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  • Noelia Anahí Sarabia Sáenz

Palomar y la formación del espíritu científico


En La formación del espíritu científico, Bachelard (2000) describe cómo es que partimos de una imagen (lo concreto, fruto de la curiosidad), buscamos darle forma, ajustarla a un esquema que nos permita asirla (concreto-abstracto) para, al desligarla de la experiencia inmediata, lograr al fin el pensamiento científico (abstracto). El autor expresa que este proceso hacia la ciencia involucra también una posición afectiva. Así, al enfrentarnos a lo concreto, nuestra mirada será pueril, de asombro: al esquematizarlo, esa mirada se dogmatiza, somos como profesores que encerramos el saber para repetirlo incansablemente. Sin embargo, lo que verdaderamente le da el carácter de ciencia es un tercer estado, cuya base afectiva es, en palabras de Bachelard, dolorosa; un trance que nos invita a cerrar los ojos ante lo fenomenológico, lo experimental y, entonces, abstraer. Tal es el espíritu científico.


En 1983 Italo Calvino publica Palomar, una obra que consta de 27 narraciones organizada en tres capítulos que parecen retratar, de la mano de su protagonista, el señor Palomar, los tres estados para llegar al conocimiento científico planteados por Bachelard: 1) imagen, 2) geometrización y 3) abstracción. ¿Cómo se relaciona el texto de Calvino con lo planteado por Bachelard? Calvino deja que sea el propio personaje quien nos lleve de la mano hacia una reflexión cada vez más profunda del mundo que lo rodea para darse cuenta de que, a la par, reflexiona sobre sí, pues humano y mundo son elementos que se interconectan, se necesitan el uno al otro para ser. Mientras Bachelard señala tres estados o fases dentro del proceso científico, Calvino expone tres momentos en la vida de Palomar: 1) las vacaciones de Palomar, 2) Palomar en la ciudad y 3) los silencios de Palomar, en los cuales observamos la gran sed de conocimiento del ser humano, en general, y del protagonista en particular. Cómo constantemente tratamos de asir y comprender aquello que, a simple vista, puede resultar extraño o incluso mágico, hasta llegar a su abstracción y comprensión.


1. Las vacaciones de Palomar o cómo se desarrolla el pensamiento empírico


De principio a fin en la narración, Palomar observa, pero lo hace desde distintas perspectivas y bajo distintas miradas. La mirada inicial sucede en la playa, donde pareciera detenerse en la contemplación inocente de las olas, mas no es así, pues a Palomar lo asalta su instinto científico, aquel que lo incita a buscar patrones, formas y secuencias en el ir y venir marino, algo que le permita delimitar, en espacio y tiempo, un modelo y con ello, obtener un objeto de estudio específico: una ola, no todas, una. Palomar se encuentra de narices con la imagen, lo fenomenológico de la experiencia directa y la sufre, sufre el saber que los patrones y repeticiones existen, pero aún no puede delimitarlos, sabe que cada ola es única, pero no puede definir en qué radica su unicidad porque suceden tan rápido, que se le escapan antes siquiera de terminar de observarlas. Tal es el problema, inicial y eterno, de las ciencias sociales, el enfrentarse a una realidad tan cambiante en tiempo y espacio.



Pero la realidad también es determinada por las circunstancias, por el momento histórico y por la subjetividad de las personas que llevan a una limitación de la mirada, sea científica o no. Los prejucios, las creencias, la tradición, nos colocan gruesos filtros en los ojos que observan la realidad, nos la filtran y muestran bajo sus propios enfoques, no bajo la luz objetiva. Palomar da cuenta de ello cuando pasa de mirar las olas a mirar su entorno, para toparse con un pecho desnudo que no se atreve a ver, que nulifica porque la sociedad así se lo indica. Se niega a contribuir a eso y vuelve la mirada, una y otra vez, ora convirtiéndolo en parte del paisaje, ora mirándolo abiertamente, para darse cuenta de que él ha logrado quitarse el prejuicio, pero el resto del mundo no. Bachelard ya había advertido en La formación del espíritu científico, lo peligroso que era seguir atados a las tradiciones impuestas, hay que romper con ellas y buscar la duda.


