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  • Víctor Manuel Rodríguez Navarro

La Canica


Ilustración: Fabiola Arieta Baizabal


Se había pasado una gran parte del día echando ojo por la ventana, de esa forma podría ver cuando llegara Guadalupe a su casa. Lupita siempre ha sido bastante necia y ahora, que está ya bastante adentrada en los años, va agarrando el jueguito de los sigilos, la pobre no emite sonidos. Te asiente o te niega con la cabeza y, con la mano, te hace ademanes de esos que pueden interpretarse de muchas formas pero que la mayor parte del tiempo son para que deje uno de estarle chingado la vida.


Para entrar a con Lupe hay que abrir una reja blanca, que sólo no hace ruido cuando la empuja ella, subir once escalones manchados por las hojas de la buganvilia rosada y entrar por un pasillo junto a la puerta principal, que nunca se abre, empujas una alterna que en mejor vida fue ropero y caminas derecho hasta que llegas al jardín.


Desde arriba pueden verse muy bien los cartuchos, la mata de café y la de limón, la siempreviva, la uña de gato, las canelillas, el naranjo y el tronco pinto del guayabo seco. Todo parece acomodarse en perfecta sincronía, un ensamble de vientos y cuerdas, una sonata de buenaventura que sube hasta donde Joaquín, quien mira al concertino menearse a escondidas del sol. Junto a él la Canica llora.


A las seis horas de cada día, sin falta, Joaquín quita las tablas que tapan el boquete en el muro del último cuarto de su casa de dos pisos, son unas maderas improvisadas que huelen a humedad y a orín de perro, en su superficie pueden verse ojos a manera de manchas sin sentido, que parecen prever e impacientarse cuando deben ser cambiadas de lugar, verdaderamente lo apremian. De un movimiento abre la casa y entra el aire a limpiarlo todo. Baja hacia la puerta principal, en el camino toma las llaves y el sombrero.


  • Que dios bendiga- se despide y sube al taxi sonriendo.


Desde hace veintitantos años ha sido el taxi, cada día el taxi. A veces, cuando se decide a ir caminando a la tienda, mira las casitas de colores grisrosas a su paso, las personas que lo saludan dócilmente, las farolitas públicas opacas, las nubes llenas de agua que nunca cae y no entiende; pareciera que sólo conoce la ciudad a través del cristal del Tsuru. Es el anonimato, piensa. Porque hay anonimato en un automóvil, uno se es otro. A veces se pregunta cómo se mira al conducir, Totalmente diferente, por supuesto. Seguro que si me veo desde la banqueta no me reconocería, sería otro Joaquín, no este que soy yo. Uno cambiado, puede incluso que uno mejor.


Durante gran parte de su vida las jornadas morían cerca de la media noche, cuando las piernas ya estaban entumidas y el olor del aromatizante le picaba fuerte en la nariz. Volvía, guardaba el taxi, subía y colocaba las tablas en su sitio, cerrando la casa hasta la próxima vez que el tiempo lo permitiese. Mientras tanto, Canica estaba echada mirando afuera, a la noche o a las estrellas, o a nada en particular.


  • ¿Te entró la tristeza, Caniquita? - Le decía despacito, respetando la mirada vacía de su acompañante. Ella lo volteaba a ver, inclinaba la cabeza hacia el lado izquierdo y alegraba los ojos, él reía. Eran felices.


¿A quién extraña todo el tiempo?, se preguntaba Joaquín cuando iba hacia su cama. Uno no puede pasarse la vida extrañando, debe distribuirse, es una situación gradual, una mezcla entre estar en el presente y estar en el recuerdo, estar y no estar, estar aquí, estar aquí estando allá. A veces Canica no quería comer y era debido a su extrañamiento. El platito permanecía intacto días enteros, sólo el agua se rellenaba como de costumbre, agua y sol, la dieta de la planta.


  • La comida es la vida. - Le decía sonriente a Canica. Le agarraba la cabeza con ambas manos y se frotaban frente a frente, los pelos llenaban la habitación, al entornar los ojos, el sol los volvía dorados y durante unos cuantos segundos todo parecía ir mejor con tanta luz.


Pero ese día había salido chueco. Un constante irse de hocico contra todo lo que estaba cerca. Había decidido que merecía un descanso de tanto calor, de tanta gente insolada queriendo llegar rápido a algún lugar del que se irían pronto. Regresó pasado el mediodía, con la canícula a toda potencia y el cuello requemado. Entró poniendo las llaves en la mesita y tomó un vaso con agua. Nada. Abrió el refrigerador para sacar el melón picado y nada aún.


¡Canica! – grita Joaquín, y se siente triste de escuchar únicamente su voz, solísima. Seguramente estaba afuera, bajo el lavadero, el más grande, ése que da sombra y humedad. Subiría por ella e irían juntos a mojarse al río.


