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Daniel Arriaga Guevara

El juego de frontón y la reafirmación del tiempo cósmico

Para la banda frontonera.

El presente texto es una etnografía sobre el juego de frontón corto en la Unidad Deportiva Municipal Licenciado Miguel Alemán Valdés del municipio de Celaya, Guanajuato. La etnografía está escrita desde un punto de vista “Emic”, es decir, es la descripción del fenómeno social desde la mirada de un participante de dicha práctica.



Con la exposición de esta etnografía se pretenden alcanzar dos objetivos, el primero es presentar al lector no sólo las reglas y características de una práctica expandida por algunas zonas del país, pero carente de la popularidad de otras actividades atléticas. Por otro lado, se persigue revelar la importancia del punto de vista “Emic” para la investigación social como una forma de entender los comportamientos socio-culturales como realidades complejas, donde el punto de vista del participante, junto con el del investigador, deben ser tomados en cuenta para construir una perspectiva integral del hecho social a estudiar.


Además, el texto también es una crítica a las posturas antropológicas que propugnan el exotismo, cuando la realidad inmediata de los científicos sociales requiere de una reflexión antropológica desde una postura de extrañamiento que revele el sentido profundo de la cotidianidad contemporánea.


La variedad de frontón que se describe en el presente texto es conocida como frontenis y tiene su origen en México, país de donde han salido numerosos campeones mundiales. Las medidas oficiales de una cancha de frontón según la Federación Española de Pelota (en este punto es necesario señalar que todos los juegos que se practican con una pared de frente y una pelota tienen su origen en el país Vasco) son las siguientes: la pared de frente, llamada frontis, mide 10 metros de largo por 10 de ancho, la pared lateral mide 30 metros de largo por 10 de alto y la pared, mentada como rebote, tiene las mismas medidas que el frontis. El cuarto lado de la cancha queda descubierto, con un espacio que según las reglas oficiales debería medir 3 metros de ancho, estando delimitada con una malla metálica.


En el caso de los frontones de la Unidad Deportiva Municipal de Celaya no se respetan las medidas oficiales, sin embargo, tienen un tamaño cercano al reconocido por la F.E.P. y se encuentran en condiciones óptimas. Tan es así que, en los últimos años, se han realizado torneos nacionales en dichas instalaciones. Estas canchas están orientadas una hacia el oriente y la otra hacía el poniente, a un costado de éstas se encuentran cuatro rebotaderos, dos a cada costado de los frontones “oficiales”, orientados hacia el norte y el sur. Los rebotadores son canchas con medidas reducidas y que reciben ese nombre debido a que fueron hechos con la intención de que los jugadores de las canchas de frontenis, conocidas como canchas de frontón largo, practicaran sus tiros y calentaran antes de jugar.


A diferencia de los frontones largos, los rebotaderos sólo tienen dos paredes, un frontis de 10 metros de alto por 8 de ancho y una pared lateral de 10 metros de largo por 10 de alto, a la que se le suma un tramo de 4 metros de largo de malla metálica y un metro sin superficie de rebote, terminando el límite posterior de la cancha en una alcantarilla que delimita la superficie.


La práctica del frontón en el rebotadero tiene algunas características que lo hacen muy diferente del juego en la cancha larga, una de éstas es la falta de pared de rebote, además de los últimos 5 metros, 4 de malla metálica y un metro sin respaldo. Otra singularidad es que el frontón donde jugamos se sitúa hacia el oriente y la única pared lateral hacia el sur, provocando que el juego se desarrolle de manera inversa a como lo marcan las reglas oficiales, es decir, el muro queda a tu lado derecho, por lo que tienes la facilidad de contestar las bolas pegadas a la pared o a la malla de derecha, mientras que en la cancha larga la pared lateral te queda a la izquierda. Otra diferencia es el tipo de pelota con la que se juega, siendo la de los rebotaderos de color amarilla, con una medida aproximada de 15 cm de circunferencia, es de plástico duro y tiene un bote no tan vertiginoso comparado con el de la pelota de la cancha larga.