Por otro lado, el sol vespertino le brinda a Palomar la oportunidad de plantearse si la realidad existe en sí misma o si es el mismo ser humano el que la hace existir. Después de observar y reflexionar, decide que la realidad existe sin él, pero que es él quien la construye. He aquí la primera mutación de la mente de Palomar, una mutación hacia la conciencia, la esquematización racional de lo que observa, identifica que el fenómeno existe en la realidad, pero es a través de la construcción que el investigador haga de él que este se transforma en objeto de estudio. Poco a poco avanza hacia el segundo estado bachelariano, la geometrización, solo le queda un asunto por concientizar. Escuchando a los mirlos comprende que hay construcciones que pueden tener no una, sino muchas perspectivas, algunas incluso contrarias, pero igualmente posibles. ¿Cuál será la verdadera? No importa, el sentido está en que existen y están ahí para ser conocidas.


La contemplación de la luna y las estrellas aporta nuevos elementos al incipiente espíritu científico de Palomar, le muestran que cuando la estadística no es suficiente, entra la particularidad, que tal como lo indicó en su momento Bachelard, toda luz lleva sombra, lo que provoca, en el caso de Palomar, una desconfianza sensorial, una necesidad profunda de atenerse solo a lo que ve. Pronto se da cuenta de que cada objeto pertenece, está inserto en un todo, podemos aislarlo de su contexto, pero para comprenderlo es necesario regresarle su carácter de elemento de algo mayor. Palomar avanza hacia el conocimiento científico.



2. Palomar en la ciudad: distintas teorías, distintos modelos


En esta segunda parte, Palomar sigue en la observación de su entorno, pero prueba algo nuevo: prueba a alejarse de sí mismo y verlo desde otra perspectiva. Así, desde la terraza de su hogar intenta observar la ciudad como si estuviera ubicado en otra terraza, trata de imaginar cómo sería ver la ciudad desde una perspectiva área, otra al ras del suelo, una más brincando los tejados. Al alejarse del objeto-ciudad que mira, le es posible ver aspectos en los que antes no había reparado, se aleja de su propia subjetividad y sus limitaciones. De nuevo, esto nos recuerda a Bachelard y su invitación a no conformarnos con la experiencia común, hay que traspasarla.


Este identificar que hay detalles que no son posibles de captar bajo una sola perspectiva le es más evidente a Palomar con dos sucesos: el vuelo de los estorninos y el ir de compras de comestibles. En ambas situaciones se le presenta el problema de la elección, ver un pájaro o un conjunto de pájaros, elegir tal o cual queso, pero el problema no radica en el qué elegir sino en el cómo elegir lo adecuado (que no lo correcto, pues la corrección es subjetiva), pues cada uno da información que otro no da, estemos hablando de pájaros, quesos o fenómenos sociales, de la misma forma que hay distintas teorías para explicarse lo que se observa. ¿Qué hacer entonces? Hay que recurrir de nuevo a Bachelard: todo conocimiento es la respuesta a una pregunta, hay que hacer las preguntas necesarias para obtener la información que nos lleve a elegir aquello que nos permita acercarnos más a lo que deseamos conocer.


Eso sí, no hay que olvidar que el objeto llama al investigador, lo ha distinguido de entre el resto por algo, algo que atrae su atención e interés, tal como dice Palomar: “todo queso espera su cliente”. De ahí que también haya que recordar que la construcción de un fenómeno, de un símbolo, de un significado, es propia, cada persona o sociedad se la otorga. Por tanto, toparse en forma consciente de este hecho, del descubrimiento de cómo aquello poseedor de una subjetividad, lo es por determinación propia o de otros. Palomar da cuenta de ello al observar a Copito de nieve, el mono albino del zoológico de Barcelona, y su aferramiento a una llanta, la cual lleva y trae. La llanta tiene un significado para el mono, uno que Palomar no conoce, pero que intuye y analiza al verlo desde fuera, sin que la subjetividad de esa llanta lo toque. Tal es el papel que debe tomar un investigador, una vez apreciada la imagen, lo evidente, alejarse, ver lo que desea estudiar desde fuera, aunque uno sea partícipe de ese mundo de subjetividades. De no hacerlo, se conformará con la primera vista y diseñará todo su análisis con base en prenociones, en prejuicios y apariencias que, en palabras de Bachelard, lo llevarán a generalizaciones e hipótesis no verificadas. Es momento de soltar nuestra llanta.



