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  • Patricia Chabat

Pájaros rojos



Alicia escuchó el timbre, voces y ruidos en la planta baja, permaneció sentada en el inodoro. Después los pasos de su padre, escalón por escalón.


- Alicia, por favor, cerrá la puerta del baño- dijo Esteban desde el pasillo. Alicia no respondió-Se buena, cerrá, sino…


-¡No!- gritó y trabó la puerta con el secador.


-Dale Alicia, prendé la luz y cerrá la puerta, tienen que subir -


-No quiero – sollozó.


Esteban entró a la habitación y se sentó en lo que quedaba del colchón, de espaldas al baño.


- Ali… ¿Otra vez? - respiró profundo - Tenés que salir o cerrar la puerta- Alicia no respondió- ¿Qué hacés?- preguntó con suavidad.


- Miro el mar- dijo señalando la ventana de la pieza, en línea con la puerta blanca del baño.


- Ahí no hay agua, es el cielo, vení, acercate - dijo estirando la mano. Alicia se agarró del inodoro y comenzó a mover la cabeza para un lado y para el otro, cada vez con más fuerza.


- ¿Querés ver las nubes?


-¡Fuera, fuera, fuera!


- Alicia, vienen a arreglar la cama, traen el colchón nuevo… sé buena, dale, salí del baño.


- ¡No quiero!


El padre de Alicia se agarró la cabeza con las manos, permaneció mirando el suelo hasta que entró la enfermera. Al cabo de unos minutos las dos mujeres estaban encerradas en la habitación contigua. Alicia se colgó de los barrotes de la ventana para ver el mar. La enfermera la acompañó. Cuando Alicia se bajó la enfermera también y comentó lo celeste que estaba el agua.

-Linda, linda- dijo Alicia.


-Sí, celeste y linda. ¿Viste los pajaritos marrones?


-Sí, marrones y blancos.


- Tenés razón tenían el pecho blanco, ¿viste el que tenía el pecho rojo?


- No, no, no- dijo moviendo la cabeza. La enfermera le tomó la cara y le acarició el pelo.


- Capaz que me equivoqué, como estaban en el agua…


- En el agua no, volaban. El agua está en el mar- dijo Alicia perdiéndose en la luz que entraba a través de la ventana.


- ¿Qué le pasó al colchón?- preguntó como al descuido. Alicia levantó los hombros-Le hiciste muchos agujeros, ¿Qué pasó? –insistió.


-Quería las margaritas.


-¿Qué margaritas?


-Las que me trae el mar.


La enfermera le mostró dos cepillos, ella levantó los hombros otra vez. Sentada se dejo desenredar el pelo y cepillar el tiempo que duró el arreglo de la cama y subir el colchón. La enfermera recordó que le habían cambiado la colcha vieja de flores por una escocesa. Cuando se quedaron solos en la casa, acomodaron la habitación. Mientras Esteban revisaba minuciosamente cada rincón de la planta alta en busca del elemento que utilizara Alicia para romper el colchón, ella y la enfermera tendieron la cama cubriéndola con la vieja colcha floreada.


Cenaron temprano, Alicia tomó las gotas sin rezongar y subió a su cuarto. La enfermera dejó la medicación organizada para su reemplazo de fin de semana en el mueble y guardó la llave en el cajón de siempre. Al despedirse le sugirió al padre que frente al deterioro evidente considerara la posibilidad de internarla. El no respondió. Se despidieron.


Antes de irse a dormir golpeó la puerta y entró. Alicia en el piso miraba fotos, le sonrió. El tomó la sonrisa como una invitación y se sentó junto a ella para hacer lo mismo; de pronto comenzó a patalear sobre las imágenes, el padre la serenó, levantó con dificultad y metió en la cama; juntó las cosas del piso y cuando intentó bajar la persiana, Alicia se sentó de un envión para gritarle ¡no!, con tanta furia que una raya azul le marcó la frente. Está bien, está bien, repitió Esteban. Más tranquila se dejó arropar y recibir un beso.


El sábado no sonó el timbre a las seis de la mañana, el reemplazo falló. Alicia se quedó en la cama hasta más tarde, mientras el padre preparaba la medicación con el desayuno. Esteban subió la escalera agitado, paró en el descanso y siguió, cuando entró vio la cama vacía. Alicia estaba en el baño a oscuras como siempre. Él apoyó la bandeja en la mesa de luz para prender la luz y cerrar la puerta del baño. Ni bien tocó la tecla, Alicia se levantó del inodoro, lo empujó repetidas veces con una aguja gruesa de tejer. Se quedó mirando primero los movimientos extraños del padre en el piso, después como caían sobre él la leche, el vaso, las tostadas con manteca, mientras pájaros rojos brotaban de su cuello con furia y las margaritas de la cama se deslizaban sobre un costado del cuerpo, cambiando de color.


Alicia volvió al inodoro, esta vez los pájaros rojos sobre la puerta blanca no le dejaron ver el mar.



 

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