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  • Gerald Marlon Lucas Carmona

Violeta-Perú: un paseo estético por lo absurdo


Fotografía de Orca Loca.


Violeta-Perú, de Luis Arturo Ramos Zamudio[1] (Veracruz, 1947), es, como Vicente Francisco Torres (2012) apunta, una “novela experimental, escrita con todo el rigor de un cuento pues no hay en ella párrafos o imágenes inútiles” (p.187). La fragmentada historia sumerge al lector en un paseo por la Ciudad de México a bordo de un autobús público, el cual tiene como ruta “Violeta-Perú”, y se construye a partir de que el Tapatío ha sido despedido de su trabajo como cochero de don Cayetano[2], suceso por el cual se encuentra desesperanzado. Esto lo lleva a cargar consigo una anforita de tequila bajo el uniforme de chofer que nunca estrenó —no de la manera que a él le habría gustado—, la cual se irá vaciando conforme el autobús y la novela vayan avanzando.


La historia se divide en una dicotomía realidad (autobús)-ficción (ciudad), y cuenta con protagonistas como el Tapatío, el tramo de ciudad que el autobús recorre —que va desde La Merced hasta el Hipódromo de las Américas—,[3] una anforita de tequila, la imaginación, la preocupación y la embriaguez del mismo Tapatío, el cual irá teniendo una serie de sueños cada vez más confusos que girarán en torno a lo desafortunado de su situación.


Desempleado, solo y con amigos que únicamente parecen mofarse de la trágica situación en la que está inmerso, el Tapatío se irá quedando dormido a lo largo del trayecto, y ahí, en sus sueños, él podrá —o al menos eso intentará— convertirse en el héroe que nunca logró ser. Al tiempo que el autobús vaya haciendo su recorrido por la Ciudad de México, irán apareciendo, de cuando en cuando, los nombres que integran la historia y, conforme la ventana del colectivo vaya mostrando ciertas locaciones, el Tapatío se irá sumergiendo en historias que delatarán sus sentimientos ante la situación, volviendo así los sucesos o experiencias ordinarias en algo extraordinario. De este modo, el Tapatío no sólo vive un trayecto, sino que tiene diversas experiencias artísticas[4] en su recorrido a bordo del Violeta-Perú.


El escenario existencial del personaje, junto con sus experiencias, serán los detonantes del tipo de sueños que tenga el Tapatío. No es gratuito que éste exprese, en repetidas ocasiones, un deseo por robar, asesinar o ser parte de un golpe bancario. Y es que es un personaje frustrado, azotado por lo trágico de su vida, temeroso, vengativo, sumiso, fracasado: absurdo. Todo esto, más el hecho de que apenas un día antes haya sido despedido del trabajo que lo sacaría de toda su miseria, logran hacer que busque una salida, un refugio: “Recargas la cabeza en el cristal y cierras los ojos dispuesto a olvidar” (Ramos, 1979:10), lo que se traduce en una evasión clara de lo absurdo de su situación.[5]


Pero, ¿qué significa pues que el Tapatío huya del absurdo?, ¿qué es el absurdo? En las páginas que abarcan Violeta-Perú no se encuentra, nunca, el concepto de absurdo, y sin embargo remite a él. ¿Por qué? Para responder a esta pregunta es necesario saber qué es el absurdo, así como tener una base que nos guíe a su develamiento. Dada esta condición, es posible comprender por qué el Tapatío huye de él, si es que lo hace —como ya se ha afirmado—.


De lo absurdo como experiencia


El absurdo se encuentra, a lo largo de la historia de la filosofía, como un concepto que introduce una cierta imposibilidad, contradicción o contingencia que sale de los parámetros de lo posible.