3. Los silencios de Palomar y la multiplicidad


Palomar es un viajero constante, algo recurrente en las narraciones de Calvino, quien gusta de situar a sus personajes como errantes que visitan ciudades varias y exóticas. De ahí que Palomar no sea la excepción y lo lleve, en este tercer momento, hasta Japón y México. En Japón inicia su proceso de abstracción, en el famoso jardín Rupanji, la lisa superficie de arena interrumpida por rocas de distintos tamaños, que incita al silencio y la quietud, a dejarse llevar por lo que se mira y siente, a escuchar a la piedra, tanto la de grandes dimensiones como la minúscula que conforma la arena: el todo y la parte. En contraste, la multitud ruidosa y apretujada que lo rodea, siguiendo sin éxito las instrucciones contenidas en una guía turística. Arena y multitud se semejan, en ambas se encuentran patrones que descifrar. Palomar entiende que no hay instrucciones precisas para decodificarlos, el ser humano es tan complejo que no puede ser observado y analizado desde un mismo modelo. En el jardín Palomar lo entiende. ¿En qué momento lo entiende el investigador?


En las ruinas de Tula, Palomar se acerca a una respuesta a la pregunta anterior, se enfrenta a una situación similar a la leyenda tras las mil y una noches, donde se explica cómo fue que Sherezada pudo sobrevivir a las órdenes de su marido narrándole un cuento interminable. De la misma forma, Palomar se descubre en un mundo lleno de significados, significados que a su vez, como muñecas rusas, encierran otro significado. De esta forma, algo significa algo, que significa algo, que significa algo, que…así, hasta el infinito, como el cuento de Sherezada. ¿Cómo delimitar los significados?, ¿cómo interpretarlos y asirlos? Ya se mencionó anteriormente que no hay una sola perspectiva de las cosas sino varias, de la misma manera que no existe un solo modelo sino varios para su estudio. Bachelard lo explica en una frase: “experiencia que no provoca debate, ¿de qué sirve?”. La duda, aún de lo comprobado, es el principio de la pregunta, y la pregunta el inicio del conocimiento. La curiosidad, cuando es satisfecha, detiene el espíritu científico; cuando responde a una pregunta y, al instante, genera una nueva duda, lo eleva.


Al final de la lectura, Palomar se torna reflexivo, íntimo, ha observado y viajado tanto que es momento de hacer algo con ello. Busca una manera de interpretar los datos obtenidos y nuevamente descubre que no hay un solo método de interpretación, que, en el mismo momento que se trata de entender lo humano, el método debe ser adaptable, flexible, construido y no deducido, pues el ser humano es así, distinto, variable, cambiante. El asunto es abrumador. La experiencia se transforma en la ventana a través de la cual el mundo mira al mundo, todo lo que ha vivido, lo conforma y le ayuda a entender lo que es y no que no es. Cada momento histórico nos ayuda a comprender los aspectos y factores que rodean a un sujeto, a un fenómeno, a nosotros mismos. Somos suma de experiencias propias y ajenas. Por esa misma razón, el investigador social no puede abstraer o generar conocimiento si no es consciente de ello, si no contempla y ubica (subjetiva y objetivamente) el momento histórico en el cual surge el fenómeno que estudia.


Es así que Palomar traza, con su propia vida, con su propia experiencia, el paso del pensamiento empírico al científico. Inicia contemplando las olas del mar para asir una realidad que cree única. Finaliza abstrayendo su propia experiencia y de ese modo comprende quién es y termina comprendiendo también al resto de la humanidad, genera un conocimiento que transforma su “muerte” en vida, pues se reproduce en cada uno de los que leen su historia, hace surgir pensamientos, ideas, dudas…nuevos ciclos inician con otros Palomares llenos de curiosidad insatisfecha aún.

 

Referencias

Bachelard, G. (2000). La formación del espíritu científico. 23ª ed. México: Siglo XXI.

Calvino, I. (1997). Palomar, traducción de Aurora Bernárdez. Madrid: Siruela.

 

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