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  • Erick B. Villanueva Villaseñor

Narciso moderno, futuro Pigmalión


Hoy en día no son pocas las empresas que ofrecen sus diferentes bienes y servicios en plataformas de Internet o en alguna aplicación para celular; utilizan comerciales en donde describen las ventajas de realizar compras por vía electrónica: más rapidez, servicio a domicilio, promociones especiales, disponibilidad de stock superior a las tiendas físicas, artículos más novedosos, entre otras. Las ventajas expuestas son casi siempre referentes a la conveniencia del consumidor y es por esto por lo que me asombró ver un comercial en el que se expone, explícitamente, otra aparente gran ventaja de las compras en línea: en el cine, previo a la función, la cadena de cines proyecta un comercial propio que empieza con una fila para comprar boletos para alguna función. Solamente hay dos parejas, una detrás de otra, y la primera sale de la fila después de haber adquirido sus entradas, molesta ante una experiencia desagradable. Pasa la siguiente pareja al módulo del mismo y único boletero, y el cual es feo, desaliñado, cabello mal peinado, granos en todo el rostro y una expresión perversa con la que mira lujuriosamente a la chica y con desdén a su pareja. Mientras la pareja intenta comprar sus boletos el encargado actúa extrañamente y logra incomodar a los compradores, resultando en una salida como la de la primera pareja. Después viene el anuncio: “Compre sus boletos en línea o con la app”[1] (Evítese un mal rato, evítese un incómodo momento de interacción con un extraño, ya no tiene necesidad de estar aguantando este tipo de cosas). ¿Cuándo comenzó a ser la falta interacción personal una gran ventaja?


Pese a las grandes migraciones de los siglos XX y XXI y la convivencia de diferentes culturas en los mismos espacios, ya sean materiales o virtuales, no vemos, en realidad, una mejoría en nuestra relación con la otredad, sino todo lo contrario. El gran proyecto de libertad occidental que promete la inclusión e integración de minorías, migrantes y todos los miembros de sus sociedades marcha correctamente en Europa, donde vemos proyectos de inserción social de inmigrantes, particularmente refugiados, y hasta en Estados Unidos, país cosmopolita aunque quizá no por decisión, vemos un progreso en la aceptación de la pluralidad, patente en la creciente participación de latinos, especialmente, en la política del país[2] y el triunfo de estos en ámbitos culturales.[3]


La pluralidad es manifiestamente aceptada, sin embargo, vemos acciones que nos indican lo contrario: individualismo, aislamiento y el desarrollo de tecnologías capaces de hacernos prescindir de la interacción personal. La otredad al ser aceptada en las sociedades ha perdido su valor antitético y el sujeto ha perdido a ese otro a través del cual formaba su identidad; en un mundo sin otredad no puede haber tampoco una identidad y el sujeto buscará refugiar su Yo al contrarrestar su homogenización como se detalla a continuación:


La otredad que representaba ese Otro, temido y odiado por ser ajeno a nuestra cultura y nuestras creencias, ha perdido su alteridad geográfica y cultural tanto por la interacción física como la virtual; la convivencia diaria con personas de todas partes del mundo en las grandes megalópolis ha disipado, poco a poco, estas barreras físicas y las culturales. Los diversos grupos se homogenizan social y políticamente, pero encontramos nuevos mecanismos que generan una distancia entre el Yo y el Otro, distancias que ignoran las características antes utilizadas: raza, sexo, orientación sexual, nacionalidad, religión. Hoy parecen no hacer diferencia estas características y es en las sociedades cosmopolitas, aquellas que también gozan de las mejores economías y los mayores avances tecnológicos, donde se desarrollan nuevas maneras de control de las relaciones interpersonales.