Antes de los escalones se detiene a mirar las fotos. Laura en su primera comunión, de un vestido blanco manchado por los tiempos. Él haciendo una mueca junto al taxi, con el sol en plena cara. La banca del parque y ellos sentados con una nieve de limón en la mano. Mira derechito a los ojos de su esposa y sabe que Dios está en todos lados menos ahí.


Sube despacio la escalera de medio caracol y a mordidas va devorando la fruta. Pasa al cuarto y cambia su camisa por una playera mucho más fresca, continúa. En el techo el día y su luz le hacen cerrar los ojos. Durante un segundo, paciente, espera el sonido de los pasos, respira el aire caliente y las gotas de sudor le escurren por la nariz, entonces llega la música.


Desde arriba pueden verse muy bien los cartuchos, la mata de café y la de limón, la siempreviva, la uña de gato, las canelillas, el naranjo y el tronco pinto del guayabo seco. En perfecta sincronía, en un ensamble de vientos y cuerdas, es la sonata de buenaventura que sube a abrazarlo, con cuidado mira al concertino menearse a escondidas del sol. Ahí juntito la Canica llora.


  • ¿Te caíste, Caniquita?


Hacía un vientazo cuando te conocí ¿te acuerdas? Era en la Avenida. La de las jacarandas. Yo había salido por unas maderas para la ventana y tú estabas intentando encontrar la paz del cielo en las banquetas. Tenías la mirada por el piso, como rastreando algo que habías perdido desde antes, mucho antes, en el Génesis mismo, me parece. Te observé los ojos y vi a Dios en todos lados menos ahí. No fue hasta que el último viento elevó las flores, hasta que las llevó a todas volando a tu lado, que supe que igualmente debía irme contigo esa tarde. ¿Ya no te acuerdas?


  • ¿Tienes calor, Canica? Espérame que llegue Lupita y bajo con agua. ¿No has comido? ¿Ya escuchaste la música? Es para nosotros, es Laura rezando, es Laura que reza por nosotros.


La perra cierra los ojos a la sombra del guayabo seco. El sol ya está bajando, ya va para otro lado, no a éste, a uno diferente, uno cambiado, puede incluso que a uno mejor. Joaquín lleva ya rato hablándole desde algún lugar en el techo, él sabe que Lupe puede llegar tarde, llegar noche. ¿Qué hacer así entonces? Hablar y esperar.


Cuando Canica vino a la puerta Dios se te había ido hacía ya mucho tiempo. La abrazaste como a una hija. Refugio y sacramento. Piedra angular. Rehiciste el mundo con ella y me eligieron a mí para acompañarlas. Como el amor mismo me tomaste, me diste forma y sentido. Pude comprenderlo contigo, al mundo y a todo lo demás que no lo es. Rezamos. Las plegarias tomaron la forma de lo que existe. Estaban ahí, en las sábanas, en las ropas sucias de la caja de nuestro cuarto, en la pared colgando, en los pasillos cuando no estábamos. Las veíamos en el desayuno y nuestras sonrisas cómplices, sonrisas verdes, tristes sonrisas testimonio, decían que existía algo mejor.


  • ¡Ahí está el Fer, Canica! ¡Y anda cargando su escalera! Espérame, le digo que no se vaya. ¡Fer! ¡Fer, espera, no te vayas!


Y baja Joaquín corriendo de dos en dos hasta la calle. Una serie de explicaciones, la vida es una serie de explicaciones, le dice a Fernando. Se cayó la Canica el techo, sí, sí, no creo que esté mal porque sí escucha la música. Que cuál música. Una, una que es para nosotros. Sí, no, no tiene importancia. Dame la escalera, que me des la escalera. Sí, sí, ya no estamos tan jóvenes. No, yo ya no escucho tan bien tampoco. Qué calor hace. Bajo por la Canica y te doy agua. Pásame eso para amarrarla, no, el azul. Anda. Aguas con el bordo del escalón que está salido. Sí, es la foto del día que me dieron el taxi. No, no estaba enojado, me daba el sol en la cara. De aquí a la derecha. No te pegues con las tablas. Apoco vienes de pintar, debes andar requemado. Con cáscara de papa. No, nomás la cáscara. Ándale, así. Agárrala fuerte para que no seamos dos los heridos. No me tardo. No, no me tardo nada.


Joaquín baja mirando al cielo. Cuentea desde el uno al nueve y se pierde. El sol ya se ha quedado muy arriba. Siente la frescura del jardín, con el pie rosa la raíz del chayote, se menea. Se acomoda el pantalón y sigue bajando. Se agarra firme al metal caliente y para. Qué calor siente en las mejillas, le baja por las axilas y lo toma por los costados. Ya se le pegó la ropa al cuerpo. Siente la tierra bajo la punta del pie y se desprende. Mira a su alrededor por un momento y la música le llega más lejos.


