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  • Valentín Eduardo Ibarra

Aún Malvinas, siempre Malvinas

… y cada uno fue Caín, y cada uno fue Abel…

J.L. Borges

En el presente artículo propondremos una reflexión en torno a la causa Malvinas, lo que consideramos es una obligación ciudadana y una deuda. Sabemos que la gesta es un tema abordado desde innumerables perspectivas culturales y artísticas, aún así poco sabemos sobre la única guerra que Argentina libró en el siglo XX – esperamos nosotros, como hombres de paz, que sea la última. Pensamos por esto que es difícil decir con voz propia y originalidad, o sin caer en simplificaciones históricas y políticas, entretanto no buscaremos innovar en nuestra argumentación, ni desarrollar giros trascendentales a lo largo de ésta reflexión, la que será guiada con toda certeza por la senda del respeto a los caídos en combate y sobre todo con profunda vocación institucional.


Analizar críticamente la gesta de Malvinas es una tarea imprescindible porque en el proceso de reflexión, la educación juega un rol fundamental, de íntima e inseparable relación, cuyo objetivo es sentir las islas y reclamarlas, un compromiso docente desde el aula para y hacia todos, donde la reafirmación de los derechos es la piedra angular de la tarea reivindicatoria.


La guerra, además de ser una experiencia límite donde se pone en juego la propia vida, es una expresión de la naturaleza humana; el conflicto armado es una forma lamentable de relacionarse con los otros. Las sociedades modernas están atravesadas por un espíritu beligerante, es la guerra uno de los fenómenos más regulares y un elemento constitutivo de la historia de los pueblos y de la biografía de sus protagonistas en particular. Es también un modo de hacer política. La guerra como actividad evoluciona en brutalidad y devastación, pero no debemos pensar que es un retorno a la animalidad; por el contrario, es un fenómeno que pone sobre la mesa todas las destrezas, habilidades e ingenio de quienes las libran, es decir que son procesos de racionalidad absoluta.


A lo largo del tiempo, la cultura la aceptó como una forma de violencia aplicada a otros seres humanos, justificando la muerte de propios y ajenos. El caso argentino está marcado además por la experiencia del terrorismo de Estado. Para analizar el desarrollo de los estudios sobre la guerra de Malvinas y, más ampliamente, los efectos de la guerra en la sociedad, es necesario prestar atención a las luchas por la memoria en relación con el conflicto. Las tropas son ante todo grupos humanos que, como tales, se construyen desde prácticas y afectos (un colectivo), y existen tantas guerras como individuos participaron de ella. Cada individuo llega al campo de batalla con una biografía, siendo hijo de una clase social, de un discurso, con formaciones civiles o militares. La vivencia de cada actor es propia, pero repercute en el grupo ya que al compartir aquellos acontecimientos, espacios, tiempos y rutinas, quedan marcas comunes. Es así como se hace posible que emerjan las categorías: guerra y memoria colectiva.


Desde junio de 1982, se conformaron un conjunto de relatos y fórmulas de representación (en algunos casos muy cristalizadas) que confrontan, coexisten y se superponen, aún entre los mismos protagonistas. Es desde ellos y en respuesta a ellos que se escribió sobre la guerra, considerando también largos períodos en los que la causa Malvinas quedó eclipsada tras otras prioridades políticas, académicas y diplomáticas.


Una de las narraciones es la de ribetes patrióticos: inscribe la contienda en el discurso nacional construido desde finales del siglo XIX, impulsado no solo por las Fuerzas Armadas sino también por los distintos gobiernos democráticos, y tiene un notable arraigo popular en diferentes regiones del país. Asimila la guerra de 1982 a otros episodios bélicos de la historia nacional, como la Independencia. En este marco, el fiasco bélico pasa a un segundo plano frente a lo sagrado: la patria como espacio donde los conflictos internos no tienen lugar, habitado por los puros, los héroes que murieron. Este relato intenta anular los aspectos más controversiales que tiene Malvinas, pero creemos impostergable abrir espacios de reflexión crítica sobre nuestra historia reciente, para reconocernos en ella.


