Mujeres de la literatura argentina, forjadoras de la nación
“…tres cadenas sujetaron este gran continente a su metrópoli:
el terror, la ignorancia y la religión católica…”
María Sánchez de Thompson, Memorias (2013)
Durante muchos años, la literatura argentina decimonónica escrita por mujeres permaneció virtualmente en el anonimato. Esta tendencia se fue revirtiendo cuando la crítica comenzó un estudio pormenorizado de estas escrituras, al tiempo en que los estudios de género cobraron mayor importancia. El auge de la novela histórica aunado al rescate de algunas figuras femeninas de clara relevancia, sumaron auspicios al efecto.
Las mujeres escriben sorteando una serie de barreras, en un campo intelectual monopolizado por la voz masculina, pero no lo hacen solo en el ámbito de lo privado; en muchos casos, se auto-representan como escritoras, forjadoras de una palabra pública que disputa legitimidad con la palabra del hombre. Los textos escritos por éstas mujeres plantean demandas específicas de género y propician una serie de debates con relación al proceso de construcción de la nación. Interpelan la violencia, la fragmentación política y espacial, las rivalidades entre unitarios y federales,[1] los modos de construcción de la ciudadanía, el lugar que el Estado le adjudica a los sujetos subalternos, las relaciones conflictivas de inter-etnicidad, entre otras cuestiones. Lo hacen desde la periferia pero desde un lugar de enunciación burgués y liberal.
La palabra femenina del siglo XIX puede ser leída como un discurso de resistencia – no necesariamente revolucionario o rupturista, en el cabal sentido del término- que, desde una posición oscilante y controversial con respecto a lo prescrito por el discurso oficial, no solo pone de manifiesto demandas de género, sino que también aporta nuevas miradas para leer la realidad política y social del momento y, desde allí, construir un canon alternativo de la literatura argentina.
En la nómina, podemos mencionar a Mariquita Sánchez de Thompson (1786 – 1868), Rosa Guerra (1834 – 1864), Juana Manuela Gorriti (1818 – 1892), Eduarda Mansilla (1834 – 1892), Juana Manso (1819 – 1875), Josefina Pelliza de Sagasta (1848 – 1888), por citar sólo algunos ejemplos. Al margen de sus singularidades, cada una de ellas interviene, se involucra y participa de la actividad política y cultural de su época.
En esta oportunidad nos centraremos en cómo se configuran algunos rasgos de la subjetividad femenina a partir del corpus epistolario y memorias de Mariquita Sánchez de Thompson. Su obra literaria ha sido contenida en tres libros: Epistolario (1804-1860), Diario (1839-1840) y Recuerdos del Buenos Aires virreinal (1860).
En América latina, la matriz colonial hispánica (sostenida fundamentalmente sobre patrones étnicos y racistas) actuó como un dispositivo de control de las relaciones sociales, económicas, geopolíticas y de género. Hacia fines del siglo XVIII, el proceso de occidentalización de las sociedades se acelera con el desarrollo de la modernidad y la consolidación del capitalismo. Este proceso configura nuevas otredades, representaciones y una perspectiva temporal de la historia que ubica a Europa –particularmente a Francia e Inglaterra - como los faros del proceso civilizatorio. El binarismo al cual hacemos referencia se traduce, más allá de su complejidad y singularidades, en el binomio civilización / barbarie, y en lo que ideológicamente implica cada uno de estos términos dentro del paradigma del pensamiento colonial que se perpetúa durante el período de formación de las naciones latinoamericanas, con otras modalidades y bajo la matriz ideológica liberal. De esta manera, se establecen las siguientes dicotomías: progreso / atraso; Europa / América; modernidad / tradición; cultura / naturaleza; blancos (europeos, criollos) / indios, negros y mestizos; masculino / femenino, entre otras oposiciones.
De esta manera, el otro femenino comparte un conjunto de características comunes con una de serie de actores que, por su constitución étnica (indios, negros, mestizos), fueron históricamente negados: bárbaro, ingenuo, incapaz de construir autónomamente su propia subjetividad y desarrollar competencias intelectuales, emocionalmente vulnerable y sentimental, pasivo, tutelado y, fundamentalmente concebido como objeto de uso, con una finalidad reproductiva. Ciertamente, estas desigualdades situaron a la mujer en un lugar periférico y de desventaja social en relación con el hombre, ubicado en el ámbito de la civilización, la racionalidad, la acción. La arquetípica representación de la interioridad frente a la exterioridad, principio rector del sistema patriarcal aún vigente que sirvió para clausurar debates, antes de comenzar, sobre la soberanía de los cuerpos y la circulación de las ideas.
