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  • Luis Romani

Los tiempos de dios

Querido diario, hoy por la tarde Marcía me volvió a hacer la misma oferta de siempre, es una estúpida, ya le dije que no me interesa entrar a su mugrosa flor de la abundancia—escribió Patricia Dorantes al caer la noche, cuando al fin se había librado de los tacones que llevó puestos todo el día—no me gustan esas estafas, Diario, le dejé las cosas bien claras porque ya me tenía harta con la misma cantaleta de siempre; desde hace tres semanas esta chingue y jode con lo mismo y precisamente hoy llegué muy cansada del viaje. Nos tocó recorrer los pueblecitos del cañaveral. Cada persona es un granito que cuenta para lograr nuestra meta, Diario.


Patricia se sirvió otra copa de vino tinto. Empezó a desvestirse. Otra vez pasaba la noche sola, otra vez la televisión estaba prendida solo para hacer ruido. Su marido la dejó en casa luego del viaje y se fue sin comer con ella, iba eufórico para una reunión programada a las cinco treinta que en realidad iba a iniciar a las seis cuarentaidos, minutos antes de que la tal Marcía llegara con Paty para echarse un café.


—Amiga, te lo voy a poner así: no creo en esas pendejadas, honestamente. Podré no ser multimillonaria pero dinero no me hace falta ¿sí?, ahorita creo que me he establecido bien económicamente, la campaña va muy bien. Ya basta de tonterías, Marcía. Es bien absurdo lo que estás diciendo, óyete, cómo que con solo desearlo se te puede cumplir, hazme el favor, ¿de cuáles te estás fumando, loca?, mira, yo creo que si se trabaja, te llega, así se logran las cosas, Marcía, trabajando.


—¿Por qué te tienes tanto miedo, Paty?


—¿Miedo de qué?


—De lo que puedes lograr si crees en ti.


—Pero si yo no tengo miedo de nada, Marcía, por supuesto que creo en mí.


—No solamente te estoy diciendo que vas a tener más ingresos, sino que además ese dinero va a ser solo para ti, Paty, el dinero facilita mucho la vida y lo sabes. No te gustaría tener el control?


—Pero yo sí tengo el control.


—¿De verdad? ¿Y te funciona? ¿Estás feliz?


—Siempre.


—A ver, te estoy invitando a que te permitas ser más plena, Patricia. Nunca tengas miedo de ir por algo más allá en la vida.


—Párale, Marcía, no quiero pelearme por estas tonteras. Por favor.


La charla terminó dos horas más tarde que se resumieron en las anécdotas que había tenido Patricia con los niños del refugio una semana atrás. Marcía se fue sin hablar mucho y sin convencerla. Patricia se sirvió una copa de vino tinto.


La tele seguía encendida. La esposa del candidato abrió la ventana y se puso a fumar mientras veía la calle, iba ser casi medianoche, después de que su amiga se fuera no hizo otra cosa más que escribir. En las páginas de su diario no solo expresaba el enojo para con Marcía, también le estaba cansando la presión del sudoroso equipo de campaña, de su gordo marido y de toda la gente pobre, decenas y decenas de desamparados que se abarrotaban a su alrededor para pedirle: para exigirle: más alambrado en sus colonias, cemento para terminar sus casas, ayuda a sus parientes que los metieron al bote por accidente, dinero para sus medicinas y consultas y más y más y más, la gente siempre pide más, Diario, la gente solo espera ver a quién puede exprimirle todo lo que quiere. Estoy exhausta.