  • Con razón no escuchabas bien a Laura, si acá se está más en silencio.

  • ¿Qué?

  • Nada Fer, estoy hablando solo.


Se acerca a la Canica y pone los ojos pegaditos a los suyos. La tantea para ver si le duele y no pasa nada. Se está muy quietecita acá abajo. Mueve tantito la cola y voltea a verlo. Dios está en todos lados menos ahí. Le agarra firme las patas y la jala. Pasa los dedos arañando la tierra bajo ella y con fuerza la incorpora. Dos tambaleos y ya está bien. De pie juntos alzan la cara. Canica llora un minuto y él la escucha, atento. La monta con firmeza en su espalda sudada y la asegura con el mecate. Se mueve y pone ambas piernas frente a las escaleras, flexiona y con decisión comienza a subir.


Ese día despertaste y Dios más insistentemente no estaba con nosotros, contigo. Saliste a la calle a buscarlo. Gritaste su nombre en todas partes. Volviste con Canica y así tardaste en perder la esperanza. Te levantamos como el cimiento. Egoístamente te engatusamos para conservarte. Pedimos a las cosas contigo. De un lado a otro, buscando a Dios en las cosas, de un lado a otro. Una larga espera hipertrofiada. Subiendo y bajando en melodías incomprensibles. Larga y sedienta. Ese día despertaste y ya casi no estabas. Ya casi no estabas, Laura.


  • ¿Ya escuchas mejor la canción, Canica? Esa no me la sé, pero la otra sí. La que acaba de terminar, eran las plegarias al Santísimo.

  • ¿Qué?


El metal pica entre las manos de Joaquín. Resuena crujiente. El sol comienza a alcanzarlos de nuevo. Sol rojo sobre este mundo, mundo rojo bajo el sol. Estalla la luz en sus cabezas y él sigue el movimiento mecánico de ascenso. Pie tras pie, el atrás queda ya muy atrás. Canica le respira junto a los ojos un aire caliente, caliente y húmedo, un picor dulzón le recorre las sienes. Qué lejos se está de llegar hasta arriba. Aún faltan los tramos más difíciles. Aún falta.


  • ¡Ya te estás tardando!

  • Está pesada la Canica, pero aún no me canso. Dame otros instantes, Fer. No te apures. Estas cosas de la vida no deben apresurarse.

  • ¿Qué?

  • ¡Que ya voy! ¡Que ya voy!


El día que te fuiste comprendimos que a Dios hay que encontrarlo en otra parte. Te enterramos llena de jacarandas y por un momento parecías ir dormida. Te hablé durante todo el camino, esperando que nos escucharas. Imagino las voces, las siento ahora. Voces compañías, voces que viajan y viajan, que te rebasan y ya del otro lado se sientan a esperar por ti. Todos esperamos por ti, Laura. ¿Cuándo vas a regresar?


Pies subiendo en la tarde. Un par de manos que se aferran para no caer. Las respiraciones se acompasan y dan nueva forma a la orquesta. Al unísono se encuentran pidiento. Uno a uno Joaquín va trepando los escalones. El destino se acorta, en cualquier momento estará allá. Estarán ambos, allá arriba. Allá arriba.


  • Fíjate que nunca supe por qué te puso Canica. Se me pasó siempre preguntarle. Pero es un nombre bonito ¿a ti te gusta? Yo creo que a ti también te gusta.

  • ¿Qué?

  • ¡Que nada! ¡Que no estoy hablando contigo!

  • ¡¿Entonces con quién?!

  • ¡Con Dios! ¡Estoy hablando con Dios! ¡¿Qué no entiendes que siempre estoy hablando con Dios?!

  • ¡Pues salúdamelo! Dile que estoy bien, que no se preocupe.


Después de un rato en el ascenso parece perderse la escalera. El aire le recorre entre los dedos y no se detiene. Joaquín no se detiene. Tiene la certeza en la fe de estar cerca. Allá habrá mejores cosas, arriba de todo el mundo el mundo mismo parece pequeño. No hay vuelta atrás en las decisiones, continuar sin caer, continuar las decisiones sin caer. Canica le sigue respirando cerquita, ambos se mantienen en el mismo camino. Desde arriba pueden verse muy bien los cartuchos, la mata de café y la de limón, la siempreviva, la uña de gato, las canelillas, el naranjo y el tronco pinto del guayabo seco.


  • ¡Ya no te veo, Fer! ¡Ya te dejamos muy abajo! ¡Vamos a seguir subiendo! ¡Ya estamos bastante cerca! ¡Hay agua de limón y hielo en la casa! ¡Tómatela toda! ¡Qué calor hace! ¡Qué calor hace acá arriba! ¡No te imaginas todo lo que alcanzamos a ver desde aquí! ¡No te imaginas ni un poco lo que alcanzamos a ver desde acá arriba!

  • ¿Qué?

A Sam Warren

 

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