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  • René Cabrera Palomec

Guendanabani xhianga sicarú… (*)


Imagen de Miguel Covarrubias

El sur de México


Entre 1927 y 1945 muchos creadores mexicanos y extranjeros visitaron y vivieron en el istmo de Tehuantepec oaxaqueño: Rivera, Weston, Modotti, Kahlo, acaso Montenegro. Miguel Covarrubias fue uno de ellos. Dibujante, etnógrafo y arqueólogo aficionado, dejó uno de los testimonios más verosímiles acerca de sus habitantes: Mexico South, publicado por primera vez en 1946, con un texto muy diverso, dibujos, pinturas, mapas, descripciones y partituras. El libro de Miguel Covarrubias incluyó dibujos que resultan bastante significativos hoy, cuando varios temblores han dejado a los zapotecos atemorizados por el futuro inmediato, pero también a largo plazo.


En 1931 el estado sufrió uno de los peores terremotos que casi destruyeron a la capital, Oaxaca (Lulaa). La cámara de Sergei Eisenstein fue testigo de esa destrucción. Pero ésa es otra historia. Hoy quiero presentarles un fragmento de aquel libro llamado El pueblo: (1) Su apariencia, su vida y su trabajo. Lo que me interesa destacar es que los dibujos de Mexico South fueron realizados a los pocos años de ese terremoto y se refieren a los diferentes tipos de casas.


Dejemos la voz a Covarrubias: “La familia típica de Tehuantepec está formada por un hombre y su esposa, sus hijos e hijas, un abuelo o abuela y quizás una tía viuda de cierta edad […]. El tipo de casa está íntimamente relacionado con el estrato social y económico de la familia”.


El estilo original y antiguo conocido como «casa de palma», que aún se observa en las aldeas conservadoras, es una casa rectangular de gran tamaño con doce postes o tres horcaduras que sostienen un gran tejado de dos aguas hecho de paja. Alrededor de estos postes se construyen paredes de zarzo y argamasa. Estos muros constan de una doble protección de ramas firmes entrelazadas colocadas de dos a tres pulgadas de distancia, para poder llenar el espacio intermedio con una mezcla de barro rosa, paja y piedras pequeñas, cubierto por fuera y por dentro con barro mezclado y paja hasta que el espacio entre los zarzos quede perfectamente sellado. Hay una puerta al frente y en ocasiones existe una pequeña ventana en la parte de atrás, tan sólo un espacio cuadrado dividido por unas cuantas varas fijadas con el barro.




Casa de palma. Imagen Miguel Covarrubias.

Hay otro estilo de casa perteneciente a un rango social más elevado conocida como «casa de barro», la cual también cuenta con muros de zarzo y argamasa alrededor de tres horcaduras que sostienen un tejado de barro cocido. Este tipo de casa cuenta con un corredor al frente y uno de los extremos del mismo tiene una plataforma de barro que sirve como base a las tres piedras que forman el fogón, mismo que se usa como cocina de la casa [Aunque muchas casas de barro solían tener una habitación extra, hecha solamente de varas y habilitada como cocina RCP]. El otro extremo del corredor puede quedar dividido por una pared de lodo y quizá convertirse también en un pequeño cuarto. Ambos tipos de casa cuentan con puertas de madera muy sencillas con candados de hierro oxidado.


El mobiliario de ambas casas puede ser idéntico: hamacas, bancos pequeños, sillas bajas conocidas como butacas, banquillos rústicos, arcones con cuatro patas, cacharros, grandes jarras de barro para almacenar agua, utensilios de cocina, entre otras cosas.


Casa de lodo. Imagen de Miguel Covarrubias.


La «casa de material» no es más que un tipo de casa de lodo sólo que más costosa y sólida; está construida al nivel del piso sobre una plataforma de mampostería con paredes muy gruesas de ladrillo, lo suficientemente gruesas como para soportar los temblores. El techo de tejas está mejor cimentado y en lugar de tener las horcaduras, de árbol que sostiene el tejado del corredor, tiene grandes columnas o pilares de ladrillo […]. Las paredes exteriores pueden estar enyesadas y pintadas con cal o también se pueden pintar en tonos pastel muy alegres de rosa, azul, verde y amarillo con una franja más obscura en la parte inferior. El mobiliario correspondiente a este tipo de casa es más extenso y de mejor calidad, pero básicamente es el mismo.


