. Angel Valbuena Prat está en lo cierto al identificar en las figuras de Cipriano y de Justina conceptos teológicos como la Discreción y el Hombre, disputados por Dios y el demonio. No obstante, las comedias de Calderón no se reducen a autos sacramentales, según lo ha defendido Leopoldo Eulogio Palacios en el caso de La vida es sueño. La diferencia específica entre los autos y los dramas calderonianos consiste precisamente en la dimensión alegórica, respectivamente psicológica de los personajes” (Corin Braga, 2010: 13).


[9] “Cuando Calderón define los autos sacramentales como sermones puestos en verso, este marbete evoca en el estudioso marbetes parecidos utilizados por dramaturgos, como el P. Acevedo o el P. Bonifacio o por cronistas como el P. Rivadeneira o el P. Valdivia. Escenario y púlpito: teatro y sermón, unos binomios que parecen estar respaldados por el mismo sistema ideológico: esto es la Contrarreforma” (Menéndez Peláez, 2000: 68).


[10] Necesitaron convencerlos a través del sermón eclesiástico y del teatro, los medios de comunicación de masas de la época, de que sus aspiraciones hegemónicas obedecían a la defensa de la fe católica, en una Europa cada vez más amenazada por la herejía protestante. De este modo, a través de un adoctrinamiento eficaz lograron reclutar a las masas en el ejército. Este despliegue de estrategias persuasivas caracterizó al autoritarismo monárquico del barroco (Ruiz, 2013: 37).


[11] “His theatre is quintessentially dualistic. In it there can be no Prometheus without Epimetheus, no Eros without Anteros. This fundamental dualism gives every play its basic structure, one invariably predicated on both sympathy and strife, exactly as Epimetheus and Prometheus are les frères ennemis. And the two components of each dualism have such nearly equal potency that it is almost impossible to assign greater significance to one in contrast to the other” (Horst, 1982: 43).


[12] “Como lo hemos visto en el caso de La vida es sueño, para recibir la gracia, el hombre necesita el concurso simultáneo de Dios” (Braga, 2010).


[13] “Como filósofo moral ofrece, bajo el concepto de ingenio, un esquema de razón no racionalista, sino integrador de todas las dimensiones del hombre, porque en la acción moral el pensar no puede estar separado del sentimiento y de la volición” (Ayala, 2006: 137).


 

Referencias


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Ayala, Jorge (2006). La moral ingeniosa de Baltasar Gracián. En Thémata. Revista de Filosofía. No.º 37.


Calderón de la Barca (2008). La vida es sueño. Catedra: España.


Braga, Corin (2010). Calderón de la Barca y el conflicto de paradigmas en la Edad de Oro (II). En Metábasis.It. Año V nº 10.


Cortés, Narciso A. (1959). Genealogía de Calderón. En BRAE, no. 31: 299-309.


Frutos, Eugenio. La voluntad y el libre albedrío en los autos sacramentales de Calderón. En Universidad. Zaragoza (1).


Horst, Robert ter (1982). A new Literary History of Don Pedro Calderón. En Michael D. McGaha (ed.). Approaches to the Theatre of Calderón. University Press of America.


Menéndez Peláez, Jesús (2000). El teatro jesuítico: sistema y técnicas escénicas. Las raíces del teatro de Calderón de la Barca. XXIII Jornadas de Teatro Clásico. Almagro, España.


Rico, Francisco (1971). El pequeño mundo del hombre. Castalia: Madrid.


Ruiz, Julio Juan (2013). Persuasión política y adoctrinamiento religioso en el teatro de Pedro Calderón de la Barca. En Lingüística y Literatura. N.º63: 35-47.


Sabik, Kazimierz (1998). La problemática de la libertad-destino en el teatro cortesano español de la segunda mitad del siglo XVII. En Actas del XIII Congreso AIH. (Tomo 2) Madrid: 714-719.


Zambrano, María (2003). Pensamiento y poesía en la vida española. El Colegio de México: México.


 

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