- Virginia Arieta Baizabal
El poder de La Palabra (a propósito del No. 44 de La Palabra y el Hombre)
[*] La Palabra y el Hombre, no sólo es la revista emblemática de la Universidad Veracruzana; es la revista emblemática de muchos veracruzanos. El orgullo crece exponencialmente cuando, fuera del terruño, uno observa en diversos espacios (académicos y no) que el nombre de la Casa Editorial de la Universidad Veracruzana destaca por su alta calidad del trabajo, sobresaliendo de entre todas, mostrando al mundo la grandeza de nuestra Universidad y cumpliendo con la importante labor de complementar la significación de profundos textos, donde La Palabra y el Hombre ocupa un lugar notable.
He intentando preparar una presentación acorde al contenido de la sección “Estado y sociedad”, presente en el número 44; al contexto, el marco de la Feria Internacional del Libro Universitario (FILU) dedicada a la expresión escrita; y a mi profesión, la antropología. Seré muy honesta, no fue nada complicado. Estoy plenamente convencida de que la escrupulosidad en el estudio del hombre, su sociedad y las diversas maneras de organización, tal es el caso de la política, requiere necesariamente la del lenguaje. Articular nuestra labor –en cualquier esfera en la que se centre- con la del papel del escritor, se vuelve trascendente cuando pretendemos tener injerencia social, misma que puede ir desde la difícil intención de reconstruir un Estado roto, tal y como lo presenta la entrevista de Lino Monanegi a Juan Villoro; hasta la renovación de teorías sobre psicosis a través de la agridulce creación literaria de pacientes psiquiátricos como expone Juan Capetillo Hernández en su análisis sobre la obra de Lacan; pasando por una investigación sobre la violencia, el dolor y la zozobra manifiestos en profundos textos depositados en lapidas urbanas como lo muestra Norma Esther García Meza.
El metadiscurso humanista imperiosamente tiene que estar vinculado a la escritura expresiva pues sólo así seremos capaces de reconocer y comprender la diversidad social, algo que La Palabra y el Hombre ha logrado de manera extraordinaria en cada número, y como ya he embozado de manera apenas superficial, el presente no es la excepción. Por si fuera poco, este maremoto de ácidos sentires, se acompañan de forma perfecta con los dibujos de Elisa Malo sobre personajes marginados: vagabundos, locos y mujeres raras. Actores increíbles, pero no irreales, pues están ahí y son parte de la sociedad como los somos cada uno de nosotros. La conjunción perfecta de tópicos e imágenes logra penetrar en el lector mostrando el poder del lenguaje.
El número 44 tiene un dejo de melancolía que inicia desde la portada e incrementa durante el prólogo. No profundizaré en ello, pero la sensibilidad en las palabras que inician con la emotiva narración sobre el fallecimiento del Maestro Pitol, justo antes del cierre de la edición, no cesan con los textos incluidos en la sección “Estado y sociedad”.
Me centraré ahora en el primer artículo, que versa sobre una Conversación con Juan Villoro de Lino Monanegi que trata de entrevista hecha por el mismo autor al periodista y escritor, realizada durante el acompañamiento que este dio a la candidatura presidencial por el Consejo Indígena de Gobierno, de María de Jesús Patricio Martínez, Marichuy, doctora en herbolaria y medicina tradicional. Contexto por demás revelador de una postura literaria y política. Llamó por mucho mi atención, la pregunta con la que inicia la entrevista:“¿Los escritores contemporáneos en México se han desatendido de la labor intelectual, abandonando cualquier compromiso político y social?”. Mientras leía la respuesta de Villoro sobre enormes ejemplos de literatos, desde Paz hasta Revueltas, que han tenido una participación social importante a lo largo de la historia de México y que dejan de manifiesto la crisis actual de una sociedad para la que pesa más lo cuantitativo que lo cualitativo… Mientras leía los cuestionamientos del autor y los argumentos del periodista, donde constantemente se revaloriza a los pueblos originarios como los dadores de lecciones para la resolución de los diversos problemas a los que se enfrentan dejando en claro su compleja cosmovisión... Mientras leía dicho texto, donde se sueña con la reconstrucción de un Estado roto, pues la idealización no sólo es intrínseca al escritor, sino a todos los mexicanos que añoramos una transformación social…. Al avanzar en la lectura, no dejaba de aparecer en mi mente una mayor preocupación, por lo menos una de carácter propio. Me explico: si la pregunta estuviera dirigida a mí, o cualquiera de mis colegas antropólogos, es decir, si la interrogante fuera: ¿Los que tienen el compromiso social con esos pueblos originarios de México se han desatendido de la escritura, abandonando su verdadera labor de difundir sus saberes y exponer esas voces? Temo que la respuesta sería: sí, rotundamente. Vivimos en una sociedad que valora más los incentivos económicos ganados a través de escritos rigurosamente técnicos, que a la creencia. Aunque la respuesta desoladora es, no es mi intención con ello desanimar. Lo que deseo resaltar es lo que logró el artículo, desde mi punto de vista el primer paso para provocar el cambio, me refiero al difícil acto de autocuestionarnos.