Es a través de las nuevas herramientas tecnológicas y protocolos sociales que son creadas barreras que se diferencian de aquellas creadas por el antiguo sentimiento de otredad en el que todavía encontramos la formación del Yo a partir de la diferencia u oposición al Otro y la subsecuente cohesión social entre grupos con las mismas características (Said, 2016: 86). Parece ser que la presencia de diferentes culturas en las grandes urbes, la globalización dirigida por fines económicos y la formación de la aldea global[4] del Internet no han logrado ni el ideal de paz universal ni un mayor sentimiento de colectividad. Empero, han catalizado estos nuevos mecanismos en los que la otredad es absoluta, es una homogenización del exterior, del afuera del sujeto, pero, así mismo, este sujeto también se encuentra ya en un proceso de homogenización ante el cual se defenderá por medio del aislamiento e individualismo provisto y facilitado por el mercado económico y el desarrollo de tecnologías de telecomunicación y automatización.


Cada día surgen nuevos dispositivos, softwares y apps que nos permiten realizar nuestras actividades cotidianas sin necesidad de un contacto interpersonal: hacer el supermercado a través de internet,[5] pedir una pizza o cualquier alimento por la app o en el sitio web, compra boletos del cine en línea (si es que no has sido ya totalmente convencido por las comodidades de los servicios de streaming),[6] hablar por Whatsapp y Facebook con familiares lejanos, con amigos ocasionales y con compañeros del trabajo. Vemos día a día una tendencia a la automatización de actividades antes desempeñadas por humanos y a la artificialización de los medios del habla y la comunicación a través de interfaces informáticas e inteligencias artificiales (DeCanio, 2016: 280).[7]


Es por esto que no es de extrañarnos que compañías como Microsoft y Apple, desarrolladores de dispositivos y softwares de telecomunicación, y Amazon, sitio web de pedidos en línea, registren ganancias millonarias;[8] proveen productos y servicios que permiten prescindir e inclusive domeñar las relaciones personales otrora indispensables (Drago, 2015). El sujeto se crea así un “espacio vital” en el que es capaz de ser productivo, entretenerse y educarse por las nuevas pantallas del mundo: televisión, internet y celular. El sujeto habita estos espacios virtuales en el que se crea una realidad más cómoda y tranquilizadora en la que la otredad es dominada, domesticada y ridiculizada (Lipovetsky y Serroy, 2009: 28). El extremo de esta creación de espacios vitales es reconocible en el desarrollo de realidades virtuales donde el sujeto es libre de vivir las experiencias que quiera y encontrar sólo aquello que es placentero por su afinidad a él mismo.


No nos es difícil concebir este espacio virtual como un refugio del sujeto ante su pérdida en el espacio material, no sólo en un sentido espacial, sino también ideológico: la pérdida de la identidad brindada por la pertenencia a un grupo social con características “únicas” y “diferentes”, en función de la comparación con la otredad, ante la pluralidad de las sociedades posmodernas (Berger y Luckmann, 1997). Son estos nuevos espacios virtuales, así como las subculturas o tribus urbanas en los espacios materiales, en los que el sujeto se repliega para expresar y dar rienda suelta a su individualidad. Pero hemos de reconocer este movimiento más como un acto defensivo que uno activo y al espacio virtual como una pasividad en el refugio de la ignorancia.


La gran diversidad de personas en un país y también en algunos espacios virtuales ha obligado a los humanos a interactuar unos con otros pero no ha logrado formar cierta ligazón entre ellos, por el contrario, parece haber detonado la creación de nuevos sistemas de aislamiento e individualismo, esto opuesto al antiguo miedo de la literatura y el cine de principios del siglo XX (Metropolis de Fritz Lang, 1984 de George Orwell y Brave New World de Aldous Huxley, notablemente) en el que se creía que las distopías llegarían a ser una homogenización total. Hoy las distopías (como “Fifteen Million Merits”, en Black Mirror, de Charlie Brooker, Wall-E de Andrew Stanton y The Matrix de los hermanos Wachowski) exponen más el miedo al aislamiento y la desintegración social a consecuencia de la tecnología.