Para pensar los últimos treinta y seis años (acaso la refundación del país), es imposible no tomar como punto de partida el mínimo absoluto y su punto de inflexión. La guerra de Malvinas es el capítulo final de la hora de las infames dictaduras y el paso inaugural de los tiempos de estabilidad institucional. En la gesta, en su memoria coexisten el orgullo y el dolor. El territorio más caro, la perdida perla austral, fue usurpada por Gran Bretaña en 1833; y el intento de recuperación armada en 1982 fue una verdadera aventura bélica, llevada adelante por un Estado torturador. Se mezclan entonces, la esperanza, la ilusión colectiva y el sabor amargo de la mentira: “estamos ganando”.


La guerra de Malvinas, a decir de algunos especialistas la última guerra convencional, fue narrada en el contexto de la cultura argentina de modos diferentes por dos grandes relatos: la ficción y el testimonio. Pero entendemos que ambas categorías narrativas se desdibujan e interrelacionan en la memoria compartida. Así se pone en crisis la distinción entre ficción e historias de vida y aparecen zonas de confluencia. Por su parte, en el plano de la norma y alejándose de las producciones fílmicas o literarias, la Constitución Nacional expresa con absoluta claridad: “La nación Argentina ratifica su legítima e imprescriptible soberanía sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y espacios marítimos e insulares correspondientes, por ser parte del territorio nacional…”.


Es ahí cuando a la letra del legislador debemos adicionarle el sentimiento ciudadano genuino, pero nos preguntamos ¿qué es la patria?, y ¿existen los tan mentados valores nacionales? Nuestros interrogantes deben ser crudos porque se refieren a pensar un territorio lejano, hoy un tesoro del colonialismo; y en el plano de la historia política reciente de nuestro país, la operación militar por su recuperación fue llevada adelante por un gobierno ilegítimo, que aplicó de manera sistemática la tortura, el robo de bebés, la sustracción de identidades y la violación de mujeres. Un gobierno ilegítimo que desarrollo un sistema carcelario clandestino, la desaparición forzada de personas. Un gobierno de facto que arrojó las “evidencias” fruto de su terror en el Río de la Plata o en cientos de fosas comunes; con una Iglesia Católica cómplice y un plan económico siniestro. Sin dejar de mencionar que en el territorio de combate, en el teatro de operaciones como dicen los textos castrenses, durante los días de frío y escasa comida, militares argentinos no dejaron sus habituales prácticas de tortura hacia sus propios camaradas…


Me pregunto en voz baja (por la vergüenza que ocasiona): ¿qué es la patria? Y si existen los tan mentados valores nacionales. Además de otras preguntas no menores que podemos hacernos como guía para una reflexión, tales como: ¿qué nos dice la invisibilidad, la ausencia social del conflicto? ¿Es Malvinas una causa social irrenunciable o un cliché de distintos actores sociales, tanto civiles como militares? Parafraseando el título del libro del ex Jefe del Ejército Martín Balza, nos referiremos a continuación a la incompetencia en la gesta Malvinas.


Toda guerra es una puesta en escena


En 1982 los gobiernos de Argentina y Gran Bretaña se enfrentaron en y por las Islas Malvinas, Sandwich y Georgias entre los días 2 de abril y 14 de junio, setenta y cuatro en total. Un clima de gran hostilidad interna apresuró la operación por parte de los comandantes argentinos, operación que en principio estaba prevista para mayo. La guerra interrumpió el reclamo pacífico desarrollado desde siempre (nosotros creemos fervientemente que la vía diplomática es el camino y la resolución de ésta situación colonial en el marco de los derechos humanos colectivos, los que son por definición: imprescriptibles e irrenunciables).


El plan de la junta militar fue ocupar las islas tras una rápida y eficaz operación, dejando allí un destacamento de quinientos efectivos, para de esa manera forzar al gobierno de Gran Bretaña (entonces en manos de Margaret Thatcher), a sentarse en la mesa de negociaciones por la soberanía de las islas. Solo un reducido número de oficiales de alto rango conocieron los planes secretos. Llegado el 1° de abril, las condiciones climáticas no resultaron las adecuadas y el desembarco debió suspenderse hasta el día siguiente, sucediendo finalmente el 2, tal como nos enseña la historia. En aquella madrugada, efectivos de la Marina y del Ejército desembarcaron en Puerto Harriet, lugar cercano a Puerto Stanley (capital de las islas), lo que pronto fue rebautizado como Puerto Argentino, izándose la bandera celeste y blanca por primera vez. A partir de allí comenzó la escalada de agresiones y la tensión llevó a un inevitable choque armado.