En lenguaje corriente se llama absurdo a lo que “no puede ser de ninguna manera”. Ya en esta noción parece insertarse en la idea de lo absurdo la de la imposibilidad. Sin embargo, esta imposibilidad puede ser concebida de dos maneras: o totalmente, en cuyo caso lo absurdo es por principio lo que carece de significación, o parcialmente, en cuyo caso lo absurdo sería lo que escapa a ciertas reglas o normas, sea de carácter lógico o de cualquier otra índole (…) se llama absurdo a lo que, por considerarse imposible, es estimado asimismo como afectado por el valor de falsedad. Así sucede con la expresión “reducción al absurdo” (Ferrater Mora, 1965: 39).


En filósofos como Thomas Hobbes, el absurdo es una expresión sin sentido, y el hecho de que una afirmación general no sea verdadera, hará que ésta se tome como algo inconcebible: algo absurdo. Sin embargo, no es esta clase de absurdo de la que huye el Tapatío,[6] sino más bien de un absurdo de tipo existencial, esto es, de un absurdo que traslapa su propia existencia, de ése que conlleva a la pregunta por el sentido de la vida o de la existencia misma. Me refiero, pues, al absurdo que describe Albert Camus a lo largo de su obra El mito de Sísifo.[7]


Para Camus, el absurdo no es el fundamento de la existencia, es más bien una experiencia, como las que el Tapatío irá teniendo a lo largo de la obra, sólo que, en ese caso, se habla de otro tipo de experiencias. La dicotomía autobús (realidad)-ficción (ciudad) se traduce, de este modo, en autobús (como experiencia de lo absurdo)-ficción (como refugio, huida del absurdo). Las experiencias artísticas estarán presentes en ambos momentos, empero es importante considerar aquí que una experiencia, para que sea estética —y por tanto artística—, no puede ser fragmentada,[8] sino que debe estar integrada y unificada. No es, pues, un mero cese, es una consumación. De este modo, la novela, en su totalidad, constituye la experiencia estética, la vivencia artística del Tapatío y, aunque no sea la única experiencia estética existente a lo largo de la novela, sí es la experiencia estética. Los “sueños” del Tapatío, por ejemplo, también constituyen una experiencia artística.



Ahora bien, es menester tomar en cuenta que una experiencia es el negocio constante que hace el organismo de “la criatura viviente” - como describe John Dewey al sujeto que tiene una experiencia. Es un choque, una interacción con el entorno. Existen dos tipos de organismos, el organismo pasivo y, claro, el organismo activo. El organismo pasivo es aquel organismo mecánico ante el entorno, pues no interactúa con él, no existe esa sensación de tensión o de resistencia, es decir, en este tipo de organismo no hay experiencia alguna. El Tapatío es, pues, un organismo activo. Un organismo que sufre y que experimenta lo sufrido. Si el Tapatío fuese un organismo pasivo, Violeta-Perú sería un autobús —en tanto la ruta— como cualquier otro.


Si una experiencia es una transacción constante con el entorno, y no es, como se ha mencionado, un mero cese, entonces el Tapatío experimenta constantemente, el absurdo, por lo cual es lógico pensar que busque huir de él; pero esto sigue sin responder del todo a nuestra pregunta sobre el absurdo, al menos, claro, en Camus.


Sabemos que para Camus el absurdo no es un fundamento existencial, sino más bien una experiencia. Del mismo modo, ya sabemos qué es lo que constituye una experiencia; pero esto no parece arrojar mucha luz a la pregunta antes mencionada. Según el filósofo del absurdo, éste surge cuando el hombre da cuenta de la monotonía de su existencia, lo que lo orilla a cuestionarse por el sentido de ésta. Justamente en esa “lasitud”[9] surge el absurdo:


Suele suceder que los decorados se derrumben. Levantarse, tomar el tranvía, cuatro horas de oficina o de fábrica, la comida, el tranvía, cuatro horas de trabajo, la cena, el sueño y lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado con el mismo ritmo es una ruta que se sigue fácilmente durante la mayor parte del tiempo. Pero un día surge el “por qué” y todo comienza con esa lasitud teñida de asombro (Camus, 2016:305).