Antes de acostarse, Paty regresó a la ventana para ver si su esposo había vuelto, pero no, otra vez la noche sola, escribió, ni su hijo Luis Carlos tenía la amabilidad de marcarle por teléfono desde Madrid para desearle las buenas noches. Él conoce la diferencia horaria, Diario, mientras allá arrancan sus clases acá su madre se prepara para dormir y ni un descansa puede mentirme. Qué poca consideración del cabrón al que le habían dado todo. La tele seguía encendida, ahora iniciaba un documental sobre la hambruna en África. A Patricia le gustaba ese tipo de programas con cierto morbo y a la vez terror. Lo veía solo para desear que ella nunca viviera aquel infierno: vida precaria-vida violenta-situación marginal-situación fea-mundo inhumano. Rezaba por jamás sentir la carencia ni el hambre ni la enfermedad ni la injusticia del gobierno. Dios me libre. Abrazó su diario como a un bebé y dejó caer sobre su sueño una lista de escenas dolorosas de su pasado imperfecto:


  • A los cinco años, durante su fiesta, su hermana Jimena les dio bocadillos de lodo y gusanos a los primos que rápidamente fueron a vomitarlo sobre el gran pastel de tres leches que esperaba en la cocina, listo para que Patricia soplara las velas.

  • A los once, el hermano mayor de Ana Julia, su amiga, le había enseñado el pene erecto en el baño de su casa cuando Paty los visitaba para hacer la tarea. Ella se lo contó a Ana y esta le pidió que no le dijera a nadie porque regañarían al hermano. Patricia no pudo dormir en días, le daban repulsión los varones.

  • A los quince años, Marcía y ella fueron coronadas reinas de la primavera por el distinguido club rotario de la ciudad. Las dos compartieron el brazo de Jaime Iván Villaseñor Mortera-Villaseñor Mortera, Jaime Iván, el muchacho más guapo y más decente que ya estaba listo para entrar a la carrera de derecho en la universidad más cara de México. Todos sabían que Paty estaba embobada con él, todos le dijeron que Jaime ya tenía novia. “Entonces, tú Paty vas a ser la puta”. En la ceremonia, cuando el joven la sacó bailar, Paty dijo que no, porque ella era muchacha que se respeta. Jaime no le prestó importancia y se fue a bailar con Marcía, quien al final le contó: “Paty, Iván no tiene novia, sus papás no lo dejan hasta que termine la escuela”, Paty se ahogó con la sidra, “además ¿sabes qué más me dijo? Que tú le gustas, Paty, está enamorado de ti”. Vomitó. Ella y Jaime no se volvieron a ver porque este se fue del estado al otro día.


Y vinieron más recuerdos, terribles recuerdos que siempre pesan, Diario, memorias de una escuincla arrepentida que no hizo nada en contra de los brutos que la hicieron llorar.

  • Debió agarrar de las greñas a Jimena y obligarla a que se tragara el pinche pastel lleno de vómito y tierra que tantas lágrimas le causó a la pobre de su hermanita;

  • debió tomar las tijeras con las que recortaban las revistas y mocharle el pito al pendejo hermano de Ana Julia y de paso dejarla pelona a la estúpida esa por encubridora del acoso;

  • debió quemar ese día el salón de actos para que todos los envidiosos que no querían que Patricia Dorantes fuera feliz ardieran hasta las cenizas como borregos en barbacoa, mientras ella se encerraba en un cuarto con Jaime Iván hasta que los padres de él se cansaran de buscarla. De decir que soltaran a su predilecto hijo que tenía asegurado una vida de éxito. Debió haber hecho algo más por ella.


¿Cómo dices que funciona esto?—le preguntó a Marcía tres días después de que se reunieron—¿qué se hace exactamente?, o sea, el poder de mi mente lo va a traer, con solo desearlo.


—No, no, no, no solo es desearlo, Paty. Lo tienes que decir en voz alta, lo tienes que pronunciar y apropiarte de él.


—Ay, Marcía, te quiero creer pero te lavaron el cerebro en tu cursito, mira, qué bueno que estés super feliz, pero yo no creo en esto, quise aperturarme pero simplemente no es para mí.


—¿No es para ti la felicidad, Paty?


—Cállate. Ya vas a empezar otra vez con tu retórica sucia, qué pretendes con eso.


