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  • Maximiliano Sauza Durán

Heráclito amazónico


Fuente de Lavapatas, Parque Arqueológico de San Agustín, Colombia. Foto del autor.

A David Gárate López y Harrison Gallego Ramírez


He sido capturado por una tribu que no es la tupí-kawaíb. Leí que la decapitación de prisioneros es una costumbre muy difundida entre los indios amazónicos. Desconozco si ellos la practican, pero me aterra pensar que seré un adorno para decorar un collar de guerra. No sé hablar la lengua y no sé nada sobre los tupí-kawaíb, los bororo, los nambikwara, fuera de los libros etnológicos que he revisado; me he dado cuenta de que el conocimiento empírico rebasa las arduas lecturas universitarias e informes técnicos académicos. ¡Salve Lévi-Strauss, aunque no pueda él salvarme a mí!


Aquí, amarrado como presa de caza, a mi lado en esta balsa, está mi intérprete, un indio tupí llamado Kamandjara. Él a tientas entiende el portugués, y yo, a diferencia de lo que creí tras nueve años de especialización en Francia y Alemania, apenas y sé algo verdadero sobre las culturas primitivas de la Amazonía. Creo que Kamandjara no entendió que he venido a hacer sólo un registro fotográfico para la Nueva Enciclopedia Étnica Amazónica. No puedo ni imaginar qué fue lo que él les tradujo a nuestros captores. Al menos he podido convencerlos, con no poca gesticulación, de dejarme grabar este audio y hacer estas últimas notas. Sé que alguien las encontrará. Sé que alguien podrá oír esto que digo. (Le he pedido a Kamandjara, entre señas y un portugués inteligible para él, que si sobrevive, lleve esta grabadora a los misioneros que andan al sur, en el Mato Grosso. Me ha dicho que lo hará. O al menos eso creo).


A estos indios no les gusta el tabaco. El humo de mi cigarro fue el agente que sus muy adiestrados sentidos les indicó que yo había venido a profanar la selva. Kamandjara fuma demasiado. Cuando le enseñé a fumar se tiraba en el suelo y aspiraba profundamente una buena bocanada. Le gustó mucho el tabaco. Trabajosamente me contó que hombres blancos (¿misioneros europeos, cazadores exotistas?) se andan en sus campamentos y fuman todo tipo de hierbas. Sé que al menos los civilizados se andan por estos lares. Eso me conforta. (¿?)


Todos me miran extrañados. Han de pensar que estoy transmitiendo, entregando, mi alma a esta grabadora. Nada más alejado de la realidad. Se sorprenden cuando reproduzco alguna nota en ella. No sé cuánto tiempo duraré aquí, en esta canoa, en este brazo de río. Ignoro completamente qué harán conmigo estos indios. En algún lugar leí que cuando algún individuo de ciertas tribus amazónicas asesina a un ser humano, suele cambiarse el nombre. Como si adquiriera una nueva identidad. Como si el despojar a un hombre de su nombre fuera despojarlo igual de su vida, de su historia. Es muy curioso que hagan eso justo aquí, en el Amazonas, en el río. Cada indio es un Heráclito, sin saberlo. (¿O acaso fue Heráclito un indio amazónico?).


Creo que dejaré mi nombre y mi vida en este cauce iracundo. Aunque dudo que sea mi nombre el que adoptará alguno de estos cazadores de cabezas. De igual manera, he dejado de ser el hombre que he sido siendo ahora cautivo. El yo que me he pensado y el yo que se ha dejado seducir por la etnología amazónica. Soy yo incluso siendo prisionero de las cosas que elijo.


No sé adónde me llevan los indígenas en esta canoa. Tampoco sé si me decapitarán o me dejarán vivo en algún puerto cercano. Llegamos a la orilla. Se detiene la balsa. Atrancan la misma unos hombres vestidos y pintarrajeados. Se bajan todos convulsionados por una energía inexplicable. Se acercan mujeres de quién sabe dónde. En el agua brotan salpullidos de animales que se espantan. Los indios me pintan la cara con figuras que no percibo. Kamandjara es desatado de las manos. En un descuido sale corriendo disparado y se adentra anónimo en la selva. No sé si alguien va tras su captura… Hay bullicio. Las mujeres se acercan y me llenan la cara y el cuerpo de una tinta negra. Arrancan mis prendas de un jalón. Las mujeres tocan mi rostro. Sus dedos se dirigen a todas direcciones sobre mi cara y mi cuerpo. Me quitan mis cosas: la libreta, mis prendas, esta grabadora. No distingo nada.


No distingo ya nada.


 

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