Esta es la gran paradoja de la “nueva era de las migraciones” y la nueva era de la hipercomunicación: entre más entramos en contacto con la otredad, más otra se vuelve, más otra la tornamos. La falta de contacto interpersonal, producto de las facilidades de movilidad, comunicación e información que proveen los espacios virtuales, la automatización, y artificialización de la comunicación, respuesta a la pluralidad ocasionante de una pérdida de identidad y crisis de sentido, merma día a día nuestras capacidades para relacionarnos con otros a nivel personal. Estas tecnologías son incesantemente desarrolladas para poder cumplir las demandas de aislamiento e individualismo del sujeto y advierten la modificación de cambios en la estructura social partiendo del sujeto y su relación con otros.


Sentimientos como la empatía y el afecto ya no son desarrollados en los niños debido a que el principal mediador de la otredad, los padres, demandados por un sistema de hiperproducción, requieren ausentarse para trabajar y son reemplazados en la crianza por la televisión, el internet y los videojuegos (Pineda, 2015: 66-67); estos tres han modificado ya los espacios y modos de convivencia; el soporte virtual ha sustituido los juegos colectivos de exteriores, es decir, se da preferencia a la experiencia virtual aislada sobre la interpersonal y han sustituido tanto la introducción del sujeto a la sociedad como el desarrollo de habilidades dentro de ella.


Inclusive podemos colegir, con poco atrevimiento, que la falta de contacto interpersonal en la vida infantil producto del aislamiento repercute en el individuo hasta a nivel fisiológico al provocar cambios en la estructura cerebral que potencialmente podrían perpetuar y extremar las conductas desplegadas hasta ahora. Es el olfato, más que el tacto, la vista y el oído, el sentido que evoca con mayor intensidad emociones y recuerdos por la conexión del sistema olfativo con el sistema límbico alojado en la corteza prefrontal y la corteza orbitofrontal; la amígdala y el hipocampo, especialmente, son estructuras de este sistema que se relacionan con el humor, la personalidad y la formación de la empatía, que sirve como un agente importante en el desarrollo de un comportamiento prosocial y moral (Spinella, 2009: 605); este elemento olfativo está faltante en nuestras interacciones electrónicas y digitales y es la palabra oral o digital un sustituto poco efectivo para suscitar o generar recuerdos derivados de la comunicación emotiva presencial (Arshamian, 2013: 123-131). Es por esto por lo que podemos ver en la comunicación vía mensajes de texto, la forma de comunicación cada vez más frecuente y ya la más utilizada en la actualidad, un indicio de la creciente preferencia por la interacción con una carga cognitiva, en lugar de emotiva; la comunicación vía mensaje de texto o email, al no ser tan instantánea y efusiva como la comunicación cara a cara o vía telefónica, esta última en menor medida, permite la racionalización de una respuesta y no la visceral reacción.


Inferimos por lo anterior que un posible efecto de la inclinación hacia la artificialización de la comunicación y el aislamiento sea la de una falta de desarrollo de la corteza prefrontal y orbitofrontal, zonas que son activadas durante la identificación olfatoria, y que tenga las mismas consecuencias que las observadas en sujetos que sufren lesiones en esta zona y les sobreviene el síndrome de “sociopatía adquirida”: labilidad, disminución de la emotividad, del comportamiento dirigido a objetivos, falta de perspicacia y una incapacidad o falta de voluntad para adherirse a normas y convenciones sociales pese a conocerlas (Spinella, 2009: 606). A saber: la mengua de la empatía y de las habilidades sociales a causa del progresivo desuso, debilitamiento y desaparición de sistemas y estructuras cerebrales.