El gobierno británico puso en marcha una flota profesional, con soldados bien entrenados, armamento de última generación y como debe ser, los efectivos más jóvenes y menos experimentados ocuparon la retaguardia sirviendo de apoyo logístico y soporte técnico. Mientras tanto, el 10 de abril el General Leopoldo Fortunato Galtieri, por entonces Presidente de facto arengó a una multitud reunida en la Plaza de Mayo (en Buenos Aires) mientras en los hogares de todo el país, comenzaron a llegar los telegramas con las convocatorias. A medida que las negociaciones diplomáticas se tensaban y se rompían todas las posibilidades de una salida diplomática, los quinientos efectivos se transformaron en trece mil, la mayoría fueron tropas terrestres organizadas en un sistema defensivo alrededor de la capital de las islas.


En las antípodas de nuestro enemigo, el Ejército argentino que se dirigió al conflicto estaba mayormente compuesto por jóvenes de entre dieciocho y veinte años, sin la necesaria instrucción. De ahí la trágica e inmortal denominación de los chicos de la guerra. El 70 % de los efectivos movilizados a la zona de crisis, fueron conscriptos de las clases sesenta y dos y sesenta y tres.


La población civil, madres, alumnos del nivel primario, novias casi adolescentes aún, mandaron miles de donaciones que iban desde cartas, alimentos, abrigos hasta lo que el padre de un excombatiente llamó “el otro frente de la guerra”, una red de colaboración y comunicación entre las islas y el continente… No era para menos, teniendo un terreno inhóspito y un frío cruel como primer enemigo. Los soldados de nuestras “fuerzas” estaban equipados de manera deficiente y la solidaridad del sentimiento de todos fue estafada por “los oficiales superiores”. Las bufandas nunca llegaron y podemos presumir el festín de chocolates que los más canallas se hicieron en los cuarteles. ¿Cuánto se habrán burlado de la asfixia que narraban las líneas borrosas de cartas escritas a mano temblorosa, por el miedo y por el llanto? ¿Existen los tan mentados valores nacionales? Esta pregunta nos guía para pensar ya no en la patria, sino en la propia humanidad.


En líneas generales puede decirse que la reacción social fue a favor de la recuperación de las islas, algunos vieron en el conflicto la reivindicación del reclamo por la soberanía del archipiélago pero sin apoyar a la dictadura que llevó adelante el plan, mientras que otros no distinguieron una cosa de la otra. Fue clara la consigna de algunas pancartas que dejaban leer: “Malvinas sí, Proceso no”. Durante los días de la guerra, la Argentina obtuvo gran respaldo diplomático y material de los demás países latinoamericanos. Por su parte, Gran Bretaña contó con el apoyo militar secreto de Estados Unidos y Chile, lo que puso en evidencia no solo la incapacidad política, sino (justamente y peor aún) la incompetencia y severa miopía militar de los generales argentinos. Esta consideración debe adicionarse a que los mandos / gobernantes de nuestro país, no esperaban una respuesta armada por parte de Lóndres.


El 2 de mayo, fuera de la zona de exclusión que los mismos británicos constituyeron, fue atacado y hundido el (viejo) Crucero General Belgrano, donde murieron trescientos veintitrés tripulantes, casi la mitad de todos los argentinos que murieron durante el conflicto. A medida que pasaron los días, las condiciones de las tropas nacionales empeoraban a la falta de buena alimentación y abrigo, a lo que debió sumarse las tensiones que se transformaron en miedo, sobre las espaldas de un ejército a la espera de ser rotundamente atacado. Finalmente, tras un combate intenso y sostenido en los días 12 y 13 de junio, el Gobernador militar Mario Benjamín Menéndez se rindió ante el jefe británico el 14 de junio de 1982.