—¿Por qué te tienes tanto miedo, Paty?

Húndele la cabeza en la mierda del pastel.


—¿Por qué temes tomar las riendas de tu vida?


Cástralo y rápala a ella.

—Es tu vida, tómatela en serio.


Quémalos a todos.

—Lo hago porque me importas, amiga.

Buenas noches desde España, mami.

—Por eso sigo aquí.

Hoy no me quedo a comer contigo, tengo reunión.

—Okey. Entonces, a ver, suponiendo que te creo, dices que solamente tengo que decirlo, o sea, es aceptar cómo me veo, así, ¿programarme que yo puedo?


—Efectivamente, ocupas ser atracción contigo. Primero eres tú, segundo eres tú y tercero eres tú, sin pisotear a nadie, Paty. Acuérdate que debemos volver a la audacia nuestra rutina en nuestra vida.


—Es una tontera, cómo que “yo puedo”, imagínate, qué fácil, con razón estamos bien pendejas cada que cantamos esa canción de “porque soy mujer”, y cuánta señora agachada lavando trastes. No Marcía. Yo estoy bien, no me importa, lo acepté, mi vida podrá no ser perfecta y de mi marido podrá decirse lo que quieran, pero es mentira.


—¿Tu vida es mentira?


—No, los chismes son mentira.


—Las grandes verdades comienzan por ser mentiras, Paty, debes entenderlo.


—Ay cállate, cállate, por favor y a lo que viniste, me vas ayudar a organizar mi aniversario.


—Claro que sí, ya lo sabes, tú dime para qué soy buena.


—Por la campaña debemos hacer una ceremonia más simbólica, como un brindis.


—Está fácil.


—Me choca, me choca.


—¿Ahora qué?


—Yo quería una fiesta grande, como la de mi boda, ¿te acuerdas?, ay mi boda, debió haber sido más grande.


—Estuvo linda.


—Debió haber sido más opulenta, debió haber sido más. ¿Viste el pleito ese que sacaron de Paulina Rubio?


—No.


—Paulina es más o menos de mi generación, Marce, de nuestra generación. Yo no la veía tanto en ese entonces y lo sabes, nunca fui a un concierto suyo cuando empezó a cantar sola hasta que vino a ser la chica dorada.


—Ley de causa y efecto.


—La estaba viendo el otro día y lo supe: Paulina Rubio no tiene talento, no lo tiene y ella lo sabe, pero lo que sí tiene son ovarios y bien puestos. Con razón terminó odiando a todo Timbiriche.

—Bueno fue de las únicas que sobresalieron.


—¿Sabes cuál era el verdadero problema de Paulina?


—¿Cuál?


—Ella lo quería todo, se le ve en la cara, se le ve y lo sé porque es la misma cara que yo pongo cuando me veo al espejo y me acuerdo que la estúpida de Ana Julia Montesinos va a celebrar su aniversario también ahorita, putamadre.


—Son bodas de plata.


—Ella sí va hacer una fiesta, la encubridora, sí se lo va a poder pagar y yo como soy la esposa de, ¡por dios!, ¡no puedo creerlo!, voy a ser la gobernadora de este estado y no puedo pagarme el aniversario de mi boda.


—Por ahora, Paty. Por algo pasan las cosas.


—Metimos toda la lana para estar en las urnas.


—Pero piensa en la inversión a futuro, el largo plazo.


—Ya sé, ya sé, yo siempre pienso en el largo plazo, desde niña. Desde niña supe que no quería ser una princesa, Marcía, yo quería ser presidenta.


—¿Y ya no quieres?


-Quiero, lo quiero aún. Lo merezco. Tienes razón con lo de tu flor para generar ingresos, para todo se necesita dinero. No he visto a nadie infeliz con dinero.


—Yo sí.


—Yo no. A mí me gusta, el dinero es sinónimo de comodidad, bienestar, lujos, me gusta y no lo quiero soltar, ya lo dije. Tú que andas ahí toda terapeada dime qué debo hacer si lo quiero todo.