El personaje histórico que conocemos como Mariquita Sánchez de Thompson, fue única hija de una acaudalada dama criolla, nació y murió en Buenos Aires, su nombre completo fue Doña María Josefa Petrona de todos los Santos Sánchez de Velazco Trillo. Una figura excepcional que durante su prolongada vida fue testigo de acontecimientos clave, desde los últimos años de dominación colonial hasta la conformación de la República Argentina, las invasiones inglesas de 1806 y 1807, la revolución de mayo de 1810, las guerras de independencia, civiles, y contra el Brasil y el Paraguay, los conflictos diplomáticos y militares con Francia e Inglaterra, la dictadura del gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, el Salón Literario de 1837 y el exilio en Montevideo, del que formó parte. Su condición de dama patricia le facilitó el contacto con las personalidades más relevantes de su tiempo.
En 1801 sus padres, fieles a las costumbres de la época, concertaron su matrimonio con Diego del Arco quien ya superaba los cincuenta años de edad, mientras que ella apenas superaba los veinte. Fue entonces cuando María Sánchez protagonizó la primera de sus transgresiones, la cual contribuiría, décadas más tarde, a forjar su leyenda personal. Además de rechazar al candidato impuesto por sus padres se comprometió con su primo segundo Martín Thompson, quien había sido a su vez, rechazado por los Sánchez, quienes no lo consideraban un partido apropiado: un verdadero escándalo para su tiempo. En sus Memorias publicadas póstumamente, hacia 1860 dice con lucidez meridiana: “… tres cadenas sujetaron este gran continente a su metrópoli: el terror, la ignorancia y la religión católica…”. En este sentido, Mariquita se rebela frente a una sociedad colonial que prescribe la vigilancia sobre los cuerpos y los sentimientos (especialmente, sobre el cuerpo femenino) y que propicia la ignorancia como un instrumento de dominación, censura religiosa, recelo por parte de los padres para que las mujeres se alfabetizaran. De esta manera a contrapelo María Sanchez se auto-configura como una mujer liberal e ilustrada. Capaz de transgredir las barreras culturales y sobrevivir para contarlo en un vasto legado aún eclipsado por la historiografía hegemónica.
Su epistolario y su diario particularmente, ponen en tensión las esferas de lo público y lo privado y, permiten interrogarnos de qué modo lo público atraviesa lo privado o cómo se replica en la escritura íntima las representaciones y condicionamientos sociales que conforman la subjetividad femenina. Por su parte, las prácticas de lectura y escritura femeninas, en sí mismas, establecen un puente entre ambas esferas, una comunicación con el mundo exterior que, en muchos casos, se realiza desde la soledad y la reclusión. Desde el retiro doméstico, la mujer construye un lugar singular de enunciación que la posiciona como traductora, mediadora cultural, evaluadora y, fundamentalmente, como productora de discursos, aunque su palabra no trascienda al ámbito de lo público. Los textos autobiográficos de Mariquita Sánchez de Thompson resultan paradigmáticos, en este sentido. Referencian de qué modo las circunstancias políticas del momento (los conflictos políticos posrevolucionarios, las guerras civiles, el exilio) impactan, vulneran y desestabilizan la subjetividad femenina.
María Sánchez nace en Buenos Aires, cuando la ciudad todavía era la capital virreinal y murió pocos días después de que Domingo Faustino Sarmiento asumiera la presidencia de la nación. Su longevidad le permitió ser protagonista de las transformaciones fundamentales en la vida del país: la emancipación con respecto a la colonia, el enfrentamiento entre unitarios y federales, el rosismo y los cambios sociopolíticos, culturales y económicos que abrieron el camino a la organización nacional tal y como la conocemos actualmente.
Perteneció a la clase patricia porteña. Su padre, español, formaba parte del gremio de comerciantes, estamento de prestigio, junto con los altos funcionarios y miembros del clero. Su madre también estaba vinculada a este grupo, heredera de una familia verdaderamente acaudalada en la madre España como en la Colonia. Entre tertulias sociales y discusiones políticas, Mariquita creció en un ambiente social convulsionado, signado por la difusión de ideas ilustradas y un espíritu revolucionario que anticipaba los acontecimientos de Mayo. Esta mujer es interlocutora dilecta de sus pares generacionales –Belgrano, Rivadavia, Azcuénaga, Larrea, Moreno, entre otros- pero también mantiene un asiduo intercambio epistolar con los jóvenes liberales de la Generación del 37, entre los cuales se encuentra su hijo mayor, Juan Thompson. Para Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez y Esteban Echeverría, Mariquita representa una tutora espiritual, una madre que articula redes desde el exilio, que intenta suturar una sociedad amputada por la violencia y la lucha de facciones políticas.