Y es que, en realidad, las habilidades sociales y la empatía son cada vez menos necesarias; el encuentro con lo otro, con lo ajeno a nuestra ideología es escaso y controlado en nuestros nuevos espacios virtuales que preferimos habitar. El individuo permanece individuo como tal con ayuda de los smartphones y gadgets, diseñados para adaptarse cada vez más a sus gustos, tendencias y preferencias; el aparato se auto-configura para adaptarse a nosotros: él cambia, nosotros no (Pineda, 2015: 61). Los resultados hiperpersonalizados de Google aíslan al individuo de resultados y perspectivas diferentes a la suya, ofreciéndole sólo resultados con base a su historial de búsqueda y su localización, limitando la experiencia virtual a un campo local y personal (Chaverry, 2015: 42). En Facebook recibimos más notificaciones y “estados” de personas con las que tenemos más intereses comunes e ideologías afines. Hasta Youtube con sus acertadísimas recomendaciones nos incita a permanecer dentro de nuestras afinidades.


Pero es también cierto que paralelo a este aislamiento ideológico en Internet corre, y desde antes incluso, un proceso de homogenización en el campo virtual que espejea la homogenización de la realidad social material del sujeto. En Internet vemos los procesos de la siguiente manera: por una parte la proliferación de un lenguaje universal escrito (el globish y las abreviaciones de expresiones, generalmente en inglés) así como pictórico con una carga emotiva y sentimental (los memes y emojis); por otro lado un multilingüismo, concedido por el traductor de Google que traduce la información a la lengua materna del sujeto, y la posibilidad de configurar y personalizar la interfaz que no tienen otro propósito que el del marketing: se muestra al consumidor que el producto, sea concepto, información o mercancía, está hecho especialmente para él (Cassin, 2008: 145-147).


¿Por qué hemos de pensar al multilingüismo como un proceso paralelo, pero posterior o secundario de la universalidad del lenguaje? Ante la universalidad del lenguaje, causa en la que el inglés es el abanderado, es ineludible la homogenización del pensamiento: si “el inconsciente está estructurado como un lenguaje” y “el lenguaje es la condición del inconsciente”(Braunstein, 2014: 213-216), la instauración de un lenguaje único y universal implica la pérdida del Yo; para contrarrestar esta homogenización, el sujeto apela a su individualidad por medio del uso de su lengua materna y la búsqueda de información circular, es decir, la reincidencia en sí mismo. El sujeto reacciona de la misma manera ante la homogenización a como lo hace en el mundo material: con la exaltación del Yo, un individualismo exacerbado y la personalización de su entorno que forzosamente implica el aislamiento como un refugio de la personalidad.


En la era de la información y comunicación encontramos al sujeto de nuestras sociedades, que es a la vez usuario de internet y redes sociales, en una burbuja creada por él mismo. Tanto en su experiencia como internauta como en su experiencia como consumidor de mercancías, sean experiencias, viajes, alimentos, espectáculos de entretenimiento, actividades recreativas, y demás actividades culturales, no sólo es posible sino que se alienta a la personalización de todo producto y a la individualidad de cada consumidor (Lipovetsky y Serroy, 2016: 58-61). Las redes sociales y los motores de búsqueda son el lugar en el que el individuo se ve y se regodea de sí mismo relegando la accesibilidad a la cultura, historia e información de la otredad para obtener resultados que hablan más del Yo que del Otro. El usuario de internet se encuentra en tránsito entre esa libertad inicial de “navegar” y publicar en medios electrónicos a una nueva censura vía la personalización (Chaverry, 2013: 19) y el consumidor se encuentra en tránsito entre esa libertad inicial de consumir eclécticamente, provista por el intercambio entre mercados internacionales, a una contención y conformismo.


Los dispositivos electrónicos, los muebles y electrodomésticos del hogar, la ropa, los avatares virtuales, los automóviles y cuanto pueda ser configurable representa para el sujeto una posibilidad de encontrarse a sí mismo. El diseño ha dejado de estar en función de lo útil, constructivista y práctico para ser sensible y emotivo en respuesta a la necesidad de mayor bienestar personal; este es el desarrollo de un diseño afectivo que estrecha la relación del consumidor con su sentir, con sus gustos variados, con sus fantasmas, con su imaginario (Lipovetsky y Serroy, 2016: 209-210); a saber, es un diseño que estrecha al sujeto consigo mismo. Y nos es ineludible preguntarnos ¿por qué la urgente necesidad de encontrarse?