—Pues decirlo, como yo, declaré con quien me iba a casar y acuérdate.


—¿Declaraste?


—Sí, dilo, en con voz alta, amiga. Enfócate en copiar las mejores prácticas.


—¡¿Te casaste porque lo declaraste?!


—Es poderoso y efectivo. El poder de la declaración, Paty.


—¡No seas tonta! ¡Es lo más estúpido que he escuchado! ¡Cómo la fuerza de atracción va a lograrlo todo! eliminar los problemas con solo desearlo, si fuera así seriamos millonarios todos, pinche secreto más imbécil.


—Es que decir es hacer, Paty, se requiere compromiso. Gritarlo al mundo y al universo, pedírselo.


—Para que me llamen la loca de la atracción, no gracias.


—Pues no lo grites, pero tiene más fuerza, si te parece más discreto, escríbelo, tú llevas diarios ¿no?


—Llevaba. Escribía porque era jovencita y me conocía, ponía quien me gustaba, mis primeras veces, todo lo que me pasaba, era donde podía confesarme, era donde yo podía desahogarme porque sentía que me asfixiaba. Me presionaba todo el mundo, Marcía, siempre me presionaban, que Paty esto y Paty el otro, Paty aquí, Paty allá, de milagro no me maté. Tú hubieras explotado.


—Por algo pasan las cosas.


—Lo peor era que decían que yo tenía la cara para lograrlo todo, ¿te imaginas eso en una escuincla de diecisiete años? la cara para lograrlo todo.


—¿Cómo que la cara para lograrlo todo, qué es eso de la cara para lograrlo todo?


—No es solamente por bonita. Decían que había grandezas para mí y no sé qué más, por eso me vine a casar con este señor aunque se decía lo que se decía de él, y de mí también. Se habla mucho de mí. La mitad de la gente pensó que me había casado por puta y la otra mitad que por pendeja, sinceramente, creo que fue una combinación de las dos. Pero sobre todo, me casé porque encontré a un hombre que yo sabía que iba a ser alguien.


—¿Cómo lo sabías?


—Se le veía en la cara. Íbamos a trabajar juntos, como hasta ahora lo hemos hecho, para que él fuera alguien, para que yo fuera alguien y sobre todo que nunca me iba a abandonar porque a ese bendito gordo nadie lo quería tampoco. Y nos iba bien, yo estaba muy bien, pero todo se fracturó el día que me enteré que tú, Marcía, mi amiga, te ibas a casar con Jaime Iván Villaseñor Mortera, ¡Jaime Iván! ¿Te acuerdas? era el hombre que yo quería desde que lo conocimos las dos en el internado. Era la vida que yo soñaba, con la boda que yo quería y tuviste los hijos que yo quería, con la casa que yo quería y todas esas cosas que yo había planeado desde los doce años en que lo vi por primera vez nadar como un Luismi en el mar de Acapulco. Fuiste tan cínica, Marcía. No es justo que a mí me pase esto solamente por tener la enfermedad de quererlo todo. Dios mío. Es culpa de mi madre. Siempre me lo dijo, siempre me lo decía; vieras que cuando anunciaste tu compromiso me regañó a mí, sí, dijo que yo era la estúpida por haberte dejado ganar. Todo es su culpa. Por eso no puedo creerte, Marce, por eso no puedo ayudarte. Discúlpame. Perdóname por creer que merezco todo lo que quiero. Perdóname por querer escupirte ahora que sé que tuviste la vida que yo deseaba solo porque lo declaraste.


Marcía se terminó el café, sonrió: querida amiga, tranquilízate. Yo entiendo tu odio para conmigo. Está bien. No te aflijas, por algo pasan las cosas. Ya verás. Yo también creo que fuiste destinada para hacer algo grande.