En Violeta-Perú, esta “lasitud” se encuentra en el Tapatío claramente marcada. Al presentársele el absurdo, decide huir de esa monotonía, de ese repetir constante, y lo hace cuando le pide trabajo a don Cayetano como chofer. Ese trabajo no es únicamente una fuente de ingreso o un mero ascenso, es más bien un escape de su vida como mecánico, como hombre desahuciado, como hombre absurdo, como hombre “indigno”.[10] Justamente eso es lo que busca el Tapatío, luchar contra ese absurdo que le aqueja y, con ello, recuperar su dignidad.[11] Pero entonces, ¿de dónde nace la idea de una evasión del absurdo, si aquí hablo de una lucha contra el absurdo, de un enfrentamiento contra éste?


El Tapatío busca luchar contra el absurdo, sí, pero en esa lucha éste se le vuelve a presentar, y decide, como último recurso, refugiarse en el alcoholismo y en sus sueños. En sus ilusiones —en las que dejará de ser un hombre absurdo— intentará ser un hombre rebelde, pero la rebeldía invoca un valor: la dignidad humana. Esta dignidad no puede ser del todo individual, sino que es más bien colectiva, ¿por qué?, porque un hombre rebelde es: “(…) un hombre que dice no. (…) Un esclavo, que ha recibido órdenes durante toda su vida, juzga de pronto inaceptable una nueva orden”.[12] Aquí el hombre rebelde —en tanto que esclavo— se está alzando contra su amo, convirtiéndose en rebelde hacia él y negándolo como su propio amo, mas no lo niega como individuo o como hombre, porque el esclavo —en tanto que hombre rebelde— sabe perfectamente que su amo, en calidad de individuo o de hombre, posee también un valor, es decir, que el hombre rebelde es solidario con la dignidad de los otros.


Y aquí justamente nace la huida, el escape del absurdo; se da el fracaso más rotundo del Tapatío, pues al intentar en sus sueños ser un hombre rebelde y así rebelarse contra el absurdo que lo carcome, lo hace de una manera “vulgar”,[13] de una manera egocentrista, con lo que cae en el juego del absurdo. Resulta paradójico que al intentar salir de él, al intentar emprender la huida, su destino será el mismo: el absurdo, la falta de dignidad.


No es accidental que el trayecto del Violeta-Perú únicamente tenga comienzo pero no final. Cuando parece que nuestro protagonista está por apearse, la novela concluye. La experiencia estética se consuma, consumiéndose así la experiencia del lector y convirtiéndola en una obra artística —según Dewey—. Ramos comprende perfectamente que aquel que encuentra satisfacción en lo que hace está, por tanto, comprometido artísticamente con ello, pues como dice Dewey (2008): “El mecánico inteligente, comprometido con su trabajo, interesado en hacerlo bien, y que encuentra satisfacción en su labor manual, tratando con afecto genuino sus materiales y herramientas, está comprometido artísticamente”.


Posiblemente


Estamos frente a una novela bien construida y argumentada. El Tapatío es un personaje estudiado y meditado. No es egoísta[14] únicamente en el autobús (realidad): “Te preocupas un poco cuando miras el nudo de gente que se apelotona en la puerta. Por eso abres las piernas y ocupas más de la mitad del asiento vacío con la esperanza de que nadie se siente junto a ti” (Ramos, 1979:10), sino que también lo es en sus sueños (ficción). Pero, ¿es el único? Admitir nuestra absurdidad es develarnos contra ella. Y, en ese sentido, ¿quién no se ha sentido, en algún momento, abordo de un Violeta-Perú?, ¿quién no ha fantaseado en un trayecto de autobús conforme el mundo pasa a sus ojos, tratando de huir de su monotonía?, ¿quién no ha experimentado el absurdo en su vida?, ¿qué acaso no comienza éste siendo una experiencia que, además, es estética?, ¿quién no ha sido un organismo en constante negociación, en constante interacción del entorno, su entorno?, ¿quién no ha sido, aunque sea de cierto modo, un Tapatío?