Muy ad hoc al tema, entre la necesaria divulgación de las ciencias sociales a través del leguaje escrito, la paranoia de una sociedad sin equilibrio y la psicosis de quienes tiene el poder de gobernar al mundo, hace su aparición el artículo de Juan Capetillo Hernández. En “La escritura de la locura: el caso Schreber, Lacan y la Psicosis” nos muestra que los locos sí escriben. Los enfermos mentales como autores de textos literarios son eje rector de cuestionamientos como los que el autor intenta responder a lo largo de su texto. Destaco sólo algunos: ¿Se tratan de creaciones artísticas, las letras en los cuadernos de los paranoicos? ¿es literatura?, ¿es poesía? A través de un análisis basado en tres grandes momentos del pensamiento de Lacan, en torno su tesis sobre la psicosis, el autor introduce al tema de forma contundentemente con del famoso caso del jurista alemán Schreber y su autobiografía sobre sus delirios psicóticos.
Amén del intrínseco interés que el psicoanálisis lacaniano y el caso específico del juez Schreber tendrá para los estudiosos de esa disciplina, me parece que motivan interrogantes interesantes y que conciernen al grueso de la sociedad que, día con día, experimentamos la espiral de violencia que ha azotado al país por ya más de una década. Pienso específicamente en una: ¿qué puede hacer por nosotros la escritura? Las Memorias de un enfermo de nervios del jurista alemán, además de permitir el avance en los estudios sobre las enfermedades mentales, tuvo un efecto catártico en el propio escritor que, en cierta medida, mitigó la gravedad de los síntomas de su enfermedad. La escritura, entonces, se muestra una vez más como un medio adecuado para procesar experiencias traumáticas tanto para el autor como para sus lectores. En los días aciagos que vive nuestra república, es una verdad que conviene tener bien presente.
De hecho, otro buen ejemplo de ello se encuentra en el tercer artículo de la sección: “Arpillería xalapeña o un acercamiento a la ciudad violenta” de Norma Esther García Meza, donde el atribulamiento llega a su cúspide. Se trata de una “suave” manera de exhibir la cruda realidad de una ahora violenta ciudad, basándose en la analogía entre los simbólicos bordados sudamericanos y las palabras plasmadas en las lápidas urbanas. García utiliza esta aproximación para recordarnos que la representación de la memoria tiene muchas caras, como lo es la violencia y el dolor. A través de un caso por todos los xalapeños conocido, y por muchos olvidado, la autora consigue hacer visible y volver a llenar de significado el sentir de una madre que extraña a su hija, perpetuando sobre el olvido de un sociedad lastimada y asustada, el dolor y la violencia a través de la palabra.
Para mí esta arpillería xalapeña es, a la vez que un valioso rescate documental de estas elegías urbanas, un llamado a revisar la historia reciente de nuestra ciudad, a recordar cómo vivíamos los xalapeños hace diez o quince años, y a comparar esa ciudad con la que hoy habitamos. A reconocer las diferencias y rehusarnos a normalizar la violencia que nos envuelve. La memoria de lo que fuimos y su contraste con lo que somos, al final, se erige como un categórico llamado a la acción. Pasar desapercibido algo como esto nos condena, cuando la solución está en todos.
Concluyendo, la sección de “Estado y sociedad” de este número 44 de La Palabra y el Hombre, contiene: el sueño sobre la reconstrucción de un Estado roto por medio del intelecto y la escritura, la locura adueñándose de la pluma y escritos que nos recuerdan que más que el dolor, lo que destruye es el olvido.
Así es el poder de la palabra.
[*] Esta reseña es una transcripción de la presentación de la sección "Estado y sociedad" contenida en el número 44 de la revista La Palabra y el Hombre, Revista de la Universidad Veracruzana, llevada a cabo el en marco de la Feria Internacional del Libro Universitario (FILU).