Y le dio un abrazo. Patricia se fumó otro de los puros de la vitrina de su esposo. A Marcía no volvió a verla las próximas semanas en que aquella se fue de vacaciones hasta Londres con su familia. Y la verdad, no volvió a verla nunca más. Paty encendió la televisión esa tarde para escuchar el canal de música clásica. Se puso a tararear mientras revisaba sus fotografías de niña. Algo me pasa no consigo dormir, tomo tu foto y me tiro al sofá, voy a romperla, el aire se me va. Esa noche, mientras intentaba dormir junto al señor que por fin pasó una luna en su cama, se sintió sola, el calor a su lado ya no producía nada, le dio insomnio. Frente a su casa tú le hablabas de mí, la acorralabas te olvidabas de mí. Estresada, agarró su diario y comenzó a escribir. Era de madrugada, salí corriendo, no pude resistir. Imagínate, si todos en el mundo dijéramos en voz alta nuestros deseos y que a la par empezaran a caer sobre nosotros. Ella es mi amiga y no te importó. Yo creo que las calles se llenarían de cuerpos y castillos y los volcanes eructarían oro y en mi jardín crecerían bebés que te susurraran buenas noches. No te importó. El aire estaría hecho de tu música favorita. Creeríamos murallas con solo aplaudir, ella es mi amiga mía la mejor, y se derribarían con solo suspirar, fuiste a buscarla para hablarle de amor…


La ciudad se llenaría de ríos, manjares, orgias y petróleo.


Besos de ceniza, alma quebradiza,

todo sería descontrol,


ojos de inocente, corazón que miente,

el amor nos daría cocodrilos,


co-mo los bandidos te deslizas,

y se aglomerarían los gatos que representaran los deseos de sexo y los panteones se abrirían para liberar a los muertos porque todos querríamos estar siempre vivos,


besos de ceniza,

las fronteras dejarían de contener para desbordarse,

alma quebradiza,

igual que las presas eléctricas,

co-mo los bandidos te deslizas

para inundar de variedad el mundo.


¡Todo de repente se hace trizas!

Y no habría más que perdición.


¡Todo de repente se hace trizas!

Y no habría más que perdición.


¡Todo de repente se hace trizas!


Estaba en lo cierto, Diario: yo soy Paulina Rubio, pero Marcía fue Thalía. Maldito Timbiriche.


Después del cierre de campaña y de su pequeñísima, improvisada y sencilla celebración de aniversario, Patricia estaba decidida a limpiar su vida, quería purgar su odio contra Marcía, su hermana, su madre, sus amigas y todos los que la presionaron para llegar hasta donde estaba. Tal vez, ahora, si todo salía bien, podría contribuirle algo al mundo. Ya había sido demasiado el rencor contra su pasado.


—Ya está hecho, Paty—le dijo Don Fidel el día en se reunieron a comer en una hacienda escondida a las afueras de la capital—si quieres ponte a festejar desde ya, chula, te lo mereces, ese cabrón te ha deber llevado hasta los ranchos por una pinche foto ¿verdad? —el moreno anciano de pelo blanco se bebía de dos tragos su vaso de wiski. El patio estaba lleno de cazuelas con comida, meseros, mariachis, señoras con abanico y cincuenta miembros de seguridad.


—Muchas gracias, Don Fidel, muchas gracias por todo su apoyo. La verdad, vamos a estarle eternamente agradecidos, en serio, va a ver que no se va arrepentir.


—No, chula, cómo crees, aquí vamos a vigilar al gordo pa que no la cague.


—Yo también lo voy a tener al brinco, no se preocupe.


—Sí, sí, sí, te creo. Vas a ver que tú vas a ser la primera dama más hermosa que haya tenido este país.


—Ay, cómo exagera usted, qué va a decir doña Mari.


—Pues nada, esa vieja nomás alega. Ya es tu hora, chula. Disfrútalo. Mira que los tiempos de dios son perfectos. ¿Salud?