Podemos reconocer en esta “reafirmación” de la identidad por medio de la personalización y exaltación del Yo, provista por el mercado económico, un mecanismo de defensa contra la pérdida de identidad ocasionada por la globalización y homogenización social en la que la pluralidad cultural, física e ideológica de las sociedades impide la formación de una identidad en función de la delimitación de un campo específico de características. De esta manera podemos explicar la aparente contradicción entre la homogenización social y el individualismo: el individualismo es una respuesta ante la pérdida de identidad provocada por homogenización y opera por medio del repliegue y la retraída de de la energía libidinal con la cual se invistió a un objeto exterior[9] de vuelta al sujeto, provocando una sobrevaloración del Yo en detrimento del Otro, es decir, del exterior (Freud, 1992: 67-73).[10]


Podemos atribuirle a este repliegue del Yo sobre sí mismo la creación de medios para el aislamiento en contra la interacción con la Otredad: la automatización de las actividades humanas, la artificialización de la comunicación y la sustitución del humano por la Inteligencia Artificial. La falta de interacción ideológica, afectiva y corporal, crucial para la interacción humana, ha resultado ahora en la desensibilización que aunada al hiperconsumo que alienta a la personalización de todo producto, favoreciendo un ilusorio individualismo, en conjunto con un fetichismo por la mercancía, en el que se ignora, o se decide ignorar, más bien, la existencia de una relación social entre sujetos humanos y se reconoce sólo la existencia de una relación entre las cosas, caracteriza la “reificación” de los sujetos de nuestras sociedades (Žižek, 2016: 58-60); se es objeto para la mercadotecnia, para redes sociales y sitios de compras y búsquedas personalizadas que lucran con la información y preferencias de los perfiles de los usuarios (Pineda, 2015: 61), para las diversas aplicaciones de ligues y para las industrias para las que se es trabajador y consumidor simultáneamente (Debord, 2006: 30).


Y es también en esta desensibilización y reificación donde podemos reconocer otra gran paradoja de nuestros tiempos porque, por un lado, encontramos herramientas que facilitan el alejamiento del Yo del Otro (este último ya generalizado y sin un valor negativo o antitético) es decir, para desprender al humano de la humanidad, pero, por otro, hallamos en estas mismas herramientas algunas características o “facciones” de la humanidad. Son las herramientas que hemos creado para distanciarnos las mismas que llenan el vacío de este desplazamiento.


Siri en Apple, Cortana en Microsoft, Alexa de Amazon y Google Assistant en Google Home son algunos de los ejemplos más claros de cómo las nuevas tecnologías son antropomorfizadas para ser más atractivas y agradables para los consumidores a la vez que cumplen con necesidades prácticas y afectivas. La creciente industria de muñecos sexuales, la imitación de formas humanas en el diseño de productos comerciales como automóviles y medios publicitarios son también ejemplos de la creciente antropomorfización de objetos que reciben una respuesta positiva por parte de los consumidores: un mayor índice de aceptación y ventas en los productos (Miesler, 2011: 120-121), un mayor apego a estos (Konok et al., 2016: 537-547) y un cambio en el comportamiento similar al demostrado con personas o animales ante su presencia consciente (Chartrand et al., 2008: 205-207).


Es esta antropomorfización con fines comerciales y su creciente éxito y recibimiento la que está influyendo en nuestra percepción del afecto y nuestras emociones hacia los objetos. Podemos ver ya en los últimos productos culturales la revalorización y replanteamiento de nuestra relación con el objeto que cada vez es más humano: Her (2013) de Spike Jonze, Ex Machina (2015) de Alex Garland, “Be Right Back” (2013), en Black Mirror, de Charlie Brooker y A. I. Artificial Intelligence, de Steven Spielberg, ponen sobre la mesa la eficiencia con la que los nuevos objetos cumplen con los deseos, expectativas y necesidades de los humanos y no solo eso, exponen también la disposición de este a vincularse afectivamente con los nuevos objetos antropomorfizados y, además, el deseo de controlar la propia vida sexual y emocional.