Estas características hacen distinto el juego de frontón corto a como lo marcan las reglas oficiales. Por ejemplo, el hecho que esté la malla hace que la pelota bote de una manera irregular, provocando que algunas veces la reja te entregue una pelota fácil de contestar y otras de plano imposible o con un alto grado de dificultad, lo que provoca que tengamos una manera propia de jugar con las siguientes reglas básicas:


1.-La pelota sólo puede rebotar una vez dentro de la cancha, al segundo bote se considera mala.

2.- Una pelota es buena cuando pega en el frontis y rebota en el suelo dentro de la superficie de la cancha, la cual está delimitada con una franja roja y en las paredes con una chapa metálica que se encuentra a 40 cm. del piso.

3.- Si una pelota, luego de rebotar en el frontis, se dirige hacia la malla de manera directa y ésta la arroja hacía afuera de las demarcaciones del frontón se considera mala.

4.-Durante el saque, el jugador debe botar una vez la pelota en el suelo y luego mandarla hacia el frontis teniendo que regresar más allá del límite señalado de 3 metros.


Cabe agregar que, mientras en la cancha larga los jugadores piensan en una profesionalización mediante la participación en torneos nacionales e internacionales donde se juegan premios con cantidades importantes de dinero, en los rebotaderos los participantes, percibimos el juego como una actividad amateur debido a sus características particulares. Es decir, como un esparcimiento que permite ejercitarse, aunque hay algunos casos en que los practicantes comienzan jugando en la cancha corta para luego de un tiempo pasar a las canchas largas, asumiendo una lógica de competencia.



Todos los días llegan grupos de personas de diferentes edades y diversos estratos sociales, especialmente familias de clase media y clase baja a “pelotear” a las canchas. Muchos practican la modalidad del frontón de mano, que se practica solo con una pelota de tennis o “peluda” y las manos; esta modalidad también es muy difundida no sólo en México sino también en algunas regiones de América Latina.


A continuación describo la forma como organizamos el juego dentro del grupo de frontoneros al que pertenezco, el cual se junta a ‘cascarear’ los días martes, jueves, sábados y domingos desde las dos de la tarde. Existen otros grupos con los que también jugamos aunque asisten en otros horarios, y ellos también asisten a jugar en los días y horas que jugamos nosotros, sin embargo, si uno asiste al rebotadero del extremo norponiente a la hora y días señalados, nos pueden ver jugar sin falta.


Empezamos a jugar, como mencioné, a partir de las dos de la tarde, sin embargo no hay una hora específica para llegar ni para irse. Los primeros en aparecer llegan en bicicleta, otros llegamos caminando y algunos en automóvil; vestimos ropa deportiva: shorts, playeras y tenis; otros se presentan con ropa casual pero cómoda: pantalones de mezclilla y playeras sin mangas. Lo que distingue a los frontoneros del resto de los visitantes de la unidad deportiva es la raqueta que portamos en su funda, las manos o sobre el hombro.


Por lo regular, la “reta” empieza en cuanto se juntan las primeras cinco personas, o sea dos parejas y un bolero, cuya tarea es ir por las pelotas para que los participantes no se distraigan mientras se efectúa el juego. Las parejas se organizan conforme al orden de llegada de los jugadores. Por ejemplo, en el caso de que haya cinco participantes, los dos primeros en llegar juegan contra el tercero y cuarto, mientras que el quinto bolea y espera a que arribe otro jugador, y en caso de que no se presente nadie más, los perdedores del juego anterior echan un volado para ver quién entra con el bolero.


Suponiendo que no aparezcan los cuatro participantes necesarios para jugar en parejas se pueden jugar singles, es decir, uno contra uno, cuestión que no es muy frecuente ya que durante los días señalados se pueden juntar hasta ocho parejas, aunque el promedio de jugadores que asiste es de ocho personas por día.


El juego es a diez puntos, en caso de que empatemos a nueve el sacador decide si se efectúan otros dos puntos, hecho que se designa con la expresión “sube”, o que “muere”, es decir, que se juega a un solo punto. La disputa por un punto dura un promedio de tres a seis minutos, aunque hay veces que se pueden alargar a hasta ocho o diez minutos, por lo que cada juego dura un aproximado de dieciocho minutos promedio.