María Sánchez fue una referente para otras mujeres rioplatenses y junto a otras, realizaron una colecta para compra de armamentos destinados al ejército del Norte bajo el mando del general Manuel Belgrano.
Un rumor ampliamente difundido en nuestras escuelas
pero aún puesto en duda por la ciencia, afirma que en su salón,
donde se desarrollaban intensas tertulias,
se entonaron por primera vez el Himno Nacional,
con letra Vicente López y Planes y música de Blas Parera.
Una serie de circunstancias particulares de su vida, como una viudez prematura y el fracaso de sus segundas nupcias con el francés Jean-Baptiste Washington de Mendeville, la posicionan como una mujer independiente y lúcida, que mitigó su soledad con una intensa actividad pública entre ella, la que desarrolló en la Sociedad de Beneficencia y se muestra aficionada a lectura y labor intelectual. No obstante, nunca se concibe a sí misma como escritora ni se profesionalizó como tal, aunque sí le otorgó relevancia a la palabra escrita y a la instrucción de la mujer.
En su libro de memorias expone abiertamente cuáles eran los prejuicios sociales de la época colonial: la religiosidad exacerbada, el modelo de educación colonial y el rol que esa sociedad le tenía asignado a la mujer. La ignorancia fue sostenida; la censura sistemática y, prácticamente nula la educación femenina. Se educaba a los hijos con rigor, infundiendo el temor a Dios y a la autoridad paterna. Los padres imponían su voluntad sobre los hijos y especialmente sobre la mujer.
Como consecuencia de su conflictiva relación conyugal con Mendeville, Mariquita comparte con su hija Florencia una serie de reflexiones en relación al matrimonio, ritual que, en muchos casos, representa el ejemplo más cabal de tiranía que la sociedad impone sobre la mujer:
¿Quién diablos inventó el matrimonio indisoluble? No creo esto cosa de Dios. Es una barbaridad atarlo a uno a un matrimonio permanente (…) La sociedad es cruel en lo que exige de nosotras (…) Te deja con tu cadena y tus dolores. ¿Puedes emanciparte de esta carga? No. Serías una bandolera. Aquí tienes la más horrenda tiranía, en virtud y en contra la cual nadie pelea (…) Lo que deseo es ver entre los dos una sólida barrera levantada para dejar de rabiar.
Por aquellos días, se estaba desarrollando en nuestro país una nutrida producción literaria y periodística femenina que permanece opacada en el campo literario. Así como los hombres, en sus ficciones, hablan a través de la mujer y hacen uso de su “debilidad” de género para subvertir los valores establecidos, las mujeres escritoras hablan, generalmente, a través de la voz masculina para hacer ingresar las suyas en el espacio público. Muchas escritoras del siglo XIX ocultan su identidad tras pseudónimos masculinos. En otros casos, exhiben una autoría tutelada por la figura masculina. Esta ventriloquia no se observa claramente en el caso de Mariquita, ya que su obra circula en el ámbito de lo privado. No obstante, resulta llamativo que en la correspondencia que entabla con sus hijos varones o amigos –en donde predominantemente comparte reflexiones políticas- construye una representación masculinizada de mujer. En una carta que le envía a su hijo, Juan Thompson, se autodefine como: “el Quijote con polleras y calzones”, por su espíritu transgresor e idealista, y la fortaleza que le infunde a sus hijos desde el exilio.
[1] N. del E.: En la historia argentina del siglo XIX, uno de los ejes de división política que provocó sucesivos enfrentamientos armados fue el de unitarios y federales. Mientras que los primeros abogaban por una república centralista, los segundos lucharon por la organización federal del país. En última instancia, y como lo hace constar el sistema político argentino actual, prevalecieron los federales.
Bibliografía consultada
Chambers S. (2005). Cartas y Salones: mujeres que leen y escriben la nación en la Sudamérica del siglo diecinueve. Araucaria. Revista de filosofía, política y humanidades. 13: 77-106. Disponible en: http://institucional.us.es/revistas/Araucaria/Año%207%20%20Nº%2013%20%202005/Sarah%20C.%20Chambers.pdf
Natanson B. (2016). Mariquita Sanchez y Juana Manson. Precursoras de la educación femenina en el Río de la Plata. Revista Boca de Sapos, XVII (22). Disponible en: http://www.bocadesapo.com.ar/biblioteca/prearticulos/n22/02-brigitte-natanson.pdf
Bullrich S. (1972. La mujer argentina en la literatura. Buenos Aires: Centro Nacional de documentación e información educativa. Disponible en: http://www.bnm.me.gov.ar/giga1/documentos/EL001774.pdf