Ya sea en las aplicaciones para citas o encuentros como Tinder, cuya virtud pregonada es la de un algoritmo capaz de vincular al usuario con un match perfecto de acuerdo a su ubicación, situación y preferencias, o en el desarrollo de Inteligencia Artificial de compañía y servicio (no con una finalidad exclusivamente sexual), vemos una fantasía de un amor a la carta, una amor configurable, cómodo y adaptable a los requerimientos del usuario. Vemos en el desarrollo de estas tecnologías una renuncia a las relaciones “naturales”, una renuncia al encuentro con la otredad a nivel individual.


En la actualidad hay robots capaces de conducir automóviles y camiones, tomar órdenes y servir comida en restaurantes, enseñar ejercicios en casas de retiro, aconsejar a médicos acerca de síntomas y tratamientos de enfermedades, así como asistir en operaciones quirúrgicas, entregar paquetes, realizar trabajos mecánicos, inspeccionar peligrosos derrames petroleros y escribir discursos políticos (DeCanio, 2016: 289); los efectos que la sustitución de trabajo humano por trabajo robótico pueda tener en la inequidad económica y en la creación y desaparición de usos y técnicas del trabajo humano ha sido poco estudiado y por lo tanto difícil de calcular (DeCanio, 2016: 289), pero podemos observar en la creciente sustitución del hombre por la máquina una motivación no sólo por economizar trabajo, abatir costos y eficientar recursos, sino un deseo de control sobre las actividades antes realizadas por otros humanos que permita al sujeto un libre despliegue de su “individualidad”: el último elemento en su personalización del mundo, después de la mercancía, servicios, experiencias y espacios virtuales, en sustitución de los materiales, es la total reificación y despeje del Otro para sustituirlo con un objeto controlable, configurable y adaptable a sus necesidades, gustos, preferencias, tiempos, modos y requerimientos.


¿En realidad buscamos conciliarnos y relacionarnos con el Otro, sea extranjero, de distinto género, mi colega o mi vecino? La nueva era de las migraciones ha puesto lado a lado al Yo y al Otro y ha resultado también en acuerdos conciliatorios. El proyecto House of One, una iglesia-sinagoga-mezquita en construcción en Berlín, es un buen ejemplo de esto. Su intención es permitir el diálogo y el intercambio cultural al tener tres secciones separadas, destinadas para cada religión, que estén conectadas por un cuarto común.[11] La política que caracteriza actualmente a Europa, aunque cuenta también con oposición, es la de la inclusión de refugiados, aceptación de minorías, equidad e igualdad, al contrario de Estados Unidos, que ejerce una política de aislamiento, no inclusión y proteccionismo económico y social.


Pese a que los ejercicios políticos y sociales son abiertamente diferentes en ambas partes del mundo, Europa y Estados Unidos, podemos notar que a nivel individual en ambas se procede con respecto a la otredad de la misma manera: mecanismos de aislamiento generalizados, automatización de tareas que demandaban una interacción interpersonal y la creciente creación y demanda de productos capaces de sustituir práctica y afectivamente las relaciones sociales y personales.


No sólo encontramos estos procederes en países multiculturales como Estados Unidos, donde el pluralismo, la presencia de la otredad y su eventual aceptación provocan una crisis de identidad y desestabilidad social causante de severo rechazo y agresividad contra la otredad, así revelando la fragilidad de su propia identidad, sino que también los encontramos en países con un bajo índice de pluralidad ideológica y presencia extranjera como Japón que con un 1.6% de inmigrantes es un país en el que, o por cuestiones culturales o económicas, se da preferencia cada vez más a la experiencia virtual aislada y al placer onanista (Haworth, 2013, 20 de octubre). Debemos cuestionarnos a partir de este caso si el aislamiento puede además tener un origen en la alta densidad demográfica, aunque no implique una pérdida de identidad ante la pluralidad, o si podemos rastrear el conflicto identitario en el encuentro y derrota ante la otredad en la Segunda Guerra Mundial.