La práctica de este deporte requiere de agilidad, destreza, condición física e inteligencia espacial, y como reza el dicho: la práctica hace al maestro, por lo que los jugadores más experimentados saben dónde posicionarse dentro del frontón para alcanzar fácilmente la mayor cantidad de pelotas, además de que tienen un control motriz perfeccionado que les permite dirigir la bola al sector de la cancha que desean.


Mientras el juego se desarrolla, el resto de los competidores se convierte en espectador. Pero aquí no ocurre como en el ajedrez, donde los mirones son de palo, sino al contrario, y usando una expresión de los comentaristas deportivos: el público se convierte en otro jugador, al comentar, apoyar o hacer burla a alguno de los contendientes. Y es que entretanto las parejas compiten, no sólo físicamente sino también mentalmente, en las inmediaciones de la cancha hay una banca puesta por nosotros, que realmente es un durmiente del tren, desde donde observamos el desarrollo del juego y al mismo tiempo alguien ya llegó con una caguama, otro trajo la botana y un tercero saca una bocina con música de distintos géneros.



La “jugada”, o el conjunto de retas que se arman entre los competidores durante un día específico, termina en cuanto “se apaga la vela”, es decir, cuando deja de haber luz solar que permita ver la pelota, cosa que depende del horario vigente. Sin embargo, la convivencia continúa. Esto es relevante no sólo porque la convivencia fuera de la cancha repercute en el desempeño de los que están jugando, sino que además es parte primordial de la apropiación del espacio, en este caso, el de sentir el rebotadero de la Deportiva como un territorio propio.


Otra forma de apropiación de los frontoneros y que a la par otorga pertenencia, pero en este caso relativa al lenguaje, son los modismos que utilizamos para referir alguna jugada o hecho preciso del juego. Ya he mencionado algunos como “muere”, “sube”, “se apaga la vela” o “peluda”, a los que se pueden agregar: cuando una pelota pega en la chapa metálica se dice que “chilla” o “chismea”, por el singular sonido que hace, o al jugador que constantemente manda sus bolas hacía la malla se le nombra “mallero”. Otro ejemplo es cuando una pelota pasa por en medio de los dos competidores sin estos lograr ponerse de acuerdo en quién la contesta, situación que llamamos “la matrimonial”.


Este conjunto de apropiaciones, tanto lingüísticas como territoriales, ocurridas en las canchas de frontón de la Unidad Deportiva Miguel Alemán Valdés hacen que no sólo sea un espacio de entretenimiento sino un lugar que se torna en espacio ritual al diluir el tiempo lineal y convertirlo en un acontecimiento: “El juego es por el contrario una máquina que transforma la sincronía en diacronía” (Agamben en Llorente, 2015:29).


Nuestra práctica del frontón, al mudarse en un acontecimiento donde el pasado y el presente ya no tienen conexión, provoca que todo suceda de otro modo y la experiencia espacio-temporal (el juego) se ligue completamente al placer, ubicándonos en una concepción cósmica del tiempo, noción cercana a la naturaleza (el ritual), alejándonos de la lógica occidental del tiempo, la cual corresponde con la puntualidad, es decir, un tiempo continuo, lineal e infinito; convirtiendo al juego de frontón en una actividad “sagrada” y a la cancha en un espacio ritual.


La concepción ritual del juego cierra su ciclo con la convivencia fuera de la cancha, donde los asistentes reafirmamos nuestros lazos emotivos y somos participantes-espectadores del mismo juego hasta el fin de nuestros días: “En el juego solamente sobrevive el rito y no se conserva más que la forma del drama sagrado, donde cada cosa a su vez resulta invertida” (Beneviste en Llorente, 2015:30). Al final no importa tanto quién gana, sino que el ritual se lleve a cabo para seguir manteniendo el tiempo cósmico vigente.


 

Referencias


Eliade, M. (1998). Lo sagrado y lo profano. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica S. A.


Llorente, J. (2015). La experiencia entre el rito y el juego. 5 de enero 2018, de hipo-tesis Sitio web: http://www.hipo-tesis.eu/fscommand/hipo3/llorente.pdf


Schaffhauser, P. (2010) Aurora González Echeverria, la dicotomía emic/etic. Historia de una confusión. 5 de enero de 2018, Sitio web: http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-39292010000100009


 

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