Estrecharon sus vasos. Mientras Patricia estaba a las risas con aquel señor de sangre tropical y mirada de diablo, no sabía lo que su marido platicaba con los otros hombres en la cocina. Mientras Paty deslizaba el wiski por su garganta, no se podía imaginar la fiestota que le iba a hacer su madre la noche en que anunciaron el arrasador triunfo de su marido el gordo. “Felicidades hija, yo siempre te lo dije, tú fuiste destinada para hacer algo grande”. Mientras Paty brindaba no tenía idea que años después iba estar en las páginas de los periódicos de todo el mundo, que tendría que huir del país, separada de su hijo, sin ninguna amiga y sola porque su marido jamás saldría de la nación a la que robaron tanto. Mientras Paty llenaba de besos benditos a Don Fidel, no sabía que nunca más iba a contarle sus secretos al preciado Diario.


—Oye, chula—le dijo el anciano— ¿y vas a volver a encargar o qué?


—Cómo cree si ya no estoy en edad.


—Cómo no, dile al cabrón ese que te de otro hijito, ¿apoco ya con uno es suficiente? Ni está aquí el cabroncito, ¿sigue estudiando allá donde se fue?


—Pues sí, se supone va a venir a fin de mes para celebrar con su papá.


—Chamacos cabrones, así son todos, por eso te digo que hagas otro. Para ti. La semana pasada Mari y yo fuimos al cumpleaños de uno de los hijos de Jaime Iván y sabrás que va a tener otro, de verdad, me dijo Mari que la esposa de Jaime ¿cómo se llama? la de pelito corto.


—Marcía


—Esa. Que la Marcía lleva dos meses de encargo y el Jaime todavía va a querer otro. Pinches calientes. Por eso te digo, chula, que tú encargues al tuyo. Marcía tiene la misma edad que tú ¿no?


Quémalos a todos.


La pachanga se alargó hasta el anochecer.


Patricia regresó sola a su casa. Azotó las botellas de vino y aventó los floreros y los retratos contra la pared, rasgó las hojas de su diario y les prendió fuego. Empezó a gritar, la sirvienta trató de calmarla y ella le arañó la cara. Rompió hasta los cristales del ventanal. Tomó la agenda de su marido y la apuñaló con el lapicero, al mismo tiempo que gritaba, ¡lo odio!, ¡lo odio!, ¡lo odio!, la apuñalaba y escribía al mismo tiempo que deseaba. ¡Lo odio! Odio ser yo, odio estar así, odio el éxito y la felicidad de los demás porque yo no la tengo, la envidio, la envidio todos los días cada vez que la veo, odio no tener el reconocimiento y el dinero y el éxito que sé que merezco. Merezco ganar, merezco abundancia, merezco ganar, merezco abundancia, merezco ganar, merezco abundancia, merezco ganar, merezco abundancia, merezco ganar, merezco abundancia, merezco ganar, merezco abundancia, merezco ganar, merezco abundancia, merezco ganar, merezco abundancia, merezco ganar, merezco abundancia, merezco ganar, merezco abundancia, y no me importa escribirlo en todos lados y agotar las páginas de mi diario, no me importa seguir escribiéndolo sobre el mismísimo dinero de todos los demás. No me importa llenar mis cajones y mi caja fuerte y las bóvedas y mi casa entera y las residencias y las empresas y el pinche y mugroso estado escribiendo todo, todo lo que merezco.



Varios años después la policía halló en la primera página de los diarios de Patricia Dorantes lo siguiente:


“Querido Diario, si platicas con mi madre, te va a contar la historia de un bebé que nació a principios de la primavera en un día muy caluroso, que vino al mundo en la misma cama en la que fue hecho, y que esa tarde cayó un aguacero tan bárbaro que inundó las colonias hasta el cuello. Si platicas con mi madre sobre ese bebé, te va a decir que nació para lo grande, te va a decir que yo había nacido para hacer algo tremendo”.


 

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