Los esfuerzos en pos de una paz y comunión universal, por lo menos dentro de un mismo país o territorio, son fructíferos técnicamente (se crean leyes que protegen la diversidad, se aceptan refugiados de otros países, se les otorgan ciudadanías y se crean programas de integración). Vemos la inclusión, participación y reconocimiento de diferentes etnias, razas, géneros, orientaciones sexuales y demás en proyectos y colectivos; la gran democratización y el progreso de las sociedades cosmopolitas. Pese a esto vislumbramos un futuro en el que la convivencia y las relaciones interpersonales son sacadas de la ecuación; un “Las circunstancias nos han puesto aquí juntos y podemos vivir lado a lado… pero me rehúso a estar contigo”.


¿Es esta verdaderamente nuestra ideología con respecto a la otredad? Ante los diferentes acontecimientos mencionados a lo largo de este texto, y el análisis de sus respectivas causas, me es inevitable pensar que sí: en la actualidad la otredad es absoluta y está motivada por un individualismo tanto en la vida material como en la virtual, en respuesta a la pérdida de identidad ante la pluralidad y el proceso de homogenización social de esta; este individualismo es posibilitado y acrecentado por el desarrollo de tecnologías que permiten la creación de espacios de aislamiento y la automatización de actividades antes realizadas por humanos, así como por la capacidad de personalizar mercancías, bienes y servicios.


Sea ante un reconocimiento de la volatilidad e incertidumbre natural del hombre o por fines puramente hedonistas o conservadores, se demandan medios y objetos capaces de cumplir las funciones, así como de satisfacer las necesidades pulsionales y afectivas, tradicionalmente resultantes de la interacción humana. Los intentos conciliatorios han logrado una igualdad ética y equidad política de grupos antes segregados que ha permitido la participación activa y productiva de mujeres, negros, grupos étnicos, extranjeros, homosexuales, transexuales, personas con discapacidades físicas o mentales, con diferentes religiones o diferentes afinidades, pero al haber sido deconstruida la otredad ha resultado también en su imperiosa generalización y en la difuminación de la línea entre el Yo y el Otro; entre el interior y exterior.


Sin haber perdido la sensación de falta de elucidación en algunas cuestiones de este texto,[12] sólo podemos terminar reconociendo que nuestra ideología no se manifiesta en lo que creemos (o lo que creemos que creemos), nuestra ideología está en lo que hacemos. Nuestra valoración a favor de la pluralidad, la integración y la universalidad son puestos en duda al encontrar en nuestras acciones y en la reorganización de nuestros modos de convivencia un contenido latente completamente diferente. Es ahora quizá nuestro único deber cuestionarnos si en nuestra calidad de animal social estamos cometiendo un error potencialmente fatal o si las consecuencias del aislamiento voluntario y la sustitución artificial puedan ser benéficas para la conservación de la vida humana.



[1] No logré encontrar este comercial en internet, pero sí uno, de la misma cadena, en la que el ser desagradable no es el boletero, sino otro consumidor que alenta la fila y causa también desesperación y molestia entre los demás consumidores. https://www.youtube.com/watch?v=AkfGKYoxiFU, consultado el 29 de enero de 2018.


[2] Hay en la actualidad 4 senadores de origen latino en el congreso de los Estados Unidos: Catherine Cortez Masto, Robert Menendez, Marco Antonio Rubio y Rafael Edward Cruz.


[3] Cuatro veces en los últimos cinco años ha recibido un mexicano el premio al mejor director en los Premios Óscar: Guillermo del Toro, Alejandro G. Iñárritu en dos ocasiones y Alfonso Cuarón.