Fuimos arrojados a un mundo que nos preexiste. Un mundo que es cruel, que es paradójico, que es contingente; que es absurdo. ¿Qué somos, pues? ¿Un tapatío o un “hombre rebelde” y digno? ¿Un hombre absurdo o un egoísta?



Prudente es que cuando nos topemos con un Tapatío, o cuando estemos a bordo de un Violeta-Perú, aceptemos que posiblemente —y sólo como posibilidad— la libertad radique en asumir que ésta no existe de facto, sino que hay que ir construyéndola. Posiblemente la vida cobre sentido cuando dejemos que la pregunta por éste nos consuma y, decidamos con todo y sus contradicciones, azotes, paradojas y vaivenes, vivirla y asumirnos como seres efímeros, contingentes, plurales e incluso —¿por qué no?— como hombres felices.[15] Que cada vez que subamos a un Violeta-Perú sepamos que estamos viajando en él, y que, además, aceptemos lo que esto conlleva, pero haciéndolo de manera feliz, que si el Tapatío lo hubiese hecho, hubiese sido un hombre rebelde, hubiese cargado su piedra con cierto gozo,[16] pues como dice Camus (2016:361): “Hay que imaginarse a Sísifo dichoso”.

[1] Licenciado en Letras Españolas por la Universidad Veracruzana, director de la revista La Palabra y el Hombre, becario del Centro Mexicano de Escritores (1972), acreedor del premio Nacional de Narrativa Colima (por Violeta-Perú, 1980). Entre otros, Ramos es autor de obras como: Del tiempo y otros lugares (Editorial Amate, 1979), Intramuros (Universidad Veracruzana, 1983), Los viejos asesinos (Consejo Nacional del Fomento Educativo, 1986), Éste era un gato (Grijalbo, 1988), Mickey y sus amigos (Cal y Arena, 2010), etc.


[2] Existe una lectura distinta de este suceso, y es que en Inicio de una odisea literaria: Violeta-Perú de Luis Arturo Ramos, Renato Prada Oropeza niega la posibilidad de que el Tapatío, en efecto, haya trabajado para don Cayetano, pues alude a la novela misma, y argumenta que, cuando el Tapatío cuenta una de sus versiones sobre su despido, realmente está ocultando una realidad degradante, lo que lo lleva a pensar que el Tapatío no tuvo siquiera el “honor” de ser despedido por don Cayetano. Véase Oropeza. P. Inicio de una odisea literaria: Violeta-Perú de Luis Arturo Ramos (http://cdigital.uv.mx/handle/123456789/232).


[3] Si bien en Violeta-Perú no se hace mención específica sobre la ruta que el autobús recorre, en Relatos de Luis Aturo Ramos, Vicente Francisco Torres (2012) introduce una ruta específica del Violeta-Perú: “(...) Ramos va plasmando imágenes afortunadas de ese tiempo de la Ciudad de México que abarca el camión en su recorrido, mismo que hace desde la Merced hasta la zona militar asentada sobre el Hipódromo de las Américas” (p. 186). Decidí incluir esta perspectiva por motivos didácticos, y a fin de que sea más fácil para el lector situar al Tapatío en un camión transitando esas calles, o, incluso, a sí mismo.


[4] Es claro que aquí se deja entrever la teoría de John Dewey sobre el arte como una experiencia estética, la cual se tendrá en cuenta a lo largo de este ensayo. Al respecto Dewey nos dice: “A fin de entender lo estético en sus formas últimas y aprobadas, se debe empezar con su materia prima; con los acontecimientos y escenas que atraen la atención del ojo y del oído del hombre despertando su interés y proporcionándole goce mientras mira y escucha (…) Las fuentes del arte en la experiencia humana serán conocidas por aquel que ve cómo la tensión graciosa del jugador de pelota afecta a la multitud que lo mira; quien nota el deleite del ama de casa arreglando sus plantas y el profundo interés del hombre que planta un manto de césped en el jardín de la casa; el gusto del espectador al atizar la leña ardiendo en el hogar mientras observa crepitar las llamas y el desmoronarse de las brasas. Dewey. J. (2008) El arte como experiencia. Barcelona: Paidós, p.5.