No vamos a ahondar en el caso del tristemente célebre Alfredo Astiz, capitán de la Marina al mando un grupo de elite, un perfecto cobarde que rindió su estratégica posición sin la menor resistencia, pero que no dudó en sus tareas de infiltración, tortura y asesinato durante lo que ellos llamaron guerra sucia o contra la subversión. Tampoco ahondaremos en la controversial figura de Pedro Giachino, quien fue el primer caído en suelo malvinense durante el asalto a la guarnición británica el mismo 2 de abril. Él, quien cientos de veces ha sido considerado un héroe por este suceso que le costó la vida, está vinculado a cuatro causas de delitos de lesa humanidad en la provincia de Buenos Aires. Sin embargo, ambas situaciones claramente denuncian la dificultad de abordar el capítulo Malvinas con objetividad y univocidad de criterios. Es que lamentablemente la guerra (aún con sus mártires y héroes) es una prolongación directa del Proceso de Reorganización Nacional que tomó por la fuerza el gobierno argentino el 24 de marzo de 1976.


Poco tiempo después de los hechos, una comisión creada por la propia junta militar para analizar las causas de la derrota y la acción de las tropas en el campo de operaciones, tuvo un veredicto lapidario: la guerra había sido perdida por improvisación e impericia. Los comandantes argentinos eligieron el peor momento del año, fueron enviados soldados con escasa instrucción militar y los suministros necesarios no estaban a disposición o no eran distribuidos entre las tropas.


La memoria, a diferencia de la historia, no intenta recuperar procesos totales sino que constituye relatos fragmentarios y matizados, buscando sentidos. Por eso nuestro ensayo se desarrolla como en un juego de luces y sombras busca, en unos y otros planos. Aquello que buscamos es desentramar el porqué de las causas de la guerra, la invisibilización social de sus protagonistas; pero la diversidad de memorias sobre Malvinas obliga a establecer recortes. ¿Qué discursos circularon después de la derrota? ¿Qué dijeron los responsables directos? ¿Qué encarna en el imaginario social la figura del excombatiente?


El propio informe elaborado por la comisión evaluadora (conocido como informe Rattenbach, actualmente “desclasificado”) adjetiva los sucesos como una aventura donde lo que primó fue la improvisación y dice textualmente “… contradiciendo las normas esenciales de planificación y engendrando así errores y omisiones fundamentales, que afectaron la orientación estratégica militar y la coherencia de la planificación contribuyente. Todo eso contribuyó la causa decisiva de la derrota”. Los excombatientes, además (como si hubiera sido poco) de que libraron épicas batallas simbólicas durante la posguerra, primero debieron disputar su lugar en la sociedad y sobre todo despegar su acción de la dictadura, buscando instalarse en la escena pública y en la vida política.



En los días posteriores a la finalización del conflicto, regresaron a los cuarteles en el más vergonzoso silencio y antes de devolverlos a sus familias, los alimentaron bien, los hicieron engordar unos kilos. Mientras que allá, en el cementerio de Darwin, se encuentran doscientas treinta y siete tumbas de las cuales sólo de ciento una han sido identificados sus ocupantes, al tiempo que las restantes tienen la lánguida leyenda de “soldado argentino solo conocido por Dios”. Fue el compromiso de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner en el último aniversario del conflicto, el pasado 2 de abril, instrumentar un programa conjunto con la Cruz Roja Internacional para reconocerlos y devolverles un nombre a aquellas biografías mutiladas.


Por supuesto que establecer una medición de los resultados de la guerra, sea ésta o cualquiera que pongamos a considerar es desde nuestra perspectiva algo irrelevante. De hecho, medirla en función del número de bajas o de los territorios conquistados es (cuando menos) una torpeza y el principio de su justificación. Hoy y aquí me declaro a favor de la paz, el desarme y la desmilitarización; en contra de toda guerra y ocupación, considerando que la discusión política y diplomática será siempre el recurso por el cual optaremos posicionarnos, jamás adoraremos al dios Marte y su culto de muerte y mutilación.


 

Referencias


Balza, M. (2003). Malvinas. Gesta e incompetencia. Buenos Aires: Editorial Atlántida.


Van der Kooy, E. y otros (2007). Malvinas. La trama secreta. Buenos Aires: Arte Gráfico Editorial Argentino S.A. Argentina.


Presidencia de la Nación. Junta Militar (1982). Comisión de análisis y evaluación de las responsabilidades del conflicto del Atlántico Sur. Tomo I. Informe final.


 
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