[4] Alrededor del 40% de la población mundial tiene una conexión a Internet, haciéndola el “espacio” más habitado del mundo, descentralizado y con la mayor capacidad de interacción entre personas de cualquier rincón de la tierra. Véase http://www.internetlivestats.com/internet-users/, consultado el 29 de enero de 2018.


[5] Walmart también ha modernizado su sistema de compras por medio de un sistema llamado Scan & Go, aplicación para el teléfono en el que el cliente escanea con su teléfono el código de barras de su producto y este se le es cargado a la tarjeta bancaria que haya registrado en la aplicación; esta nueva aplicación ha sido promocionada por Walmart, y sus usuarios, por su versatilidad y por permitir una experiencia de compra sin filas y sin interacción con un cajero. Véase https://www.youtube.com/watch?v=8Xed6RtqEec, consultado el 29 de enero de 2018.


[6] Fue en el 2017 cuando las ganancias estimadas por servicios streaming superó las ganancias en las taquillas. Véase https://www.usatoday.com/story/money/business/2017/08/02/movie-theaters-getting-pinched-sluggish-box-office-movies-viewing-home/532256001/, consultado el 29 de enero de 2018.


[7] Robot o Inteligencia Artificial se refiere al amplio conjunto de tecnologías que pueden igualar o superar las capacidades humanas, especialmente aquellas cognitivas.


[8] En el listado de empresas mejor valuadas por capitalización de mercado en 2017 está Apple Inc. en primer lugar, Alphabet Inc., el grupo de Google, en segundo, Microsoft en tercero, Amazon.com en cuarto y Facebook en octavo; del top 10, 5 son empresas dedicadas o asociadas al uso de tecnologías de la información y el internet cuando hace 5 años sólo Microsoft y Apple figuraban en la lista; hace 10 años sólo Microsoft.


[9] No podemos pensar al objeto exclusivamente como otro humano, animal o ser vivo; el objeto puede ser también un ente inmaterial como un ideal o un concepto: la patria o la sociedad, por ejemplo.


[10] Freud distingue entre un “Narcisismo secundario”, en el que el sujeto ya ha extroyectado su energía libidinal y es luego replegada y retraída, y el “Narcisismo primario”, estadio de la vida infantil en el que la energía libidinal no ha sido todavía extroyectada y es dirigida hacia sí mismo, haciendo de sí, entonces, su propio objeto; el “Narcisismo primario” es para Freud inherente a la pulsión de conservación propia de todos los seres vivos y hemos de cuestionarnos si en el sujeto de la actualidad, y aún más en el sujeto del porvenir, propenso al aislamiento y al desarrollo sin interacción interpersonal, no tratamos, en realidad, con un Narcisismo primario sin extroyección libidinal al servicio de la pulsión de conservación del Yo o, como hemos inferido a partir del individualismo, con un Narcisismo secundario al servicio de la misma pulsión pero como un mecanismo de defensa ante la inminente pérdida del Yo.


[11] Véase https://house-of-one.org/en


[12] La falta de interacción afectiva por parte de la madre en la vida infantil y su influencia en el desarrollo de habilidades sociales; la necesidad del olfato para el desarrollo de empatía y la incapacidad de crear relaciones afectivas a través de medios que carecen de este sentido; la influencia de la homogenización del lenguaje en un terreno virtual, que cada día gana terreno sobre el físico, en la estructuración del pensamiento y el inconsciente; las otras posibles motivaciones del aislamiento: alta densidad demográfica, conflicto identitario o de cohesión social que encuentra canalización hasta el desarrollo de tecnologías que permitan el aislamiento; si hay o no, ahora y en el futuro, investidura libidinal de objetos exteriores, humanos o artificiales, en un escenario de aislamiento y falta de interacción humana tanto en la vida infantil como en la vida adulta; y la propensión del sujeto a la creación e investidura libidinal de un objeto hecho a su imagen y semejanza.


 

Referencias


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