5 Esta noción de lo absurdo se usa a lo largo del ensayo. El autor base es, desde luego, “el filósofo del absurdo”, Albert Camus (1913-1960)


[6] Aun así considero necesario mencionar el significado filosófico del término, por cuestiones técnicas y para evitar todo tipo de ambigüedades, porque incluso Camus admite cierta noción del absurdo como contradicción: “Es ‘absurdo’ quiere decir ‘es imposible’, pero también, ‘es contradictorio” (Camus, 2016:313).


[7] En realidad, Camus describe al absurdo en tres obras: El extranjero, El mito de Sísifo y El malentendido. Sin embargo, en El mito de Sísifo lo aborda de manera filosófica, que es la visión de interés del presente ensayo, por ser ésta la que padece el personaje principal.


[8] Al principio del presente ensayo se mencionaba que Violeta-Perú era una novela “fragmentada”. No es, sin embargo, este tipo de fragmentación a la que Dewey se refiere. Son dos categorías distintas para el mismo concepto: uno es vivencial, experimental, cotidiano, mientras que el otro es de estilo literario.


[9] Menciono el término, del francés lassitude, porque es textualmente el que Camus escribe, y no es accidental que sea así, pues describe de manera concreta el sentimiento del hombre ante su situación.


[10] En Camus, la dignidad se pierde con el absurdo. Es algo intrínseco al hombre y le es dada, pero se oculta ante el absurdo, ante el sinsentido de la existencia; por eso cuando el hombre está frente al absurdo, cuando éste se apodera del individuo, la dignidad se oculta; el hombre, pues, se convierte en un individuo indigno.


[11] Véase Camus (1995).


[12] Camus (1996).


[13] El término vulgar cobra un mejor sentido con Michel Onfray, pues él llama “utilitarismo vulgar” al placer personal, sin tomar en cuenta al otro, esto es, al placer a pesar del otro. Véase Onfray (2000).


[14] Aquí el término corresponde con la visión que tiene de él Onfray, para quien el egoísmo es una actitud “vulgar”, esto es, que promueve el placer personal pasando encima del otro o, simplemente, ignorando su situación.


[15] No se trata, sin embargo, del olvido de la pregunta por el Ser —lo que nos remite, evidentemente, a Heidegger—, sino más bien de vivir dicha cuestión, o incluso cambiarla. No es ya cuestionarse por quién o qué es el Ser, sino quién o qué estoy siendo, con todo y lo que esto presupone.


[16] Esto nos remite, evidentemente, al mito de Sísifo, que debe cargar eternamente una piedra colina arriba. En El Mito de Sísifo, Camus ve esto como un ejemplo del absurdo, pero concluye que “hay que imaginarse a Sísifo dichoso”. Camus (2016: 361).



 

Referencias


Camus, A. (1995). El primer hombre. Madrid: Alianza Editorial .


Camus, A. (1996). El hombre rebelde. Madrid: Alianza Editorial.


Camus, A. (2016). El mito de Sísifo. México: Editores Mexicanos Unidos.


Dewey, J. (2008). El arte como experiencia. Barcelona: Paidós.


Mora, J. F. (1965). Diccionario de filosofía. Buenos Aires: Sudamericana.


Onfray, M. (2000). La construcción de uno mismo. Buenos Aires: Libros Perfil.


Prada, R. O. (Septiembre de 2006). Inicio de una odisea literaria: Violeta-Perú de Luis Arturo Ramos. Obtenido de La Palabra y el hombre: http://cdigital.uv.mx/handle/123456789/232.


Ramos, L. A. (1979). Violeta-Perú. Xalapa: Universidad Veracruzana.


Torres, V. F. (2012). Relatos de Luis Arturo Ramos. En T. G. Díaz, La poética de la percepción y los intrínsecos de la memoria: Luis Arturo Ramos . Xalapa: Universidad Veracruzana, 183-194.


 

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