Casa de material. Imagen de Miguel Covarrubias.



Combates por la vivienda, combates por la vida

La larga mención a Covarrubias pretende hacer ver que entre los zapotecos, como en todos los grupos humanos, hay una larga y profunda tradición vital que cobra ritmos y formas en soluciones tanto eficientes como estéticas al problema de vivir y reproducirse personal y socialmente. Esa tradición muestra una de sus caras ante el desastre telúrico que comenzó el 7 de septiembre y que hasta hoy no ha terminado, ya que tiembla todos los días desde entonces. No es para menos, pues geólogos y geógrafos dicen que, desde el punto de vista de la constitución de la tierra, en el istmo mexicano se unen dos masas continentales con consabidas irregularidades: las placas profundas de una y otra están fragmentadas y no siempre estables.


Resulta entonces que los zapotecos istmeños, los huaves, los mijes abajeños, los zoques, los nahuas y popolucas, los chontales de uno y otro lado, han vivido por siglos sobre esa inestabilidad, y han encontrado por ello soluciones análogas con sus ribetes locales. Lo anterior se hace más evidente actualmente; ante la tragedia surgen la solidaridad, el apoyo, la camaradería, el humanismo. Sin embargo, hay matices: mis paisanos no quieren seguir comiendo sardinas y atún, galletas saladas, frijol y arroz todos los días… No hay que acusarlos de ingratitud. Ellos sólo quieren ser lo que han sido, quieren recobrar la normalidad de sus vidas, quieren seguir siendo lo que son. Anhelan sus totopos, sus tamales, su bupu, su chocolate en la merienda, sus tamales de camarón (gueta binguí’), sus quesos secos, sus “cuajadas”, sus tortillas clayudas. ¿Podremos reprocharles eso?


Imagen de Miguel Covarrubias.


Esas demandas parecen desesperadas o sin sentido: hay que apoyar a las totoperas, las canastas básicas zapotecas, la defensa de la arquitectura vernácula. Resulta que los temblores arruinaron los pequeños hornos para hacer totopos: los comescales. Pero también los hornos para hacer pan, junto con muchas cocinas, y sus fogones, sus hábitos. Hay un Comité Melendre, juchiteco, que ofrece una canasta básica, que es eso: básica. Hacen falta dulces, chocolate (¿a lo mejor una botellita de mezcal?). Me dirán que “en tiempos de guerra no hay misericordia”, pero el esfuerzo se puede hacer: ¿Qué somos sin el chocolate (xuladi)?


De cualquier modo, las acciones del Comité son una alternativa posible, autogestiva, local, que permite recobrar en tiempos de guerra un poco de normalidad. Como estas alternativas, podemos imaginar otras; aquellas que respetarán una elección de vida, de ritmos, de valores del ethos.


Podemos imaginar que nadie, más que ellos, debe elegir el modo en que quieran vivir, no el Infonavit ni el gobierno. De ese modo redefiniremos nuestra solidaridad, no paternalista, no de nuestra elección, sino de la suya, para que “los hombres que dispersó la danza” (Henestrosa) vuelvan a juntarse en otra, la del comienzo y regreso de sus vinnigulaza (los antepasados, los fundadores zaa).

“…Ne gastirú ni ugaanda laa”. Imagen de Miguel Covarrubias.

(*) El título y la última frase aquí arriba, en lengua zaa (zapoteco), pertenecen a la canción de Daniel C. Pineda con letra de Juan Stubi (juchitecos los dos), que se usa para otros fines y de la que rescato los dos primeros versos: “Vivir la vida es tan bonito, que no hay nada que lo alcance” (traducción literal, no poética).

Xalapa, Veracruz, 5 de octubre de 2017.



 



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